Aproximadamente de 5 a 8 Semanas
AUNQUE TODAVÍA NO LE CUENtes a todo el mundo que estás esperando familia, y aunque nadie a tu alrededor pueda notarlo (a menos que lo hayas estado gritando a los cuatro vientos), tu bebé ya te lo está haciendo saber. No con palabras, claro, sino por medio de muchos síntomas. Como, por ejemplo, esas molestas náuseas que te acompañan dondequiera que vayas, o ese exceso de saliva en la boca (¿es posible que me esté babeando?) O esas ganas insistentes de ir al baño todo el día (y toda la noche) y esa hinchazón permanente que pareces no poder desinflar. Aun con todas estas evidencias de que estás embarazada, probablemente recién te empiezas a acostumbrar a la idea de que una nueva vida se está gestando dentro de ti (después de todo, acabas de comprobar con certeza que tienes a bordo un bebé… y no una infección estomacal). A lo mejor ya te estás habituando a las exigencias del embarazo, desde las físicas (¡es por eso que estoy tan cansada!) pasando por la logística (el camino más corto al baño es…) hasta las dietéticas (un Sea Breeze, por favor… sin vodka). Es un viaje excitante que recién empieza. ¡Afírmate bien!
Semana 5 Tu pequeño embrión, que a esta altura se parece más a un renacuajo que a un bebé (con colita y todo), está creciendo a toda velocidad y ya alcanza el tamaño de una semilla de naranja. Todavía pequeño, pero mucho más grande que antes. Esta semana el corazón empieza a tomar forma. De hecho, el sistema circulatorio, junto con el corazón, es el primero en comenzar a funcionar. El corazoncito de tu bebé (del tamaño de una semilla de amapola) está compuesto por dos canales diminutos llamados tubos cardíacos –aunque todavía está lejos de operar plenamente ya está latiendo– y que ya podrías ver en un ultrasonido. También se está gestando el tubo neural, que llegará a ser el cerebro y la médula espinal. En estos momentos el tubo neural está abierto, pero se cerrará hacia la próxima semana.
Tu Bebé, Segundo Mes
Semana 6 Los bebés en el útero se miden de coronilla (cabeza) a nalgas, porque como sus diminutas piernas en formación están encorvadas, es difícil medir la longitud total del cuerpo. ¿Cuánto mide el bebé esta semana? Su medida ha alcanzado entre un quinto y un cuarto de pulgada (no mayor que la cabeza de un clavo). Esta semana también marca el comienzo del desarrollo de sus mandíbulas, pómulos y mentón. Pequeñas hendiduras a ambos lados de la cabeza formarán los canales auditivos, diminutos puntos en el rostro formarán los ojos y un minúsculo bultito en la frente de la cabeza llegará a ser el botoncito de la nariz en unas pocas semanas. También se están formando los riñones, el hígado y los pulmones. El corazón de tu bebé está latiendo 80 veces por minuto y se acelera día a día, una estadística que seguro hará latir el tuyo de emoción.
Semana 7 Éste es un dato increíble sobre tu bebé: ya es 10.000 veces mayor que en el momento de la concepción, alcanzando el tamaño de un arándano. Gran parte del crecimiento se concentra en la cabeza (se están generando nuevas células cerebrales al ritmo de 100 por minuto). En esta semana se forman la boca y la lengua y también las extremidades, que están empezando a brotar como apéndices en forma de paletas y a dividirse en segmentos diferenciados de manos, brazos y hombros, así como en segmentos de piernas, rodillas y pies. También están en su lugar los riñones, listos para iniciar su importante tarea de ocuparse de los desechos (producción de orina y excremento). ¡Al menos todavía no tienes que preocuparte por los pañales!).
Semana 8 Tu bebé crece a toda marcha. Esta semana mide aproximadamente media pulgada, más o menos el tamaño de una frambuesa grande. Esta pequeña frutita ya luce menos reptil y más humano (felizmente) a medida que siguen tomando forma sus labios, nariz, pestañas, piernas y espalda. Y aunque es demasiado pronto como para oírlo desde el exterior, el corazón de tu bebé late a la enorme velocidad de 150 veces por minuto (el doble de tu propio latido). Y algo nuevo esta semana: tu bebé está haciendo movimientos espontáneos (del tronco y los brotes de los miembros, demasiado diminutos como para que los sientas).
Como siempre, recuerda que todo embarazo y toda mujer son diferentes. Es posible que experimentes todos los siguientes síntomas en un momento u otro, o sólo uno o dos. Algunos pueden venir del mes anterior, otros pueden ser nuevos. También podrías sentir síntomas menos comunes. No te sorprendas si todavía no te “sientes” embarazada, independientemente de los síntomas que tengas o no. Esto es lo que podrías experimentar este mes:
Físicamente
Fatiga, falta de energía, insomnio
Necesidad frecuente de orinar
Náusea, con o sin vómitos
Exceso de saliva
Estreñimiento
Acidez, indigestión, flatulencia, hinchazón
Aversiones y antojos alimenticios
Cambios en los senos: abundancia, pesadez, sensibilidad, hormigueo; oscurecimiento de las aréolas (área pigmentada en torno de los pezones); sobresalen las glándulas lubricantes de las aréolas como si se te pusiera la carne de gallina; bajo la piel aparece una red de líneas azuladas, a medida que aumenta el flujo sanguíneo a los pechos
Ligero flujo vaginal blancuzco
Dolor de cabeza ocasional
Desvanecimiento o mareo ocasional
Se redondea un poco tu vientre. Tu ropa se siente un poco ajustada
Emocionalmente
Altibajos emocionales (como un síntoma premenstrual, pero acentuado), que podría incluir cambios de ánimo, irritabilidad, irracionalidad, llantos inexplicables
Recelos, temor, alegría, exaltación; todos o cualquiera de éstos
Una sensación de irrealidad respecto al embarazo (“¿Realmente hay un bebé ahí”?)
Si ésta es tu primera visita prenatal, consulta la página 134. Si es tu segunda visita, será mucho más breve. Y si ya te has sometido a esos exámenes iniciales, esta vez no te verás sujeta a tantos pinchazos. Aunque dependiendo de tus necesidades y del estilo de tu médico podrían haber variantes, seguramente controlará lo siguiente:
Peso y presión sanguínea
Orina, para medir nivel de azúcar y proteína
Manos y pies, para verificar si hay hinchazón, y piernas en busca de várices
Síntomas que hayas experimentado, especialmente los inusuales
Preguntas o problemas que quieras debatir. Lleva contigo una lista
“He tenido indigestión y acidez todo el tiempo. ¿Por qué, y qué puedo hacer al respecto?”
Nadie tiene más acidez que una embarazada. Y para peor, probablemente la seguirás teniendo con la misma intensidad durante todo tu embarazo (a diferencia de otros síntomas iniciales del embarazo, éste es persistente).
¿Y por qué sientes como si tuvieras un lanzallamas dentro del estómago? Al comienzo del embarazo, tu organismo produce una gran cantidad de las hormonas progesterona y relaxina, que tienden a relajar los tejidos de los músculos lisos en todo el cuerpo, incluyendo el aparato gastrointestinal (GI). Como consecuencia, los alimentos se movilizan más lentamente a través de tu sistema, lo que produce indigestión (una sensación de estar llena e hinchada en el abdomen superior y en el pecho; la acidez es síntoma de indigestión). Y aunque es incómodo para ti, es en realidad beneficioso para tu bebé. Un proceso más lento permite una mejor absorción de los nutrientes en el flujo sanguíneo y posteriormente hacia la corriente sanguínea del bebé a través de la placenta.
La acidez se produce cuando el músculo que separa el esófago del estómago se relaja (al igual que todos los otros músculos lisos en el GI), permitiendo que los alimentos y los jugos digestivos avinagrados vuelvan del estómago al esófago. Estos ácidos estomacales irritan la mucosa sensible del esófago produciendo una sensación ardiente alrededor de la zona del corazón –por eso se le llama heartburn en inglés, o ardor del corazón– aunque el problema no tenga nada que ver con este órgano. Durante los dos últimos trimestres, el problema puede empeorar ya que el útero en expansión ejerce presión sobre el estómago.
Una de las realidades menos placenteras del embarazo es que es casi imposible pasar los nueve meses sin indigestión. Sin embargo, hay maneras efectivas de evitar la acidez y la indigestión, y de reducir al mínimo la incomodidad:
No dispares el gatillo. Si un alimento o una bebida te producen acidez (u otros problemas en la barriga), retíralos del menú por ahora. Los culpables más comunes (y seguramente tú ya sabes cuáles te provocan molestias) son los alimentos picantes y muy sazonados, alimentos fritos o grasos, carnes procesadas, chocolate, menta, café, y bebidas con gas.
Reduce la cantidad. Para evitar una sobrecarga del sistema digestivo (y el reflujo de los jugos gástricos) divide las tres comidas regulares en seis comidas ligeras. La Solución de las Seis Comidas es ideal para las que sufren de acidez e indigestión (consulta la página 99).
Tómalo con calma. Cuando comes muy rápido tiendes a tragar aire, formando bolsones de gas en el vientre. Al comer con prisa no masticas correctamente y le das trabajo extra a tu estómago para que digiera la comida, lo que aumenta la probabilidad de acidez. Por eso, aunque tengas mucha hambre o prisa, haz un esfuerzo para comer lentamente, ingiriendo bocados pequeños y masticando bien (tu madre se sentiría orgullosa).
No bebas y comas a la vez. Demasiado líquido mezclado con la comida dilata el estómago, empeorando la indigestión. Por eso trata de beber la mayoría de los líquidos entre comidas.
Mantente erguida. Es más difícil que los jugos gástricos se revuelvan cuando estás en posición vertical que horizontal. Para mantenerlos donde deben estar (abajo, en tu estómago) evita comer cuando estás tendida. O prepara una buena comida antes de acostarte. Dormir con la cabeza y hombros elevados unas 6 pulgadas también puede ayudar a combatir el reflujo gástrico. Otro modo: dobla las rodillas y no la cintura. Cada vez que bajas la cabeza, tienes más probabilidad de experimentar acidez.
Mantenlo bajo. Nos referimos a tu aumento de peso. Un incremento gradual y moderado reducirá al máximo la cantidad de presión sobre tu aparato digestivo.
Mantente holgada. No uses ropa ajustada en la barriga o la cintura. Una barriga apretada puede agravar la presión y la acidez.
Date un alivio. Ten siempre a mano un suministro de Tums o Rolaids (también te darán una dosis saludable de calcio a la vez que alivian la acidez), pero evita otras medicinas a menos que tu médico las haya recomendado. ¿Ya estás cansada de los antiácidos? Prueba remedios caseros: una cucharada de miel en leche tibia, un puñado de almendras, o un poco de papaya fresca o seca.
Mastica. Masticar goma de mascar sin azúcar durante media hora después de las comidas puede reducir el exceso de ácido (el aumento de saliva tiende a anularlo en el esófago). Algunas personas experimentan mayor acidez con la goma de mascar mentolada; si es así, elige una que no lo sea.
No fumes (otro motivo para abandonar el hábito ahora mismo, si todavía no lo has hecho).
Relájate para aliviarte. El estrés complica todo trastorno gástrico, especialmente la acidez, y por eso te conviene aprender a relajarte (consulta la página 153). Prueba también con algunas técnicas de la medicina complementaria y alternativa como meditación, visualización, retroalimentación o hipnosis (lee la página 92).
“Algunos alimentos que siempre me encantaron me resultan extraños ahora. En cambio, tengo antojos por comidas que nunca me gustaron. ¿Qué me pasa?”
El cliché del embarazo donde el marido sale corriendo a la mitad de la noche, con el impermeable sobre el pijama, para comprar helado y una jarra de pepinos en vinagre a fin de satisfacer los antojos de su esposa, es más bien una caricatura que un reflejo de la vida real. No muchos antojos de las embarazadas las llevan a ellas –o a sus esposos– a tal extremo.
Sin embargo, la mayoría de las futuras mamás descubre que sus gustos alimenticios cambian durante su embarazo. Muchas tienen antojo al menos por una comida (más a menudo helado, pero por lo general sin los pepinillos), y más de la mitad siente al menos aversión por un alimento (las aves sobre todo, además de todo tipo de vegetales). En cierta medida, estos hábitos alimentarios súbitamente excéntricos (y a veces estrafalarios) se pueden atribuir al alboroto hormonal, lo que probablemente explica por qué son más comunes en el primer trimestre de los embarazos primerizos, cuando esa agitación está al máximo.
Las hormonas, sin embargo, parecen no ser la única explicación. Hay algo de cierto en la vieja teoría de que los antojos y aversiones son señales sensibles del organismo, es decir, que cuando desarrollamos disgusto por algo es porque generalmente nos hace daño, y que cuando anhelamos algo es porque lo necesitamos. Como te ocurre cuando súbitamente no puedes tolerar el café matinal mientras que antes no podías tolerar una mañana sin café. O cuando el vaso de tu vino favorito te sabe a vinagre. O cuando no puedes comer suficiente toronja. Por otro lado, cuando te sientes asqueada a la vista del pollo crudo, o cuando tu amado brócoli tiene sabor amargo, o tus antojos te precipitan hacia un festín de chocolates, bueno… en este caso es difícil dejar que tu organismo te aconseje sobre lo que te conviene.
El problema es que las señales del cuerpo relativas a los alimentos siempre son difíciles de descifrar cuando entran en juego las hormonas, y podría resultar especialmente complicado ahora que los seres humanos se han alejado de la cadena alimenticia (y que tantas cadenas venden comida chatarra). Antes de que se inventaran las barritas de golosina, por ejemplo, el antojo de algo dulce habría impulsado a la embarazada a buscar fresas. Ahora es más probable que se enloquezca por los M&M.
¿Debes ignorar tus antojos y aversiones en pos de una alimentación saludable para tu embarazo? Aunque eso fuese posible (las reacciones alimenticias inducidas por las hormonas son poderosas), no sería justo. Aun así, es posible responder a ellas sin desatender las necesidades nutritivas de tu bebé. Si se te antoja algo saludable –requesón en cantidad o duraznos por docena– no te resistas. Busca ese gusto nutritivo aunque tu dieta se desequilibre un poquito durante un tiempo (más adelante compensarás la falta de variedad cuando los antojos se calmen).
Si tienes un antojo que sabes no es conveniente, intenta buscar un sustituto para satisfacerlo (al menos en parte) y que, a la vez, cumpla con un requisito nutricional (y no te llene con demasiadas calorías inútiles): helado de yogur de chocolate en vez de una barra de helado de chocolate; una bolsita de frutas secas, semillas, dátiles en vez de una de caramelos; bolitas de queso al horno en vez de la variedad que te deja los dedos anaranjados. Si los sustitutos no te satisfacen totalmente, sublima tus instintos. Cuando el bocadillo MoonPies se te insinúe seductor, trata de no pensar en él: da un paseo a paso firme, conversa en línea con amigas, busca pantalones vaqueros para embarazadas en Internet. Ceder completamente a los antojos menos nutritivos es aceptable (como también disfrutarlos, y por eso aparta del menú el complejo de culpa) siempre y cuando no incluyan riesgos (como una bebida alcohólica) y no reemplacen regularmente los alimentos nutritivos en tu dieta.
La mayoría de los antojos y aversiones desaparece o disminuye hacia el cuarto mes. Los antojos que persisten más allá podrían deberse a necesidades emocionales como, por ejemplo, recibir un poquito más de atención. Si tanto tu esposo como tú están al tanto de esta necesidad, podría ser fácil de satisfacer. En vez de pedirle en la mitad de la noche un litro de helado (con o sin los pepinillos avinagrados), podrías conformarte con una o dos galletas de avena y algunos arrumacos o un baño romántico.
Algunas mujeres sienten antojo, aun para comer, de sustancias peculiares como arcilla, cenizas y papel. Debido a que este hábito, conocido como pica o apetito depravado, puede ser peligroso e indicio de una deficiencia nutricional (especialmente de hierro), infórmalo a tu médico. El antojo por el hielo también puede indicar déficit de hierro, por lo tanto cuéntale a tu médico si sientes compulsión por masticar hielo.
“Tengo antiestéticas líneas azules en los senos y en la barriga. ¿Es normal?”
Esas venas (que pueden hacer que tu pecho y tu vientre parezcan un mapa) no sólo son normales, sino también un indicio de que tu cuerpo está haciendo su trabajo. Son parte del sistema de venas que se ha expandido para transportar el mayor suministro sanguíneo del embarazo, que nutrirá a tu bebé. En las mujeres muy delgadas o de piel clara las venas podrían aparecer antes y ser mucho más notorias, mientras que en las que están excedidas de peso o son de piel más oscura, podrían ser menos visibles o totalmente invisibles, o no aparecer hasta más adelante en el embarazo.
“Desde que quedé embarazada me han salido unas horribles líneas rojas purpúreas en forma de araña. ¿Son várices?”
No son bonitas, pero no son várices. Probablemente son las spider nevi conocidas como arañas vasculares por razones obvias. Hay algunos motivos por los cuales las venas en araña han decidido tejer su red en tus piernas. En primer lugar, el mayor caudal de sangre que estás haciendo circular puede crear una presión significativa en los vasos sanguíneos, haciendo que incluso las venas diminutas se ensanchen y se vuelvan visibles. En segundo término, las hormonas del embarazo pueden maltratar todos tus vasos sanguíneos, pequeños y grandes. Y, tercero, la genética puede predisponerte a las venas en araña (gracias mamá…).
Si tienes predisposición a ellas, no hay mucho que puedas hacer para evitarlas totalmente, pero hay medios para reducir su propagación. Como tus venas son tan saludables como tu dieta, trata de consumir suficientes alimentos con vitamina C (el cuerpo la usa para producir colágeno y elastina, dos tejidos conectivos importantes que ayudan a reparar y mantener los vasos sanguíneos). Hacer ejercicio regularmente (para mejorar la circulación y la firmeza de las piernas) y acostumbrarte a no cruzar las piernas (posición que restringe el flujo sanguíneo) también te ayudará a mantener las arañas a raya.
¿La prevención no dio resultado? Algunas se desvanecen y desaparecen después del parto, pero de no ser así, pueden ser tratadas por un dermatólogo, ya sea con la inyección de salino (escleroterapia) o glicerina, o con el uso de un láser. Estos tratamientos destruyen los vasos sanguíneos, haciendo que desaparezcan, pero no se recomiendan durante el embarazo. Mientras tanto, puedes tratar de camuflarlas con correctores diseñados específicamente para ese propósito.
“Mi madre y mi abuela tuvieron várices durante el embarazo. ¿Hay algo que pueda hacer para impedirlas en mi propio embarazo?”
Las várices son una tradición familiar, y decididamente en tu caso da la impresión de que te seguirán. Pero tener predisposición genética a ellas no significa que debes resignarte y, por eso, es recomendable tratar de neutralizar la herencia familiar con la prevención.
Las várices suelen aparecer por primera vez durante el embarazo, y tienden a empeorar en los embarazos siguientes. Eso se debe a que el volumen extra de sangre que produces impone presión extra en tus vasos sanguíneos, especialmente las venas de tus piernas, que tienen que trabajar contra la gravedad para impulsar toda esa sangre extra a tu corazón. Añade a eso la presión que tu útero en crecimiento aplica a los vasos sanguíneos pélvicos y los efectos relajantes de los vasos que produce el exceso hormonal, y tendrás la receta perfecta para las várices.
Los síntomas de las várices no son difíciles de reconocer, pero varían en su intensidad. Puedes sufrir un dolor leve o severo en las piernas, o una sensación de pesadez o de hinchazón o ninguno de ellos. Podrías tener un visible trazado ligero de venas azuladas, o quizás serpentinas venosas que sobresalen desde el tobillo hasta la parte superior del muslo. En los casos severos, la piel sobre las venas se hincha, se seca y se irrita (pídele a tu médico que te recomiende humectantes). De vez en cuando, una ocasional tromboflebitis (inflamación de una vena de superficie debida a un coágulo sanguíneo) puede producirse en el lugar de una várice, y por eso consulta siempre con tu médico sobre estos síntomas.
Para ayudar a tus piernas a sobrellevar las várices:
Mantén la sangre en circulación. Pasar mucho tiempo sentada o parada puede afectar el flujo sanguíneo y, por eso, evita hacerlo durante largos períodos. Y cuando no puedas evitarlo, flexiona periódicamente los tobillos. Cuando estés sentada, no cruces las piernas y elévalas si es posible. Cuando estés acostada, eleva las piernas colocando una almohada debajo de los pies. Al descansar o dormir, trata de acostarte sobre el costado izquierdo, el ideal para una circulación óptima (aunque cualquiera de los dos te ayudará).
Vigila tu peso. Un exceso de libras aumenta las demandas de tu sistema circulatorio sobrecargado, por lo tanto, mantén tu peso dentro de las pautas recomendadas.
Evita levantar objetos pesados, y así evitarás que se abulten las venas.
Al defecar, haz fuerza moderada. Esforzarte puede forzar las venas. Evitar el estreñimiento (mira la página 186) te ayudará a mantener el proceso en marcha.
Usa pantimedias (las mallas que no son muy apretadas parecen funcionar bien sin ser incómodas) o medias elásticas, antes de levantarte de la cama por la mañana (antes de que la sangre se agolpe en las piernas) y quítatelas por la noche antes de acostarte. Aunque ninguna de las dos contribuirá a que tu embarazo sea más sexy, te ayudarán a contrarrestar la presión descendente de tu barriga y dará a las venas de tus piernas un pequeño empujoncito ascendente.
Evita la ropa que pueda limitar la circulación: cinturón o pantalones ajustados, pantimedias y medias con elástico en la parte superior, y zapatos apretados. También evita los tacos altos y usa en cambio zapatos planos o medios tacos.
Haz ejercicio, como caminar a paso enérgico o nadar de 20 a 30 minutos diarios. Pero si experimentas dolor, evita los aeróbicos de fuerte impacto, el trote, el ciclismo y el entrenamiento con pesas.
Incluye en tu dieta muchos alimentos ricos en vitamina C, que ayuda a mantener los vasos sanguíneos saludables y elásticos.
La remoción quirúrgica de las várices no es recomendable durante el embarazo, aunque podrías considerarlo unos pocos meses después de dar a luz. Sin embargo, en la mayoría de los casos el problema se soluciona después del parto, por lo general cuando recuperas el peso que tenías antes del embarazo.
“Siento toda la zona pélvica dolorida, hinchada y verdaderamente incómoda, y hasta creo haber sentido un bulto en la vulva. ¿Por qué me pasa esto?”
Aunque las piernas soportan casi toda la carga de las várices, por cierto no tienen el monopolio. Las várices también pueden aparecer en el área genital (y en el recto, donde se llaman hemorroides), por el mismo motivo que puedes tenerlas en tus piernas y, al parecer, éste es tu caso. Con el nombre de síndrome de la congestión pelviana (PCS, pelvic congestion syndrome), los síntomas (aparte del bulto en la vulva) incluyen dolor crónico en la pelvis y/o abdomen, una sensación de dolor, hinchazón y abultamiento de la zona de la pelvis y los genitales y, a veces, dolor durante las relaciones sexuales. Los consejos para reducir las várices en las piernas también te ayudarán (vuelve a la pregunta anterior), pero consulta con tu médico, tanto para el diagnóstico como para posibles opciones de tratamiento (por lo general, después del parto).
“Mi piel está llena de granos tal como cuando era adolescente”
El resplandor del embarazo que algunas mujeres tienen la fortuna de irradiar no es sólo el resultado de la felicidad, sino también del aumento de la secreción de aceites provocados por los cambios hormonales. Y, desgraciadamente, son también la causa de los granos poco envidiables que experimentan algunas menos afortunadas (en especial aquellas cuya piel suele brotar religiosamente antes de su período). Aunque esas erupciones son difíciles de eliminar totalmente, las siguientes sugerencias podrían ayudar a contenerlas a un mínimo, e impedir que te parezcas a la chica de la foto del álbum de secundaria:
Lávate la cara dos o tres veces por día con un limpiador suave. Pero no te frotes con demasiada energía, no sólo porque tu piel está ultrasensible durante el embarazo, sino también porque la puede hacer más susceptible a los granos.
Averigua antes de usar cualquier medicamento para el acné (ya sea de aplicación externa u oral), ya que algunos son considerados seguros y otros no. Pregúntale a tu médico y consulta la página 158.
Usa un humectante sin aceite para mantener la piel hidratada. A veces, la piel demasiado seca por jabones y otros productos fuertes para el acné es más propensa a las granos.
Escoge productos para la piel y cosméticos sin aceite y que sean “no comedogénicos”, lo que significa que no taparán los poros.
Mantén limpio todo aquello que toque tu cara, incluyendo esos cepillitos para colorete en tu bolsa de maquillaje.
No revientes (ni aprietes). Tal como tu madre siempre te dijo, reventar o apretar las espinillas no las eliminará y, por el contrario, podrían persistir si empujas las bacterias en ellas. Además, cuando estás embarazada eres más propensa a infecciones. Los granitos reventados también pueden dejar cicatrices.
Aliméntate bien siguiendo la Dieta del Embarazo. Es buena para tu piel como también para tu bebé.
No pases por un grifo sin llenar tu vaso. Beber agua mantiene tu piel limpia y humedecida.
“Tengo la piel terriblemente reseca. ¿Tiene que ver con el embarazo?”
¿Te sientes como un reptil en estos días? Puedes culpar a las hormonas por tu piel seca y, a menudo, con tendencia a la picazón. Los cambios hormonales despojan a la piel de aceite y elasticidad, dejándote con esa apariencia de caimán tan poco sexy. Para mantener tu piel tan suave como la colita de tu futuro bebé haz lo siguiente:
Cámbiate a un limpiador suave sin jabón como Cetaphil o Aquanil, y no lo uses más de una vez por día (por la noche si te estás quitando el maquillaje). Lávate sólo con agua el resto del tiempo.
Aplícate el humectante cuando todavía tienes la piel húmeda (después de un baño o una ducha), y úsalo todas las veces que puedas. Y, por cierto, antes de acostarte.
Reduce el baño y abrevia el tiempo de las duchas (5 minutos en vez de 15). Demasiado lavado puede secarte la piel. Asegúrate también de que el agua esté tibia y no caliente, ya que esta última remueve el aceite natural de la piel, volviéndola seca y con tendencia a la picazón.
Agrega a la bañera aceites de baño sin fragancia, pero ten cuidado con la superficie resbalosa que has creado. (Recuerda que a medida que te crece la barriga, también aumenta un poquito la torpeza).
Bebe mucho líquido durante el día para mantenerte hidratada e incluye grasas beneficiosas en la dieta (esas omega-3 que son tan buenas para el bebé también lo son para tu piel).
Mantén tus cuartos bien humidificados.
Usa un protector de sol con un SPF de por lo menos 15 (preferiblemente 30) todos los días.
“Siempre he sido propensa al eczema, pero ahora que estoy embarazada es mucho peor. ¿Qué puedo hacer?”
Lamentablemente, el embarazo (o para ser más precisos, sus hormonas) suele acentuar los síntomas del eczema, y la picazón y el escamado pueden hacerse prácticamente insoportables. (En el caso de algunas afortunadas, el embarazo les da una tregua).
Por suerte, las cremas y ungüentos con bajas dosis de hidrocortisona son seguros para usar durante el embarazo y en cantidades moderadas. Los antihistamínicos también pueden ayudar a lidiar con la picazón, pero una vez más, consulta primero con el médico. La ciclosporina, usada desde hace mucho tiempo en casos severos que no responden a otros tratamientos, está vedada durante el embarazo. Asimismo, algunos antibióticos de uso externo podrían no ser seguros durante el embarazo, por lo tanto, también debes preguntarle al médico. Los no esteroides más recientes (Protopic y Elidel) no son recomendados porque no han sido estudiados en embarazadas y aún no se puede confirmar su seguridad.
Si sufres de eczema, sabes bien que la prevención puede ayudar mucho a combatir la picazón. Prueba lo siguiente:
Usa una compresa fría –y no las uñas– para controlar la picazón. Rascarte empeora la condición y puede rasgar la piel, permitiendo la entrada de bacterias que podrían causar una infección. Mantén las uñas cortas y redondeadas, para evitar la posibilidad de rasgarte la piel cuando tarde o temprano te rasques.
Limita el contacto con potenciales irritantes como detergentes, limpiadores del hogar, jabones, baño espumoso, perfumes, cosméticos, lana, caspa animal, plantas, joyas y jugos de carnes y frutas.
Huméctate tan pronto y tanto como puedas (cuando la piel todavía está húmeda si acabas de salir del agua), para fijar la propia humedad de la piel e impedir sequedad y grietas.
No pases demasiado tiempo en el agua (duchas, baños, piscinas), especialmente en agua caliente.
Trata de no acalorarte demasiado o transpirar (dos de los desencadenantes más comunes de eczema). Por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo cuando estás embarazada y tu organismo funciona a todo vapor. Mantente fresca usando ropa suelta de algodón y evitando telas sintéticas, lana o cualquier material áspero al tacto. Evita acalorarte, usando ropa en capas que puedas ir quitándote cuando empieces a sentir calor.
También trata de mantener la calma evitando el estrés, otro desencadenante común del eczema. Cuando tu ansiedad se haga sentir, respira hondo para relajarte (consulta la página 249).
Para tener en cuenta: aunque el eczema es hereditario (lo que significa que tu bebé también tiene probabilidad de tenerlo), las investigaciones sugieren que la lactancia podría impedir su desarrollo en un niño. ¿No te parece una excelente razón para amamantar a tu hijo si puedes hacerlo?
“Es de lo más extraño: un día luzco embarazada y al siguiente vuelvo a tener el vientre completamente liso. ¿A qué se debe?”
Eso se debe a tus intestinos. La distensión intestinal (el resultado del estreñimiento y el exceso de gas, dos de los compañeros inseparables de la recién embarazada), pueden redondear un vientre liso en tiempo récord. Y tan rápido como aparece, tu barriga puede desaparecer… una vez que hayas descargado. Un poquito desconcertante, por cierto (“¡pero si ayer mismo lucía embarazada!”), pero completamente normal.
No te preocupes. Muy pronto cesará la danza del vientre y eso lo podrás atribuir más al bebé que a los intestinos. Mientras tanto, lee la página 186 para seguir algunos consejos sobre el estreñimiento.
“¿Podré recuperar alguna vez mi figura después de tener el bebé?”
Bueno, eso depende… principalmente de ti. Las 2 a 4 libras permanentes que la mujer promedio aumenta con cada embarazo y la flacidez que suele acompañarla no se pueden evitar. De hecho, si aumentas la cantidad de peso adecuada, al ritmo indicado con los alimentos apropiados, tus probabilidades de recuperar tu figura previa al embarazo son muy buenas, especialmente si a ello sumas ejercicios y si mantienes ese régimen después de la llegada del bebé. Pero ten en cuenta que la recuperación no ocurrirá de la noche a la mañana (calcula unos tres meses mínimos).
Por eso no temas a aumentar de peso durante el embarazo. Recuerda que se debe al mejor de los motivos: la nutrición de tu bebé en este momento y, más tarde, si decides amamantar.
“En mi última visita prenatal, la partera me dijo que mi útero mide muy poco. ¿Significa esto que el bebé no está creciendo bien?”
Los padres rara vez esperan a que sus bebés nazcan para empezar a preocuparse por su tamaño. Pero –al igual de lo que ocurre habitualmente después del nacimiento– tampoco tienen que preocuparse antes. Después de todo, tratar de medir el útero desde afuera durante el embarazo no es una ciencia exacta y, menos, al inicio del proceso. Calcular qué medida debería tener tampoco es fácil (a menos que estés segura en qué día concebiste), ya que la fecha de tu embarazo podría no coincidir con la realidad hasta varias semanas de más o de menos. Es probable que tu partera esté planeando un ultrasonido para precisar el tamaño de tu útero y la fecha de tu embarazo y comprobar si hay discrepancias (lo que probablemente no ocurrirá).
“Me dijeron que mi útero tiene una medida de diez semanas, pero según mis fechas sólo llevo ocho semanas de embarazo. ¿Por qué tengo el útero tan grande?”
Hay una buena probabilidad de que tu útero sea más grande de lo que se supone, sencillamente porque estás más adelantada en el proceso de lo que piensas. Tal vez tus fechas no sean precisas o no calcularon bien la medida, lo que suele ocurrir con frecuencia. Es posible que tu médico ordene un ultrasonido para comprobar esto, debido a que también hay otras explicaciones aunque mucho menos probables (por ejemplo, que estés concibiendo mellizos, pero es difícil que a esta altura los embarazos múltiples reflejen una diferencia en el tamaño uterino).
“En los últimos días me ha costado mucho orinar, aunque siento que mi vejiga está bien llena”
Es posible que tengas un útero bastante inclinado (aproximadamente 1 de cada 5 mujeres tiene uno que se inclina hacia atrás en vez de adelante) que se ha negado a enderezar y que está presionando la uretra, el tubo que sale de la vejiga. La presión de esta carga cada vez más intensa puede dificultar la orina. También puede haber una filtración urinaria cuando la vejiga está demasiado sobrecargada.
En casi todos los casos, el útero vuelve a su posición hacia fines del primer trimestre, sin necesidad de intervención médica. Pero si estás realmente incómoda ahora –o si te resulta muy difícil orinar– llama a tu médico. Podría reintentar manipular el útero a mano y alejarlo de la uretra, para que puedas volver a orinar fácilmente. La mayoría de las veces da resultado. En el caso improbable de que no sea así, podrías necesitar una cateterización (la remoción de la orina mediante un tubo).
La dificultad de orinar también podría deberse a una infección urinaria (otro buen motivo para hacer ese llamado al médico). Consulta la página 538 para leer más al respecto.
“Sé que debería sentirme feliz por mi embarazo, y a veces lo estoy. Pero otras veces me siento triste y con ganas de llorar”
Hay alzas y hay bajas. Los completamente normales cambios de ánimo en el embarazo pueden llevar tus emociones a terreno inexplorado, tanto a exaltaciones desbordantes como a depresiones aplastantes. Vaivenes que te pueden llevar al cielo en un momento y enterrarte bajo tierra al siguiente, y a llorar inexplicablemente durante un comercial de una empresa de seguros. ¿Puedes culpar a tus hormonas? Absolutamente. Estos altibajos suelen ser más pronunciados en el primer trimestre (cuando el alboroto hormonal está en su máxima expresión) y, en general, en las mujeres que habitualmente los experimentan antes del período (es como un síndrome premenstrual acentuado). El sentimiento de ambivalencia sobre el embarazo después de confirmado, que es común aunque haya sido planeado, podría exagerar aún más estos vaivenes. Y ni mencionar todos esos cambios que estás experimentando (físicos, emocionales, logísticos, de relación, todos los cuales pueden sobrecargarte emocionalmente).
Los vaivenes emocionales tienden a moderarse después del primer trimestre, una vez que las hormonas se calman un poco, y luego de que te adaptas a algunos de estos cambios del embarazo (nunca te ajustarás a todos). Aunque no hay un modo seguro de detener la montaña rusa emocional, hay varios modos de reducir el caos:
Mantén elevado el nivel de azúcar en la sangre. ¿Qué tiene que ver el azúcar en la sangre con el ánimo? Mucho. Las caídas en sus niveles –causadas por largas pausas entre comidas– pueden provocar estallidos emocionales. Este es otro motivo imperioso para dejar tu rutina de tres comidas (o menos) diarias y embarcarte en la Solución de las Seis Comidas (lee la página 99). Dale un papel protagónico a los carbohidratos y proteínas en tus comidas ligeras, para mantener en alto el nivel de azúcar en la sangre… y también el ánimo.
Mantén baja el azúcar y la cafeína. Esa barra de golosina, rosquilla, y esa coca cola aumentarán rápidamente el azúcar en la sangre, pero le seguirá una espiral descendente que también puede aplastarte el ánimo. La cafeína puede tener el mismo efecto, agravando la inestabilidad emocional. Por eso, para mejores resultados, limita ambos.
Come bien. Alimentarte bien te ayudará a sentirte mejor emocionalmente (y físicamente), por lo tanto, sigue la Dieta del Embarazo lo mejor que puedas. Incorporar muchos ácidos grasos omega-3 en tu dieta (por medio de nueces, pescado y huevos enriquecidos, por mencionar sólo unos pocos) también puede ayudarte a moderar los cambios emocionales (y, por lo demás, son superimportantes para el desarrollo del cerebro de tu bebé).
Muévete. Mientras más te muevas, mejor será tu estado anímico. Eso se debe a que el ejercicio libera las endorfinas que te hacen sentir bien y te infunden ánimo. Con la guía de tu médico, diseña una rutina diaria de ejercicios.
Ponte en onda. Si estás de ánimo para el amor (y no estás demasiado ocupada vomitando), hacer el amor puede levantarte el ánimo al liberar hormonas de la felicidad. Además, te ayudará a acercarte a tu pareja en momentos en que tu relación podría estar enfrentando nuevos desafíos. Si el sexo no está en el menú, simplemente buscar un momento de intimidad de cualquier tipo (abrazos, confesiones íntimas, tomarse de las manos en el sofá) te ayudará a levantar el ánimo.
Ilumina tu vida. Las investigaciones han demostrado que la luz solar puede iluminarte el ánimo. Cuando brille el sol trata de atesorar algunos rayos (pero no te olvides de aplicarte primero el protector solar).
Discútelo. ¿Preocupada? ¿Ansiosa? ¿Te sientes inquieta? ¿Insegura? El embarazo es el momento de la ensalada emocional que se traduce en cambios de ánimo. Ventilar algunos de esos sentimientos –con tu esposo (que probablemente está sintiendo lo mismo), las amistades con quienes te puedas identificar, otras futuras mamás o tableros de mensajes en línea (mira los que hay en whattoexpect.com)– te puede ayudar a sentirte mejor o, por lo menos, a comprobar que lo que sientes es normal.
Descansa. La fatiga puede pronunciar los vaivenes emocionales normales de las embarazadas, por lo tanto, intenta dormir lo suficiente (aunque no demasiado, ya que el exceso podría aumentar la fatiga y la inestabilidad emocional).
Aprende a relajarte. El estrés decididamente te puede deprimir, por lo tanto, busca los medios de moderarlo o manejarlo mejor. Lee los consejos de la página 153.
Tu pareja es la persona que se verá más afectada y desconcertada por tus cambios de ánimo. A él le ayudará comprender por qué estás actuando del modo en que lo haces en estos días (tus emociones son rehenes de esas oleadas hormonales), pero también le servirá saber exactamente cómo te puede ayudar. Por eso, dile ahora mismo lo que necesitas (¿más ayuda en las tareas de la casa?, ¿una escapada a tu restaurante favorito?) y lo que no necesitas (oír que tu trasero está más grande, lidiar con sus medias y calzoncillos tirados en el pasillo). Dile qué es lo que te hace sentir mejor y lo que te hace sentir peor. Y sé específica. Aun el esposo más devoto no es buen adivinador. Consulta el Capítulo 19 para enterarte más sobre las estrategias para los futuros padres.
“Sabía que tendría altibajos emocionales en el embarazo, pero ahora no sólo estoy un poco triste, sino constantemente deprimida”
Toda mujer embarazada tiene sus altibajos, y es normal. Pero si tus bajones son consistentes o frecuentes, podrías estar entre el 10% al 15% de embarazadas que lidian con una depresión de leve a moderada. Éstos son algunos de los factores que pueden poner a una futura mamá en riesgo de tal depresión:
Antecedentes personales o familiares de trastornos del ánimo
Estrés financiero o marital
Falta de apoyo emocional y de comunicación con el padre del bebé
Hospitalización o descanso en cama debido a complicaciones del embarazo
Ansiedad sobre la propia salud, especialmente si ha padecido una dolencia médica crónica o si ha experimentado antes complicaciones o enfermedad durante el embarazo
Ansiedad sobre la salud del bebé, especialmente si hay antecedentes personales o familiares de aborto natural, defectos de nacimiento u otros problemas
Los síntomas más comunes de la verdadera depresión, además de sentirse triste, vacía y emocionalmente letárgica, incluyen perturbaciones del sueño (dormir en exceso o demasiado poco); modificación en los hábitos alimenticios (no comer nada o hacerlo continuamente); fatiga prolongada o inusual y/o agitación o impaciencia excesiva; pérdida de interés en el trabajo, y otras actividades o placeres; disminución en la capacidad de concentrarse; vaivenes emocionales exagerados; e, incluso, pensamientos destructivos. También podría sentir dolores no explicados. Si ese cuadro se parece a lo que estás experimentando, intenta seguir los consejos de la pregunta anterior para lidiar con los cambios del ánimo.
Si los síntomas de la depresión continúan durante más de dos semanas, consulta a tu médico (podría examinarte por una posible afección tiroidea, ya que puede desencadenar depresión) o pídele que te remita a un terapeuta para sicoterapia de apoyo. Es importante conseguir la ayuda adecuada. La depresión puede impedir que recibas el mejor cuidado para ti y tu bebé, ahora y después del parto. De hecho, la depresión durante el embarazo puede aumentar los riesgos de complicaciones, tal como puede afectar tu salud cuando no estás embarazada. Decide con tu médico y tu terapeuta si tu plan de tratamiento debe incluir antidepresivos y pon en la balanza sus posibles riesgos y potenciales beneficios (consulta la página 561 para una discusión sobre los antidepresivos durante el embarazo).
Consulta también con tu médico antes de recurrir a cualquier tratamiento alternativo. Los suplementos sin receta médica, como SAM-e y la hierba de San Juan, promocionados por su capacidad para levantar el ánimo, no han sido suficientemente estudiados como para considerarlos seguros durante el embarazo. Pero otras terapias alternativas (consulta la página 92) podrían ayudar, así como la fototerapia (que aumenta en el cerebro los niveles de la hormona serotonina reguladora del ánimo) puede reducir los síntomas depresivos durante el embarazo. Consumir alimentos ricos en ácidos grasos omega-3 reduce el riesgo de depresión durante el embarazo y posiblemente también en el posparto. Pregúntale al médico si te conviene tomar un suplemento de omega-3 seguro para el embarazo.
Estar deprimida durante el embarazo aumenta el riesgo de la depresión posparto. La buena noticia es que recibir el tratamiento adecuado ahora –y/o enseguida después del alumbramiento– te puede ayudar a prevenirla. Consúltalo con el médico.
Imagínate a dos embarazadas juntas en cualquier lugar –en la sala de espera de una consulta médica, en un ascensor, en una reunión de negocios– y seguramente empezarán a volar las preguntas. “¿Para cuándo tienes fecha?” “¿Ya has sentido las pataditas?” “¿Has estado enferma?” Y quizás la más repetida de todas: “¿cuánto aumentaste de peso?”
Todas saben que aumentarán de peso estando embarazadas (y después de pasarse la mitad de su vida en dietas, muchas mujeres en realidad lo desean). Y, de hecho, subir lo suficiente es vital cuando estás gestando un bebé. ¿Pero cuál es el peso correcto? ¿Cuánto es demasiado? ¿Con qué rapidez debes aumentar? ¿Y podrás perder todo lo que aumentaste una vez que hayas dado a luz? (La respuesta: sí, si aumentaste la cantidad suficiente de peso al ritmo indicado con el tipo adecuado de alimentos).
Si hay algún motivo legítimo para aumentar de peso es el embarazo. Después de todo, cuando gestas un bebé tú también tienes que crecer. Pero acumular demasiadas libras puede traer problemas a ti, a tu bebé y a tu embarazo. Lo mismo si aumentas muy poco.
¿Cuál es la fórmula perfecta para aumentar de peso en el embarazo? Realmente, como cada mujer embarazada –y todo cuerpo embarazado– es diferente, esa fórmula puede variar. La cantidad que te conviene aumentar durante tus 40 semanas de gestación dependerá de cuánto pesabas antes de embarazarte.
Tu médico te recomendará el objetivo que debes alcanzar de acuerdo a tu situación (y ése será el que debas seguir, independiente de lo que leas aquí). Por lo general, las recomendaciones sobre aumento de peso se basan en tu BMI (body mass index o índice de masa corporal) antes del embarazo (una medida de la grasa corporal que se calcula multiplicando tu peso en libras por 703 y luego dividido por tu altura en pulgadas cuadradas; para ver una tabla consulta Qué puedes esperar: comiendo bien cuando estás esperando (What to Expect: Eating Well When You’re Expecting). Si tienes un BMI promedio (entre 18,5 y 26) probablemente te aconsejarán aumentar entre 25 y 35 libras, la recomendación estándar para la embarazada de peso promedio. Si empiezas el embarazo excedida de libras (un BMI de entre 26 y 29), tu objetivo debería ser un poco menor, algo así como de 15 a 25 libras. Si eres obesa (un BMI superior a 29) probablemente tendrás que aumentar entre 15 y 20 o quizás menos. ¿Superdelgada? (un BMI inferior a 18,5). Es probable que tu objetivo sea superior al promedio, de 28 a 40 libras. Las mamás que están alojando con casa y comida a más de un bebé requieren un mayor aumento (consulta la página 439).
Una cosa es fijar el objetivo del peso ideal, y otra muy distinta cumplirlo. Eso se debe a que los ideales no siempre son compatibles con la realidad. Aumentar el número adecuado de libras no significa servir la cantidad adecuada de comida en tu plato. También hay otros factores en juego. Tu metabolismo, tusgenes, tu nivel de actividad, los síntomas de tu embarazo (la acidez y náusea que te dificultan comer o esos antojos de alimentos ricos en calorías que te hacen aumentar de peso con demasiada facilidad), desempeñan un papel para ayudarte (o impedirte) acumular la cantidad ideal de libras. Teniendo esto en cuenta, vigila la balanza para que puedas cumplir con tu objetivo.
Lento pero seguro es una fórmula ganadora para cualquier carrera, y también para la del embarazo. Un aumento de peso gradual es mejor para tu cuerpo y para el de tu bebé. De hecho, la tasa de aumento de peso es tan importante como el número total de libras que sumes. Esto se debe a que tu bebé necesita un suministro estable de nutrientes y calorías durante su permanencia en el útero; las entregas intermitentes y súbitas no servirán una vez que tu pequeñín empiece a crecer significativamente (como ocurrirá durante el segundo y tercer trimestres). Un aumento de peso a ritmo regular también le hará bien a tu organismo, permitiendo que se adapte gradualmente a éste (y a los esfuerzos físicos que implica). El aumento paulatino también permite un estiramiento gradual de la piel (piensa en menos estrías). ¿Necesitas más argumentos? Las libras que ganes de manera lenta y segura se irán más fácilmente cuando llegue el momento (después de dar a luz y cuando estés ansiosa por retomar tu figura anterior al embarazo).
¿Eso significa que tienes que extender esas 30 libras de manera pareja durante las 40 semanas? No. Aun si eso fuese posible no sería lo más indicado. Durante el primer trimestre, tu bebé apenas tiene el tamaño de una semilla de amapola, lo que significa que a esa altura comer por partida doble no requiere consumir nada extra y sólo implica un aumento mínimo de peso. Un objetivo certero para el primer trimestre es entre 2 y 4 libras, aunque muchas mujeres lo terminan sin aumentar nada o perdiendo algo de peso (gracias a las náuseas y vómitos), y algunas ganan algo más (a menudo porque su debilidad de estómago sólo se calma con alimentos con almidones y ricos en calorías), y eso también está bien. Las que empiezan lentamente podrían ponerse al día con el aumento de peso en los seis meses siguientes (especialmente cuando los alimentos empiezan a oler y saber mejor); las que empiezan ganando libras a todo vapor deben vigilar un poquito más la balanza en los trimestres segundo y tercero para mantener el total del aumento más cerca del objetivo.
Durante el segundo trimestre, tu bebé empezará a crecer a todo tren, y tú deberías seguir su ejemplo. Tu aumento de peso debería acelerarse a una tasa promedio de 1 a 1½ libras por semana durante los meses 4 a 6 (con un total de 12 a 14 libras).
En el último trimestre el aumento de peso del bebé se acelerará, pero el tuyo podría empezar a desacelerarse a una libra por semana (para un aumento neto de 8 a 20 libras). Algunas mujeres experimentan un peso estable –o incluso la pérdida de una o dos libras– durante el noveno mes, cuando el abdomen cada vez más tirante podría tener que batallar duro para encontrar un lugarcito para los alimentos.
¿Con qué fidelidad podrás seguir esta fórmula para aumentar de peso? No mucha, para ser realistas. Habrá semanas en las que tu apetito se impondrá a tu autocontrol y hará más difícil tu aumento total de peso. Y también habrá otras en las que comer te demandará un esfuerzo extra (especialmente cuando un estómago poco receptivo te haga devolver todo lo que comas). No te preocupes ni te estreses por la balanza. Mientras tu aumento general de peso cumpla el objetivo y tu tasa promedio siga esa fórmula (media libra una semana, 2 libras la siguiente, 1 la próxima y así), estarás bien encaminada.
Para obtener el mejor resultado con el aumento de peso, presta atención a la balanza, ya que lo que ignores te puede alejar mucho del objetivo. Pésate (a la misma hora del día, con la misma cantidad de ropa, en la misma balanza) una vez por semana (si lo haces más a menudo te enloquecerás con las fluctuaciones diarias de líquidos). Si una vez por semana es demasiado (porque le tienes fobia a la balanza), dos por mes será suficiente. También puedes esperar hasta tu prenatal mensual, aunque ten en cuenta que mucho puede pasar en un mes (hasta 10 libras), lo que te dificultará mantenerte en buen camino.
(Todas las cifras son aproximadas)
Promedio total 30 libras de aumento de peso general
Si sientes que tu aumento de peso se ha desviado significativamente de lo que tú y tu médico habían planeado (por ejemplo aumentaste 14 libras en el primer trimestre en vez de 3 ó 4, o si agregaste 20 libras en el segundo en vez de 12), toma medidas para que el aumento vuelva a un ritmo sensible, pero sin intentar detenerlo de todo. Hacer dieta para bajar de peso nunca es adecuado cuando estás embarazada, ni tampoco usar bebidas o píldoras supresoras del apetito (que pueden ser muy peligrosas). En cambio, con la ayuda de tu médico, readapta tu objetivo para incluir el exceso que has ganado y para acomodar el peso que todavía te falta aumentar.