¿ESTÁS HACIENDO LA CUENTA regresiva?¿Ansiosa por volver a verte los pies? ¿Desesperada por dormir boca abajo… o simplemente por dormir? No te preocupes, el fin (del embarazo) se acerca. Y mientras te imaginas ese momento feliz –cuando tengas por fin el bebé en tus brazos en vez de dentro de la barriga– es posible que pienses mucho (y te plantees muchas preguntas) sobre el proceso que hará posible ese momento: el parto y el alumbramiento. Tal vez te preguntarás cuándo comenzará el parto. Y, aun más importante, cuándo terminará. ¿Seré capaz de aguantar el dolor? ¿Necesitaré una epidural (y cuándo puedo tenerla)? ¿Un monitor fetal? ¿Una episiotomía? ¿Qué pasa si deseo un parto y alumbramiento de cuclillas? ¿Sin medicamentos? ¿Y qué sucede si el parto no progresa? ¿O si avanza tan rápido que no tengo tiempo de llegar al hospital o al centro de natalidad?
Provista con las respuestas a estas (y otras) preguntas –además del apoyo de tu pareja y tus asistentes del parto (médicos, parteras, enfermeras, doulas y otros)– estarás preparada para cualquier eventualidad durante el parto y alumbramiento. Recuerda que, aunque nada de lo demás salga según lo planeado, lo más importante es que el parto y el alumbramiento te brindarán un hermoso bebé.
“Creo que he perdido el tapón mucoso. ¿Debo llamar al médico?”
No encargues champaña todavía. El tapón mucoso –esa barrera clara, globular, gelatinosa que te ha servido como un “corcho” del cuello uterino durante tu embarazo– a veces se desplaza cuando empiezan la dilatación y el adelgazamiento. Algunas mujeres notan la pérdida del tapón mucoso (¿qué fue eso que cayó en el inodoro?), pero otras no (especialmente si eres de las que tiran la cadena rápidamente). Aunque la pérdida del tapón es una señal de que tu cuerpo se está preparando para el gran día, no es un indicio confiable de que el gran día ha llegado, ni que está a la vuelta de la esquina. A esta altura, el parto podría ocurrir en uno o dos días, o aun semanas, mientras tu cuello uterino sigue abriéndose gradualmente. En otras palabras, todavía no hay necesidad de que llames al médico o que empaques a toda velocidad.
¿No hay ningún tapón en tu ropa interior ni en el inodoro? No te preocupes. Muchas mujeres no lo pierden con anticipación (y otras no lo advierten), lo que no tiene influencia alguna sobre el eventual progreso del parto.
“Tengo un flujo mucoso rosado. ¿Significa que está por comenzar el parto?”
Da la impresión de que ha empezado una escena sangrienta… pero felizmente esta producción particular es sólo un anticipo del parto y no una película de terror. La pérdida de ese flujo sangriento, una descarga mucosa teñida de rosa o marrón con sangre, suele ser un signo de que los vasos sanguíneos en el cuello uterino se desgarran a medida que se dilata y adelgaza y que el proceso que conduce al alumbramiento está en camino (¡algo digno de aplaudir!). Una vez que la escena sangrienta ha hecho su debut en tu ropa interior o en el papel higiénico, es probable que la llegada de tu bebé esté a uno o dos días. Pero como el parto es un proceso con un horario errático, permanecerás en suspenso hasta que sientas las primeras contracciones.
Si tu flujo se vuelve repentinamente rojo brillante, contacta a tu médico de inmediato.
“Me desperté en la mitad de la noche y encontré la cama mojada. ¿Perdí el control de la vejiga o se rompió la bolsa de agua?”
Si olfateas las sábanas probablemente tendrás una pista. Si huele algo dulzón (no como la orina, que tiene el olor más intenso del amoníaco), es probable que sea líquido amniótico. Si sigues perdiendo el líquido pálido y color pajizo (que no secará, ya que lo seguirás produciendo hasta el alumbramiento, reemplazándose a sí mismo cada ciertas horas) es otra señal de que probablemente se han desgarrado las membranas que rodean a tu bebé y que contienen el líquido amniótico con el que ha vivido nueve meses. Otra prueba: puedes tratar de contener el flujo comprimiendo los músculos pélvicos (ejercicios de Kegel). Si el flujo se detiene, es orina. Si no se detiene, es líquido amniótico.
Es más probable que adviertas la pérdida estando acostada. Por lo general cesa, o al menos disminuye, cuando te paras o te sientas, puesto que la cabeza del bebé actúa como un corcho, bloqueando temporalmente el flujo. La filtración es más intensa –estés sentada o parada– si la ruptura en las membranas se ha producido abajo, cerca del cuello uterino, que más arriba.
Tu médico probablemente te ha dado una serie de instrucciones a seguir si se te rompe la bolsa de agua. Si no las recuerdas o si tienes dudas sobre lo que debes hacer, llámalo, de día o de noche.
“La bolsa de agua ya se rompió, pero no he tenido ninguna contracción. ¿Cuándo comenzará el parto y qué debo hacer mientras tanto?”
Es probable que el parto esté en camino, y pronto. La mayoría de las mujeres cuyas membranas se rompen antes del comienzo del parto puede esperar a sentir la primera contracción dentro de las próximas 12 horas, mientras que el resto dentro de las 24 horas.
Pero aproximadamente una de cada diez advierte que el parto tarda un poquito más. Para prevenir una infección a través del saco amniótico roto (mientras más se demore el parto mayor es el riesgo), la mayoría de los médicos induce el parto dentro de las 24 horas de la ruptura, si la futura mamá está en la fecha señalada o cerca, y algunos pocos lo inducen, incluso, a las seis horas. Muchas mujeres que han experimentado una ruptura prefieren una inducción pronta en vez de pasarse 24 horas de espera mojada.
Lo primero que debes hacer si experimentas una pérdida o flujo de líquido de la vagina –además de tomar una toalla y una caja de toallas higiénicas femeninas– es llamar a tu médico (a menos que te haya dado otra indicación). Mientras tanto, mantén el área vaginal lo más limpia posible para evitar infección. No tengas relaciones sexuales (aunque de todos modos no es probable que las quieras ahora), usa una toalla higiénica femenina, (no un tampón) para absorber el flujo, no trates de hacerte tú misma un examen interno y, como siempre, límpiate de adelante hacia atrás cuando vayas al baño.
Cuando las membranas se rompen prematuramente y la parte visible del bebé todavía no está encajada en la pelvis (más probable cuando el bebé está de nalgas o es prematuro), a veces el cordón umbilical puede quedar “prolapsado”: penetra en el cuello uterino o, incluso, en el interior de la vagina, arrastrado por el flujo del líquido amniótico. Si puedes ver un pliegue del cordón umbilical en la apertura vaginal, o si crees que sientes algo dentro de la vagina, llama al 911. Para saber más sobre lo que tienes que hacer en caso del prolapso del cordón, consulta la página 610).
“Las membranas se han roto y el líquido no es claro, sino que tiene una coloración marrón verdoso. ¿Qué significa?”
Tu líquido amniótico probablemente está teñido con meconio, una sustancia verdusca marrón que es en realidad el primer movimiento de vientre de tu bebé. Por lo general, el meconio es despedido después del nacimiento como la primera deposición del bebé. Pero a veces –por ejemplo, cuando el feto ha experimentado estrés en el útero y, más a menudo, cuando ha pasado la fecha indicada– el meconio pasa al líquido amniótico antes del nacimiento.
El teñido de meconio de por sí no es una señal segura de sufrimiento fetal, pero como sugiere esa posibilidad, comunícalo a tu médico inmediatamente. Es probable que quiera empezar el parto (si las contracciones todavía no están a toda marcha) y controlará rigurosamente a tu bebé durante todo el proceso de parto.
“Mi médico me dijo que la cantidad de mi líquido amniótico es baja y que necesita complementarla. ¿Es motivo de preocupación?”
Por lo general, la naturaleza mantiene el útero bien provisto con un suministro de líquido amniótico que se reabastece por sí solo. Afortunadamente, aun cuando los niveles están bajos durante el parto, la ciencia médica puede intervenir y complementar esa fuente natural con una solución salina bombeada directamente al saco amniótico por medio de un catéter dentro del útero. Este procedimiento, llamado amnioinfusión, puede reducir significativamente la posibilidad de que sea necesario un alumbramiento quirúrgico por sufrimiento fetal.
“En las clases de preparación para el parto nos dijeron que no fuéramos al hospital hasta que las contracciones fueran regulares y a intervalos de cinco minutos. Las mías se presentan con menos de cinco minutos de intervalo, pero no son en absoluto regulares. No sé qué hacer”
Al igual que no hay dos mujeres que tengan el mismo embarazo, no hay dos que tengan exactamente el mismo parto. El parto descrito a menudo en los libros, las clases, o en la consulta del médico es lo típico, es decir, lo que muchas mujeres más o menos pueden experimentar. Pero muchos partos no siguen esa pauta de contracciones a intervalos regulares y de intensidad progresiva.
Si experimentas contracciones intensas, largas (20 a 60 segundos), frecuentes (más o menos de 5 a 7 minutos de intervalo), aunque varíen considerablemente en duración e intervalos, no esperes a que se regularicen antes de llamar a tu médico o dirigirte al hospital o centro de natalidad, independientemente de lo que hayas oído o leído. Es posible que tus contracciones sean ya tan regulares como lo serán durante todo el proceso y que estés bien encaminada en la fase activa del parto.
“Acabo de empezar a sentir las contracciones y me vienen cada tres o cuatro minutos. Me siento tonta de llamar al médico, ya que me dijo que debíamos pasar en casa las primeras horas del proceso de parto”
Mejor tonta que arrepentida. Es cierto que la mayoría de las primerizas (cuyo parto es lento al comienzo, con un aumento gradual de contracciones) puede confiar en pasar las primeras horas en casa, terminando de empacar tranquilamente y de preparar todo para el bebé. Pero no parece que tu caso siga esa pauta típica de las primerizas. Si tus contracciones han comenzado intensamente –con duración de por lo menos 45 segundos y con una frecuencia menor a 5 minutos– tus primeras horas de parto bien podrían ser las últimas (y si no eres primeriza, tu parto puede estar todavía más avanzado). Es probable que buena parte de la primera etapa del parto haya transcurrido sin dolor y que tu cuello del útero se haya dilatado significativamente durante ese tiempo. Esto significa que no llamar a tu médico, arriesgando una carrera dramática al hospital o centro de natalidad a último momento –o de no llegar a tiempo– podría ser mucho más insensato que levantar el teléfono ahora.
Por eso no dudes en llamar. Cuando lo hagas, sé clara y específica sobre la frecuencia, duración e intensidad de las contracciones. Como tu médico está acostumbrado a juzgar la fase del parto parcialmente por el sonido de la voz de la mujer cuando habla mientras experimenta una contracción, no trates de disimular tu malestar, de demostrar valentía o de mantener un tono tranquilo cuando describas lo que sientes. Deja que las contracciones hablen por sí solas, y con toda su voz.
Si crees que estás lista pero tu médico no parece creerlo así, pregúntale si puedes ir al hospital o al centro de natalidad o a su consultorio para que examinen tu progreso. Lleva tu maleta por si acaso, pero prepárate para regresar a casa si sólo has empezado a dilatar y todavía no ha llegado el gran momento.
“Tengo miedo de no llegar a tiempo al hospital”
Afortunadamente, la mayoría de los partos repentinos de los que has oído ocurren en las películas y la televisión. En la vida real, los alumbramientos rara vez ocurren sin avisar, especialmente los de las primerizas. Pero muy de vez en cuando, una mujer que no ha experimentado dolor de parto o sólo ha tenido dolores intermitentes, repentinamente siente una necesidad incontrolable de empujar con fuerza, a menudo confundiéndola con la necesidad de ir al baño.
Aunque es una posibilidad remota, es buena idea que tu pareja y tú se familiaricen con los principios básicos de un alumbramiento de emergencia (lee los recuadros, en las páginas 395 y 400). Una vez que lo hayas hecho, tranquilízate, sabiendo que un alumbramiento sorpresa es una posibilidad muy remota.
“He oído que algunas mujeres tienen partos muy cortos. ¿Es común?”
Aunque son historias ideales para contar, no todos los partos de los que has oído son tan breves como parecen. A menudo, una futura mamá que parece tener un parto fugaz ha tenido en realidad contracciones indoloras durante horas, días, incluso semanas, que le han dilatado gradualmente el cuello del útero. En el momento en que finalmente siente una, ya estás en la etapa final del parto.
Dicho eso, ocasionalmente el cuello uterino se dilata muy rápido y logra en cuestión de minutos lo que al cuello uterino promedio (en especial el de una mamá primeriza) le toma horas. Y felizmente, aun este tipo de parto abrupto o precipitado (que toma tres horas o menos de comienzo a fin), rara vez conlleva riesgos para el bebé.
Si tu parto parece comenzar con todo vigor –con contracciones intensas y a intervalos cortos– ve rápidamente al hospital o centro de natalidad (para que tú y tu bebé sean controlados rigurosamente). Podrían darte medicamentos para disminuir un poquito las contracciones y aliviar las presiones sobre tu bebé y tu propio cuerpo.
“Desde que empezaron las contracciones me duele tanto la espalda a la altura de la cintura que no sé cómo podré soportarlo hasta el nacimiento del bebé”
Lo que tal vez estás experimentando es lo que se conoce en el círculo de la obstetricia como “parto con dolor de espalda”. Técnicamente, ocurre cuando el feto se encuentra en una posición posterior, con la cara para arriba y la nuca presionándote el sacro, o la parte posterior de la pelvis. Irónicamente, esta posición es llamada sunny-side up, aunque no hay nada alegre en un parto con dolor de espalda. Es posible, sin embargo, que experimentes el dolor de espalda durante el parto cuando el bebé no está en esta posición o que continúes padeciéndolo después de que el bebé ha girado de una posición posterior a una anterior, tal vez debido a que la zona se ha convertido en un foco de tensión.
Cuando sientes este tipo de dolor –que a menudo no disminuye entre contracciones y que puede volverse inaguantable– la causa no tiene mucha importancia. Lo que sí la tiene es el cómo aliviarlo, aunque sea un poco. Si optas por una epidural, pídela (no hay necesidad de esperar, especialmente si tienes mucho dolor). Quizás necesitarás una dosis superior a la habitual para aliviarte completamente del dolor de espalda, y por eso informa al anestesista. Otras opciones (como narcóticos) también alivian el dolor. Si quieres prescindir de los medicamentos, varias medidas podrían ayudarte a aliviar la incomodidad del dolor de espalda. Vale la pena intentar cualquiera de ellas:
Aliviar la presión.
Trata de cambiar de posición. Camina (aunque quizás no puedas una vez que las contracciones son frecuentes e intensas), agáchate, ponte de cuclillas, en cuatro patas… o cualquier posición que te resulte más cómoda y menos dolorosa. Si sientes que no puedes moverte y prefieres estar recostada, acuéstate de costado, con la espalda arqueada, en posición fetal.
Calor o frío.
Haz que tu pareja (o doula o enfermera) use compresas tibias, una almohadilla térmica o bolsas o compresas de agua fría o lo que más te alivie. O alterna frío y calor.
Presión y masaje.
Pídele a tu pareja que pruebe varios modos de aplicar presión al área de mayor dolor, o zonas adyacentes, hasta encontrar el que parezca surtir efecto. Puede intentarlo con los nudillos, la parte inferior de la palma de una mano y ejerciendo presión con la otra, una pelota de tenis o un masajeador de espalda, usando presión directa o un movimiento circular firme. Puede aplicarte presión o darte un masaje firme mientras estás sentada o recostada de costado. Y te puede aplicar crema, aceite o talco periódicamente para evitar una posible irritación.
Reflexología.
Para el parto con dolor de espalda esta terapia requiere aplicar una firme presión de los dedos justo debajo del centro de la parte redondeada del pie.
Otros métodos analgésicos alternativos.
La hidroterapia decididamente puede aliviar. Si tienes alguna experiencia en meditación, visualización o autohipnosis para el dolor, practícalas. A menudo dan resultado y, por cierto, no te perjudicarán. La acupuntura también podría ser de ayuda, pero tendrás que coordinar con anticipación la presencia de un terapeuta de turno cuando comience el parto.
“Mi médico quiere inducir el parto. Pero todavía no es mi fecha y pensé que la inducción era solamente para los bebés pasados de término”
Aveces la Madre Naturaleza necesita una ayudita para que una embarazada se convierta en madre. Un 20% de los embarazos terminan necesitando ese empujoncito y aunque muchas veces la inducción es necesaria debido a que el bebé está pasado de término, hay muchos otros motivos por los cuales tu médico podría sentir que la naturaleza requiere un impulso, como por ejemplo:
Se han roto las membranas, pero las contracciones no han empezado en las 24 horas siguientes (aunque algunos médicos inducen mucho antes).
Los exámenes sugieren que tu útero ya no es un hogar saludable para tu bebé, debido a que la placenta ya no funciona de manera óptima, o los niveles del flujo amniótico son bajos, o por otro motivo.
Las pruebas sugieren que el bebé no está progresando y ya está suficientemente maduro como para nacer.
Tienes una complicación, como preeclampsia o diabetes gestacional, o una enfermedad crónica o aguda, que hace riesgoso continuar tu embarazo.
Existe la preocupación de que no llegarás a tiempo al hospital o centro de natalidad una vez que el parto ha comenzado, ya sea porque estás a mucha distancia o porque has tenido un parto muy breve antes.
Si todavía no estás segura sobre los motivos de tu médico para inducir el parto, pide una mejor explicación. Para enterarte de todo lo que necesitarás saber sobre la inducción, sigue leyendo.
“¿Cómo funciona la inducción?”
La inducción, al igual que el parto desencadenado naturalmente, es un proceso, y a veces muy largo. Pero al contrario del parto natural, tu organismo recibirá una ayuda si es que te inducen. El parto inducido generalmente involucra una serie de pasos (aunque no necesariamente experimentarás todos ellos):
En primer lugar, el cuello uterino necesita madurar (suavizarse) para que el parto pueda comenzar. Si llegas con el cuello uterino maduro estupendo, probablemente avanzarás a la etapa siguiente. Si el cuello uterino no está dilatado, ni ha adelgazado, ni está blando, tu médico probablemente te administrará una sustancia hormonal como la prostaglandina E en forma de un gel vaginal (o un supositorio vaginal en forma de tableta) para iniciar el proceso. En este procedimiento indoloro se usa una jeringa para introducir el gel en la vagina cerca del cuello uterino. Después de unas pocas horas para dejar que el gel haga efecto, te revisarán para constatar si el cuello uterino se suaviza y comienza a adelgazar y dilatarse. De no ser así, te administrarán una segunda dosis del gel prostaglandina. En muchos casos, el gel es suficiente para iniciar las contracciones y el parto. Si tu cuello uterino está suficientemente maduro, pero las contracciones no han comenzado, el proceso de inducción continúa (Nota: algunos médicos usan agentes mecánicos para madurar el cuello uterino, como un catéter con un globo inflable, dilatadores graduados para estirarlo gentilmente o, incluso, un agente botánico –llamado Laminaria japonicum– que, cuando se inserta, abre gradualmente el cuello uterino a medida que absorbe el líquido alrededor).
Si el saco amniótico todavía está intacto, tu médico podría retirar con el dedo las membranas finas que conectan el saco amniótico con el útero para liberar prostaglandina (este proceso no siempre es indoloro y aunque no tiene el propósito de romper la bolsa de agua, a veces lo hace). O también podría romper artificialmente las membranas para tratar de iniciar el parto (consulta la página 403).
Si ni la prostaglandina ni la remoción o ruptura de las membranas han provocado contracciones regulares, tu médico te administrará lentamente Pitocin por vía intravenosa, una forma sintética de la hormona oxitocina (que es producida naturalmente por el organismo por medio del embarazo y que también desempeña un papel importante en el parto), hasta que las contracciones estén bien establecidas. El fármaco misoprostol, administrado por la vagina, podría utilizarse como alternativa a otras técnicas de maduración e inducción. Algunas investigaciones demuestran que el misoprostol reduce la cantidad de oxitocina necesaria y acorta el parto.
Tu bebé será controlado constantemente para determinar cómo va lidiando con el parto, al igual que tú, para asegurar que el fármaco no sobreestimule el útero, desencadenando contracciones demasiado prolongadas o intensas. Si eso sucede, la tasa de infusión puede reducirse o abandonarse todo el proceso. Una vez que tus contracciones estén a toda marcha, la oxitocina podría cesar o disminuirse la dosis, y tu parto debería avanzar al igual que un parto no inducido.
Si después de 8 a 12 horas de oxitocina el parto no ha comenzado o progresado, tu médico podría detener el proceso de inducción para darte la oportunidad de descansar antes de intentarlo nuevamente o, dependiendo de las circunstancias, podría detener el proceso para dar paso a una cesárea.
“He oído versiones contradictorias acerca de si está bien comer y beber durante el parto”
¿Debes incluir la comida en tu agenda cuando estás en proceso de parto? Eso depende de con quién hables. Algunos médicos prohíben toda comida y bebida durante el parto, basándose en la teoría de que el alimento en el aparato digestivo podría ser aspirado, o “respirado hacia adentro”, de ser necesaria la anestesia general de emergencia. Estos médicos suelen aceptar los cubitos de hielo, suplementados según necesidad por líquidos intravenosos. Muchos otros profesionales permiten líquidos y sólidos ligeros (léase: pizza sin corteza rellena) durante un parto de bajo riesgo, argumentando que una mujer necesita tantos líquidos como calorías para mantenerse fuerte y hacer mejor su trabajo, y que el riesgo de la aspiración (que sólo existe si se emplea anestesia general, y que rara vez existe excepto en situaciones de emergencia), es extremadamente bajo: 7 en 10 millones de nacimientos. Esta posición ha sido respaldada por investigaciones, según las cuales las mujeres a quienes les permiten comer y beber durante el parto tienen procesos más breves en un promedio de 90 minutos, tienen menos probabilidad de necesitar oxitocina para acelerar el parto, requieren menos analgésicos, y tienen bebés con mayores registros en la puntuación Apgar que las mujeres que ayunan. Consulta con el médico para saber qué incluirá tu menú durante el parto.
Aunque tu médico te dé el visto bueno para comer, lo más probable es que no estés ansiosa por comer demasiado cuando empiecen las contracciones a toda marcha (y, además, tendrás muchas distracciones). Después de todo, el parto realmente puede arruinarte el apetito. De todos modos, un ocasional bocadillo ligero y fácil de digerir durante las primeras horas del parto –chupetines helados, Jell-O, puré de manzana, frutas cocidas, pasta sola, tostada con mermelada o sopas claras son opciones ideales– podría ayudarte a mantener tus energías cuando más las necesitas (probablemente no serás capaz de comer, o no querrás hacerlo, durante las etapas posteriores del parto activo). Cuando decidas –con la ayuda de tu médico– qué comer y cuándo, también recuerda que el parto puede provocarte náuseas. Algunas mujeres vomitan a medida que avanza el parto, aun sin haber comido.
Aunque comas o no durante el parto, tu pareja decididamente puede hacerlo y debería hacerlo (no lo querrás débil cuando más lo necesitas). Recuérdale que coma antes de que vayas al hospital o centro de natalidad (su mente probablemente estará concentrada en tu barriga y no en la suya) y que lleve unos cuantos bocadillos para no alejarse de tu lado cuando le empiece a rugir el estómago.
“¿Es cierto que me administrarán suero intravenoso en cuanto ingrese en el hospital cuando esté en parto?”
Eso depende de las políticas del hospital donde darás a luz. En algunos hospitales es de rutina dar suero intravenoso a todas las embarazadas, un catéter flexible insertado en la vena (por lo general, en la mano o en el antebrazo) para suministrar fluidos y medicación. Se hace por precaución, para prevenir la deshidratación, como también para ahorrar un paso más adelante en caso de que surja una emergencia y se necesite medicación (en ese caso ya hay una línea instalada para administrar los fármacos, y no se necesitan más pinchazos). Otros hospitales y médicos omiten el suero intravenoso de rutina y, en cambio, esperan hasta que exista una necesidad evidente. Consulta por anticipado cuál es la política de tu médico, y si te opones enérgicamente a que administren suero intravenoso, díselo. Quizás sea posible esperar hasta que surja la necesidad, si es que se presenta.
Decididamente recibirás suero si la epidural es parte del plan. Los fluidos son administrados rutinariamente antes y durante la aplicación de la epidural, para reducir la probabilidad de una baja de presión sanguínea, un efecto secundario común de esta vía para el alivio del dolor. El suero intravenoso también permite una administración más fácil de Pitocin si se necesita intensificar el proceso de parto.
Si terminas recibiendo un suero intravenoso de rutina o uno con epidural que esperabas evitar, probablemente notarás que no es tan molesto. Es sólo ligeramente incómodo cuando se inserta la aguja, pero después casi ni te darás cuenta. Cuando está instalado en una barra móvil, lo puedes llevar contigo al baño o en una caminata por el pasillo. Si te opones enérgicamente al suero intravenoso, pero las políticas del hospital disponen lo contrario, pregunta a tu médico si administrar heparina (heparin lock) podría ser una opción en tu caso.
La heparina se inserta a través de un catéter en la vena, que queda conectado, para prevenir coágulos. Con esta opción el personal del hospital tiene acceso a una vena abierta en el caso de una emergencia, pero no te conecta innecesariamente a una barra.
“¿Estaré conectada a un monitor fetal mientras estoy en el proceso de parto? ¿Cuál es el propósito?”
Para alguien que se ha pasado los primeros nueve meses de su vida flotando pacíficamente en un baño amniótico tibio y reconfortante, el trayecto a través de los estrechos confines de la pelvis maternal no será tarea fácil. Tu bebé será exprimido, comprimido, empujado y moldeado con cada contracción. Y aunque la mayoría de los bebés viaja por el canal de parto sin problemas, otros sienten el estrés de ser exprimidos, comprimidos, empujados y moldeados, y reaccionan con una desaceleración en la tasa cardíaca, movimientos rápidos o lentos, u otros signos de sufrimiento fetal. Un monitor fetal evalúa el modo en que tu bebé está lidiando con el estrés del parto, registrando la respuesta de su latido cardíaco a las contracciones uterinas.
¿Pero eso significa que el monitoreo debe ser continuo? La mayoría de los expertos dice que no, y se fundamenta en investigaciones según las cuales en los casos de parto de bajo riesgo sin medicamentos se puede evaluar efectivamente la condición del bebé con revisiones cardíacas intermitentes mediante un Doppler o un monitor fetal. Por eso, si entras en esa categoría, probablemente no te conectarán a un monitor fetal durante todo el parto. Sin embargo, si te inducen, si tienes una epidural o si presentas determinados factores de riesgo (como presentar coloración con meconio), es muy probable que te conecten a un monitor fetal durante todo el parto.
He aquí tres tipos de monitoreo fetal continuo:
En este tipo de monitoreo, usado con mayor frecuencia, se fijan dos dispositivos en el abdomen. Uno, un receptor y transmisor de ultrasonidos, registra el latido fetal. El otro, un manómetro, mide la intensidad y duración de las contracciones uterinas. Ambos están conectados a un monitor, y las medidas se registran de manera digital e impresa. Cuando estás conectada a un monitor externo, podrás moverte alrededor de la cama o de un sillón cercano, pero no tendrás completa libertad de movimientos a menos que se use telemetría (lee esta misma página).
Durante la segunda etapa del parto (cuando empieces a empujar), cuando las contracciones pueden sobrevenir con tanta velocidad e intensidad que es difícil saber cuándo empujar y cuándo detenerse, el monitor puede usarse para indicar con precisión el comienzo y el final de cada contracción. O también el uso del monitor podría abandonarse prácticamente durante esta etapa a fin de no interferir con tu concentración. En este caso, la tasa cardíaca de tu bebé será controlada periódicamente a través de un Doppler.
Monitoreo interno.
Cuando se requieren resultados más precisos –como cuando hay motivos para sospechar que el bebé está experimentando sufrimiento fetal– podría usarse un monitor interno. En este tipo de monitoreo te insertan un electrodo diminuto en la vagina hasta el cuero cabelludo de tu bebé, y te colocan un catéter en el útero o fijan un manómetro externo en el abdomen para medir la intensidad de tus contracciones. Aunque el monitoreo interno ofrece un registro ligeramente más preciso del latido cardíaco del bebé y de tus contracciones que el monitor externo, sólo se usa cuando es necesario (ya que su uso conlleva un ligero riesgo de infección). Tu bebé podría presentar un pequeño moretón o rasguño donde se insertó el electrodo, pero cicatrizará en unos pocos días. Con un monitor interno tus movimientos estarán más limitados, pero de todos modos podrás cambiar de posición.
Monitoreo con telemetría.
Disponible sólo en algunos hospitales, este tipo de monitoreo usa un transmisor que se fija en el muslo para transmitir el tono cardíaco del bebé (por medio de ondas radiales) hasta el puesto de la enfermera, permitiéndote dar una o dos vueltas por el pasillo sin que se interrumpa el monitoreo por un solo instante.
Ten en cuenta que tanto con el monitoreo interno como el externo, las falsas alarmas son comunes. La máquina puede empezar a sonar intermitentemente si el transductor se ha movido de su lugar, si el bebé ha cambiado de posición, si el monitor no funciona correctamente, o si las contracciones comienzan a cobrar una intensidad repentina. Tu médico tendrá en cuenta todos estos y otros factores antes de llegar a la conclusión de que tu bebé esté en dificultades. Si los registros anormales continúan, pueden llevarse a cabo otras evaluaciones (como estimulación del cuero cabelludo fetal) para determinar la causa del conflicto. Si se confirma sufrimiento fetal, lo más seguro es que se opte por la cesárea.
“Me temo que si la bolsa de agua no se rompe por sí sola, el médico tendrá que desgarrarla artificialmente. ¿Me dolerá?”
La mayoría de las mujeres no siente nada cuando se rompen artificialmente sus membranas, especialmente si ya está en proceso de parto (cuando hay dolores mucho más significativos con que lidiar). Si experimentas cierta incomodidad, será probablemente por la introducción en la vagina del Amniohook (el dispositivo largo de plástico que parece un gancho de tejido crochet y punta afilada, usado para efectuar el procedimiento) que por la ruptura en sí. También es probable que todo lo que sientas sea sólo un chorrito de agua seguido pronto –al menos eso se espera– por contracciones más fuertes y más rápidas que harán mover a tu bebé. La ruptura artificial de las membranas también se efectúa para permitir otros procedimientos, como monitoreo fetal interno, cuando es necesario.
Aunque las investigaciones más recientes parecen indicar que la ruptura artificial de las membranas no acorta el período del parto ni disminuye la necesidad de Pitocin, muchos médicos recurren a ella en un intento por agilizar un parto muy lento. Si no hay un motivo apremiante para romper las membranas (el parto avanza normalmente), tú y tu médico podrían decidir esperar hasta que ocurra naturalmente. A veces, las membranas se quedan obstinadamente intactas durante el nacimiento (el bebé llega todavía rodeado por la bolsa de agua, lo que significa que deberá romperse inmediatamente después de nacer), lo que tampoco presenta problema.
“Oí decir que las episiotomías ya no son de rutina. ¿Es cierto?”
A fortunadamente, oíste bien. La episiotomía –un corte quirúrgico en el periné (el área muscular entre la vagina y el ano) para agrandar la abertura vaginal justo antes de que aparezca la cabeza del bebé– ya no se practica rutinariamente al dar a luz. De hecho, en estos días las parteras y la mayoría de los médicos rara vez efectúan el corte sin una buena razón.
No siempre fue así. En un tiempo se suponía que la episiotomía prevenía el desgarro espontáneo del periné y la incontinencia urinaria y fecal posparto, como también que reducía el riesgo de trauma de nacimiento del bebé (por empujar con su cabeza por mucho tiempo y con fuerza el periné). Pero ahora se sabe que los infantes llegan bien sin necesidad de episiotomía, y que las madres también parecen estar mejor sin ella. El parto promedio no parece ser más largo, y las madres a menudo experimentan menor pérdida de sangre, menor infección y menor dolor perineal después de dar a luz sin una episiotomía (aunque de todos modos podrías experimentar pérdida de sangre e infección con un desgarro). Además, las investigaciones han indicado que las episiotomías tienen mayor probabilidad que los desgarros espontáneos de convertirse en desgarros graves de tercer o cuarto grado (los que están en las proximidades o en el interior del recto, causando a veces incontinencia fecal).
Pero aunque las episiotomías ya no se recomiendan, todavía tienen un papel reservado en determinadas circunstancias. Por ejemplo, cuando el bebé es grande y necesita una ruta de salida más amplia, cuando el bebé necesita salir rápidamente, cuando hay que utilizar fórceps o ventosa obstétrica, o para dar alivio a la distocia de hombro (cuando un hombro queda atascado en el canal de parto durante el alumbramiento).
Si necesitas una episiotomía, te aplicarán una inyección (si hay tiempo) con un analgésico local antes del corte, aunque podrías no necesitar una local si ya te anestesiaron con una epidural o si el perineo ya está adormecido por la presión de la cabeza de tu bebé durante la coronación. Tu médico tomará entonces las tijeras quirúrgicas y hará una incisión mediana (también llamada línea media; un corte directamente hacia el recto) o una incisión medio lateral (que se aleja del recto en forma oblicua). Después de la aparición de tu bebé y de la placenta, el médico coserá la incisión (te darán una inyección de analgésico local si no recibiste una o si ha pasado el efecto de la epidural).
Para reducir la posibilidad de que necesites una episiotomía y para facilitar el alumbramiento sin tener que recurrir a una, algunas parteras recomiendan el masaje perineal (lee la página 380) durante algunas semanas antes de la fecha indicada, si eres una mamá primeriza (si has dado a luz vaginalmente antes, el masaje previo probablemente no logrará mucho más). Durante el parto, también pueden ser de ayuda: compresas tibias para aliviar la incomodidad perineal, masaje perineal, estar de pie o de cuclillas y exhalar o gruñir mientras empujas para facilitar que se estire el periné. Durante la fase en que tengas que empujar, tu médico probablemente usará presión perineal, la aplicación de una presión gentil en el periné para que la cabeza de tu bebé no emerja demasiado rápido y cause un desgarro innecesario.
Si todavía no lo has hecho, discute acerca de la episiotomía con tu médico. Es muy probable que coincida con la opinión de que no debería hacerse a menos que hubiese un buen motivo. Si te parece, documenta también en tu plan de natalidad lo que piensas de este procedimiento. Pero ten en cuenta que, muy ocasionalmente, las episiotomías resultan ser necesarias, y que la decisión final debe tomarse en la sala de parto, cuando esa cabecita adorable se asome.
“¿Qué probabilidad hay de que necesite fórceps para dar a luz?”
Bastante improbable en estos días. Los fórceps –instrumentos largos y curvos en forma de tenaza que se usan para ayudar a que la cabeza del bebé descienda por el canal de parto– sólo son usados en un porcentaje muy reducido de nacimientos (la extracción con ventosa es más común; lee la siguiente pregunta). Pero si tu médico decide usar fórceps, tranquilízate, ya que son tan seguros como una cesárea o una extracción con ventosa cuando un profesional experimentado los usa correctamente (muchos médicos jóvenes no han sido entrenados en su uso, y algunos se resisten a utilizarlos).
Los fórceps son considerados cuando una mujer en proceso de parto está exhausta o tiene una afección cardíaca o hipertensión sanguínea que podrían perjudicar su salud si hace esfuerzos extenuantes. También podrían usarse si hay urgencia para que el bebé salga debido a sufrimiento fetal (suponiendo que el bebé esté en una posición favorable, por ejemplo, cerca de la coronación), o si el bebé está en una posición desfavorable durante la etapa de empujar (los fórceps pueden usarse para hacer rotar la cabeza del bebé a fin de facilitar su salida).
El cuello uterino deberá estar totalmente dilatado, la vejiga vacía y las membranas rotas antes de que se usen los fórceps. Después te aplicarán un anestésico local (a menos que tengas una epidural en curso). Es probable también que te hagan una episiotomía para agrandar la apertura vaginal y permitir la colocación de los fórceps. Los extremos curvos de los fórceps se colocarán de a uno a la vez alrededor de las sienes del bebé, fijados en posición y usados para extraerlo gentilmente. Los fórceps podrían provocar algunos moretones o hinchazón en el cuero cabelludo del bebé, pero desaparecerán a los pocos días.
Si tu médico intenta usar los fórceps, pero con un resultado infructuoso, probablemente te harán una cesárea.
“El obstetra de mi amiga usó una extracción con ventosa para facilitar el alumbramiento. ¿Es lo mismo que los fórceps?”
Hace el mismo trabajo. El extractor por ventosa es una taza de plástico que se coloca en la cabeza del bebé y usa una succión gentil para ayudarle a salir por el canal del parto. La succión previene que la cabecita vuelva a subir por el canal entre contracciones y puede usarse para ayudar a la mamá mientras empuja durante las contracciones. La extracción con ventosa se usa en un 5% de los alumbramientos y ofrece una buena alternativa a los fórceps y la cesárea en las circunstancias adecuadas.
Tu médico podría usar la extracción con ventosa por el mismo motivo que podría usar fórceps durante el nacimiento (lee la pregunta anterior). Los alumbramientos por succión se asocian a un menor trauma en la vagina (y posiblemente menos probabilidades de necesitar una episiotomía) y una menor necesidad de anestesia local que en el caso de los fórceps, motivos por los cuales cada vez más médicos la prefieren por sobre los fórceps.
Los bebés nacidos por extracción con ventosa experimentan cierta hinchazón en el cuero cabelludo que, por lo general, no es seria, no requiere tratamiento y desaparece en unos pocos días. Al igual que con los fórceps, si esta técnica no da resultado para permitir la salida exitosa del bebé, se recomienda realizar una cesárea.
Si durante el nacimiento el médico te sugiere la necesidad de una extracción con ventosa para acelerar el proceso, podrías querer preguntarle si puedes descansar durante varias contracciones (si el tiempo lo permite) antes de intentarlo nuevamente. Esa pausa podría ayudarte a reponer fuerzas como para empujar y dar a luz a tu bebé. También puedes intentar un cambio de posición: apoyarte sobre manos y pies o en cuclillas. Es posible que la fuerza de gravedad cambie de posición la cabeza del bebé.
Antes del parto, pregúntale al médico todo lo que necesites saber sobre el posible uso de la extracción con ventosa (o fórceps). Mientras más sepas, mejor preparada estarás para todo lo que se te presente al dar a luz.
“Sé que no es conveniente acostarse de espaldas durante el parto. ¿Pero cuál es la mejor posición?”
No hay necesidad de pasar el parto acostada y, de hecho, tenderse de espaldas es probablemente el modo menos eficiente de dar a luz: primero, porque no estás aprovechando la ayuda de la gravedad para que tu bebé pueda salir, y segundo, porque existe el riesgo de comprimir importantes vasos sanguíneos (y posiblemente de interferir con el flujo sanguíneo al feto). Se aconseja a las futuras mamás tomar cualquier otra posición que sea cómoda y cambiar de posición cada vez que puedan (y quieran). Moverte durante el proceso de parto, como también variar frecuentemente de posición, no sólo alivia la incomodidad sino también podría permitir un resultado más rápido.
Puedes escoger cualquiera de las siguientes posturas para el parto y alumbramiento (o sus variantes):
De pie o caminar.
Ponerte en posición vertical no sólo ayuda a aliviar el dolor de las contracciones sino también aprovecha la gravedad, que podría permitir que la pelvis se abra y tu bebé descienda por el canal de parto. Aunque es improbable que te encamines a una pista, mucho menos una vez que las contracciones empiecen a todo vapor, caminar (o inclinarte, apoyándote sobre una pared o tu compañero) puede ser una medida efectiva durante las primeras etapas del parto.
Mecerse.
Aunque tu bebé todavía no ha nacido, igualmente disfrutará un poquito de balanceo, al igual que tú, en especial cuando empiecen las contracciones. Acomódate en una silla o permanece erguida y mécete hacia adelante y hacia atrás. El movimiento podría permitir que tu pelvis se mueva y estimular al bebé a descender. Permanecer derecha te permite usar a tu favor la fuerza de gravedad para que te ayude en el proceso.
De cuclillas.
Una vez que te aproximes a la fase de empujar, podrías ponerte de cuclillas. Hay un motivo por el cual las mujeres han dado a luz en posición de cuclillas durante siglos: da resultado. Esa posición permite que la pelvis se abra completamente, dando a tu bebé más espacio para moverse hacia abajo. Puedes usar a tu pareja como respaldo (probablemente te temblarán las piernas, de modo que necesitarás todo el apoyo que puedas conseguir), o puedes usar una barra, a menudo adosada a la cama del hospital (al apoyarte sobre ella evitarás que se te cansen las piernas en esta posición).
Balones de parto.
Sentarte o inclinarte sobre uno de estos grandes balones de ejercicios puede ayudarte a abrir la pelvis, y es mucho más fácil que permanecer de cuclillas durante períodos largos.
Sentarse.
Ya sea en la cama (el respaldo de la cama puede elevarse hasta quedar sentada casi derecha), en los brazos de tu compañero o sobre un balón de parto, sentarte puede aliviar el dolor de las contracciones y podría permitir que la gravedad te ayude a hacer descender a tu bebé por el canal de parto. También podrías considerar una silla de parto, si hay alguna disponible, especialmente diseñada para apoyar a la mujer si adopta la posición sentada o de cuclillas durante el alumbramiento y, teóricamente, para acelerar el parto. Otra ventaja: las mamás tienen una mejor visión del nacimiento en esta posición.
Arrodillarse.
¿Tienes parto con dolor de espalda? Arrodillarte sobre una silla o sobre los hombros de tu marido es una buena posición cuando la cabeza del bebé presiona tu columna vertebral. Estimula al bebé a moverse hacia delante, quitándote esa carga de la espalda. Aunque no experimentes un parto con dolor de espalda, arrodillarte podría ser una posición efectiva para el alumbramiento. Estar de rodillas te permite desplazar y transferir parte de la presión hacia la zona inferior de la columna mientras empujas, lo que parece reducir aún más el dolor del alumbramiento que si estás sentada.
Sobre manos y pies.
Ponerte en esta posición es otro medio de sobrellevar más cómodamente el parto con dolor de espalda, y ayuda a tu cachorrito a salir más rápido. Esta posición te permite hacer inclinaciones pélvicas para mayor comodidad, a la vez que da a tu compañero o tu doula acceso a tu espalda para masajearte y ejercer presión. Incluso, podrías considerar dar a luz en esta posición (no importa qué clase de parto tengas), ya que ayuda a abrir la pelvis y usa la gravedad para estimular la salida del bebé.
Recostada de lado.
¿Estás demasiado cansada para sentarte? ¿O permanecer de cuclillas? Acostarte de costado es mucho mejor que hacerlo de espaldas, ya que no comprime las venas más importantes de tu organismo. También es una buena opción para dar a luz, ya que ayuda a desacelerar un nacimiento demasiado apresurado como también a aliviar el dolor de algunas contracciones.
Recuerda que la mejor posición es la que sea mejor para ti. Y lo que es mejor en las primeras etapas del parto podría hacerte sentir miserable más adelante, por lo tanto cambia de posición tanto –o tan poco– como quieras. Si estás siendo monitoreada continuamente, tus movimientos se verán limitados. Te resultará difícil caminar, por ejemplo, pero no tendrás problema para ponerte de cuclillas, mecerte, sentarte, apoyarte sobre tus manos y pies o recostarte de lado. E incluso si te han administrado una epidural, podrás sentarte, recostarte de costado o mecerte.
“Me inquieta la posibilidad de que mi vagina se estire y se desgarre durante el alumbramiento. ¿Volverá a ser la misma de antes?”
Decididamente la Madre Naturaleza tenía a las mamás en mente cuando diseñó las vaginas. Su increíble elasticidad y sus pliegues estilo acordeón permiten que este notable órgano se abra para dar a luz (y permitir la salida de ese bebé de 7 a 8 onzas) y después –en un período de semanas tras el alumbramiento– volver casi a su tamaño original. En otras palabras, tu vagina está diseñada para pasar por este proceso.
El periné también es elástico, aunque menos que la vagina. Los masajes durante los meses anteriores al parto podrían ayudar a aumentar su elasticidad y reducir el estiramiento (aunque no te excedas; lee la página 380). Igualmente, entrenar los músculos de la pelvis con los ejercicios de Kegel durante este período podría afianzar su elasticidad, fortalecerlos y acelerar su retorno a la normalidad.
La mayoría de las mujeres encuentra que el ligero aumento en el espacio vaginal que típicamente se experimenta en el posparto es imperceptible y no interfiere para nada con el placer sexual. Para aquellas que eran demasiado ceñidas, ese espacio extra podría ser una ventaja decisiva, haciendo las relaciones sexuales más placenteras y, en algunos casos, literalmente menos dolorosas. Muy ocasionalmente, sin embargo, en una mujer que antes estaba “a punto”, la distensión vaginal es tal que reduce la satisfacción sexual. A menudo, los músculos vaginales se ajustan a tiempo. Practicar los ejercicios de Kegel fiel y frecuentemente ayuda a acelerar ese proceso. Si seis meses después de dar a luz todavía sientes que tu vagina no ha vuelto a su tamaño original, consulta al médico sobre otros posibles tratamientos.
“La vista de la sangre me impresiona. No estoy segura si podré observar el nacimiento de mi bebé”
Buena noticias para las madres aprensivas. En primer lugar, durante el parto no se derrama mucha sangre, al menos no más de la que ves en tus períodos. Segundo, no serás realmente una espectadora en el parto sino una participante muy activa, que tendrá que aplicar toda su concentración y energía a empujar para ayudar a salir al bebé. En medio del entusiasmo y la expectativa (y admitámoslo, del dolor y la fatiga), es improbable que adviertas, y mucho menos que te impresione, algún sangrado. Si les preguntas a tus amigas que han sido mamás recientemente, pocas podrán contarte cuánta sangre hubo durante el parto (si es que la hubo).
Si de todos modos estás convencida de que no deseas ver sangre alguna, sencillamente quita la vista del espejo en el momento del nacimiento (y también mira para otro lado si te practican una episiotomía). En cambio, mira más allá de tu barriga para tener una buena visión del bebé cuando aparezca. Desde este punto de vista, prácticamente no verás nada de sangre. Pero antes de decidirte a no observar el nacimiento de tu propio bebé, ve algunos partos ajenos en DVDs. Probablemente estarás más asombrada que aterrorizada.
Algunos papás también se preocupan acerca de cómo reaccionarán al presenciar el nacimiento. Si tu marido está nervioso por este aspecto del parto, pídele que lea la página 522.
TODO ACERCA DE …
Dar a luz es el gran desafío de una vida, pero también una demanda emocional y física como ninguna otra. Es una experiencia que estarás esperando con ansiedad (y quizás un poco de temor), pero que probablemente recordarás –cuando todo haya pasado– con la alegría más desbordante (y quizás un poco de alivio).
Afortunadamente, no irás sola. Además del apoyo de tu compañero, habrá también numerosos profesionales médicos en la escena. Pero aun con toda esa experiencia a tu lado, te ayudará a aprender algo por tu cuenta.
Después de nueve meses –graduándote de náuseas a hinchazones, de acidez estomacal a dolor de espaldas–, prácticamente ya sabes a cierta ciencia lo que puedes esperar cuando estás esperando. ¿Pero qué puedes esperar cuando estés en el parto y alumbramiento?
En realidad es algo difícil de pronosticar (digamos imposible). Como todo embarazo, cada parto y alumbramiento es diferente. Pero al igual que fue un consuelo saber lo que podías esperar durante los meses de gestación de tu bebé, también será reconfortante tener una idea general de lo que podrías esperar durante las horas del parto. Incluso si termina siendo completamente distinto a lo que esperabas (con la excepción de ese final feliz para atesorar y acurrucar).
Esta fase es habitualmente la más prolongada y, afortunadamente, la menos intensa del parto. Durante un lapso de horas, días o semanas (a menudo sin contracciones perceptibles ni molestas), o durante un período de dos a seis horas con contracciones inequívocas, tu cuello uterino comenzará a adelgazar y se dilatará hasta 3 centímetros.
En esta fase por lo general las contracciones duran de 30 a 45 segundos, aunque pueden ser más breves. Tienen una intensidad de leve a moderada, pueden ser regulares o irregulares (a intervalos de unos 20 minutos, más o menos) y se van acercando progresivamente, aunque no necesariamente siguiendo una pauta regular.
Durante esta fase temprana del parto, podrías experimentar alguno o todos los siguientes síntomas:
Dolor de espalda (ya sea constante o con cada contracción)
Calambres parecidos a los de la menstruación
Presión en el bajo abdomen
Indigestión
Diarrea
Una sensación de calor en el abdomen
Pérdida de sangre (mucosidad manchada de sangre)
Ruptura de las membranas amnióticas (se romperá la bolsa de agua), aunque es más probable que ocurra durante el parto activo.
Emocionalmente podrías sentir entusiasmo, alivio, expectativa, incertidumbre, ansiedad, temor. Algunas mujeres están relajadas y conversadoras, mientras que otras tensas y aprensivas.
Qué puedes hacer.
Por supuesto estás excitada (y nerviosa), pero es importante relajarte, o al menos intentarlo. Esto podría tardar un rato.
Si es de noche, trata de dormir (quizás no puedas hacerlo después, cuando las contracciones lleguen con todo). Si toda esa adrenalina en efervescencia no te deja dormir, levántate y haz algunas tareas domésticas para distraerte. Cocina algunos platos más para agregar a la reserva en el congelador, dobla la ropa del bebé, termina de lavar para que la canasta de la ropa esté vacía cuando regreses (volverá a llenarse muy pronto), o conéctate a tu tablero de mensajes favorito para saber si hay alguien en tu misma situación. Si es de día, cumple con tu rutina habitual, siempre que no te lleve lejos de casa (no vayas a ningún sitio sin tu celular). Si estás en el trabajo, es probable que quieras dirigirte a tu casa (difícilmente podrás terminar algo en el trabajo). Si no has planeado nada, realiza una actividad relajante para mantenerte ocupada. Sal a caminar, ve televisión, envía correos electrónicos a las amistades y familiares, termina de empacar.
¡Avisa a la prensa! Bueno… quizás no a la prensa (al menos todavía), pero decididamente querrás poner en alerta a tu compañero si no está a tu lado. Si él está en el trabajo probablemente no tendrá que salir corriendo –a menos que quiera hacerlo–, ya que a esta altura no hay mucho que pueda hacer. Si has contratado a una doula, sería buena idea comunicárselo también a ella.
Come algún bocadillo ligero si estás hambrienta (sopa, tostada con mermelada, pasta sola o arroz, Jell-O, un helado chupetín, una banana o algo que tu médico te haya sugerido). Éste es el mejor momento para consumir alimentos energéticos. Pero no comas pesado y evita los alimentos difíciles de digerir (hamburguesas, papitas fritas). También te conviene evitar todo lo que sea ácido como jugo de naranja o limonada. Y decididamente bebe agua, ya que es importante mantenerte hidratada.
Ponte cómoda. Date una ducha tibia, usa una almohadilla térmica si te duele la espalda, toma acetaminofeno (Tylenol) si tu médico lo aprueba. No tomes aspirina o ibuprofeno (Advil, Motrin).
Cronometra las contracciones (desde el comienzo de una hasta el comienzo de la siguiente) durante media hora si parecen acercarse una de otra a menos de 10 minutos de distancia y cuéntalas periódicamente, incluso si aún no son tan frecuentes. Pero no te obsesiones con el reloj.
Recuerda orinar frecuentemente, aunque no sientas la necesidad. Una vejiga llena puede retrasar el progreso del parto.
Usa técnicas de relajación si te ayudan, pero no empieces ningún ejercicio de respiración todavía porque puedes aburrirte y agotarte mucho antes de que lo necesites realmente.
Para el acompañante: qué puedes hacer.
Si estás disponible durante esta fase, aquí te sugerimos lo que puedes hacer para ayudar. Si también hay una doula presente, ella puede compartir contigo lo siguiente:
Practica a llevar la cuenta de las contracciones. El intervalo entre las contracciones se mide desde el comienzo de una hasta el comienzo de la siguiente. Cuéntalas periódicamente y lleva un registro. Cuando estén a menos de 10 minutos de distancia, lleva la cuenta con mayor frecuencia.
La calma es contagiosa. Durante esta fase inicial del parto, tu función más importante es mantener a tu compañera relajada. Y lo mejor para ello es mantenerte tú mismo tranquilo, tanto por dentro como por fuera. Le podrías contagiar tu ansiedad sin darte cuenta, que puede transmitirse no sólo con palabras sino también mediante el tacto, o aun las expresiones (por favor, nada de ceños fruncidos). Practicar juntos ejercicios de relajación o darle a ella un masaje gentil y lento podría ayudar. Pero es demasiado pronto para que ella empiece los ejercicios de respiración. Por ahora, limítate a respirar.
Ofrece consuelo, tranquilidad y apoyo. Ella los necesitará de ahora en adelante.
Conserva tu sentido del humor, y ayúdale a que ella también lo haga; el tiempo vuela, después de todo, cuando te diviertes. Será más fácil reírte ahora que cuando las contracciones lleguen con todo (ella probablemente no encontrará casi nada divertido).
Prueba a distraerla. Sugiere actividades que les ayude a los dos a desviar su atención del parto: intenten con los videojuegos, vean un episodio de alguna comedia o un programa de reality show, revisen las páginas web de las celebridades para ver quién cumplirá años junto con tu bebé el próximo año, cocinen algo para la reserva en el congelador o salgan a dar un paseo corto.
Conserva tu propia fuerza para poder estimular la de ella. Come periódicamente, pero de manera solidaria (no te engullas una hamburguesa gigante mientras ella se conforma con un budín). Prepara un sándwich para llevarte al hospital o centro de natalidad, pero evita todo lo que tenga un olor intenso o persistente. Ella no estará en condiciones de aguantar tu aliento a mortadela o cebolla.
La fase activa del parto suele ser más breve que la primera, con una duración de 2 a 3½ horas (con un rango amplio que se considera normal). Las contracciones son más concentradas ahora, logrando más en menos tiempo, y, además, van ganando en intensidad (en otras palabras, más dolorosas). A medida que se intensifican y se alargan (de 40 a 60 segundos, con un punto máximo que dura aproximadamente la mitad de ese tiempo), y se hacen más frecuentes (generalmente de 3 a 4 minutos, aunque el patrón puede que no sea regular) el cuello uterino se dilata hasta 7 centímetros. Con menos interrupciones en la acción, hay menos oportunidad de descansar entre las contracciones.
Probablemente ahora estarás en el hospital o centro de natalidad, y puedes esperar sentir alguno –o todos– de los siguientes síntomas (aunque no sentirás dolor si te han administrado una epidural):
Creciente dolor e incomodidad con las contracciones (quizás no puedas hablar mientras las experimentas)
Creciente dolor de espalda
Incomodidad o pesadez en las piernas
Fatiga
Creciente presencia de sangre
Ruptura de las membranas (si no ocurrió antes), o podrían rompértelas artificialmente ahora.
Emocionalmente, podrías estar inquieta y sentir que te cuesta más relajarte; o tu concentración podría ser más intensa y sentirte completamente absorbida por tus esfuerzos del parto. Tu confianza podría empezar a tambalearse (“¿Seré capaz de soportarlo?”), como también tu paciencia (“¿Terminará alguna vez el parto?”), o podrías sentirte entusiasmada y motivada de que las cosas realmente están empezando a suceder. Sean cuales sean tus emociones, son completamente normales. Sólo prepárate para empezar a estar “activa”.
Suponiendo que todo se desarrolla con normalidad y seguridad, durante el parto activo el personal del hospital o centro de natalidad te dejará sola (o se alejará de ti sin salir de tu habitación), controlándote y monitoreándote según sea necesario, pero también permitiéndote que avances en el proceso junto con tu compañero y otro personal de apoyo sin interferencia. Puedes esperar que ellos:
Te tomen la presión sanguínea.
Controlen a tu bebé con un Doppler o monitor fetal.
Cronometren y controlen la intensidad de tus contracciones.
Evalúen la cantidad y calidad de pérdida de sangre.
Te conecten un suero intravenoso si vas a querer una epidural.
Traten de acelerar tu parto si está progresando muy lentamente, utilizando Pitocin o desgarrando artificialmente las membranas (si es que siguen intactas).
Te hagan exámenes internos periódicos para controlar el progreso del parto y cuán dilatado está el cuello uterino.
Te administren analgésicos si así lo deseas.
También serán capaces de responder cualquier pregunta que puedas tener (no dudes en preguntar o que lo haga tu compañero) y de proporcionarte un apoyo adicional a medida que transcurre el parto.
Qué puedes hacer.
Ahora se trata de que estés cómoda, por lo tanto:
No vaciles en pedir a tu compañero todo lo que necesites para mantenerte lo más cómoda posible, ya sea que te frote la espalda para aliviar el dolor o que te aplique un paño húmedo sobre la cara. Es importante que le hagas saber lo que necesitas. Recuerda que, aunque él haga todo lo posible por ayudar, le resultará muy difícil anticipar tus necesidades, especialmente si es su primera vez.
Comienza tus ejercicios de respiración, si planeas hacerlos, en cuanto las contracciones se intensifiquen demasiado como para poder hablar durante su transcurso. ¿Planeaste por anticipado y practicaste antes? Pídele a la enfermera o doula algunas sugerencias sencillas sobre cómo respirar. Haz todo aquello que te relaje y te haga sentir más cómoda. Si los ejercicios no te dan resultado, no te veas obligada a seguir practicándolos.
Si quieres algún alivio al dolor, éste es un buen momento para solicitarlo. Te pueden administrar una epidural en cuanto sientas que la necesitas.
Si estás en un parto sin alivio para el dolor, trata de relajarte entre una contracción y otra. Esto te resultará cada vez más difícil a medida que se hagan más frecuentes, pero también es cada vez más importante que lo consigas, ya que tus reservas de energías comenzarán a disminuir. Usa las técnicas de relajación que aprendiste en las clases de parto o intenta el ejercicio de la página 153.
Mantente hidratada. Con el visto bueno de tu médico, bebe con frecuencia líquidos claros para reemplazar fluidos y mantener la boca humedecida. Si estás hambrienta –siempre con la aprobación del médico– come un bocadillo ligero (otro helado chupetín, por ejemplo). Si tu médico no te permite llevarte nada a la boca, chupar cubitos de hielo te ayudará a refrescarte.
Muévete un poco si puedes (no podrás moverte mucho si tienes una epidural). Camina un poco, si es posible, o por lo menos cambia de posición a medida que lo necesites (consulta la página 407 para sugerencias de posiciones para el parto).
Orina con frecuencia. Debido a una tremenda presión pélvica, podrías no advertir la necesidad de ir al baño, pero una vejiga llena puede impedirte lograr el progreso que decididamente deseas. No hay necesidad de correr al baño si tienes una epidural (no es que puedas hacerlo de todas maneras), debido a que lo más probable es que te hayan conectado un catéter para vaciar la vejiga.
Para el acompañante: qué puedes hacer.
Si hay una doula presente, ella puede ayudar con muchos de los siguientes consejos. Ponte de acuerdo por anticipado sobre quién hará cada tarea para ayudar a tu esposa.
Entrega una copia del plan de nacimiento a la enfermera u otro auxiliar en el parto para que todos conozcan sus preferencias. Si hay cambio de turno, asegúrate de que las nuevas enfermeras también reciban una copia.
Si la futura mamá desea medicación, comunícaselo a la enfermera o al médico. Respeta cualquier decisión que ella tome: seguir sin medicación o que le administren analgésicos.
Hazle caso en todo. Dale lo que ella te pida. Ten en cuenta que lo que ella quiera puede variar de un momento a otro (en un segundo querrá subir el volumen de la televisión, en el segundo siguiente querrá apagarla). Lo mismo en cuanto a sus estados de ánimo y su reacción hacia ti. No lo tomes como una ofensa personal si no responde a tus intentos por consolarla, no los aprecia o, incluso, si parece molesta. Relájate, si eso es lo que ella parece preferir, pero prepárate a intervenir diez minutos después, si ella quiere. Recuerda que tu papel es importante, aunque a veces te sientas superfluo o un estorbo. Ella lo apreciará por la mañana (o cuando sea que todo haya terminado).
Prepara el ambiente. Si es posible, mantén la puerta cerrada, las luces bajas y el cuarto silencioso para crear un ambiente relajado y apacible. La música suave también puede ser útil (a menos que ella prefiera ver televisión; recuerda que ella manda). Sigue estimulándola a que efectúe sus técnicas de relajación y respira al igual que ella durante las contracciones, pero no insistas si ella no está de ánimo o si la presión para que practique las técnicas empieza a abrumarla. Si las distracciones parecen ayudar, recurre a los naipes o a videojuegos, a una conversación ligera o la TV. Pero distráela sólo en la medida en que ella quiera distraerse.
Anímala. Tranquilízala y elogia sus esfuerzos (a menos que tus palabras la pongan más nerviosa) y evita todo tipo de crítica (aun las constructivas). Sé su animador o “porrista” (pero con discreción, ya que probablemente no apreciará desbordes de entusiasmo). Si el progreso del parto es lento, sugiérele que piense sólo en una contracción a la vez, y recuérdale que cada punzada de dolor la acerca más al bebé. Pero si encuentra irritante tu estímulo, detente, y limítate a demostrarle solidaridad si eso es lo que necesita.
Mantén la cuenta de las contracciones. Si está conectada a un monitor, pídeles al médico o a la enfermera que te enseñen a leerlo. Más adelante, cuando las contracciones se sucedan una detrás de otra, puedes anunciar la siguiente cuando llegue, a menos que ella empiece a sentirse molesta (el monitor podría detectar la tensión del útero antes que ella lo advierta, y puede hacerle saber cuándo tiene una si es que no la siente debido a la epidural). También puedes estimular a tu esposa a sobrellevar esas contracciones exigentes anunciándole cuando termina el peor momento de cada una. Si no hay monitor, pídele a una enfermera que te enseñe a reconocer la llegada y el término de las contracciones, poniéndole una mano sobre el abdomen (a menos que ella no la quiera allí).
Masajéale el abdomen o la espalda, o usa presión o cualquier otra técnica que hayas aprendido para hacerla sentir más cómoda. Deja que ella te diga qué tipo de presión o tacto o masaje le ayuda. Si prefiere que no la toques para nada, entonces quizás sería mejor que la consueles verbalmente. Recuerda que lo que le sienta bien en un momento podría irritarla al siguiente, y viceversa.
Recuérdale que vaya al baño al menos cada hora si no tiene un catéter. Ella podría no sentir la necesidad, pero una vejiga llena puede interponerse en el progreso del parto.
Sugiérele cada tanto que cambie de posición. Llévala a dar una caminata por el pasillo, si es posible.
Actúa como el hombre de hielo… es decir, averigua dónde está la máquina para producir hielo y mantén siempre una provisión. Si le permiten beber líquidos o comer bocadillos ligeros, ofréceselos periódicamente. Los helados chupetines podrían resultarle especialmente refrescantes. Pregúntale a la enfermera si hay algún puesto donde puedas comprarlos.
Mantenla fresca. Usa un paño humedecido en agua fría para mantener su cuerpo y rostro fresco. Refréscala a menudo.
Si tiene los pies fríos, ofrécele un par de calcetines y pónselos (a ella no le resulta fácil alcanzarse los pies).
Sé su voz y sus oídos. Ella ya tiene una carga bien pesada y por eso trata de aliviarla. Sírvele de intermediario con el personal médico en la medida de lo posible. Intercepta las preguntas del personal que tú mismo puedas responder, y pídeles explicaciones de procedimientos, equipos y uso de medicamentos, de modo que puedas comunicarle a ella qué sucede. Por ejemplo, éste podría ser el momento adecuado para averiguar si les darán un espejo para que ella pueda ver el nacimiento. Sé su partidario cuando sea necesario, pero trata de librar sus batallas con discreción, quizás fuera del cuarto, para que ella no se vea perturbada.
La transición es la fase más exigente del parto pero, afortunadamente, suele ser la más breve. De pronto, la intensidad de las contracciones aumenta. Se vuelven muy intensas, con 2 a 3 minutos de distancia y de 60 a 90 segundos de duración, con puntos muy intensos que duran la mayor parte de la contracción. Algunas mujeres, particularmente las que ya han dado a luz antes, experimentan puntos máximos múltiples. Podrías sentir que las contracciones nunca desaparecen del todo y que no puedes relajarte completamente entre una y otra. Los últimos 3 centímetros de dilatación, hasta completar 10 centímetros, probablemente están muy cerca; en promedio de 15 minutos a una hora, aunque podría tomar hasta tres horas.
Sentirás mucho durante la transición (a menos, por supuesto, que estés anestesiada por una epidural u otra medicación analgésica), y podrías experimentar alguno –o todos– de los siguientes síntomas:
Un dolor más intenso durante las contracciones
Presión intensa en la parte inferior de la espalda y/o periné
Presión rectal, con o sin urgencia de empujar o mover el vientre (incluso podrías sentir la necesidad de gruñir: ¡y no lo evites!)
Un aumento en el flujo de sangre a medida que se rompen más capilares en el cuello uterino
Sensación de calor intenso y transpiración o frío y temblor (o podrías pasar de uno a otro)
Calambres en las piernas que podrían temblar en forma descontrolada
Náusea y/o vómitos
Mareo entre contracciones debido a que el oxígeno se desvía del cerebro a la zona del alumbramiento
Una sensación de opresión en la garganta o el pecho
Agotamiento
Emocionalmente, podrías sentirte vulnerable y abrumada, como si hubieras llegado al fin de tu límite. Además de frustración por no ser capaz de empujar todavía, podrías sentirte desalentada, irritable, desorientada, inquieta y podrías tener dificultades para concentrarte y relajarte (quizás te parezca imposible hacer cualquiera de las dos cosas). Pero también podrías sentir que crece tu entusiasmo en medio del estrés: ¡tu bebé ya casi está aquí!
Qué puedes hacer.
Resiste. Para el final de esta fase, que no está demasiado lejos, tendrás el cuello uterino totalmente dilatado y será hora de empezar a empujar para sacar al bebé. En vez de pensar en la tarea que tienes por delante, trata de pensar en lo lejos que ya has llegado.
Continúa usando técnicas de respiración, si es que son de ayuda. Si sientes la necesidad de empujar, resiste. Jadea o sopla en cambio, a menos que te hayan instruido a hacer otra cosa. Si empujas cuando el cuello uterino todavía no está totalmente dilatado puede causarle hinchazón, lo que podría demorar el alumbramiento.
Si no deseas que nadie te toque innecesariamente, y si las manos de tu compañero que te reconfortaban ahora te irritan, díselo sin dudar.
Trata de relajarte entre contracciones (tanto como te sea posible) con una respiración lenta, profunda y rítmica.
Mantén tu concentración en el premio final: ese pequeño bebé que pronto acunarás en tus brazos.
Cuando tengas una dilatación de 10 centímetros, te trasladarán a la sala de parto, si es que ya no estás allí. O, si estás en una cama de parto, sencillamente removerán el pie de la cama para prepararte para el alumbramiento.
Para el acompañante: qué puedes hacer.
Una vez más, si hay una doula presente, puede compartir contigo estas técnicas reconfortantes:
Si tu esposa tiene una epidural u otro tipo de alivio al dolor, pregúntale si necesita otra dosis. La transición puede ser muy dolorosa, y si se está pasando el efecto de la epidural, no estará precisamente feliz. De ser así, comunícalo a las enfermeras o al médico. Si sigue sin medicación, te necesitará más que nunca (sigue leyendo).
Acompáñala, pero dale su espacio si ella lo desea. A menudo, las mujeres en transición no quieren que las toquen, pero, como siempre, reacciona a lo que ella quiera. Un masaje abdominal podría ser contraproducente ahora, aunque la presión aplicada a la parte baja de la espalda podría aliviarle algo su dolor en esa área. Prepárate a detenerte si es que te lo pide.
No hables de más. Éste no es el momento para diálogos intrascendentes y probablemente tampoco para bromas. Ofrécele un consuelo tranquilo y ayúdala con instrucciones breves y directas.
Estimúlala mucho, a menos que ella prefiera que te quedes callado. En este momento, el contacto visual o el tacto podrían expresar mucho más que las palabras.
Respira junto con ella a lo largo de cada contracción si es que te parece que le ayuda.
Ayúdala a descansar y relajarse entre contracciones, tocando ligeramente su abdomen para mostrarle cuándo ha terminado una contracción. Recuérdale que aspire lenta y rítmicamente entre contracciones, si es que puede.
Si sus contracciones parecen acortar sus intervalos y/o si ella siente la necesidad de empujar –siempre que no haya sido examinada recientemente– infórmaselo a la enfermera. Podría estar totalmente dilatada.
Ofrécele cubitos de hielo o un sorbo de agua con frecuencia, y sécale la frente a menudo con un paño húmedo y fresco. Si tiene frío, ofrécele una manta o un par de calcetines.
Concéntrate en la recompensa que ambos están por obtener. Ha sido un largo camino, pero no falta mucho para que empiece la fase de empujar, y para que el bebé llegue también a tus brazos.
Hasta ahora, tu participación activa en el nacimiento de tu hijo ha sido insignificante. Aunque decididamente has cargado con el peso del proceso, el útero y el cuello uterino (además del bebé) han hecho la mayor parte del trabajo. Pero ahora que la dilatación está completa, es necesaria tu ayuda para empujar al bebé hacia el canal del parto y la salida. Los empujones y el alumbramiento por lo general toman entre media y una hora, pero a veces pueden cumplirse en 10 (o aun menos) breves minutos o en 2, 3 o aun más largas horas.
Las contracciones de la segunda etapa suelen ser más regulares que las de la transición. Todavía tienen una duración de unos 60 a 90 segundos, pero a veces están más distanciadas (de 2 a 5 minutos más o menos) y posiblemente son menos dolorosas, aunque a veces más intensas. En esta etapa debería haber un período de descanso bien marcado entre ellas, aunque puede que todavía tengas dificultades para reconocer el comienzo de cada contracción.
En esta segunda etapa, es común que experimentes lo siguiente (aunque decididamente sentirás mucho menos –o quizás nada– si has tenido una epidural):
Dolor durante las contracciones, aunque posiblemente no demasiado
Una necesidad incontenible de empujar (aunque no todas las mujeres la sienten, especialmente con una epidural)
Mucha presión rectal (lo mismo que en el caso anterior)
Un impulso renovado de energía (un nuevo aliento) o fatiga
Contracciones muy visibles, mientras tu útero se eleva visiblemente con cada una de ellas
Un aumento en la pérdida de sangre
Una sensación de hormigueo, estiramiento o ardor en la vagina cuando aparece la cabeza de tu bebé (por algo se le llama “el anillo de fuego”)
Una sensación resbaladiza y húmeda cuando sale el bebé
Emocionalmente, podrías sentirte aliviada de que ahora puedes empezar a empujar (aunque algunas mujeres se sentirán avergonzadas, inhibidas o asustadas). También podrías sentirte entusiasmada y llena de júbilo o, si los empujones se prolongan mucho más de una hora, frustrada y abrumada. En una segunda etapa prolongada, podrías descubrir que te preocupas más por terminar con la odisea que por ver al bebé (y eso es absolutamente comprensible y normal).
Qué puedes hacer.
Es hora de que el bebé vea la luz. Por eso ponte en una posición para empujar (cuál te conviene dependerá de la cama, silla o bañera en la que te encuentres, las preferencias de tu médico y, ojalá, lo que te resulte más cómodo y efectivo). Una posición semisentada o casi de cuclillas suele ser la mejor, porque la gravedad puede ayudar en el proceso del nacimiento y podría dar más poder a tu acción de empujar. Encajar el mentón en el pecho cuando estás en esta posición te ayudará a concentrar tu fuerza donde se necesita. A veces, si tus esfuerzos no hacen descender a tu bebé por el canal de parto, podrías intentar otra posición. Si has estado semiinclinada, por ejemplo, podrías ponerte sobre tus manos y pies o de cuclillas.
Una vez que estés lista para empezar a empujar, hazlo con toda tu fuerza. Mientras más eficiente sea tu empuje y mientras más energías apliques al esfuerzo, más rápido será el viaje de tu bebé hacia el canal de parto. Si empujas frenética y desorganizadamente, desperdiciarás tu energía y será muy poco lo que puedas lograr. Ten en cuenta los siguientes consejos al empujar:
Relaja el cuerpo y los muslos y después empuja como si tuvieras que mover el vientre (el mayor movimiento de tu vida). Concentra tu energía en la vagina y el recto y no en la parte superior del cuerpo (lo que podría provocar dolor de pecho después del alumbramiento) y tampoco en la cara (el esfuerzo en el rostro podría dejarte con marcas en las mejillas y ojos inyectados de sangre, además de que no ayudan en nada a la salida de tu bebé).
Hablando de mover el vientre, como estás presionando la zona perineal, todo lo que tengas en el recto también será empujado. Si tratas de evitarlo podrías demorar el proceso. No dejes que la inhibición ni la vergüenza obstaculicen el ritmo de tu esfuerzo. Prácticamente todas las mujeres lo experimentan involuntariamente (o un poquito de orina) durante el alumbramiento. Nadie en el cuarto lo pensará dos veces ni tampoco tienes por qué hacerlo tú. Las toallas femeninas higiénicas se encargarán de llevarse todo lo que salga.
Aspira profundamente varias veces cuando se intensifica la contracción a fin de prepararte para empujar. Cuando la contracción llega a su máximo, aspira hondo y después empuja con toda tu fuerza; conteniendo el aliento si quieres o exhalando al empujar, lo que te resulte más cómodo. Si quieres que las enfermeras o tu compañero te guíen contando hasta diez mientras empujas, está bien. Pero si ves que interrumpe tu ritmo o no te ayuda, pídeles que no lo hagan. No hay ninguna fórmula mágica acerca de cuánto debe durar cada uno de tus esfuerzos o cuántas veces deberías empujar con cada contracción: lo más importante es hacer lo que salga naturalmente. Podrías sentir hasta cinco veces la urgencia de presionar, con empujones de pocos segundos cada uno, o quizás sientas la necesidad de hacerlo sólo dos veces, pero ambos más prolongados. Sigue dichos impulsos y darás a luz a tu bebé. En realidad, lo harás también aunque no atiendas esas urgencias o si no experimentas ninguna. El empujar no se da naturalmente en toda mujer y, si es tu caso, tu médico, enfermera o doula pueden ayudarte a dirigir tus esfuerzos y canalizarlos si pierdes tu concentración.
No te frustres si ves la coronilla de la cabeza del bebé y después desaparece. El nacimiento es un proceso de dos pasos adelante y uno atrás. Sólo recuerda que estás avanzando en la dirección correcta.
Descansa entre contracciones. Si estás realmente agotada, especialmente cuando la etapa de empujar se eterniza, tu médico podría sugerirte que no hagas ningún esfuerzo durante varias contracciones para que puedas recuperar tus fuerzas.
Deja de empujar cuando te lo indiquen (como ya podrías estar haciéndolo, para impedir que la cabeza del bebé salga con demasiada rapidez). Si sientes la necesidad de empujar, jadea y sopla en cambio.
Recuerda de dar un vistazo al espejo (si hay uno disponible) una vez que haya algo que mirar. Ver la coronilla de tu bebé (y alcanzarla y tocarla) podría inspirarte para seguir empujando. Además, a menos que tu compañero lo esté videograbando, no habrá repeticiones para ver.
Mientras empujas, las enfermeras y/o tu médico te darán apoyo y orientación; seguirán monitoreando el latido cardíaco del bebé, ya sea con un Doppler o un monitor fetal; y preparándose para el nacimiento acomodando paños estériles y arreglando el instrumental, enfundándose los delantales quirúrgicos y guantes, y rociando antiséptico en tu área perineal (aunque las parteras por lo general sólo usan guantes y no aplican los paños). También te efectuarán una episiotomía de ser necesario, o usarán extracción con ventosa o, menos probablemente, fórceps.
Una vez que emerja la cabeza de tu bebé, el médico succionará la nariz y boca del pequeño para remover el exceso de mucosidad y después ayudará a que salgan los hombros y el torso. Por lo general, sólo tendrás que empujar brevemente para ayudar a ello: la cabeza es lo más difícil y el resto sale con bastante facilidad. El cordón umbilical será engrapado (por lo general después que deja de latir) y cortado –ya sea por el médico o por tu compañero– y te entregarán al bebé o lo depositarán sobre tu barriga. (Si has convenido recolectar la sangre del cordón, lo harán ahora). Éste es un gran momento para mimar y sentir el contacto de piel a piel, de modo que levántate el camisón y acerca al bebé. En caso de que necesites un motivo para hacerlo, los estudios indican que los bebés que tienen contacto de piel a piel con sus madres justo después de nacer duermen más tiempo y están más tranquilos horas después.
¿Cuál es el próximo paso para tu bebé? Las enfermeras y/o un pediatra evaluarán su condición y lo calificarán según la escala Apgar al minuto y a los cinco minutos después de nacer (lee el recuadro en la página 409); le darán una fricción enérgica, estimulante y secante; posiblemente tomarán las huellas del bebé como recuerdo; te colocarán una pulsera de identificación en la muñeca y otra en el tobillo del bebé; le administrarán un ungüento ocular no irritante para prevenir infecciones (puedes pedir que se lo apliquen después de que hayas tenido tiempo de abrazarlo); lo pesarán y después lo cubrirán con una manta para impedir pérdida de calor. En algunos hospitales y centros de natalidad, algunos de estos procedimientos podrían omitirse; en otros, se dejarán para más tarde, de modo que tendrás más tiempo para intimar con tu recién nacido.
Después recibirás a tu bebé de nuevo (suponiendo que todo esté bien) y podrías, si lo deseas, empezar a amamantarlo (pero no te preocupes si tú y/o tu bebé no lo logran inmediatamente; lee Cómo empezar a amamantar, página 470).
En algún momento, el bebé será conducido a la sala de recién nacidos (si has dado a luz en un hospital) para someterlo a un examen pediátrico más completo y a algunos procedimientos de protección de rutina (incluyendo un examen de sangre con un pinchazo en el talón y una vacuna de hepatitis B). Una vez que la temperatura de tu bebé esté estable, recibirá primero un baño, en el que tú (y/o el papi) podrán ayudar. Si has acordado que el bebé comparta tu cuarto, lo traerán de vuelta tan pronto sea posible y lo depositarán en una cuna junto a tu cama.
Para el compañero: qué puedes hacer.
Una vez más, estas responsabilidades pueden ser compartidas con una doula.
Continúa dándole consuelo y apoyo (un “te quiero” en un susurro puede ser más valioso para ella durante la última etapa que cualquier otra cosa), pero no te sientas herido si el objeto de tus afanes no parece advertir que estás allí. Sus energías están necesariamente enfocadas en otro sitio.
Ayúdala a relajarse entre contracciones con palabras tranquilizadoras, un paño fresco en la frente, cuello y hombros y, de ser posible, masajes en la espalda o presión para ayudarle a aliviar el dolor de espalda.
Sigue dándole cubitos de hielo o fluidos para humedecerle la boca según sea necesario. Probablemente estará sedienta con todo el esfuerzo que está realizando.
Sostenle la espalda mientras empuja, si es necesario; tómale la mano, límpiale la frente, o haz todo lo que parezca ayudarla. Si se desplaza de su posición, ayúdale a retomarla.
Señálale su progreso periódicamente. A medida que el bebé empieza a coronarse, recuérdale que esté atenta al espejo para tener confirmación visual de lo que va logrando. Cuando no esté mirando, o si no hay espejo disponible, ve dándole descripciones pulgada a pulgada. Tómale la mano y toquen juntos la cabeza del bebé para mayor inspiración.
Si te ofrecen la oportunidad de recibir a tu bebé cuando emerja o, más adelante, cortar el cordón, no temas. Ambas son tareas relativamente fáciles, y recibirás instrucciones paso a paso y apoyo de los asistentes. Deberías saber, de todos modos, que el cordón no puede cortarse como un trozo de soga. Es más resistente de lo que podrías pensar.
Lo peor ya pasó y lo mejor ya llegó. Todo lo que queda es ultimar los detalles pendientes, por así decirlo. Durante esta etapa final del nacimiento (que generalmente dura entre cinco minutos y media hora o más), saldrá la placenta, que ha sido el soporte vital de tu bebé dentro del útero. Seguirás experimentando contracciones leves de aproximadamente un minuto de duración, aunque podrías no advertirlas (¡después de todo estás más preocupada por tu recién nacido!). El estrechamiento del útero separa la placenta de la pared uterina y la hace descender al segmento inferior del útero o a la vagina de modo que pueda ser expulsada.
Tu médico ayudará a extraer la placenta ya sea tirando gentilmente de la cuerda con una mano mientras con la otra presiona y masajea el útero o bien ejerciendo presión descendiente sobre la parte superior del útero, pidiéndote que empujes en el momento adecuado. Puede que te den algo de Pitocin (oxitocina) por medio de una inyección o de tu suero intravenoso para estimular las contracciones uterinas, que acelerará la expulsión de la placenta, ayudará al útero a retrotraerse a su tamaño original y reducirá la pérdida de sangre. Una vez que haya salido la placenta, el médico la examinará para comprobar que esté intacta. De no ser así, te inspeccionará el útero de forma manual en busca de fragmentos de placenta y los removerá.
Ahora que ha terminado el proceso del parto y el alumbramiento, podrías sentirte totalmente agotada o, por el contrario, experimentar un impulso de renovada energía. Si has estado privada de alimentos y bebidas, tal vez te sentirás muy sedienta y, especialmente si el parto ha sido prolongado, hambrienta. Algunas mujeres sienten escalofríos a esta altura y todas experimentan una pérdida vaginal de sangre (loquios), comparable a un período menstrual intenso.
¿Cómo te sentirás emocionalmente después de haber dado a luz a tu bebé? Toda mujer reacciona de manera diferente, y tu reacción será normal para ti. Tu primera respuesta emocional podría ser de alegría, pero es igualmente probable que sea de alivio. Tal vez te sientas llena de júbilo y conversadora, eufórica y entusiasmada, un poquito impaciente por tener que empujar para expulsar la placenta o someterte a la recuperación de una episiotomía o un desgarro, o quizás tan absorta frente a lo que acunas en tus brazos (o tan aplastada, o un poquito de ambas sensaciones) que no lo advertirás. Es posible que te sientas más unida a tu pareja y ligada íntimamente a tu nuevo bebé, o (y esto es igualmente normal) que te sientas un poquito distanciada (¿quién es este extraño husmeando mis senos?) o, incluso, un tanto resentida, especialmente si el alumbramiento fue difícil (¡así que ésta es la personita que me hizo sufrir tanto!). Sea cual sea tu reacción, llegarás a amar profundamente a tu bebé. A veces estas cosas toman tiempo (para leer más sobre cómo intimar, lee la página 465).
Qué puedes hacer.
¡Abraza bien a tu recién nacido! Una vez que corten el cordón umbilical, tendrás una oportunidad de amamantarlo o simplemente de mimarlo. Háblale también. Como tu bebé reconocerá tu voz, un arrullo, una canción o unas palabritas susurradas le resultarán tranquilizantes (es un extraño nuevo mundo, y podrás ayudarle a que tenga algún sentido para él). Bajo ciertas circunstancias, tu bebé podría ser colocado en una cuna térmica durante un tiempo o quizás en los brazos de tu pareja mientras sale la placenta. Pero no te preocupes. Tendrás mucho tiempo para intimar con tu bebé.
Pasa algún tiempo intimando también con tu pareja, y disfrutando del flamante trío.
Ayuda a extraer la placenta, de ser necesario, empujando cuando te lo digan. Algunas mujeres ni siquiera tienen que empujar para que salga. Tu médico te dirá qué debes hacer.
Aguanta durante la reparación de una episiotomía o desgarro.
¡Enorgullécete de tu logro!
Todo lo que resta hacer, entonces, es que el médico suture cualquier desgarro (si no tienes anestesia, te darán una local) y te limpie. Probablemente te darán una bolsa de hielo para aplicar en el periné a fin de disminuir la inflamación (pide una si no te la ofrecen). La enfermera también te ayudará a ponerte una toalla femenina absorbente o te colocará algunas almohadillas espesas debajo del trasero (recuerda que sangrarás bastante). Una vez que estés lista, te trasladarán a una sala posparto (a menos que hayas dado a luz en lo que se llama sala de parto, alumbramiento, recuperación y posparto –LDRP, en inglés–, en cuyo caso te quedarás donde estás).
Para el acompañante: qué puedes hacer.
Si hay una doula presente, ella podría seguir ayudando, concentrándose en los aspectos más prácticos del cuidado posparto mientras tú pasas algún tiempo invalorable junto a los dos astros del espectáculo.
Ofrece algunas palabras de merecido elogio a la flamante mamá, y felicítate también a ti mismo por un trabajo bien hecho.
Empieza a intimar con tu bebé, abrazándolo y mimándolo, cantándole o hablándole. Recuerda que ya ha oído tu voz muchas veces durante su estada en el útero y está familiarizado con su sonido. Oírla en este extraño ámbito nuevo, lo reconfortará.
No te olvides de mimar e intimar también con la nueva mamá.
Pide una bolsa de hielo para aliviarle la zona perineal, si es que la enfermera no le ha ofrecido una.
Pide jugo para la nueva mamá, ya que posiblemente esté muy sedienta. Después de que se haya rehidratado y que ambos estén de ánimo, abre la champaña o la sidra burbujeante si los has traído para celebrar.
Si has traído el equipo necesario, toma las primeras fotos del bebé o capta a tu asombroso recién nacido en vídeo.
En un nacimiento por cesárea no podrás participar activamente como puedes hacerlo en uno vaginal, y algunas lo consideran una ventaja. En vez de resoplar, jadear y empujar para que tu bebé llegue al mundo, te limitarás a acostarte y dejar que el trabajo pesado lo hagan los demás. De hecho, tu contribución más importante al nacimiento por cesárea será la preparación: mientras más sepas al respecto, más cómoda te sentirás. Por eso es buena idea leer esta sección con anticipación, aunque no tengas planeada una cesárea.
Gracias a la anestesia local y a la liberalización de las regulaciones hospitalarias, la mayoría de las mujeres (y sus compañeros) puede presenciar los nacimientos por cesárea. Como no están preocupadas por empujar o por el dolor, suelen ser capaces de relajarse (al menos en cierto grado) y maravillarse con el nacimiento. Esto es lo que puedes esperar en un parto típico por cesárea:
Se aplicará una infusión vía intravenosa (si es que ya no la tienes) para permitir un rápido acceso si se necesitan medicamentos o fluidos adicionales.
Se administrará anestesia: ya sea una epidural o un bloqueo de la espina dorsal (ambas te adormecerán la parte inferior del cuerpo, pero no te dormirán). En escasas situaciones de emergencia, cuando un bebé debe nacer inmediatamente, podría usarse anestesia general (que te pone a dormir).
Te lavarán el abdomen con una solución antiséptica. Te insertarán un catéter (un tubo angosto) en la vejiga para mantenerla vacía y no obstaculizar al cirujano.
Te colocarán paños estériles en torno del abdomen expuesto. Te pondrán una pantalla opaca al nivel de los hombros para que no veas cuando hacen la incisión.
Si tu pareja asiste al alumbramiento, le enfundarán un delantal esterilizado. Se sentará cerca de tu cabeza para que pueda darte apoyo emocional y tomarte de la mano; podría tener la opción de ver la operación quirúrgica.
Si la tuya es una cesárea de emergencia, el procedimiento podría ir muy rápido. Trata de mantener la calma y concentrarte ante tanta actividad, y no dejes que te preocupe (así es como a veces funcionan las cosas en un hospital).
Una vez que el médico esté seguro de que la anestesia ha surtido efecto, te hará una incisión (por lo general un corte horizontal de bikini) en la parte inferior del abdomen, justo encima de la línea púbica. Podrías sentir la sensación de que te abren un cierre, pero no dolor.
Después se hace una segunda incisión, esta vez en el útero. Se abre el saco amniótico y, si todavía no se ha desgarrado, se succiona el fluido. Podrías oír un ruido de gorgoteo o chorro.
Después el bebé se extrae, por lo general mientras un asistente presiona el útero. Si tienes una epidural (aunque probablemente no con un bloqueo de la espina dorsal), tal vez sentirás algunos tirones como también cierta presión. Si estás ansiosa por ver la llegada de tu bebé, pregúntale al médico si puede bajar un poquito la pantalla para que veas el nacimiento en sí, pero no los detalles más gráficos.
Luego succionan la nariz y la boca de tu bebé. Oirás el primer llanto, el cordón será rápidamente engrapado y cortado, y podrás dar un rápido vistazo a tu recién nacido.
Mientras el bebé recibe la misma atención de rutina que recibe el bebé que nace tras un parto vaginal, el médico removerá la placenta.
Ahora el médico hará rápidamente una revisión rutinaria de tus órganos reproductivos y coserá las incisiones que se hayan hecho. La incisión uterina será suturada con puntos absorbibles, que no necesitan ser removidos. La incisión abdominal podría cerrarse con puntos o con grapas quirúrgicas.
Podrían administrarte una inyección de oxitocina por vía intramuscular o por tu suero intravenoso, para ayudar a que el útero se contraiga y para controlar la hemorragia. También podrían darte antibióticos vía intravenosa para reducir las probabilidades de infección.
Es posible que tengas algún momento para mimar al bebé en la sala de parto, pero mucho dependerá de tu condición y la del pequeño, como también de las reglas del hospital. Si no puedes tomar en brazos al bebé, quizás tu marido pueda. Si tienen que llevárselo a la unidad de cuidado neonatal intensivo (NICU, en inglés), no te desanimes. Es un procedimiento de rutina en muchos hospitales después de una cesárea y es más probable que indique una precaución que un problema en el estado de tu bebé. En cuanto a intimar con el bebé, lo harás tarde o temprano, y por eso no te preocupes si los cariñitos deben esperar un poco más.
Felicitaciones… ¡Lo has logrado! ¡Ahora relájate y disfruta de tu nuevo bebé!