¡FELICITACIONES! EL MOMENTO QUE habías estado esperando durante (más o menos) 40 semanas, finalmente ha llegado. Ya has dejado atrás meses de embarazo y largas horas de parto y eres oficialmente una madre, con un nuevo bebé en tus brazos en vez de dentro de tu barriga. Pero la transición del embarazo al posparto conlleva algo más que un bebé. También trae consigo una variedad de síntomas nuevos (adiós molestias, dolores e incomodidades del embarazo, hola a los del posparto) y una avalancha de preguntas (¿Por qué estoy transpirando tanto? ¿Por qué tengo contracciones si ya he dado a luz? ¿Podré volver a sentarme alguna vez? ¿Por qué luzco todavía como si estuviera en el sexto mes de embarazo? ¿De quién son estos senos?). Con un poco de suerte, tendrás oportunidad de leer con anticipación acerca de éstos y muchos otros temas del posparto. Una vez que comience tu labor de mamá de tiempo completo, no te será fácil encontrar un momento para leer (ni qué decir de usar el inodoro).
Durante la primera semana posparto, dependiendo del tipo de parto que hayas tenido (fácil o difícil, vaginal o por cesárea), además de otros factores puntuales, podrías experimentar todos o algunos de los siguientes síntomas:
Físicamente
Sangrado vaginal (loquios) similar al de tu período
Cierta incomodidad perineal si tuviste una cesárea
Calambres abdominales (dolores posteriores al parto) a medida que se contrae el útero
Agotamiento
Incomodidad perineal, dolor, adormecimiento si tuviste un parto vaginal (especialmente si te pusieron puntos)
Dolor alrededor de la incisión y, posteriormente, adormecimiento en el área si es que tuviste una cesárea (especialmente si es la primera)
Incomodidad al sentarte y caminar si tuviste una episiotomía, reparación de un desgarro o una cesárea
Dificultad para orinar durante uno o dos días
Estreñimiento; incomodidad para ir al baño durante los primeros días
Hemorroides, como continuación del embarazo, o nuevas por el esfuerzo de haber empujado
Dolor general, especialmente si tuviste que empujar mucho
Ojos inflamados; marcas azules y negras alrededor de los ojos, en las mejillas, o en otras partes del cuerpo, debido al esfuerzo de empujar enérgicamente
Sudoración, a veces abundante, particularmente en la noche
Incomodidad en los senos y congestión a partir más o menos del tercer o cuarto día después del parto
Pezones irritados o agrietados, si estás amamantando
Emocionalmente
Entusiasmo, tristeza u oscilaciones entre uno y otra
Nervios de la nueva mamá; temor de tener que cuidar de tu nuevo bebé, especialmente si eres primeriza
Frustración si atraviesas momentos difíciles para empezar a amamantar
Sensación de sentirte abrumada frente a los desafíos físicos, emocionales y logísticos que encaras
Entusiasmo de tener que comenzar tu nueva vida con tu nuevo bebé
“Sabía que sangraría después del parto, pero cuando me levanté de la cama por primera vez y vi correr la sangre por mis piernas me asusté un poco”
Toma unas cuantas toallas higiénicas femeninas y relájate. Esta descarga de sangre, mucosa y tejidos sobrantes del útero, conocida como loquios, es normalmente tan o más abundante que un período menstrual durante los primeros tres a diez días del posparto. Podría totalizar hasta dos tazas antes de que empiece a disminuir y, a veces, parecerá muy intensa. Una descarga súbita cuando te pones de pie en los primeros días es normal (es sólo el flujo que se ha acumulado mientras has estado acostada o sentada). Como la sangre y un ocasional coágulo sanguíneo son los ingredientes predominantes de los loquios durante el período del posparto inmediato, tu descarga podría ser muy roja durante cinco días a tres semanas, para volverse gradualmente a un rosa aguado, luego marrón y finalmente blanco amarillento. Deberías usar toallas higiénicas absorbentes y no tampones. El flujo podría continuar de manera intermitente durante un par de semanas o, incluso, hasta seis semanas. En algunas mujeres, el sangrado ligero continúa durante tres meses. El flujo es diferente en cada una.
La lactancia –y/o el Pitocin (oxitocina) administrado por vía intravenosa, que es ordenado rutinariamente por algunos médicos después del parto– podrían reducir el flujo de loquios al estimular las contracciones uterinas. Estas contracciones posteriores al parto ayudan a encoger el útero a su tamaño normal con mayor rapidez, a la vez que perforan los vasos sanguíneos expuestos en el lugar donde la placenta se desprendió del útero. Para saber más sobre estas contracciones, lee la siguiente pregunta.
Si estás en el hospital o centro de natalidad y crees que tu sangrado es excesivo, comunícaselo a una enfermera. Si una vez que regresas a casa experimentas lo que parece ser un sangrado anormalmente intenso (consulta la página 613), llama a tu médico inmediatamente y si no puedes contactarlo, ve a la sala de emergencia (a la del hospital donde diste a luz, si es posible).
“He sentido calambres en el abdomen, especialmente cuando amamanto. ¿A qué se debe?”
¿Pensaste que ya habías sentido la última contracción? Lamentablemente no terminan después del parto, ni tampoco sus incomodidades. Estos llamados dolores posteriores son desencadenados por las contracciones del útero a medida que se encoge (desde unas 2⅓ libras hasta apenas un par de onzas) y hace su descenso normal de regreso a la pelvis tras el nacimiento del bebé. Puedes llevar la cuenta de cómo se va encogiendo, presionando ligeramente debajo del ombligo. Hacia el final de las seis semanas es probable que no lo sientas más.
Los dolores posteriores pueden ser decididamente molestos, pero cumplen un buen propósito. Además de ayudar al útero a encontrar el camino de regreso a su tamaño y ubicación usuales, estas contracciones ayudan a reducir el sangrado normal posparto. Es probable que sean más dolorosos en las mujeres cuyos músculos uterinos no están tonificados debido a nacimientos previos o a un estiramiento excesivo (como en el caso de partos de mellizos o más). Los dolores posteriores pueden ser más pronunciados durante la lactancia, cuando se libera la oxitocina que estimula las contracciones (algo positivo, realmente, porque significa que tu útero se está encogiendo más rápido) y/o si te han administrado Pitocin (oxitocina) por vía intravenosa después del parto.
Los dolores deberían disminuir naturalmente dentro de cuatro a siete días. Mientras tanto, el acetaminofeno (Tylenol) podría servir de alivio. Si no lo hace o si el dolor persiste por más de una semana, consulta a tu médico para descartar otros problemas posparto, incluyendo una infección.
“No tuve una episiotomía ni desgarros. ¿Por qué siento tanto dolor en esa zona?”
No puedes esperar que unas siete libras de bebé pasen sin dejar rastro. Incluso si tu periné quedó casi intacto durante el parto, esta zona se ha visto distendida, magullada y traumatizada, y el resultado normal de ello es una molestia que va de leve a no tanto. El dolor puede ser peor si toses o estornudas, e incluso podría resultarte incómodo sentarte por unos días. Puedes seguir los mismos consejos ofrecidos en la siguiente respuesta para las mujeres con dolores posteriores a un desgarro.
También es posible que al empujar durante el parto hayas desarrollado hemorroides y, posiblemente, fisuras anales, que pueden ser desde incómodas hasta extremadamente dolorosas. Consulta la página 294 para leer consejos sobre cómo lidiar con las hemorroides.
“Me desgarré durante el parto y ahora estoy increíblemente dolorida. ¿Es posible que los puntos se hayan infectado?”
Todas las que dan a luz vaginalmente (y a veces aquellas que tienen un parto prolongado, antes de dar a luz por cesárea) pueden esperar dolor perineal. Pero no es de sorprender que ese dolor se intensifique si el periné se desgarró o si lo cortaron quirúrgicamente (es decir, si te practicaron una episiotomía). Al igual que toda herida nueva recién tratada, el sitio de una laceración o episiotomía tardará en cicatrizar, por lo general, de 7 a 10 días. El dolor de por sí en esta etapa, a menos que sea muy severo, no es una señal de que hayas desarrollado una infección.
Además, la infección (aunque posible) es muy improbable si la zona perineal ha sido bien cuidada desde el parto. Mientras estás en el hospital o centro de natalidad, una enfermera te revisará por lo menos una vez al día para asegurarse de que no haya inflamación u otras indicaciones de infección en el periné. También te instruirá sobre la higiene perineal posparto, que es importante para prevenir infecciones, no sólo en la zona donde se realizó la reparación, sino también en el tracto genital (puede haber gérmenes). Por este motivo, las mismas precauciones se aplican para quienes dan a luz completamente intactas. Éste es el plan de autocuidado para un periné posparto saludable:
Cambia tu toalla higiénica femenina absorbente por lo menos cada cuatro a seis horas.
Rocía o esparce agua tibia (o una solución antiséptica, si te lo han recomendado tu médico o la enfermera) sobre el periné mientras orinas para aliviar la irritación, y después de terminar para mantener el área limpia. Sécate dándote palmadas con gasas o con toallitas de papel humedecidas que vienen junto con las toallas higiénicas femeninas que te entregan en el hospital. Y siempre hazlo de adelante hacia atrás, gentilmente, y sin frotar.
Mantén tus manos alejadas del área hasta que cicatrice del todo.
Aunque la incomodidad probablemente será mayor si te han reparado un desgarro (con posible picazón alrededor de los puntos acompañada de inflamación), las siguientes sugerencias serán bienvenidas sin importar cómo hayas dado a luz. Para aliviar el dolor perineal:
Dale frío.
Para reducir la hinchazón y brindar un alivio reparador, usa almohadillas con agua de hamamelis, un guante quirúrgico lleno de hielo picado, o una toalla higiénica absorbente con una bolsa fría incorporada, y aplícalos en la zona afectada cada dos horas durante las primeras 24 horas después del parto.
Dale calor.
Los baños tibios de asiento (en el que sólo sumerges las caderas y las nalgas) durante 20 minutos unas pocas veces por día, o compresas calientes, aliviarán la incomodidad.
Adormécela.
Usa anestésicos locales en forma de aerosoles, cremas, ungüentos o almohadillas recomendados por tu médico. El acetaminofeno (Tylenol) también puede ser de ayuda.
Quítale presión.
Para disminuir la presión en la zona, acuéstate de costado cuando te sea posible y evita pasar largos períodos de pie o sentada. Sentarte sobre una almohada (especialmente una que tenga un orificio en el centro) o un tubo inflado (generalmente comercializado para quienes sufren de hemorroides) también podría ser de ayuda, así como endurecer las nalgas antes de sentarte.
No la aprietes.
La ropa ajustada, especialmente la ropa interior, puede frotar e irritar el área y retrasar la cicatrización. Deja que tu periné respire lo más posible (por ahora, prefiere la ropa suelta a las medias ajustadas).
Ejercítala.
Los ejercicios de Kegel, efectuados con la mayor frecuencia posible después del parto y hasta el período posparto, estimularán la circulación en el área, promoviendo la cicatrización y mejorando el tono muscular. No te preocupes si no sientes los músculos al hacer los ejercicios, ya que la zona estará entumecida después del parto. Recuperarás la sensibilidad gradualmente a lo largo de las próximas semanas. Si el periné se enrojece, duele, se hincha, o si detectas un olor desagradable, podría tratarse de una infección. Consulta con el médico.
“Parece que hubiera estado más bien en un cuadrilátero que en una sala de parto. ¿A qué se debe?”
¿Te ves y te sientes como si te hubieran dado una paliza? Así es el posparto normal. Después de todo, probablemente trabajaste más duro para dar a luz a tu bebé que la mayoría de los boxeadores sobre el ring, aunque sólo hayas enfrentado a un rival de 7 a 8 libras. Debido a las poderosas contracciones y al esfuerzo extenuante de empujar (especialmente si lo hiciste con la cara y el pecho en vez de con la parte inferior del cuerpo), podrías haber quedado con una variedad de recuerdos poco gratos. Éstos podrían incluir ojos negros o inyectados de sangre (las gafas negras te permitirán disimularlo en público hasta que tus ojos vuelvan a su estado normal, y las compresas frías durante 10 minutos, varias veces al día, podrían ayudar a acelerar esa recuperación) y magullones, que van desde pequeños puntitos en las mejillas hasta moretones más grandes en la cara o área superior del pecho. También podrías sentir hinchazón en el pecho y/o dificultad para respirar hondo, debido al esfuerzo realizado por tus músculos pectorales esforzados (los baños o duchas calientes o una almohadilla térmica podrían aliviarte), dolor y sensibilidad en el área del hueso caudal (el calor y los masajes pueden ayudar) y/o dolor general en todo el cuerpo (también el calor puede aliviar).
“Han pasado varias horas desde que di a luz y no he podido hacer pis”
Hacer pis no es fácil para la mayoría de las mujeres durante las primeras 24 horas de posparto. Algunas mujeres no sienten ninguna necesidad mientras que otras tienen ganas pero no pueden hacer pis. Y otras logran orinar, pero con dolor y ardor. Hay muchos motivos por los cuales la función básica de la vejiga se vuelve un trabajo duro después del parto:
La capacidad de retención de la vejiga aumenta porque repentinamente tiene más espacio para expandirse y, por lo tanto, tu necesidad de orinar podría ser menos frecuente que durante el embarazo.
La vejiga podría haber quedado magullada durante el alumbramiento, además de temporalmente paralizada, impidiendo que envíe las señales necesarias de urgencia aun cuando está llena.
Haber recibido una epidural podría haber disminuido la sensibilidad de la vejiga o tu atención a sus señales.
El dolor en el área perineal puede causar espasmos de reflejo en la uretra (el tubo por el que sale la orina), dificultando la expulsión de la orina. La hinchazón del periné también podría impedirte orinar con tranquilidad.
La sensibilidad de la zona tras un desgarro o la reparación de una episiotomía podría causar ardor y/o dolor al orinar. El ardor podría aliviarse en parte, parándote con una pierna a cada lado del inodoro al orinar para que el flujo salga directamente hacia abajo, sin rozar puntos doloridos. Rociarte agua tibia en el área mientras orinas también puede disminuir la incomodidad (usa el rociador que la enfermera probablemente te dio; pide uno si no lo hizo).
La deshidratación, especialmente si no tomaste nada de líquido durante un parto prolongado ni recibiste fluidos vía suero intravenoso.
Una serie de factores psicológicos podría impedirte expulsar la orina: temor al dolor, falta de privacidad, vergüenza o incomodidad de usar un recipiente en la cama o de necesitar asistencia para ir al baño.
Aunque sea difícil hacer pis después del parto, es esencial que vacíes la vejiga dentro de seis a ocho horas para evitar una infección urinaria, la pérdida de tono muscular en la vejiga a causa de una distensión excesiva, y el sangrado (debido a que una vejiga llena podría dificultar las contracciones uterinas normales del posparto que pueden contener el sangrado). Por lo tanto, la enfermera te preguntará insistentemente después del parto si has cumplido con esta importante misión. Incluso, podría pedirte que la primera orina del posparto la hagas en un recipiente para poder medir la cantidad y podría palparte la vejiga para asegurarse de que no está distendida. Para ayudar a agilizar el proceso:
Bebe mucho líquido: lo que entra es muy probable que salga. Y además perdiste mucho durante el parto.
Da unos pasos. Levantarte de la cama y dar un pequeño paseo lo antes posible después del parto, en cuanto seas capaz, ayudará a activar tu vejiga (y el intestino).
Si te incomoda el público (¿y a quién no?), haz que la enfermera espere afuera mientras orinas. Puede regresar cuando hayas terminado y darte una demostración de higiene perineal, si es que no lo ha hecho todavía.
Si estás demasiado débil como para caminar hasta el baño y debes usar un recipiente, pide un poco de agua tibia para rociar sobre el área perineal (que podría estimularte a orinar). También te ayudará a sentarte sobre el recipiente en vez de acostarte sobre él. También en este caso la privacidad puede ser la clave del éxito.
Entibia la zona perineal en un baño de asiento o enfríala con bolsas de hielo, sea cual sea la alternativa que te provoque más ganas de orinar.
Abre el grifo del agua mientras tratas de hacer pis. Si haces correr el agua del lavamanos estimularás tu propia tubería…
Si fracasan todos los esfuerzos y no has hecho pis en ocho horas más o menos después del parto, tu médico podría ordenarte un catéter (un tubo insertado en tu uretra) para vaciar la vejiga. Un buen incentivo para probar los métodos anteriores.
Después de 24 horas, el problema de la escasez se suele convertir en un problema de abundancia. Por lo general, la mayoría de las nuevas mamás empieza a orinar con frecuencia y abundancia a medida que expele el exceso de líquido. Si todavía tienes dificultades para orinar, o si orinas muy poco en los días siguientes, es posible que tengas una infección urinaria (consulta la página 538 para leer sobre sus signos y síntomas).
“Parece como que no puedo controlar la orina. Se me sale sola”
El estrés físico del parto puede inutilizar temporalmente muchas partes, incluyendo la vejiga. O no deja salir la orina… o la deja salir con demasiada facilidad, como en tu caso. Esa filtración (llamada incontinencia urinaria) ocurre debido a una pérdida de tono muscular en la zona perineal. Los ejercicios de Kegel, que se recomiendan para todo posparto, pueden ayudar a restablecer el tono y a que recuperes el control del flujo de orina. Consulta la página 490 para más consejos sobre cómo lidiar con la incontinencia; si continúa, llama al médico.
“Di a luz hace dos días y todavía no he podido ir al baño. Realmente tengo ganas, pero me asusta mucho la posibilidad de que se me abran los puntos”
El primer movimiento intestinal en el posparto es un hito que casi toda mujer que acaba de dar a luz está ansiosa por dejar detrás. Y mientras más te demores en hacerlo, más nerviosa e incómoda estarás.
Hay varios factores fisiológicos que podrían interferir. Para empezar, los músculos abdominales que asisten a la eliminación se han estirado durante el parto, volviéndose flojos y a veces temporalmente inefectivos. Por otra parte, los mismos intestinos podrían haberse entorpecido durante el parto. Y, por supuesto, pueden haberse vaciado al dar a luz (¿recuerdas esa diarrea que te dio antes del parto? ¿Lo que se te escapó mientras empujabas?), y probablemente quedaron despejados porque no comiste alimentos sólidos durante el parto.
Pero quizás los inhibidores más potentes a la actividad intestinal en el posparto son psicológicos: la preocupación por el dolor; el temor infundado de que se te abrirán los puntos; la preocupación de que empeorarás las hemorroides; la vergüenza natural por la falta de privacidad en el hospital o centro de natalidad, y la presión de “cumplir”, que a veces resulta el impedimento más grande. Sólo porque el estreñimiento posparto es común, no significa que no puedas combatirlo. Éstos son algunos pasos que puedes dar para movilizar el proceso:
No te preocupes.
Nada te impedirá más mover el intestino que preocuparte acerca de mover el intestino. No te preocupes de que se te abran los puntos: no ocurrirá. Finalmente, no te preocupes si demoras algunos días en regularizarte, ya que también está bien.
Pide alimentos con fibra.
Si estás todavía en el hospital o el centro de natalidad, elige todos los granos integrales del menú (especialmente cereal de salvado) y frutas y vegetales frescos. Como las porciones pueden ser escasas, supleméntalas con alimentos estimulantes del intestino traídas desde afuera como manzanas y peras, pasas y otras frutas secas, nueces, semillas y panecillos de salvado. Si ya estás en casa, asegúrate de comer regularmente y bien, y de estar consumiendo tu cuota de fibra. Abstente de los alimentos que te puedan estancar (como esas tentadoras cajas de chocolate de regalo, que seguramente se están apilando en tu mesa de luz).
Bebe mucho líquido.
No sólo necesitas compensar los líquidos que perdiste durante el proceso de parto y el alumbramiento, sino también ingerir líquidos adicionales para ayudar a ablandar las deposiciones si no has podido ir al baño. El agua siempre da resultado, pero también podrías descubrir que el jugo de manzana o de ciruela es particularmente efectivo. El agua tibia con limón es otra buena opción.
Mastica, mastica… y mastica.
En algunas personas la goma de mascar estimula los reflejos digestivos y puede ayudarles a normalizar el sistema.
Levanta la cola de la silla.
Un cuerpo inactivo fomenta los intestinos perezosos. No necesariamente tendrás que dar vueltas en la pista de atletismo al día siguiente del parto, pero podrás dar paseos cortos por los pasillos. Los ejercicios de Kegel, que pueden practicarse en la cama casi inmediatamente después del parto, te ayudarán a tonificar no solamente el periné sino también el recto. En casa, haz caminatas con el bebé. Consulta la página 502 para sugerencias de ejercicios posparto.
No te esfuerces.
Esforzarte no te abrirá los puntos, pero puede provocar o agravar las hemorroides. Si ya las tienes, podrías aliviarte con baños de asiento, anestésicos locales, almohadillas con agua de hamamelis, supositorios o compresas calientes o frías.
Usa ablandadores fecales.
Muchos hospitales envían a las madres a casa provistas de un ablandador fecal y un laxante, y lo hacen por una buena razón. Los dos pueden ayudarte a poner en marcha el proceso.
Tu primer movimiento intestinal podría ser más bien doloroso. Pero no temas. A medida que las deposiciones se vayan ablandando y te vayas regularizando, la incomodidad se aliviará y a la larga se irá, para que vuelvas a ir al baño sin pensarlo siquiera.
“Me despierto por las noches empapada de sudor. ¿Es normal?”
Es desagradable, pero es normal. Las nuevas mamás siempre están transpirando, y por un par de buenos motivos. Para empezar, tus niveles hormonales están descendiendo, reflejando el hecho de que ya no estás embarazada, como ya lo habrás notado. Además, la transpiración (como la orina frecuente) es el modo que tiene tu cuerpo después del parto de deshacerse de los líquidos acumulados en el embarazo, lo que seguramente te alegrará. Pero algo que no te hará feliz es lo incómoda que puede hacerte sentir la transpiración y por cuánto tiempo durará. Algunas mujeres siguen transpirando a mares durante varias semanas o más. Si transpiras por lo general de noche, como ocurre con la mayoría de las mamás flamantes, cubrir la almohada con una toalla absorbente podría ayudarte a dormir mejor (también ayudará a proteger la almohada).
No te desesperes, es normal. Pero asegúrate de beber suficientes líquidos para compensar los que estás perdiendo, especialmente si estás amamantando, pero también si no lo estás haciendo.
“Acabo de regresar del hospital y tengo una temperatura de unos 101°F. ¿Debo llamar al médico?”
Siempre es buena idea mantener informado al médico si no te sientes bien enseguida después de haber dado a luz. La fiebre en el tercer o cuarto día después del parto, podría ser una señal de infección posparto, aunque también podría ser causada por una enfermedad no relacionada con este período. La fiebre también puede ser ocasionada por la combinación del entusiasmo y agotamiento comunes en el período inicial de posparto. Una fiebre baja (menos de 100°F) acompaña ocasionalmente la congestión cuando te sale tu primera leche, y no es motivo de alarma. Pero como precaución, informa a tu médico si la fiebre es superior a los 100°F y dura más de un día durante las tres primeras semanas de posparto o si es una fiebre más alta y se prolonga por más de unas pocas horas –incluso si está acompañada de síntomas evidentes de resfrío o gripe, o vómitos– para determinar su causa e iniciar cualquier tratamiento adecuado.
“Finalmente me bajó la leche, dejándome los senos tres veces más grandes de lo normal, y tan duros y doloridos que ni siquiera me puedo poner el sostén. ¿Es esto lo que me espera hasta el destete?”
Justo cuando pensabas que tus senos no podían agrandarse más, lo hacen. Esa primera leche llega dejándote los senos congestionados, dolorosamente sensibles, palpitantes, duros… y a veces tan grandes que te asustan. Y para empeorar las cosas, esta congestión (que podría extenderse hasta las axilas) puede hacer que amamantar resulte muy doloroso y, si tus pezones están achatados por la hinchazón, puede ser frustrante para tu bebé. Mientras más tarden tu bebé y tú en acoplarse para las primeras sesiones de amamantamiento, probablemente peor será la hinchazón.
Pero por suerte, no durará mucho. La congestión, con todos sus incómodos efectos, irá gradualmente cediendo una vez que se establezca un sistema bien coordinado de oferta y demanda de leche, por lo general en cuestión de días. El dolor en los pezones –que alcanza su punto máximo alrededor de la vigésima vez que das el pecho, si es que llevas la cuenta– disminuye rápidamente a medida que se endurecen. Y con un cuidado adecuado (consulta la página 480), también disminuirán las grietas y el sangrado en los pezones que algunas mujeres experimentan.
Hasta que la lactancia se haga un hábito arraigado –y sea completamente indolora para ti– hay algunos pasos que puedes seguir para aliviar la incomodidad en los senos y acelerar el establecimiento de un buen suministro de leche (lee todo acerca de cómo empezar en la página 470).
Las mujeres que no tienen dificultades para iniciar la lactancia (especialmente las que ya han amamantado antes) podrían no experimentar mucha hinchazón. Mientras el bebé reciba su ración de leche, eso también es normal.
“No estoy dando pecho. He oído que extraer la leche puede ser doloroso”
Tus senos están programados para llenarse de leche (más bien atiborrarse) alrededor del tercer o cuarto día después del parto, planees o no usarla para alimentar a tu bebé. Esta congestión puede ser incómoda, aun dolorosa, pero es sólo temporal.
Tus senos producen la leche sólo según sea necesario. Si ésta no es usada, la producción cesará. Aunque podría continuar una filtración esporádica durante varios días, o incluso semanas, la congestión severa no debería durar más de 12 a 24 horas. Durante este período, pueden ser de utilidad las bolsas de hielo, los analgésicos para dolores leves y un sostén de soporte. Evita la estimulación de los pezones, la extracción de la leche o las duchas calientes, todo lo cual puede activar la producción de leche y prolongar ese ciclo doloroso.
“Hace dos días di a luz y no me sale nada de los senos cuando los aprieto. Ni siquiera calostro. ¿Mi bebé estará pasando hambre?”
No sólo no está pasando hambre, sino que ni siquiera está hambriento todavía. Los bebés no nacen con un gran apetito ni con necesidades nutricionales inmediatas. Y para cuando tu bebé empiece a estar hambriento de la sustanciosa cuota de leche materna (al tercer o cuarto día de nacer), sin duda serás capaz de satisfacerlo.
Lo que no quiere decir que tus senos estén vacíos ahora. El calostro, que suministra a tu bebé suficiente nutrición (por ahora), además de importantes anticuerpos que su cuerpecito todavía no puede producir (y que también le ayudan a vaciar su sistema digestivo de una mucosa excesiva y el meconio de los intestinos), ya está presente en la reducida dosis necesaria. Una cucharadita de té más o menos por alimentación es todo lo que tu bebé necesita en estos momentos. Pero hasta el tercer o cuarto día después del parto, cuando tus senos empiezan a crecer y a sentirse llenos (lo que indica que la leche ha bajado), no es tan fácil extraerla a mano. Un bebé de un día, ansioso de succionar, está mejor equipado que tú para extraer el calostro que necesita.
“Esperaba conectarme con mi bebé tan pronto como naciera, pero no siento absolutamente nada. ¿Qué me pasa?”
Momentos después de dar a luz, te entregan a tu pequeño bebé y es más hermoso y perfecto de lo que habías imaginado. Te mira y se cruzan las miradas de ambos, formando un vínculo instantáneo entre madre e hijo. Mientras sostienes ese cuerpecito diminuto, hueles su dulzura, le cubres de besos la carita suave, y sientes emociones que nunca imaginaste, que te abruman con su intensidad. Eres una mamá enamorada.
Y lo más probable, es que hayas estado soñando o, por lo menos, imaginándolo mientras soñabas despierta. Las escenas como ésas son ideales en los sueños –y en los comerciales– pero no tienen nada que ver con lo que experimentan muchas mamás primerizas. Una escena posiblemente más realista es la siguiente: después de un parto prolongado y de mucho esfuerzo que te ha dejado agotada física y emocionalmente, te colocan en tus brazos debilitados a un extraño regordete de cara rojiza y lo primero que notas es que no se parece al querubín de mejillas sonrosadas que esperabas. Lo segundo que adviertes es que no deja de chillar. Lo tercero, que no tienes idea de cómo hacer para que deje de berrear. Te esfuerzas por amamantarlo pero él no coopera; tratas de socializar con él, pero está más interesado en chillar que en dormir y, francamente, a estas alturas, lo único que tú quieres, precisamente, es dormir. Y no puedes dejar de preguntarte (después de haberte despertado): ¿perdí mi oportunidad de establecer un vínculo con él?
De ninguna manera. El proceso de vinculación es diferente para cada madre y cada bebé y no viene con fecha fija. Aunque algunas mamás se conectan con sus recién nacidos con mayor rapidez que otras –quizás porque han tenido experiencia previa con infantes, sus expectativas eran más realistas, su parto más fácil, o sus bebés más receptivos– pocas hallan que ese lazo se cimienta con una supergoma de velocidad. Se va formando gradualmente, con el tiempo, algo para lo cual tu bebé y tú tienen tiempo de sobra.
Por eso date ese tiempo. Tiempo para acostumbrarte a ser una madre (es un gran ajuste, después de todo), y tiempo para llegar a conocer a tu bebé que, digámoslo, es un desconocido en tu vida. Satisface las necesidades básicas de tu recién nacido (y las tuyas) y hallarás que la conexión amorosa se va desarrollando día a día, y abrazo tras abrazo. Y hablando de abrazos, no los limites. Mientras más lo hagas, más lo sentirás. Aunque al principio no lo sientas como algo natural, mientras más tiempo pases abrazando, cuidando, alimentando, masajeando, cantando, mimando y hablándole a tu bebé –mientras más tiempo pases piel a piel y cara a cara– más natural y cercano lo empezarás a sentir. Aunque no lo creas, antes de darte cuenta te sentirás como la madre que eres (¡de verdad!), conectada con tu bebé con el tipo de amor con el que soñaste.
“Mi hijo nació prematuro y fue conducido inmediatamente a la unidad de cuidado neonatal intensivo (NICU). Los médicos dicen que estará allí por lo menos unas dos semanas. ¿Será muy tarde para establecer un vínculo afectivo cuando salga?”
Para nada. Es cierto que resulta maravilloso tener la oportunidad de establecer un vínculo inmediatamente después del nacimiento, a través del contacto piel a piel y cara a cara. Es un primer paso en el desarrollo de una conexión duradera madre-hijo. Pero es sólo el primer paso. Y este paso no tiene necesariamente que ocurrir tras el parto. Puede ocurrir horas o días después en la cama del hospital, o por las ventanillas de una incubadora o, incluso, semanas después en la casa.
Y afortunadamente, podrás tocar, hablarle o posiblemente sostener a tu bebé aunque esté en la NICU. La mayoría de los hospitales no solamente permite el contacto de padres-hijo en tal situación, sino que lo estimula. Habla con la enfermera a cargo de la NICU para saber cómo puedes conectarte con tu recién nacido durante este período. Para leer más acerca del cuidado de los bebés prematuros, consulta Qué esperar en el primer año (What to Expect the First Year).
Ten en cuenta, además, que aun las mamás y papás que tienen la oportunidad de conectarse en la sala de maternidad, no necesariamente sienten esa vinculación instantánea (lee la pregunta anterior). El amor que dura toda una vida tarda en desarrollarse, un tiempo que tu bebé y tú empezarán a disfrutar juntos muy pronto.
“Tener al bebé en mi propio cuarto me pareció una gran idea cuando estaba embarazada. Pero en ese entonces no tenía idea de lo cansada que iba a estar. ¿Qué tipo de madre sería si le pidiera a la enfermera que se lo lleve?”
Pues serías una madre muy humana. Acabas de completar uno de los mayores desafíos de la vida, dar a luz, y estás por comenzar uno aún más exigente, criar un niño. La necesidad de un poquito de descanso entre uno y otro es completamente normal y comprensible.
Tener al bebé en tu cuarto todo el día es una opción maravillosa en el cuidado de la maternidad orientada a la familia, que da a los flamantes padres la oportunidad de empezar a conocer al recién llegado desde el primer minuto. Pero no es un requisito, ni tampoco es para todos. Algunas mujeres lo sobrellevan muy fácilmente, por supuesto, quizás porque sus partos fueron relativamente fáciles o porque llegan a la tarea con experiencia previa. Para ellas, un infante inconsolable a las 3 de la mañana no será exactamente una alegría, pero tampoco una pesadilla. Sin embargo, para una nueva mamá que haya estado privada de sueño constantemente, exhausta por el proceso de parto y el alumbramiento, y que nunca ha estado más cerca de un bebé que un aviso de pañales (¿te resulta familiar?), esos berridos en la madrugada pueden hacerla sentir abrumada y sin saber qué hacer.
Si estás feliz de tener al bebé en el cuarto contigo, magnífico. Pero si accediste a este arreglo sólo para darte cuenta más tarde que realmente preferirías dormir un poco, estás en tu derecho de cambiar de opinión. La tenencia parcial (durante el día, pero no de noche) podría ser una buena solución para ti. O quizás prefieras dormir bien la primera noche y empezar a tener el bebé contigo a partir de la segunda. Sólo asegúrate de que te lleven al bebé para su alimentación –y que no le den ningún biberón suplementario– si es que estás amamantando.
Sé flexible. Concéntrate en la calidad del tiempo que pasas con tu bebé en el hospital en vez de la cantidad, y no te sientas culpable de incluir tus propias necesidades en la ecuación. La compañía permanente empezará muy pronto en tu casa. Descansa todo lo que necesitas ahora y estarás mejor preparada para manejar la situación después.
“¿Cómo será mi recuperación de una cesárea?”
La recuperación de una cesárea es similar a la de cualquier cirugía abdominal, con una encantadora diferencia: en vez de perder la vesícula biliar o el apéndice, ganas un flamante bebé.
Por supuesto, hay otra diferencia, presumiblemente menos encantadora. Además de recuperarte de la operación quirúrgica, también te estarás reponiendo del parto. Excepto por un periné intacto, experimentarás las mismas incomodidades posparto durante las próximas semanas (¡qué afortunada!) que habrías sentido de haber dado a luz vaginalmente: dolores posteriores, loquios, incomodidad perineal (si tuviste un proceso de parto prolongado antes de la operación), senos congestionados, fatiga, cambios hormonales y transpiración excesiva, por nombrar sólo algunas.
En cuanto a la recuperación quirúrgica, puedes esperar lo siguiente en la sala de recuperación:
Dolor alrededor de la incisión.
Una vez que desaparece el efecto de la anestesia, tu herida, al igual que cualquier herida, te va a doler, aunque el grado de intensidad dependerá en gran parte de muchos factores, incluyendo tu umbral del dolor y cuántas cesáreas hayas tenido (la primera suele ser la más incómoda). Probablemente te darán analgésicos según los necesites, que podrían hacerte sentir aturdida o dopada, pero también te facilitarán el necesario descanso. No tienes que preocuparte si amamantas; el medicamento no pasará al calostro, y para el momento en que salga la leche, tal vez no necesitarás ningún analgésico fuerte. Si el dolor continúa durante semanas, como ocurre a veces, puedes depender sin riesgos de los analgésicos de venta libre. Pide a tu médico una recomendación y la dosis. Para facilitar la cicatrización, trata de no levantar nada pesado durante las primeras semanas después de la operación.
Posible náusea con o sin vómitos.
Esto no siempre se produce como efecto de la operación, pero si te ocurre, podrían darte un medicamento para la náusea.
Agotamiento.
Probablemente te sentirás algo débil después de la cirugía, en parte debido a la pérdida de sangre, en parte a la anestesia. Si pasaste por algunas horas de proceso de parto antes de la operación, podrías sentirte más exhausta. También es posible que te sientas emocionalmente consumida (después de todo, acabas de tener un bebé… además de una operación quirúrgica), sobre todo si la cesárea no fue planeada.
Evaluaciones regulares de tu condición.
Una enfermera controlará tus signos vitales (temperatura, presión sanguínea, pulso, respiración), tu producción de orina, el flujo vaginal, el estado de la herida y la firmeza y nivel del útero (a medida que se va encogiendo y regresando hacia su posición original en la pelvis). También controlará el suero intravenoso y el catéter urinario.
Una vez que te hayas trasladado a tu habitación, puedes esperar lo siguiente:
Más controles.
La enfermera seguirá revisando tu condición.
Remoción del catéter urinario.
Esto probablemente ocurrirá poco después de la operación. Orinar podría resultarte difícil, y por eso prueba los consejos de la página 460. Si no dan resultado, podrían reinsertarte el catéter hasta que puedas hacer pis por tu cuenta.
Estímulo para que hagas ejercicio.
Antes de que dejes la cama, te estimularán a mover los dedos de los pies, flexionar los pies para estirar los músculos de las pantorrillas, empujar contra el fondo de la cama con los pies, y voltearte de lado a lado. También puedes intentar los ejercicios de las páginas 504 y 505. Tienen el propósito de mejorar la circulación, especialmente en tus piernas, y prevenir la formación de coágulos sanguíneos. (Pero prepárate porque algunos de ellos pueden ser muy incómodos, al menos durante las primeras 24 horas).
Levantarte entre las 8 y 24 horas después de la operación.
Con la ayuda de una enfermera, te sentarás primero, apoyada en el respaldo elevado de la cama. Después, usando las manos como apoyo, levantarás las piernas sobre el costado de la cama y las suspenderás durante algunos minutos. Luego, lentamente, te ayudarán para que te pares en el piso, con las manos todavía sobre la cama. Si te sientes mareada (lo que es normal), vuelve a sentarte erguida. Estabilízate durante unos minutos antes de dar un par de pasos y luego dalos lentamente, ya que los primeros podrían ser muy dolorosos. Aunque podrías necesitar ayuda las primeras veces que te pongas de pie, esta dificultad para movilizarte será temporal. De hecho, pronto podrías sentirte más ágil que la mujer que acaba de dar a luz vaginalmente en el cuarto de al lado, y lo más probable es que tendrás una ventaja a la hora de sentarte.
Lento retorno a una dieta normal.
Aunque solía ser rutinario mantener a las mujeres con líquidos intravenosos durante las primeras 24 horas de una cesárea y limitarlas a líquidos claros durante uno o dos días (y todavía lo es en algunos hospitales y para algunos médicos), podría ser mejor empezar a consumir alimentos sólidos mucho antes. Las investigaciones han demostrado que las mujeres que comienzan a consumir sólidos antes (gradualmente, pero a partir ya de las cuatro a ocho horas después de la operación) evacuan más rápido y, por lo general, están listas para ser dadas de alta 24 horas antes que las que son mantenidas sólo con líquidos. Los procedimientos pueden variar de un hospital a otro y de médico en médico y tu condición después de la cirugía también podría jugar un papel importante para decidir el momento de retirar el suero intravenoso y en que puedes volver a sentarte a la mesa. Ten en cuenta, además, que el retorno a la alimentación con sólidos vendrá en etapas. Empezarás con líquidos, pasando a algo suave y fácilmente digerible (como Jell-O) y a partir de allí lentamente. Pero tu dieta deberá permanecer durante unos días con los alimentos blandos y fáciles de digerir (no pienses siquiera en que alguien te lleve una hamburguesa a escondidas). Una vez que hayas vuelto a los sólidos, no te olvides de aumentar también los líquidos, especialmente si estás amamantando.
Dolor que se extiende al hombro.
La irritación del diafragma, causada por pequeñas cantidades de sangre en la barriga, puede provocar un dolor agudo de hombro durante algunas horas después de la operación. Un analgésico puede ayudar.
Posible estreñimiento.
Como la anestesia y la cirugía (sumadas a tu dieta limitada) podrían hacer más perezosos tus intestinos, es posible que pasen algunos días antes de que puedas ir al baño, y eso es normal. También podrías experimentar algunos gases dolorosos debido al estreñimiento. Para acelerar el proceso, especialmente si te sientes incómoda, podrían recetarte un ablandador fecal, un supositorio o un laxante suave. Los consejos de la página 461 también serán de utilidad.
Molestias abdominales.
A medida que el aparato digestivo (temporalmente fuera de servicio por la cirugía) vuelve a funcionar, los gases atrapados pueden causar un dolor considerable, especialmente cuando presionan sobre la línea de la incisión. La incomodidad podría intensificarse cuando te ríes, toses o estornudas. Pídele al médico o a la enfermera que te recomienden algún remedio. Un supositorio podría ayudar a liberar los gases, como también caminar ida y vuelta por el pasillo. También podría brindarte algún alivio recostarte de costado o de espaldas, con las rodillas levantadas, respirando profundamente.
Pasar tiempo con tu bebé.
Te estimularán a mimar y alimentar a tu bebé lo antes posible (si estás amamantando, coloca al bebé sobre una almohada sobre tu incisión o recuéstate de costado al darle el pecho). Y sí, incluso puedes levantar a tu bebé. Si lo permiten tu estado y las regulaciones del hospital, probablemente podrás tener a tu bebé en la habitación permanente o parcialmente; la compañía de tu marido en la cama también podría serte de gran ayuda. Pero no insistas en tener al bebé todo el tiempo en la habitación si no estás preparada para ello, o si necesitas un buen descanso.
Remoción de los puntos.
Si los puntos no son autoabsorbentes, serán removidos de cuatro a cinco días después del parto. El procedimiento no es muy doloroso, aunque podrías sentir cierta molestia. Cuando te quiten el vendaje, dale un buen vistazo a la incisión junto con la enfermera o el médico; pregunta cuánto tiempo tardará en cicatrizar, qué cambios serán normales y cuáles podrían requerir atención médica.
En la mayoría de los casos, lo normal es regresar a casa tras dos o cuatro días después del parto. Pero tendrás que tomártelo con calma, ya que seguirás necesitando ayuda con el cuidado de bebé y de ti misma. Trata de tener a alguien junto a ti todo el tiempo durante las primeras dos semanas.
“En el hospital, las enfermeras le cambiaban el pañal a mi bebé, lo bañaban y me decían cuándo amamantarlo. Ahora que estoy en casa con él, me siento poco preparada y completamente abrumada”
Es cierto que los bebés no nacen con las instrucciones escritas en sus colitas adorables (¿no sería eso conveniente?). Pero por suerte, suelen regresar del hospital con instrucciones del personal médico sobre su alimentación, baño y cambio de pañales. ¿Ya las perdiste? ¿O quizás terminaron untadas con la caquita color mostaza la primera vez que trataste de cambiar el pañal, intentando al mismo tiempo leer las instrucciones para cambiarle el pañal? No te preocupes, hay abundante información para ayudarte a cumplir tu nueva tarea como nueva madre, tanto en libros como en Internet. Además, probablemente ya habrás concertado la primera visita al pediatra, donde te darán todavía más información, sin mencionar las respuestas a las 3.000 preguntas que habrás acumulado (si es que recuerdas escribirlas y llevarlas contigo).
Por supuesto, se necesita algo más que información para hacer de una nueva mamá una experta. Exige paciencia, perseverancia y práctica, práctica… y práctica. Afortunadamente, los bebés te perdonan todo a medida que aprendes. No les importa que les pongas los pañales al revés o te olvides de limpiarles detrás de las orejitas al bañarlos. Tampoco vacilan en comunicarse: decididamente te harán saber si están hambrientos, cansados o si has preparado el baño demasiado frío (aunque al principio no sabrás distinguir el motivo preciso de la queja). Y lo mejor de todo es que como tu bebé nunca tuvo otra mamá con quien compararte, decididamente darás la talla en sus registros. De hecho, eres la mejor que haya tenido jamás.
¿Sigues padeciendo de falta de confianza? Lo que más podría ayudarte –además del paso del tiempo y la acumulación de experiencia– es saber que estás en buena compañía. Toda mamá (aun las experimentadas, que seguramente envidias) se siente superada en esas primeras semanas, especialmente cuando el agotamiento del posparto –sumado a la falta de sueño y a la recuperación del parto– deja sentir su efecto, en cuerpo y alma. Por eso corta ese ritmo frenético (y de paso córtate una rebanada de queso y quizás alguna rodaja de pan; la escasez de azúcar en la sangre puede contribuir a ese sentimiento abrumador), y date mucho tiempo para acostumbrarte y llevar adelante el programa maternal. Muy pronto (antes de lo que piensas), los desafíos cotidianos del cuidado del bebé ya no serán tan exigentes. De hecho, te resultarán tan naturales que podrás cumplirlos mientras duermes (y a menudo te sentirás como si así fuera). Cambiarás pañales, alimentarás, ayudarás a eructar y reconfortarás con toda soltura, con un brazo atado a la espalda (o al menos, con un brazo doblando la ropa lavada, poniéndote al día con tu correo electrónico, leyendo un libro, llevándote un bocado de cereal a la boca, o cumpliendo tareas múltiples). Serás una madre. Y las madres, en el caso de que no te hayas enterado, pueden hacerlo todo.
TODO ACERCA DE …
No hay nada más natural que amamantar a un bebé. Bueno, no siempre, al menos no enseguida. Los bebés nacen para ser amamantados, pero no necesariamente nacen sabiendo cómo hacerlo. Lo mismo para las mamás. Los senos son algo natural y se llenan automáticamente de leche, pero saber cómo colocarlos efectivamente en la boquita del bebé es un arte que se aprende.
Lo cierto es que, aunque amamantar es un proceso natural, es un proceso natural que no necesariamente les viene naturalmente –o rápidamente– a algunas madres y bebés. A veces hay factores físicos que frustran esos primeros intentos, y otras veces es sólo la falta de experiencia por parte de ambos participantes. Pero sea cual sea lo que se interponga entre el bebé y el seno, no pasará mucho tiempo antes de que se sincronicen perfectamente. Algunas de las relaciones más satisfactorias en esta materia comienzan con varios días –o incluso semanas– de errores, esfuerzos fallidos y lágrimas por partida doble.
Aprender con anticipación todo lo que puedas sobre la lactancia –incluyendo cómo hacer frente a esos contratiempos inevitables– puede ayudar a esa adaptación mutua. Leer mucho o asistir a una clase prenatal sobre la lactancia será invalorable, como también lo siguiente:
Empieza pronto. Lo ideal es en la misma sala de natalidad, de ser posible (lee El ABC de amamantar en la página 474). Haz saber a tu médico que te gustaría empezar a amamantar tan pronto como puedas después de dar a luz (y de paso escribe ese pedido en tu plan de nacimiento, si es que estás usando uno). No te desanimes si tú o tu bebé (o ambos) no están en la misma sintonía enseguida. Eso no significa que no puedas empezar exitosamente más adelante. Y recuerda que aun si puedes hacerlo tempranamente no garantizará una primera experiencia satisfactoria. Los dos tienen mucho que aprender.
Mantén unido el equipo de amamantamiento. Arregla que el niño esté en tu cuarto a tiempo completo o parcial, si te parece, a fin de estar lista para darle el pecho cuando el bebé esté preparado. Si prefieres descansar entre una alimentación y otra –te lo has ganado– pide que te traigan al bebé cada vez que tenga hambre (te llevarán el bebé para que le des el pecho cuando esté hambriento).
Recluta toda la ayuda que puedas. Idealmente, una asesora de lactancia te acompañará al menos en tus dos primeras sesiones de amamantamiento para darte instrucciones prácticas, consejos útiles y quizás algún material de lectura. Si no te ofrecen este servicio, pregunta si una asesora de lactancia o una enfermera experimentada en el tema puede observar tu técnica y orientarte si tu bebé y tú no se sincronizan bien. Si sales del hospital o centro de natalidad antes de recibir esta ayuda, tu técnica debería ser evaluada por alguien con experiencia en lactancia –el pediatra, una enfermera a domicilio o una asesora externa en lactancia– en unos pocos días. También puedes encontrar consejos y contactos de asesoras de lactancia llamando a la filial local de La Leche League. O contacta a la Asociación Internacional de Consultores en Lactancia (International Lactation Consultant Association, ILCA) en el (919) 861-5577 o en ilca.org, para localizar una consultora de lactancia en tu zona.
No te dejes influir por los consejos ajenos. Considera limitar el número de visitantes (quizás sólo tu marido) mientras tu bebé y tú disfrutan la experiencia de amamantar. Aunque estés ansiosa por presentar a tu recién llegado, deberás mantener un ambiente tranquilo –y completa concentración– durante esas sesiones de aprendizaje.
Ten paciencia si tu bebé tarda en empezar. Puede que esté tan agotado como tú después del parto, quizás más. Los recién nacidos están somnolientos, y el tuyo probablemente estará especialmente adormecido y perezoso frente al seno materno si tú recibiste anestesia o si tuviste un proceso de parto prolongado y difícil. Eso no es problema porque los recién nacidos necesitan poca nutrición durante los primeros días de vida. Cuando tu bebé empiece a sentir hambre, estará preparado para saciarlo de verdad. Lo que los bebés necesitan, aun antes, es el cuidado de la madre. El contacto con el pecho es tan importante como succionar.
No le des el biberón. Asegúrate de que el apetito e instinto de succión de tu bebé no se vean obstaculizados entre una alimentación y otra por enfermeras bien intencionadas que le lleven biberones con fórmula o agua azucarada. En primer lugar, porque no hace falta mucho para satisfacer el apetito de un recién nacido. Si a tu bebé le dan una pequeña alimentación suplementaria, ya estará demasiado satisfecho para cuando sea el momento de amamantar. Si no lo amamantas, tus senos no serán estimulados para producir leche, y podría iniciarse un círculo vicioso que interferirá con el desarrollo de un buen sistema de oferta y demanda. Segundo, porque como un pezón de goma requiere menos esfuerzo, el reflejo de succión de tu bebé podría volverse perezoso cuando le ofrecen el biberón. Enfrentado al desafío más exigente de chupar el seno, el bebé podría abandonar el intento. Los chupetes también pueden interferir con el amamantamiento (aunque no en todos los casos). Por eso imparte instrucciones –por medio de tu médico– que, tal como lo recomienda la Academia Americana de Pediatría (American Academy of Pediatrics), no deben dar suplementos alimenticios ni chupetes a tu bebé en la sala de recién nacidos a menos que sea necesario desde el punto de vista médico.
Alimenta a pedido. Y si la demanda todavía no se manifiesta, alimenta con frecuencia de todos modos, intentando por lo menos 8 a 12 sesiones diarias. No sólo mantendrá feliz a tu bebé, sino también estimulará la producción de leche y aumentará tu suministro para satisfacer su demanda creciente. Por otra parte, imponer un programa de alimentación cada cuatro horas puede empeorar la congestión de los senos y hacer que más adelante el bebé no reciba la suficiente alimentación.
Amamanta sin límites. En el pasado, se suponía que había que limitar las sesiones iniciales (cinco minutos en cada seno) para impedir la irritación de los pezones, a fin de endurecerlos gradualmente. Pero la irritación de los pezones se debe a una posición inadecuada del bebé en el seno y tiene poco que ver con la duración de la alimentación. La mayoría de los recién nacidos requieren de 10 a 45 minutos para completar una alimentación (no es tan fácil como parece). Mientras la posición sea correcta, no hay necesidad de imponer límites a estas sesiones.
Trata de vaciarlos. Idealmente, al menos un seno debería “vaciarse” en cada alimentación, y esto es realmente más importante que asegurarte de que el bebé se alimente de ambos. Cuando un seno no se vacía lo suficiente, el bebé no recibe la leche que sale al final de la sesión y que es la que contiene más de las calorías que necesita para ganar peso que la leche que sale primero (ésta sirve para saciar la sed del bebé mientras que la leche final es la fortalecedora). La leche final también sacia más, lo que significa que mantiene más tiempo lleno el tanque del bebé. Por eso no le cortes el suministro sólo porque se haya alimentado durante 15 minutos en el seno número uno y espera hasta que parezca dispuesto a terminar. Después ofrécele el segundo seno, pero sin forzarlo. Recuerda iniciar la sesión siguiente con ese segundo seno que no se vació completamente.
No permitas que el bebé adormecido se acueste si eso significa que estará dormido durante toda la sesión alimenticia. Algunos bebés, especialmente en sus primeros días de vida, podrían no despertarse lo suficiente como para nutrirse. Si han pasado tres horas desde la última alimentación de tu recién nacido, entonces es hora de despertarlo. Ésta es una manera de hacerlo. Primero, si está envuelto o muy abrigado, desenvuélvelo ya que el aire fresco ayudará a comenzar el proceso para despertarlo. Después intenta sentarlo, sosteniéndole y frotándole la espalda gentilmente con una mano y el mentón con la otra. Masajearle los brazos y piernas o aplicarle un toque de agua fría en la frente también podría servir de ayuda. En el momento en que comience a moverse, adopta rápidamente la posición para amamantarlo. O deposita a tu bebé adormilado sobre tu seno desnudo. Los bebés tienen un sentido agudo del olfato y el aroma de tu seno podría despertarlos.
No trates de alimentar al bebé cuando está llorando. Idealmente, lo alimentarás cuando insinúe las primeras señales de hambre o interés en succionar, lo que podría incluir chuparse las manos o buscar el pezón, o quizás mostrarse particularmente alerta. Trata de no esperar hasta que comience a llorar frenéticamente, una tardía señal de que tiene hambre. Pero si ha empezado el frenesí, mécelo y tranquilízalo antes de darle el pecho. O si no, ofrécele un dedo para que chupe hasta que se calme. Después de todo, aun estando tranquilo es difícil para un lactante inexperto hallar el pezón, y si llega al extremo del frenesí, podría ser imposible.
Mantén la calma. Relájate y trata de mantener la calma no importa lo frustrante que llegue a ser el episodio. Si has permitido la presencia de visitantes, hazlos salir 15 minutos antes de la alimentación y usa ese rato para tranquilizarte un poco. Haz algunos ejercicios de relajación antes de empezar (lee la página 153) o sintoniza música suave. Cuando amamantes, trata de mantener la calma. Las tensiones no sólo dificultan el descenso de la leche (el modo de hacer que la leche esté disponible a la succión) sino que también puede generar estrés en el bebé (los infantes son extremadamente sensibles a los cambios de ánimo de su mamá). Y un bebé ansioso no se alimenta efectivamente.
Lleva la cuenta. Una vez que salga la leche y hasta que la lactancia esté bien establecida, lleva un registro escrito sobre las sesiones alimenticias del bebé (cuándo empezaron y terminaron) como también el número de pañales sucios y mojados por día. Aunque te parezca obsesivo, realmente te ayudará a darte una buena idea de cómo marcha el proceso, y también te permitirá reportar el progreso con precisión al pediatra (te lo preguntará). Sigue batallando durante por lo menos de 8 a 12 alimentaciones en cada período de 24 horas, pero nunca fuerces a tu bebé a que succione. Aunque la duración de las sesiones podría variar considerablemente, una vez que la congestión e irritación de los pezones se haya reducido, promediarán una media hora cada una, por lo general divididas entre ambos senos (aunque a veces un bebé sacará la cara o se dormirá antes de prenderse al segundo seno, lo que está bien siempre y cuando el primero se haya vaciado). El aumento de peso de tu bebé y el registro de los pañales te darán un panorama aun más claro sobre el consumo del bebé. Debería haber por lo menos seis pañales mojados (la orina debe aparecer clara y no de coloración amarilla oscura) y por lo menos tres movimientos de intestino durante un período de 24 horas. Independientemente de cuánto tiempo mame el bebé, si la ganancia de peso y la producción son satisfactorias, puedes suponer que el consumo también lo es.
Justo cuanto tú y tu bebé parecían estar en sintonía respecto a la lactancia, la leche se interpone. Hasta ahora, tu bebé ha estado extrayendo fácilmente pequeñas cantidades de calostro (primera leche) y tus senos han manejado fácilmente su carga. Pero de pronto, sin previo aviso, la leche baja. En unas pocas horas los senos se te hinchan y los sientes duros y doloridos. Amamantar con ellos puede ser frustrante para el bebé y muy incómodo para ti.
Por suerte, este miserable capítulo en la lactancia suele ser muy breve, no más de 24 a 48 horas (aunque ocasionalmente podría prolongarse hasta una semana). Mientras dura, aquí puedes encontrar una serie de métodos para aliviar la congestión de los senos y la incomodidad que conlleva:
Caliéntalos. Recurre brevemente al calor para suavizar la aréola y facilitar el descenso al comienzo de la sesión. Para hacerlo, coloca un paño mojado en agua tibia, no caliente, sólo en la aréola, o sumerge el seno en un recipiente con agua tibia.
Masajéalos. También puedes estimular el flujo lácteo masajeando el seno que succiona tu bebé.
Enfríalos. Usa bolsas de hielo después de amamantar para reducir la congestión. Y aunque pueda parecer un poco extravagante y lucir más extraño todavía, las hojas de repollo helado también podrían aliviarte (usa las hojas grandes del exterior y haz un orificio en el centro de cada una para tu pezón; enjuaga y seca antes de aplicar).
Vístete a la medida. Usa un sostén de lactancia bien calzado todo el tiempo (con tiras anchas y sin revestimiento de plástico). Como la presión sobre tus senos doloridos y congestionados puede causar dolor, no lo uses demasiado ajustado. Y usa ropa suelta que no se frote contra tus senos sensibles.
Sé constante. No te tientes a esquivar o ahorrar una sesión debido al dolor. Mientras menos succione tu bebé, más congestionados tendrás los senos, y más te dolerán.
Échale mano al asunto. Extrae un poquito de leche de cada seno antes de amamantar, para aliviar la congestión. Esto hará fluir la leche y suavizará el pezón para que tu bebé pueda aferrarse mejor a él.
Varía. Cambia de posición para dar el pecho de una sesión a otra (prueba la posición de fútbol americano en una alimentación y la posición de cuna en la siguiente; consulta la página 474). Esto garantizará que todos los conductos lácteos se vacíen y podría aliviar la molestia de la congestión.
Busca algún alivio. Para los dolores severos toma acetaminofeno (Tylenol) u otro analgésico leve que te recete el médico.
Las primeras semanas de lactancia podrían ser muy húmedas. La leche puede filtrarse, gotear o aun chorrear de tus senos, en cualquier momento y lugar, y sin aviso. De pronto sientes el hormigueo del descenso, y antes de que puedas ponerte un protector mamario o un suéter para cubrirte, descubrirás el círculo delator de humedad que da nuevo significado a las sexys camisetas mojadas.
Además de esos momentos inoportunos en público (“con razón el muchacho del correo me miraba con esa sonrisa…”), podrías experimentar filtraciones espontáneas cuando duermes o te das una ducha tibia, cuando oyes llorar a tu bebé, cuando piensas o hablas de él. Es posible que gotees leche de un seno mientras estás amamantando con el otro. Y si tu bebé se ha acostumbrado a una rutina alimenticia más o menos regular, tus senos podrían comenzar a gotear con anticipación antes de que él empiece a succionar.
Aunque puede ser incómodo, desagradable y embarazoso, este efecto secundario de la lactancia es completamente normal y muy común, sobre todo en las primeras semanas. (No filtrar nada o apenas muy poquito puede ser tan normal y, de hecho, muchas madres que ya han tenido un bebé podrían notar que sus senos tienen menos filtraciones que la primera vez). En la mayoría de los casos, a medida que se establece la lactancia, el sistema se asienta y las filtraciones disminuyen considerablemente. Aunque tal vez no te será posible cerrar completamente el grifo, puedes intentar sentirte un poco menos incómoda:
Aprovisiónate de protectores mamarios. Si tienes filtraciones, notarás que en las primeras semanas posparto estarás cambiándotelos con la misma frecuencia con que das el pecho y, a veces, aun más frecuentemente. Ten en cuenta que, al igual que un pañal, deberían cambiarse cada vez que se mojen. Usa protectores que no tengan revestimiento de plástico o impermeable, ya que sólo atraparán más la humedad y provocarán irritación en los pezones. Algunas mujeres prefieren los desechables, mientras que a otras les agrada el contacto de los reusables de algodón.
Protege tu cama. Si estás filtrando mucha leche durante la noche, usa protectores extra o coloca una toalla grande sobre las sábanas mientras duermes. Lo último que querrás en estos momentos es tener que cambiar las sábanas todos los días o, peor todavía, comprar un colchón nuevo.
No bombees para prevenir las filtraciones. Si intentas extraer más leche, en vez de controlar las filtraciones estarás estimulando tus senos, producirás más leche, y más serán las filtraciones con las que tendrás que lidiar.
Trata de contener el exceso. Una vez que la lactancia se haya establecido y la producción de leche se haya estabilizado, puedes tratar de detener la filtración presionando los pezones (aunque probablemente no en público) o sosteniendo tus brazos contra los pechos cuando sientas que te está por salir. Pero no lo hagas en las primeras semanas, porque podrías inhibir el descenso de la leche y obstruir el conducto lácteo.
Los pezones sensibles pueden hacer de la lactancia una experiencia miserable y frustrante. Afortunadamente, la mayoría de las mujeres no sufre irritación por mucho tiempo y, por el contrario, sus pezones se fortalecen rápidamente y dar el pecho se convierte en un placer indoloro. Pero algunas mujeres, especialmente las que tienen “bebés barracuda” (con una succión vigorosa) o que no han encontrado la posición correcta para amamantar, siguen experimentando irritación y grietas. Para aliviar la incomodidad y para que puedas empezar a disfrutar de la experiencia intenta lo siguiente:
Busca la posición correcta. Asegúrate de que tu bebé esté en la posición correcta, de cara a tu seno (mira el recuadro en la página 474). Varía la posición de amamantamiento para que una parte diferente de la aréola sea comprimida en cada alimentación, pero manteniendo siempre al bebé de cara a tus senos.
Deja que tus pezones respiren (hazlo cuando estés en casa). Expón brevemente al aire los pezones irritados o agrietados después de cada alimentación. Protégelos de la frotación de la ropa y otros irritantes. Y si estás realmente irritada, podrías pensar en rodearlos con un “colchón de aire” usando copas protectoras de pezones.
Mantenlos secos. Cámbiate los protectores mamarios tan pronto se mojen. También asegúrate de que no tengan revestimiento de plástico, que sólo atrapa la humedad. Si vives en un clima húmedo, usa un secador de cabello, en el nivel tibio, en cada seno (a unas 6 u 8 pulgadas de distancia) durante no más de dos o tres minutos después de amamantar. Esto es muy reconfortante, aunque difícil de explicar si alguien llega de improviso cuando lo estás haciendo.
Cura con la misma leche. La leche materna puede ayudar a curar los pezones irritados. Por eso deja la leche que haya quedado en el seno después de dar de mamar, en vez de secarla. O extrae unas pocas gotas de leche al final de la sesión y frótatela en los pezones, dejando que se sequen antes de ponerte de nuevo el sostén.
Frótalos. Aunque los pezones están protegidos y lubricados naturalmente por glándulas sudoríparas y aceites en la piel, usar una preparación comercial de lanolina modificada puede prevenir y/o curar las grietas. Después de dar el pecho, aplícate lanolina ultra purificada de aplicación médica como Lansinoh, pero evita los productos en base a petróleo y Vaselina, como también otros productos aceitosos. Lava los pezones sólo con agua, nunca con jabón, alcohol o toallitas húmedas, estén o no irritados. Tu bebé ya está protegido de tus gérmenes, y la leche en sí es limpia.
Prueba el té para dos. Moja las bolsitas de té regular en agua fría y colócatelas sobre tus pezones irritados. Las propiedades del té pueden ayudar a aliviarlos y curarlos.
Trátalos equitativamente. No favorezcas un seno porque está menos irritado o porque el pezón no está agrietado; el único medio de fortalecer los pezones es usarlos. Además, para que los dos senos tengan una buena producción, deben recibir igual tiempo de estimulación.
Si un pezón está mucho más irritado que el otro, amamanta del menos sensible primero porque el bebé succionará más vigorosamente cuando tenga hambre. Trata de hacer esto sólo cuando no tengas más remedio –y durante no más de unos pocos días– porque podría impedir que el seno irritado reciba la estimulación que necesita y, a la larga, afectará tu producción de leche. Por suerte, lo peor de la irritación no debería prolongarse por más tiempo (si se prolonga, consulta a una asesora de lactancia, ya que una posición inadecuada podría ser la causa del problema).
Tranquilízate antes de dar el pecho. La relajación favorecerá el descenso de la leche (lo que significa que el bebé no tendrá que succionar con tanta fuerza), mientras que la tensión lo inhibirá.
Busca alivio. Toma acetaminofeno (Tylenol) antes de amamantar para aliviar la irritación.
Vigila. Si tus pezones están agrietados, está atenta a posibles signos de infección del seno (lee el texto a continuación) que puede ocurrir cuando los gérmenes penetran un conducto lácteo por una grieta en el pezón.
Una vez que se establece la lactancia, suele ser un proceso fácil hasta que llega el momento del destete. Pero de vez en cuando, se presentan uno o dos obstáculos en el camino, entre ellos:
Conductos lácteos obstruidos.
A veces, un conducto lácteo se obstruye y retiene la leche. Esta condición –caracterizada por una pequeña protuberancia roja y sensible en el pecho– puede desembocar en una infección, por lo tanto es importante resolverla pronto. El mejor modo de hacerlo es ofrecer primero el seno afectado y dejar que tu bebé lo vacíe todo lo posible. Si no termina la tarea, extrae toda la leche restante a mano o con un extractor. Impide que haya presiones sobre el conducto asegurándote de que tu sostén no esté demasiado ajustado (no uses por ahora los que tienen soporte de alambre) y variando las posiciones de lactancia para ejercer presión sobre distintos conductos. Aplicar bolsas calientes o compresas tibias antes de amamantar o aplicar masajes suaves también podría ayudar (el mentón del bebé, si está en la posición adecuada, puede dar un excelente masaje a un conducto obstruido). No aproveches este momento para el destete, porque dejar de amamantar ahora sólo agravará la obstrucción.
Infección de seno.
Una complicación más seria y menos común de la lactancia es la mastitis, o infección de mama, que puede desarrollarse en uno o dos senos, más a menudo durante el primer período posparto (aunque puede ocurrir en cualquier momento durante la lactancia). Los factores que pueden combinarse para causar mastitis son no vaciar los senos de la leche en cada sesión, los gérmenes (usualmente de la boca del bebé) que entran en los conductos lácteos por medio de una grieta en el pezón, y una menor resistencia en la mamá debido a estrés y fatiga.
Los síntomas más comunes de mastitis son severa irritación o dolor, endurecimiento, enrojecimiento, ardor e hinchazón del seno, con síntomas similares a la gripe: escalofríos generalizados y una fiebre de 101°F a 102°F. Si experimentas estos síntomas, consulta a tu médico inmediatamente. Necesitarás un tratamiento médico que podría incluir reposo en cama, antibióticos, analgésicos, mayor ingestión de líquidos y aplicaciones de calor húmedo. Deberías empezar a sentirte mucho mejor dentro de las 36 a 48 horas después de empezar con los antibióticos. Si no es así, informa al médico, ya que tal vez necesitará recetarte otro tipo de antibiótico.
Sigue amamantando durante el tratamiento. Como los gérmenes del bebé probablemente fueron los que causaron la infección, no serán perjudiciales. Los antibióticos recetados para la infección también serán seguros. Y el vaciado del seno ayudará a prevenir la obstrucción de los conductos lácteos. Amamanta (si puedes, ya que podría ser muy doloroso) en el seno infectado, y saca con un extractor todo lo que no terminó el bebé. Si el dolor es tan intenso que no puedes amamantar, intenta bombear a mano o usar una bomba manual (lo que te lastime menos) mientras estás recostada en una bañera de agua tibia con tus senos flotando cómodamente; puedes dejar que la leche caiga en el agua. (No uses una bomba eléctrica en la bañera).
Una demora en el tratamiento de la mastitis o descontinuar el tratamiento demasiado pronto podría provocar un absceso de mama, cuyos síntomas incluyen un dolor extremo y punzante; hinchazón localizada, sensibilidad y ardor en el área del absceso, y oscilaciones de temperatura entre 100°F y 103°F. El tratamiento incluye antibióticos y, por lo general, un drenaje quirúrgico. El drenaje podría permanecer en su sitio después de la cirugía. En la mayoría de los casos no es posible seguir amamantando con ese seno, pero sí con el otro hasta que se produzca el destete.
El momento para amamantar a tu recién nacido después de un parto quirúrgico dependerá de cómo te sientas y de la situación de tu bebé. Si ambos están en buen estado, probablemente podrás presentarle el seno en la sala de recuperación, poco después de terminada la operación. Si estás aturdida por la anestesia general o si tu bebé necesita cuidado inmediato, esta primera sesión alimenticia podría tener que esperar. Si después de 12 horas no has podido reunirte con tu bebé, pregunta si puedes usar una bomba para extraer tu primera leche (calostro) y empezar la lactancia.
Probablemente, te resultará incómodo al principio dar el pecho después de una cesárea. Será menos molesto si tratas de evitar las presiones sobre la incisión con una de estas técnicas: coloca una almohada en la falda, debajo del bebé; recuéstate de costado o utiliza la posición de fútbol americano (página 474), también con el apoyo de un almohadón. Tanto los dolores que sientas después de amamantar como la irritación en el lugar de la incisión son normales e irán disminuyendo en los días siguientes.
La lactancia, como casi todo aspecto del cuidado de más de un recién nacido, parece por lo menos el doble de exigente. Sin embargo, una vez que hayas tomado el ritmo (¡y lo harás!), encontrarás que no sólo es posible sino el doble (o el triple) de gratificante. Para amamantar exitosamente a los mellizos o más, deberías:
Comer bien… y mucho.
Cumple las recomendaciones dietéticas para las madres lactantes (consulta la Dieta de la lactancia en la página 478), y agrega lo siguiente: de 400 a 500 calorías por encima de tus necesidades anteriores al embarazo por cada bebé que amamantes (podrías tener que aumentar tu ingestión de calorías a medida que los bebés crezcan y tengan más hambre, o disminuirla si suplementas el seno con fórmula y/o sólidos, o si tienes considerables reservas de grasas de las que te quieres desprender); una porción adicional de proteína (para un total de cuatro) y una porción adicional de calcio (seis en total) o el equivalente en suplementos de calcio.
Bombea.
Si tus bebés están en la NICU y todavía son demasiado pequeños para ser amamantados, o si necesitas ayuda extra para estimular tu suministro al comienzo, considera usar un doble extractor eléctrico. Más adelante, la extracción te permitirá ganar unas pocas horas valiosas de sueño mientras alguna otra persona alimenta a los bebés. No te desalientes si el extractor no te satisface completamente; ninguno puede vaciar un seno tan bien como un bebé. Pero la estimulación regular de un extractor (y tus bebés) vaciará a la larga tu provisión de leche.
Amamanta a los dos a la vez (o no).
Tienes dos senos y dos (o más) bocas que alimentar. ¿Crees que puedes alimentar dos bebés a la vez? Podrías hacerlo, especialmente con una ayudita (como los almohadones grandes de lactancia para mellizos). Una ventaja evidente de dar el pecho a dos bebés a la vez es que no te pasarás todo el día y la noche amamantando (primero el Bebé A, ahora el Bebé B, y de vuelta al Bebé A, sin parar). Para alimentar a los dos juntos, primero colócalos sobre el almohadón y luego conéctalos al seno (o puedes pedir a alguien que te entregue a los bebés uno por uno, especialmente si todavía te estás acostumbrando a la maniobra).
Si la lactancia simultánea no te atrae, no lo hagas. Puedes alimentar con un biberón a uno (utilizando leche extraída o fórmula, si estás suplementando) y con el seno al otro (y luego invertir el proceso), o amamantar primero a uno y después al otro. Algunos bebés son muy eficientes y completan una alimentación en sólo 10 a 15 minutos. Si éste es tu caso, considérate afortunada: no pasarás más tiempo amamantando que el promedio de la lactancia simultánea.
¿Tienes tres (o más) bebés que alimentar? Amamantar a trillizos (e incluso cuatrillizos) también es posible. Amamanta de a dos por vez y después da el pecho al tercero, recordando cambiar al bebé que se alimenta solo la próxima vez. Para más información sobre la lactancia de múltiples, consulta mostonline.org o tripletconnection.org.
Recluta el doble de ayuda.
Consigue toda la ayuda que puedas para las tareas domésticas, preparación de alimentos y cuidado infantil y así podrás conservar las energías que necesitas para promover la producción de leche.
Trata cada cena de manera diferente.
Aun los mellizos idénticos tienen diferentes personalidades, apetitos y maneras de mamar. Por eso trata de comprender las necesidades de cada uno. Y lleva un registro muy cuidadoso para asegurarte de que cada bebé se alimente bien en cada sesión.
Ejercita ambos senos.
Cambia de seno con cada bebé en cada sesión alimenticia, a fin de que ambos senos sean estimulados igualmente.