Sexo veraniego 2:

La playa

 

El cielo y el mar eran azules y en el bar de la playa sonaban los éxitos del verano. Las praderas de grama corta y ligeramente amarillenta estaban llenas de gente que disfrutaba de la vida, como en un festival hippie en los años 70. Era verano y hacía calor. En medio de la multitud que gravitaba hacia la playa había cuatro jóvenes, de los cuales dos acababan de tener sexo. O tres, cuestión de percepción. Jimmy se ocultaba bajo la sombra de su gorra.

—Ahora yo también quiero tener sexo. Creo que tengo una oportunidad con Anna, ¿tú no?

—Sí, seguro. Por supuesto que sí. —Eddie se encogió de hombros viendo hacia el muelle, donde la gente hacía fila para saltar al agua.

—Quiero decir, ¿tú la conoces?

—Nah.

—¿Y entonces de dónde conoces a Alice?

Eddie se encogió de hombros.

—La conocí en un portal de citas. Hemos hablado desde hace algún tiempo.

—Aguarda un minuto... no la habías conocido en persona.

Eddie negó con la cabeza y se concentró en encontrar un espacio vacío, preferiblemente cerca del muelle. La plataforma de madera habría estado mucho mejor, pero no parecía haber ningún espacio vacío allí.

—Ni siquiera la habías visto en persona . ¿Cómo lo hiciste? Vaya. No lo entiendo. —Se dio la vuelta para buscar a las chicas, que estaban muy cerca.

Se aclaró la garganta con nerviosismo.

—¿Pero no te importa lo qué ocurrió?

Eddie se rio de él.

—Estás muy desesperado. Lo siento, pero estás completamente desesperado. Deberías unirte a un club. ¿Sabes?, para gente que se masturba viendo a otros tener sexo. Sería perfecto para ti.

—¡Dijiste que no estabas molesto!

—Vamo s. No estoy molesto. Sólo bromeo.

—Pero ¿cómo lo hacemos? Realmente lo necesito. ¿Puedes llevarte a Alice a algún lado? Puedes llevártela nadar, para que yo tenga una oportunidad.

Eddie se dio la vuelta para mirarlo a los ojos y un vistazo rápido a un lado le advirtió que Ana y Alice estarían allí en 30 segundos.

—¿Y qué pretendes hacer cuándo estén los dos solos?

—No lo sé —respondió Jimmy en un ataque involuntario de honestidad.

—Pregúntale si quiere que le apliques protector solar en la espalda —dijo Eddie, pero se sintió frustrado y avergonzado por el giro repentino que tomó la conversación y, cómo medio de escape, se reclinó y sonrió con arrogancia, diciendo:

—Después de un rato te sacas el pene. No es tan difícil.

Una pizca de inseguridad apareció en el rostro de Jimmy, lo cual irritó a Eddie. Suspiró y siguió buscando un espacio para cuatro personas.

Alice lo abrazó desde atrás.

—Parece que está completamente lleno —dijo.

—Ajá.

—¿O tal vez no? ¿Tal vez podamos recostarnos por allá, en las rocas?

—Podríamos, pero entonces no veríamos nuestras cosas —intervino Anna.

—Podríamos tomar turnos —dijo Jimmy rápidamente.

—Para nadar, quiero decir. Primero quiero tomar sol por un rato. Y estar bien caliente para después ir a nadar.

—Oh, pero primero debo lavarme un poco. Es decir, ahora mismo —dijo Alice pasando sus dedos por el estómago de Eddie con una mirada seductora y traviesa. Eddie la estrechó y la besó. Ambos sentían el efecto que ejercían el uno sobre el otro. La distancia entre ellos se desvaneció. Sintieron la ráfaga de viento de una motocicleta que los pasó y el sol los calentó mucho más.

—De acuerdo, dejen de besarse ya. Quiero ir a nadar —dijo Anna, mirando significativamente a Jimmy.

Pero Jimmy no se dio cuenta. Estaba intentado encontrar un lugar hermoso para ellos y pensó haber encontrado uno: un claro apartado, donde podrían estar lejos de la multitud. Pero terminó quedándose atrás cuando los otros tres fueron a nadar. Anna estaba pensando en Johannes, el competidor de su club de natación, y en su relación inestable. Excepto que ahora habían terminado definitivamente, estaba segura.  Él nunca le había provocado un orgasmo y así no debía ser una relación. Además, ella finalmente había comprendido que no tenían nada en común. Johannes nunca daba nada, pero quería recibir constantemente.

Era increíblemente frustrante, especialmente cuando se veía con Alice. Ella siempre tenía un nuevo revolcón que contarle. Y hoy había visto pruebas de que Alice no inventaba cosas. Al parecer, podía tener un orgasmo con un extraño en un autobús lleno de gente. Era incomprensible. Johannes nunca se la había cogido por el tiempo suficiente. Y el sexo oral no era parte de la ecuación. Simplemente no lo haría. Era tan injusto. Quería todas las cosas de las que hablaba la gente. Siete minutos en el cielo, orgasmos que hacían temblar el cuerpo, ¿siquiera existían? Si tan solo pudiera estar con Jimmy.

Tenía unos ojos hermosos. Manos suaves y un buen pene. Si tan sólo pudiera estar a solas con él, detrás de las rocas y los arbustos. Justo ahí, en medio de gente común y corriente, en su día normal de playa. Él y ella, desnudos el uno contra el otro, el viento acariciando su piel y la grama caliente por el sol. Sin que nadie los viera. Claro que eso era un riesgo. Alice se emocionaría cuando se lo dijera. Algo que pudiera recordar cuando ya estuviera jubilada, al final de su vida. ¿Podría lograrlo? Sentir su lengua en medio de las piernas. Suave, cálida y tierna.

Su mirada salvaje y parte de su sonrisa asomando entre roces y caricias a su clítoris. Dios, cómo necesitaba algo de eso. Tal vez después podría hacerle una mamada, jugar con la punta de su pene, probarlo y chupárselo hasta sentirlo temblar de placer.

—¿No vas a nadar, Anna? ¿Anna? ¡¿ANNA?!

Levantó la vista y vio a Alice en el agua azul oscuro, riéndose a carcajadas.

—¿Qué pasa?

—¿No vas a nadar?

—Nah, no tengo ganas. No ahora.

Aunque hacía calor y estaba sudando, no tenía ganas de nadar. Alice la miró pensativa.

—Bueno, quédate aquí por un rato —dijo mientras buscaba a Eddie que se había acercado a la orilla nadando.

—De acuerdo —dijo Anna.

Al regresar, encontró a Jimmy totalmente distraído con su teléfono. Todavía llevaba puesta su gorra y sólo llevaba puesto un traje de baño ajustado. Su mirada instintivamente viajó hacia la entrepierna, pero él estaba sentado con las piernas dobladas así que y ella no pudo ver lo que quería.

—¿No vas a nadar? —preguntó ella.

—Tal vez luego. Le dirigió una mirada rápida y luego volvió a su teléfono.

—¿Estuvo bien?

—No lo sé. No me metí al mar.

—Ya veo.

Él seguía concentrado en su teléfono mientras ella especulaba como loca sobre cómo conseguir que la besara; pero cuanto más lo pensaba, más difícil le parecía y él no decía nada. ¿Tal vez no estaba interesado? Trató de pensar en otro tema de conversación. Pero no se le ocurrió nada. Y él seguía callado.

—Y, entonces, ¿qué sucede aquí? ¿Nada? —preguntó Eddie riendo a carcajadas y Jimmy se sonrojó.

Alice se secaba con una toalla. Anna se distrajo con sus planes para el verano y alguna que otra fantasía, por lo que dejó de pensar en Jimmy casi por completo. Enterró los dedos de los pies en la grama y apoyó el mentón sobre una rodilla. Sin notar la tensión entre los chicos.

—Jimmy, vamos, quiero hablar contigo. —dijo Eddie mientras gesticulaba bruscamente con la cabeza.

Se acercaron al puesto de helados. Con la música a todo volumen era inútil cualquier intento de conversación, así que se quedaron parados en el medio del camino sin unirse a la cola para el puesto de helados. Eddie se cruzó de brazos.

—¿Qué sucede?

Jimmy se encogió de hombros.

—Sabes que ella está esperando por ti, ¿no? ¿Por qué no haces nada?

—¿Cómo qué? ¿Qué quieres que haga? No he tenido oportunidad. Además, no creo que esté interesada.

—Escúchame. Ella está interesada, pero tú tienes que dar el primer paso.

—¿Cómo lo sabes?

—¡Escúchame! Tienes miedo, ¿verdad?

—No tengo miedo, ¿de qué demonios hablas?

—Sé que tienes miedo. Eddie levantó los hombros, se jorobó y fingió caminar en puntas de pie.

—Este eres tú siendo cuidadoso —dijo con voz de burla—.

¿Sabes que lo complicas todo? Quieres tener sexo con ella, ¿no?

Jimmy lo admitió de mala gana.

—¿Y tu crees que ella no? Ya te digo, ella está esperando por ti. Lo que pasó en el autobús la calentó. Se nota a kilómetros de distancia, por amor de Dios. Pero tú no te das cuenta, porque sólo piensas en ti mismo y en tus miedos. Entonces te vuelves cauteloso, ella se da cuenta y también se vuelve cautelosa. Y ya no sucede nada. Ella quiere que tu tomes la iniciativa, ¿entiendes?

—¿Cómo así?

—Sólo sácate el pene, ¿a quién le importa? No tuviste problema con hacerlo antes.

Jimmy bajó la mirada y pateó al suelo.

—Ya basta. Eso fue diferente. Simplemente pasó.

—¡Exacto! Simplemente pasó. Bienvenido al mundo real, maldito cobarde. ¿Sabes? Alice es justo como yo. Sin restricciones. Cuando dos personas como nosotros se conocen, ocurren locuras. Así es como funciona. Anna, en cambio, se parece más a ti. Piensa demasiado las cosas. Mira, tienes que entender algo. Las chicas están tan excitadas como los chicos. Tienen tantas ganas de coger como tú y como yo. Pero, ya sabes, se interponen cosas como chicos que califican de putas a las chicas como Alice. Y una chica a la que llaman puta es despreciada por chicos y chicas por igual. Entonces los chicos se quejan de que no tienen sexo y dicen que es difícil descifrar las señales de las chicas. Es todo tan anticuado. Muchas chicas no se atreven a demostrar sus verdaderos sentimientos. Se les enseña a ser buenas niñas. Pasivas y virtuosas. El problema contigo es que te entusiasmas tanto que tropiezas y te caes. Sólo piensas en ti mismo. Y así no puedes establecer una conexión. Y luego te sientas ahí con tus pequeñas ideas estúpidas volando en tu cabeza. Por eso te digo que ella tiene tantas ganas de coger como tú, para que lo entiendas.

—De acuerdo. Ya entendí. No debo actuar como si sólo me interesara el sexo. Debería escucharla y todo eso, tratarla como a una persona normal.

Eddie suspiró de frustración.

—No, maldita sea, no. Escucha. Ninguna mujer quiere ser tratada como una maldita persona . Esas son cosas que dice la gente. Pero no significan nada. Cuando están excitadas, quieren que las cojan duro y apropiadamente, eso es todo. De otro modo sólo quiere, ya sabes... que la vean como es en realidad, flotar en las nubes o no sé qué demonios. Ella quiere algo real. Todos queremos algo real. Sólo tienes que calmarte y hablar con ella como tú y yo hablamos, ya sabes, de manera normal. Acepta el hecho de que ella ya te desea y entonces dejarás de perseguirla como un maldito idiota desesperado. Y si dejas de perseguirla, ella vendrá a ti por su cuenta.

—De acuerdo, de acuerdo, ya entendí. Tengo que hacerle algunas preguntas y todo eso. Dejarla hablar.

—Sí. Pero hagas lo que hagas, no te quedes ahí sentado repitiendo todo lo que ella dice como un loro. Te etiquetará como un amigo tan rápido que no sabrás qué fue lo que pasó. Sé un hombre, muéstrale que te gusta, discrepa si dice alguna tontería y no la cagues.

—Bueno, se acabó la lección. Ya dejaste tu punto de vista bien claro. Y me duelen los oídos.

Ambos se dieron la vuelta al mismo tiempo.

—Y no lo olvides, sólo sácate el pene —dijo Eddie.

Ambos rieron. Eddie pasó el brazo por los hombros de Jimmy y fue como si tuvieran cinco años de nuevo. Amigos inseparables. Por último, Eddie le despeinó el cabello a Jimmy y luego se separaron, caminando con cierta distancia de por medio.

—¡Ahí estás! —gritó Alice—.

—¿Dónde te habías metido?

—Sólo nos escondimos tras los arbustos para coger un rato.

—Ya veo —respondió Alice—. ¿Y por qué no me invitaste esta vez?

Eddie abrió la boca para responder, pero en lugar de ello bajó la vista y Alice sintió su cuerpo vibrar de dicha por dejarlo sin palabras. Justo en ese momento, lo tenía en la palma de su mano. Y al mismo tiempo, ella sabía que los papeles podían revertirse en cualquier momento. Se besaron y él le apretó una nalga.

—Anda, vamos a nadar de nuevo —susurró él.

—Ah —dijo Alice sonriente. Sabía lo que tenía en mente.

 

Anna se desplomó sobre la toalla junto a la de Jimmy con un profundo suspiro.

—Carajo, hace demasiado calor —balbuceó.

—Ajá.

Entonces, ¿qué tipo de música te gusta?

—Me gusta la canción que está sonando justo ahora, es una de mis bandas favoritas.

—Genial —. Jimmy giró la cabeza hacia el lugar de dónde provenía la música .

No sé si los he escuchado antes.

—Es una vieja canción de Mando Diao.

—Ya veo.

Anna volvió a suspirar profundamente y miró a Jimmy con los ojos bien abiertos.

—Qué locura lo del autobús, ¿no?

Jimmy rio.

—Lo sé, una locura total.

—Y jodidamente sensual —dijo ella.

Por un momento se quedaron en completo silencio. Entonces Jimmy se inclinó y la besó. Fue un beso espectacular. Se acercaron más el uno al otro para profundizar el beso.

—Oye, ¿te importaría aplicarme protector solar? No quiero quemarme —dijo Anna con una voz ligeramente ronca.

—¿En tu espalda?

—Ajá.

Se acostó boca abajo con la cabeza hacia un lado y cerró los ojos. Jimmy tomó un poco de protector solar en su mano y lo distribuyó en su espalda. Del aplicador brotaron un par de líneas blancas que él frotó hasta que su piel oscura brilló. Dos chicas caminaban sobre la roca que separaba el claro de la pasarela y del resto de la multitud en la plataforma, la grama y el muelle. Los pasaron en silencio. La música sonaba a todo volumen en el bar de la playa

—También podría darte un pasaje, si quieres.

—Seguro, me encantaría.

Se sentó a horcajadas sobre ella, justo debajo de su trasero.

—Te voy a desabrochar esto. De lo contrario, me estorbará.

—De acuerdo —dijo ella sonriente.

Ella llevó los bazos para atrás y lo ayudó a desabrochar el top de su bikini. Las tiras del traje de baño cayeron sobre la toalla y Jimmy recorrió la espalda desnuda con las palmas de sus manos. Abriéndose paso hasta sus hombros y cuello.

—¿Se siente bien?

—Ajá.

Se incorporó y pasó las manos firmemente por su trasero. Con los pulgares en la parte baja de su espalda, deslizó las palmas de sus manos sobre sus nalgas. Pronto ella se percató de que su pene estaba duro. Ocasionalmente rozaba sus nalgas con la erección. Cuando él se inclinó hacia adelante para frotar sus hombros de nuevo, se presionó contra ella. Lo sintió palpitar. Ahora la estaba provocando. Tenía que ser eso

—Entrenas mucho, ¿no? —preguntó él.

—Eh, sí.

—Me doy cuenta.

—Gracias. —Ella sonrió y giró la cabeza para verlo.

Mechones de cabello caían sobre su frente, pero no lograban ocultar sus hermosos ojos y su tímida expresión. Masajeó su trasero. Era firme y redondo. Luego bajó hasta sus muslos y comenzó a masajearlos. Ella elevó el trasero. Se sentía tan natural como un par de labios sedientos buscando agua. Luego separó las piernas tanto como pudo. Haciendo un gran esfuerzo por demostrarle dónde quería que la tocara. Él siguió masajeando y volvió a dedicarse a su trasero, con más fuerza. Separó sus nalgas y siguió hasta los labios de su vagina. Sus manos estaban en todos lados.

Ella gimió y lo miró por encima del hombro con ojos entrecerrados y atontados. Tenía los labios ligeramente abiertos y sonreía. Ella miró el enorme y rígido bulto escondido dentro de su traje de baño. No paraba de frotarle el trasero por encima del bikini. Luego deslizó sus dedos bajo el material.

«Justo así», pensó ella.

El placer trepó por sus muslos y espalda, haciendo que se empezara a mover un poco contra él. La gente iba y venía, se reía y los miraban desde donde podían sentir su presencia. En el bar, cambió la canción. Empezó a sonar High Heels de Mando Diao. Ella enterró los dedos en la grama mientras él dibujaba círculos en su vagina suave, con los sonidos de humedad de fondo, y amortiguó un gemido con la toalla de sabor salado.

—¿Se siente bien? —preguntó él.

Ella gimió en respuesta. Siguió acariciándola con las puntas de los dedos. Volvió a gemir ante toda respuesta.

—Mmmm. Sí.

Él aclaró su garganta y se puso de pie.

—¿Tienes...? —Volvió a aclarar su garganta . ¿Tienes condones?

Abrió los ojos de par en par y buscó desesperadamente en el bolso de Alice. Hurgó con impaciencia entre su contenido, hasta que respiró con alivio y encontró una tira de los clásicos envoltorios azules. Le entregó un condón y, sin dudarlo un segundo, Jimmy bajó su traje de baño y se puso de rodillas con la erección balanceándose frente a él. Mientras él abría el envoltorio, ella inmediatamente lo sujetó y lo acarició un poco. Se llevó la mano a la boca y escupió. Al frotar la saliva en su pene, se tornó resbaladizo y ella disfrutó masajeando su maravilloso miembro.

—Tienes un pene magnífico.

—Gracias.

Ella se apartó para ver cómo se ponía el condón. Era un poco torpe, pero le pareció encantador. Su corazón latía con fuerza. Un repentino ataque de nervios formó un nudo en su garganta y miró rápidamente alrededor. No había un alma, pero escuchó conversaciones tan cercanas que bien pudo haberlas seguido, de haber querido. Jimmy acarició sus senos y se besaron una vez más. Se tendió cómodamente, arqueó la espalda y levantó las caderas para recibirlo. La punta de su pene se abrió paso a través de sus labios húmedos y los rozó hacia arriba y hacia abajo.

Las gotas de sudor les resbalaban. Y finalmente la penetró. Ella cerró los ojos, sintió la tensión inicial y luego se relajó por completo. La embistió a fondo. Se sentía tan bien. Se tendió lentamente sobre ella y gimió sin cesar. Mientras maldecía por lo bajo. Ella mordió la toalla. Se dejó embestir contra el suelo. Jimmy movía las caderas rítmicamente contra ella, cada vez con más fuerza. Cada embestida se sentía maravillosa. Apoyó sus manos en los hombros de ella y su aliento se sintió caliente contra el cuello. Ambos estaban empapados en sudor y sus cuerpos se resbalaban entre sí.

Después de un buen rato, ella sintió que él disminuía el ritmo. Hasta dejar de moverse y quedar en completo silencio. Pensó que había perdido impulso. El silencio era insoportable. Él se acostó boca abajo junto a ella y ella se subió la parte inferior de su bikini. El sudor era pegajoso. Y hacía demasiado calor. Sintió que debía decir algo. Decir que había estado genial, que todo estaba bien, que ella también estaba nerviosa, que todo dependía de las circunstancias o que seguramente podrían repetirlo. Pero no logró decir nada. Después de un rato, él finalmente la miró a los ojos

Con una mano en su mejilla, ella lo besó suavemente desde sus labios hasta el lóbulo de su oreja. Él se recostó de medio lado. Con las puntas de los dedos recorrió el camino hasta la entrepierna, dónde encontró su pene palpitando otra vez. Ella sonrió. Y él también. De repente, las palabras brotaron de ella casi involuntariamente.

—¿Te gusta chupar vaginas?

—Maldición —la miró rebosante de confianza .

Me encanta chupar vaginas.