XV

Su poesía había comenzado a dar la vuelta, a estar de vuelta de las vanguardias y las experimentaciones, de vuelta a un formato más clásico aunque siempre libre, de vuelta al examen de sus creencias fundadoras, de vuelta a sus orígenes. En la misma vena de «nocturno de San Ildefonso», en 1975 Paz escribe uno de sus poemas más extensos y celebrados: Pasado en claro. El poema ya no es el lugar del recuerdo, la revelación o la consagración del pasado, sino el pasadizo mágico que lleva al poeta «al encuentro de sí mismo». Y ahí aparecen, con el asombro de la primera vez, la «casa grande» de Mixcoac, «encallada en el tiempo», «el patio, el muro, el fresno, el pozo», el jardín y los árboles, los detalles (sabores, colores, tiendas) de la plaza y su hormigueo humano; aparece «la higuera, sus falacias y su sabiduría» y por primera vez aparece él, Octavio Paz, en la vigilia de la biblioteca:

A la luz de la lámpara –la noche

ya dueña de la casa y el fantasma

de mi abuelo ya dueño de la noche–

yo penetraba en el silencio,

cuerpo sin cuerpo, tiempo

sin horas. Cada noche,

máquinas transparentes del delirio,

dentro de mí los libros levantaban

arquitecturas sobre una sima edificadas.

Las alza un soplo del espíritu,

un parpadeo las deshace.

Es el niño en el primer círculo de su solitario laberinto:

Niño entre adultos taciturnos

y sus terribles niñerías,

niño por los pasillos de altas puertas,

habitaciones con retratos,

crepusculares cofradías de los ausentes,

niño sobreviviente

de los espejos sin memoria [...]

«En mi casa los muertos eran más que los vivos.» Y el poeta retrata a unos y a otros. A su madre Josefa, «niña de mil años, / madre del mundo, huérfana de mí», y a su tía Amalia, «Virgen somnílocua» que le «enseñó a ver con los ojos cerrados, / ver hacia dentro y a través del muro». El recuerdo del abuelo Ireneo es dulce y tierno, pero el de Octavio padre es desolado:

Del vómito a la sed,

atado al potro del alcohol,

mi padre iba y venía entre las llamas.

Por los durmientes y los rieles

de una estación de moscas y de polvo

una tarde juntamos sus pedazos.

Dos líneas desgarradoras definen su vínculo. En vida, el silencio. En la muerte, el diálogo, pero un diálogo que elude el tema central, el de la muerte:

Yo nunca pude hablar con él.

Lo encuentro ahora en sueños,

esa borrosa patria de los muertos.

Hablamos siempre de otras cosas.

El tema del padre vuelve a aparecer, ennoblecido siempre por la política, en noviembre de 1975, cuando Paz concede una larga entrevista que titula precisamente «Vuelta a El laberinto de la soledad». En ella refiere detalles inéditos sobre la genealogía de aquel libro (por ejemplo, la influencia de Unamuno y Ortega, la obra de Roger Caillois sobre los mitos, el carácter terapéutico del libro, la lectura de Moisés y el monoteísmo de Freud), pero ante todo revela datos desconocidos sobre su propia genealogía personal e histórica. Al hablar del zapatismo, Paz sube el tono y remacha el vínculo filial, histórico y personal con su padre: «Mi padre pensó desde entonces que el zapatismo era la verdad de México. Creo que tenía razón.» El tema lo lleva a evocar la amistad de su padre con los campesinos del sur indio de la ciudad de México, la defensa de sus tierras, y hasta el delicioso plato precolombino («pato enlodado») que comían cuando lo acompañaba. La conjunción de tradición y revolución, propia del zapatismo, lo había «apasionado». «El zapatismo era la revelación, salir a flote de ciertas realidades escondidas y reprimidas.» Más que una revolución o una rebelión, era una revuelta –es decir, una nueva vuelta– de lo más profundo de México y hacia lo más profundo de México. «Zapata –concluía– está más allá de la controversia entre los liberales y los conservadores, los marxistas y los neocapitalistas: Zapata está antes –y tal vez, si México no se extingue, estará después

Poemas, entrevistas, recuperación de los orígenes históricos y familiares, del paisaje infantil y la geografía juvenil, actos de contrición, exámenes de conciencia, confesiones, formas todas de poner el pasado en claro. Presagios de su vuelta.