27
Karen azotó la puerta.
—Genio que te cargas, chiquita, ¿estás en tus días?
—¡Vete a la verga, Diego!
K empujó a su hermano haciéndolo chocar contra la pared, subió corriendo a su cuarto y se encerró a cal y canto.
—Mi hermana no cena hoy con nosotros, Chole —escuchó la voz de su hermano a la distancia.
Puso a Lana del Rey a todo volumen. Era cierto, no tenía hambre ni ganas de ver a nadie. Caminó hacia el clóset, ese monstruo enorme que cubría toda una pared de su habitación. Golpeó su cabeza contra la puerta al tiempo que ahogaba un grito. Eres una pendeja, se dijo mientras tomaba un pesado banco de caoba para extraer algo de la puerta más alta del armario. Ahí estaban las cosas que ya no usaba, también aquellas que deseaba olvidar.
Tomó un viejo cofre de madera. Las manos le temblaron por el peso del objeto, más sentimental que físico. Trastabilló al bajar del banco, pero recuperó el equilibrio. ¡Babosa! Por unos momentos pensó que si hubiera caído sobre el tocador habría arruinado sus cosméticos MAC, los perfumes finos y sus productos de cuidado facial. Se odió por pensar antes en las cosas que en su propia vida. Un cadáver perfumado, la idea le dio risa. Antes muerta que sencilla. Dejó el cofre sobre la cama king size, del tamaño perfecto para acomodarla a ella y sus fantasmas. Rebuscó la llave en uno de los cajones, causó un revoltijo de encajes finos, gasa y tul para dar con ella. Dio tres vueltas por todo el cuarto antes de reunir fuerzas para insertarla en la cerradura. Pensó que los candados tenían la misma función que el maquillaje: ocultar imperfecciones.
Click. El sonido se amplificó en la cabeza de K. Dejó las cosas lindas para el final; si quería ordenar su mente tenía que ir justo al fondo del asunto. Sostuvo la fotografía. Tres chicas enfundadas en el uniforme de la prepa, muertas de risa, creyéndose dueñas del mundo porque se habían ido de pinta. Antara, el centro comercial que era incapaz de pisar desde entonces. La foto tenía la dedicatoria de Andrea, su cuidada letra junto a un beso de color rosado: «Para mis BFF. Tres pueden guardar un secreto si dos se mueren». Karen se dejó caer sobre su almohada para ahogar los gemidos, sintió la humedad en su rostro. Entonces era una de las bromas macabras de su amiga, ahora era real. Ella era la única sobreviviente y guardar silencio le estaba carcomiendo las entrañas.
Estaba furiosa con Luna por su estúpida ignorancia. Lu inmaculada, misteriosa, distante, siempre haciéndole honor a su nombre. Desmemoriada, cambiante… a salvo. Al principio creyó que fingir amnesia selectiva era una forma de torturarla por lo que le había hecho, una técnica devastadora aprendida de Andrea. Luego Bruno apareció en esa fiesta, se paró frente a ella, le tiró encima una chela y Karen tuvo que sacarla a rastras del lugar. Era verdad.
—Nunca te lo pediría si no me interesara en serio, ¿me vas a decir que no después de todo lo que me hicieron?
Debió negarse, mandar a Bruno a la verga y dejar que Lu se muriera cuidando ochenta gatos. Ya ni siquiera estaba segura de si lo hacía por el bien de Luna. Estaba hecha un desmadre, no podía pensar claro, la historia se repetía. Ninguna mujer podía pensar claro cerca de Bruno de la Vega, era un hecho. Get your shit together, bitch. Se habría cambiado por cualquiera de sus amigas con gusto, sería mucho más fácil estar muerta.