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Detuvo la mano junto a la perilla como si tocarla fuese a quemar. Respiró profundo para darse valor mientras la giraba. Entrar al cuarto de Andrea siempre era una experiencia complicada para Luna. Sentía como si transgrediera los límites de un templo al dolor siempre vivo que era incapaz de soltar.
Se preguntó si sus pasos en realidad hacían tanto ruido sobre la duela o su imaginación le jugaba malas pasadas. El polvo la
hizo estornudar, una nube se levantó desde el plástico que cubría el librero de junto a la puerta y recorrió la habitación. La alergia de Luna hizo que le picaran los ojos. Se los frotó mientras repasaba los libros de su hermana. Andrea leía autores rusos, le obsesionaban, en especial Tolstoi. Nadie lo sabía más que ella, secretos de hermanas. Mientras terminaba de retirar el plástico, entre estornudos, Lu pensó que había perdido a una hermana que nadie más conocía. «Los duelos apestan porque cada quien pierde a una persona distinta y luego es imposible reconciliarlas para formar una sola», se lo había dicho a Karen una vez.
Dio unos pasos para llegar al tocador. Levantó la cubierta de un solo movimiento. La fragancia favorita de Andrea impregnó el lugar. Todo estaba tal y como ella lo había dejado: las botellas de perfume, los productos para el pelo, su cepillo aún mostraba algunas hebras cobrizas que brillaban con la luz. Luna acarició los objetos con manos temblorosas. ¿Algún día esto ya no significará nada? La idea era consoladora y terrible al mismo tiempo. Temía que pasara lo mismo que con su madre, que cada día fuese más difícil recordar la sonrisa, los ojos o el olor de Andrea como si sólo quedara una masa uniforme de dolor y nostalgia en el sitio que ella ocupaba. Pensó en dejar la búsqueda para otro día. Se obligó a permanecer en la habitación, necesitaba respuestas.
Empezó en el librero. Sacó todos los volúmenes de uno en uno e incluso buscó entre las hojas. Empezaba a sentirse un poco ridícula cuando notó uno un poco más liviano de lo habitual: se trataba de un estuche en forma de libro. Lu peleó por abrirlo sin demasiado éxito. Lo dejó aparte para volver a él después. Se preguntó si los secretos de su hermana serían todos así de ligeros o irían aumentando de peso conforme descubriera más. De otro libro cayó una foto de Andrea y Karen, sonrió con amargura al recordar la temporada en la que era tan aburrida que incluso su mejor amiga prefería pasar el tiempo con Andy. Estaba segura de que en ese entonces al menos una cosa importante debió pasarle. Se golpeó la frente con el volumen que tenía en las manos, de nuevo un espacio en blanco, recuerdos que se desvanecían antes de que pudiera alcanzarlos.
Del clóset no obtuvo nada más que un recordatorio de la sofisticación de Andy, esa que ella no poseía, y una tira vieja de condones. Tampoco de los cajones de la cama ni de los burós. A lo mejor es sólo mi paranoia, se dijo mientras se dejaba caer en el asiento del tocador.
Para cuando reaccionó estaba tendida en el suelo, con el banco patas arriba a su lado. ¡Mierda! Luna, eres tan torpe. Se puso de pie lentamente, aún un poco mareada, cuando notó una hendidura extraña en el mueble. Algo parecía haberse zafado. Lu se acercó a estudiarlo con cuidado, quizá si iba por algún cuchillo o herramienta… dio unos pasos, luego se volvió y pateó el taburete con todas sus fuerzas. Lo hizo chocar contra la pared, pero no se detuvo. La furia corría incontenible por todo su cuerpo. Por sentirse tan débil y torpe, porque sus deducciones inteligentes no le ayudaban en nada, porque todos le ocultaban secretos, porque… levantó el mueble sobre su cabeza y lo estrelló contra el suelo. Yo nunca quise ser una bruja, se repitió mientras observaba la madera a través de las lágrimas. En un cajón disimulado en el banquito asomaba un grupo de documentos. Luna terminó de quitar la pieza y se la llevó junto con el libro hueco. Dejó todo como estaba y caminó a la sala arrastrando los pies.
Al poner su preciada carga en la mesita de centro, un post-it en forma de estrellita llamó su atención. La bonita caligrafía de Andrea lo llenaba con las palabras: «Preguntarle a tía Diana sobre los hechizos de memoria».