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El timbre sonó. K interrumpió su llanto lo mejor que pudo. ¿Será Luna? Necesitaba lavarse la cara y retocarse el maquillaje. O tal vez no. Podía dejarse el pants, dar unos saltos y decirle que estaba ahí «casual» dándole un rato a la caminadora. Temió que el aliento a whisky y las manchas del delineador la delataran. El punto era dejar bien claro que ella no sentía culpa porque no hizo nada malo. Andrea la obligó la primera vez y la magia la segunda. Justo eso voy a decirle, con mis Louboutin favoritos puestos. Pensó en combinarlos con esa blusa Gucci que resaltaba el color de sus ojos y esos jeans tan perfectos que le hacían honor a cada día que se despertaba a las cinco de la mañana para hacer ejercicio. Obvio, me va a perdonar. Ya hemos pasado por esto. Sisters before misters.

La campana sonó de nuevo con mayor insistencia. La voz de su hermano le llegó desde el pasillo.

—¡Niño! Dice Jovita que si tú pediste una pizza familiar y dos litros de helado. Apúrate, que yo no te voy a pagar ni madres, ¿eh?

—No mames, hazme el paro.

—Nunca me pagas.

—¡Ándale!

—La última vez, ¿eh?

Los pasos de Eduardo se alejaron por el pasillo. K decidió que no engañaba a nadie. Ni a ella misma. Quizá esta vez lo de ella y Luna se había ido a la mierda sin que hubiera forma de limpiarlo o echarle algo para disimular la peste. Si existía Dios de seguro la estaba castigando por no haberle dicho la verdad a Lu cuando todavía era tiempo.

Bajó a la cocina dispuesta a darse el atracón de su vida. Acababa de perder a su mejor amiga, se había ganado su derecho a la autocompasión. Espero que te pudras en el infierno, Andrea.