Capítulo Ocho

 

 

 

 

 

Belinda estudió su lujoso dormitorio en Halstead Hall. Había conocido el lujo en el pasado, pero eso se hallaba en otro nivel.

Las cortinas eran de damasco, la cama enorme y con dosel, la repisa de la chimenea de mármol y una cómoda victoriana adornaba la pared más alejada. La vista del ventanal era, por supuesto, la mejor de la casa, mostrando toda la zona ajardinada y boscosa de la parte posterior.

Ese dormitorio y el salón adyacente abarcaban los aposentos tradicionales de la marquesa de Easterbridge. Las habitaciones del marqués se encontraban en la puerta de al lado. Sabía que la intención de Colin era persuadirla cuanto antes de ir allí.

El hecho de que el acuerdo postnupcial aún no se hubiera firmado le había dado un respiro. Pero había recibido noticias de su abogado y sabía que Colin, desde la boda de Pia una semana atrás, trabajaba con diligencia para que dicho acuerdo se finalizara.

Por suerte, se había mantenido lo bastante ocupada como para evitar pensar en ello y apartarse del camino de Colin.

Sus superiores en Lansing’s ya habían arreglado el tema de su traslado permanente a las oficinas de Londres. Al parecer quedaron fácilmente impresionados por la riqueza y el título de Colin y por los contactos sociales y de negocios que ambos implicaban.

Sabía que él pasaba bastante tiempo en Nueva York ocupándose de sus intereses empresariales. Que también él tenía que acomodarla en su vida.

Miró el reloj y decidió bajar para un almuerzo tardío. Colin seguía en Londres por importantes cuestiones de trabajo.

Giró por el pasillo y, al ver que la madre de Colin iba en su dirección, se preparó para el encuentro que iba a producirse.

La marquesa viuda se había ido de la casa al fallecer su marido, cediéndole Halstead Hall a su hijo como residencia principal mientras ella permanecía principalmente en una casa en Londres próxima a la zona de Knightsbridge.

Pero ese día había ido de visita y por su expresión, el encuentro le causaba tanta sorpresa y desconcierto como a ella.

La marquesa viuda inclinó la cabeza en gesto de saludo al mismo tiempo que lo hacía Belinda.

–¿Estableciéndose y adaptándose? –no esbozó una verdadera sonrisa.

–Sí, gracias.

–Querrá hablar con el chef sobre el menú para la cena que se celebrará la semana próxima –dijo la otra mujer, deteniéndose–. Y el ama de llaves, la señora Brown, necesita indicaciones acerca de cómo quiere que le organice su espacio de trabajo. Creo que unas cuantas invitaciones sociales aguardan su respuesta.

Belinda pegó una sonrisa en el rostro.

–Espero con ganas reunirme con la señora Brown mañana.

–Excelente.

–Hablaré con el chef.

–No está acostumbrada a cómo llevamos las cosas en Halstead Hall.

–Sí, no puedo negarlo –costaba cuestionar la realidad.

–Una comprensión importante.

–Una de muchas, espero.

La marquesa viuda continuó su camino y las dos se cruzaron como dos barcos con los cañones preparados pero conteniendo casi todo el fuego… al menos por el momento.

Como si el destino quisiera provocarla, al bajar las escaleras se encontró con Sophie.

La otra pareció incómoda.

–Buenas tardes.

–Buenas tardes.

–Acabo de llegar. He venido a pasar el fin de semana a Halstead para recoger algunas de mis cosas y tengo planeado marcharme mañana.

La hermana de Colin comprendió que sus palabras podían tomarse como que se marchaba en cuanto Belinda se había ido a vivir a la casa.

«¿Qué puedo decir que no pueda malinterpretarse?», pensó.

Percibía que Sophie no le era tan hostil como su madre, sino que toda la situación le resultaba incómoda y extraña.

No podía culparla. Rara vez se habían relacionado. Belinda manifestó el primer pensamiento pasablemente sensato que se le ocurrió.

–Aún tengo que descubrir una sala de arte en la casa.

–No la hay –explicó Sophie.

–¿Nunca tuviste una? –preguntó Belinda con curiosidad–. Con tu profesión…

–Ejecutaba la mayor parte de mi trabajo en el exterior y luego me llevé casi todas mis cosas al trasladarme al piso de Londres. Mi madre no aprobaba el diseño grá… –Sophie calló.

Le alegró descubrir que no era la única persona en recibir la desaprobación de la madre de Colin.

–Entonces, puede que yo cree una sala. Estoy segura de que los Granville más jóvenes la apreciarán.

Al parecer a pesar de sí misma, Sophie mostró un destello de interés.

Para su asombro, ese gesto positivo animó a Belinda. Después de todo, ambas desarrollaban unas profesiones artísticas y quizá los siguientes dos años no resultaran tan malos como había temido.

 

 

Desde la puerta, Colin observó a Belinda intercambiar sonrisas con la hija de nueve años de su prima.

Daphne se hallaba ante un caballete y Belinda la animaba y le señalaba algunas maneras de profundizar el cuadro.

El cuarto de juegos vacío de la puerta de al lado de lo que tradicionalmente había sido un cuarto de niños, en la segunda planta de la casa, se había convertido en un estudio de pintura y una sala de trabajos manuales.

Por allí se movían media docena de niños. Todos llevaban guardapolvos manchados sobre su ropa habitual. Una niña era la hija de diez años de su encargado de establos y otra era la nieta del ama de llaves. También estaba la hermana menor de Daphne, Emily, de siete años.

Belinda había sugerido montar un cuarto de arte nada más enterarse de que había niños entre la familia y el personal. Las clases habían sido un gran éxito. Al menos los Granville por debajo de doce años habían quedado cautivados por Belinda de forma natural. Y Sophie había pasado algo de tiempo allí trabajando con los niños junto a Belinda.

Con las manos en los bolsillos, aprovechó la oportunidad para estudiarla.

También ella llevaba unos vaqueros y un jersey de color lavanda. Aquellos mostraban un trasero respingón, aunque el guardapolvos ocultaba el resto de lo que él sabía que era una figura deliciosa. Tenía el cabello recogido, aunque unos mechones se escapaban para enmarcarle el rostro.

Sintió que se le encogían las entrañas.

Era evidente que Belinda se hallaba en su elemento… manchada de pintura y risueña. Además de relajada, y todo ello, naturalmente, porque él no estaba presente.

Sin embargo, al instante alzó la vista y lo vio. Se paralizó y Colin le dedicó una sonrisa burlona.

En el acto ella bajó la vista para contestar otra de las preguntas de Daphne.

Cuando la pequeña se alejó, él entró.

Belinda lo estudió con cautela.

–¿Quién iba a imaginar que lo que faltaba era una sala de arte?

–Eres tú quien tiene un Renoir en el dormitorio principal.

–Quizá porque esperaba tentarte.

Belinda se ruborizó.

–Gracias, pero estoy plenamente satisfecha con las reproducciones en los libros.

–Cuando quieras cambiar de idea… –musitó.

–No lo haré.

–El acuerdo aguarda tu revisión y firma.

Era el acuerdo postnupcial que ella había levantado como barrera final entre ellos.

–Sí, lo sé –dio media vuelta–. Me pondré con ello a la primera oportunidad.

–No esperes demasiado.

Observó cómo su perfil enrojecía antes de ir a ayudar a otro niño.

Se había quedado en Nueva York y en Londres por cuestión de negocios durante una semana, se había dado duchas frías y había presionado a su abogado para que actuara con celeridad. Que hiciera que Belinda sintiera parte de su urgencia.

Sabía que tenía que mantener el ardor. Seduciría a su esposa para que volviera a su cama.

Y entonces conseguiría su plan de que Belinda reconociera que deseaba a un Granville.

De hecho, su cordura empezaba a depender de ello.