Capítulo Nueve

 

 

 

 

 

Cuando le había sugerido que asistiera a una representación en el Covent Garden, Belinda había sido incapaz de resistirlo. Sabía que representaban Aída. Cuando Colin compró las entradas con unas localidades excelentes, caras y siempre difíciles de conseguir, se sintió encantada y entusiasmada.

Se puso un vestido de color azul con un hombro al descubierto y sandalias bordadas. Se había recogido el cabello. Sabía que Colin llevaría traje y corbata.

De hecho, el corazón le palpitó excitado al bajar las escalinatas de Halstead Hall al tiempo que era consciente de él: alto y distinguido, mirándola desde el rellano.

Belinda ya había firmado el acuerdo postnupcial, de modo que ya no quedaba nada que impidiera que Colin accediera a su lecho. Y sabía que, a pesar de estar en el siglo XXI, tenía un compromiso moral para respetar las cláusulas de dicho acuerdo.

Intentó centrarse en el hecho de que acababa de firmar un contrato. No pensaría en lo desesperada que podía llegar a estar de que él la desvistiera ni en el placer que encontraría en sus brazos.

Como habían cenado en casa, fueron directamente a la London’s Opera House en el Covent Garden.

Una vez en la ópera, Colin la presentó a unos conocidos que lo saludaron antes de subir hasta sus asientos en un palco delantero; a ella le costó relajarse.

Cuando ocuparon sus asientos, Belinda contuvo el asiento. Estaban tan cerca del escenario que no necesitarían la ayuda de binoculares.

Ojeó el programa hasta que unos minutos más tarde, las luces se apagaron.

Empezaba a concentrarse en el inicio de la ópera cuando Colin le tomó la mano con gentileza. Esa unión sorprendentemente gentil y leve tuvo un efecto eléctrico en ella.

Se sintió sacudida por una tormenta de emoción que parecía un espejo del drama que se representaba en el escenario. Esa noche había dos espectáculos… uno en el que los protagonistas principales eran los cantantes y el otro privado que Colin ofrecía sólo para su beneficio.

Le acarició la mano con la yema del dedo pulgar, un movimiento rítmico que podía tomarse por una cadencia tranquilizadora pero que le causó una aceleración del tempo en el interior.

Lo miró de reojo y la expresión de él no revelaba nada… salvo el contacto continuado sobre su mano. Desde luego, habría deseado lo contrario, pero empezaba a costarle resistirse a él.

Suspiró mientras volvía a concentrarse en el escenario.

Sintió que el corazón se le encogía a medida que la ópera llegaba a su trágico clímax. Casi no fue capaz de contemplar la escena final, en la que Radamés y Aída están destinados a morir juntos.

Se tragó el nudo en la garganta y parpadeó con rapidez. Tardíamente fue consciente de que Colin le apretaba la mano.

El público estalló en un aplauso atronador cuando la escena última llegó a su final. Ella se mordió el labio y distraída aceptó el pañuelo que Colin le ofrecía. Se sentía tonta… sabía cómo terminaba la ópera de Verdi. No obstante, había llorado.

–¿Te ha gustado? –le preguntó Colin con su voz profunda.

–Me ha encantado –casi graznó ella.

Él rió entre dientes y ella emitió un sonido débil.

–Vayamos a casa.

Las palabras de Colin le provocaron un torrente de emociones. Era la primera vez que empleaba la palabra casa con ella al referirse a Halstead Hall, pero desde luego sabía que no tenía más importancia para él, pero, ¿había ella empezado a considerar la mansión de campo como su casa?

Regresaron en un silencio ameno, interrumpido por una conversación inconstante, pero que ayudó a que la atmósfera entre ambos fuera más íntima.

Al llegar a la mansión, reinaba la quietud y la oscuridad. Colin le había dicho al mayordomo que no los esperara y parte del personal tenía el día libre.

Belinda titubeó en el recibidor, insegura sobre qué hacer.

–¿Una copa? –preguntó él, ofreciéndole sin saberlo una solución a su problema.

–De acuerdo –asintió, dispuesta a retrasar la subida por las escaleras hasta sus suites contiguas.

Lo siguió a la biblioteca, donde dejó el bolso y se quitó el abrigo mientras Colin estaba en el bar.

–Salud –brindó, alzando la copa–. Por los comienzos nuevos.

Bebió un sorbo al mismo tiempo que él y abrió mucho los ojos.

–¿Agua?

–Por supuesto.

Le quitó la copa de las manos y depositó las dos sobre una mesita próxima.

No era eso lo que había imaginado cuando le sugirió una copa. Había pensado en algo fuerte… que le insuflara determinación.

Colin le pasó un dedo desde el brazo hasta el hombro.

–Es bueno que ninguno de los dos haya tomado una copa de verdad.

–¿Por qué? –preguntó con asombrada curiosidad–. ¿Para no hacer nada impulsivo que volvamos a lamentar más adelante?

–No –le ofreció una leve sonrisa–, para no tener ninguna excusa cuando lo hagamos.

–Hemos de parar esto –el corazón le dio un triple salto mortal.

–Exacto. Bésame.

–Qué directo. Creía que tendrías recursos más sutiles en tu repertorio.

–Los tengo, pero llevo esperando tres años –le tomó la mano y la depositó sobre su torso–. Tócame, Belinda.

A ella le dio vueltas la cabeza. Bajo la palma de la mano sintió el latido fuerte del corazón de Colin. El contacto con él era embriagador.

–Puede que naciéramos y nos educaran para ser enemigos –comentó él–, pero en esto, somos uno.

–No es más que pasión…

–Suficiente para unos buenos cimientos.

Colin inclinó la cabeza y, al posar los labios sobre los de ella, ejerció una presión suave y persistente, haciendo que inconscientemente ella los entreabriera.

Tenía un ligero sabor a menta y a pura masculinidad que avivó y ahondó su deseo. Apoyó las manos en sus hombros para masajearla y relajarla.

Ella recordó con claridad cómo le había besado cada centímetro de su cuerpo aquella noche en Las Vegas. Los pezones se le pronunciaron y las caderas se tornaron pesadas por el deseo.

Colin le bajó las manos por la espalda.

–No sé dónde está la cremallera –murmuró entre besos.

–Ese es el objetivo –musitó contra su boca.

–No quiero estropearte ese vestido tan bonito. Te encaja como un guante, y con algo de suerte, habrá otras veladas en las que podrás ponértelo para tenerme de rodillas ante ti.

–No estás literalmente de rodillas.

Echó la cabeza atrás para mirarla a los ojos.

–¿Te gustaría que lo estuviera?

–Si estuviera de rodillas –dijo con voz ronca–, creo que mis labios llegarían justo aquí.

Tocó la piel sensible del diafragma.

Ella descubrió que contenía el aliento.

–Por otro lado, si te inclinaras –prosiguió él–, mi boca se cerraría aquí.

El dedo pulgar se deslizó encima del pezón; Belinda jadeó y abrió mucho los ojos.

–¿Te inclinarías para mí? –agregó.

–Yo… es una pregunta teórica –respondió con voz ronca.

–No tiene por qué serlo.

Volvió a posar los labios sobre los de ella y la respuesta de Belinda se apagó.

En esa ocasión, en vez de quedarse quieto, la envolvió con sus brazos y ella le rodeó los hombros.

Colin encontró la cremallera oculta en la costura lateral del vestido. Lo bajó despacio, haciendo que el aire fresco le acariciara la piel.

Le recorrió la mandíbula con los labios hasta llegar a la oreja y continuar hasta la garganta.

Regresaron a ella imágenes, palabras y aromas de su noche en Las Vegas. Habían estado bromeando y jugando… hasta que de repente no fue así y se encontraron en la cama, entrelazados por la pasión.

Había sido el mejor sexo de su vida. Colin había sido delicado, experto y paciente… hasta que el poderoso clímax lo había sacudido antes de lanzarlo al precipicio poseído por los temblores.

Y en ese momento lo hacía otra vez.

El vestido resbaló por su cuerpo.

Colin retrocedió un paso y se apoyó en una esquina de su escritorio.

–Ven aquí. Por favor.

Con la consideración que mostró le resultó imposible resistirse. Avanzó dos pasos y encajó en el espacio creado por sus piernas.

Se inclinó y le besó el inició de los pechos.

Belinda cerró los ojos.

Colin lamió primero la punta de un pecho y luego la otra, avivando una emoción febril en el interior de Belinda.

Gimió y cerró los dedos en el pelo de él.

Colin posó la boca en un seno y Belinda se arqueó hacia esos labios.

Se sentía deliciosamente viva y el cuerpo le vibraba con placer. Se frotó contra la erección de Colin, prueba de su creciente pasión.

Éste gimió y centró su atención en el otro pecho.

Como en una bruma, Belinda pensó que era demasiado y, sin embargo, insuficiente. La consumía y la liberaba.

La ropa fue cayendo de ellos hasta que la única barrera entre ambos fueron los pantalones de Colin.

Con el vestido y las braguitas arrugados a sus pies, él la alzó sin quebrar el beso.

Las sandalias de tacón alto golpearon el suelo de la biblioteca.

Colin cruzó la estancia con ella hasta detenerse junto al sofá. Belinda se deslizó por su cuerpo, sintiendo cada plano y músculo duro mientras el vello pectoral le hacía cosquillas en los pechos, hasta que al fin quedó de pie en el suelo.

En la chimenea ardía un fuego bajo que proyectaba sombras sobre la alfombra oriental.

Lo miró.

–Pensé que estaríamos a salvo en una habitación sin cama.

Él le besó la sien.

–Hay modos de soslayarla. Además, ya hemos probado una cama.

Bajó las manos hasta sus caderas y luego las subió por su espalda.

Juntos descendieron hasta el sofá y se inclinó sobre ella.

Quemándola con sus ojos ardientes, le separó los pliegues y adentró los dedos por ese camino. De forma instintiva, ella se contrajo alrededor de él.

Sintió la caricia de su dedo pulgar en el lugar más íntimo y resguardado. Entornó los párpados y se mordió el labio inferior.

–Te deseo –se irguió y se deshizo de los pantalones; luego se enfundó una protección que sacó del bolsillo.

Era magnífico… y estaba preparado, era todo masculinidad y la deseaba. Ya.

Belinda sintió que por su cuerpo corría un fuego líquido.

Colin bajó y se acomodó entre sus piernas.

Sin decir otra palabra, se deslizó a su interior y ambos suspiraron.

Había pasado tanto tiempo… tres años… que Belinda sintió que temblaba. También Colin experimentó una leve convulsión. Ella pudo percibirla.

Inició un ritmo al que Belinda no tardó en acoplarse mientras le clavaba los dedos en la espalda.

Los dos gimieron.

–Eso está bien –instó él.

–Sí –fue lo único que pudo decir ella.

El sofá crujió con los movimientos cada vez más urgentes.

Se deseaban tanto que fue un milagro que la unión no se consumara en unos minutos.

La impresionó el control de Colin con el fin de ofrecer y recibir placer.

Las olas rompieron sobre Belinda con creciente fuerza hasta que sintió que ondulaba al borde del clímax.

Gritó y Colin la sostuvo y la aplacó.

Minutos más tarde, él volvió a incrementar el ritmo hasta que de pronto se quedó quieto y emitió un gemido gutural.

Con un grito ronco, Belinda lo siguió por el borde del precipicio.

Luego, permanecieron tendidos juntos, exhaustos y sin respiración.