Capítulo Once

 

 

 

 

 

Se hallaban en el campo de polo próximo a Halstead Hall en un partido benéfico con el fin de recaudar dinero para el hospital infantil local. Belinda se abanicaba con el programa.

Había transcurrido una semana desde que su camino se había cruzado de forma inesperada con el de Tod, situándolos a Colin y a ella en una confrontación emocional y sexualmente cargada.

El equilibrio de poder entre ellos había quedado alterado. La reacción de Colin aquella noche de una semana atrás había sido tan sombría, casi dolida, que le había atravesado el corazón.

Desde entonces, aparte de reconocer que estaban casados, que tenían una acuerdo postnupcial y que él poseía casi todas las propiedades de los Wentworth, también era consciente del poder que ella ostentaba y del hecho de que la relación en realidad se reducía sólo a ellos dos.

En los últimos siete días habían sido incapaces de mantenerse alejados el uno del otro. Belinda ya había perdido la cuenta de cuándo y dónde habían tenido relaciones íntimas. Aparte del dormitorio, y de haber vuelto a pasar por la biblioteca, lo habían hecho en el salón y, se ruborizó con ese recuerdo, en los establos después de regresar de dar paseos a caballo…

Colin llenaba su mente además de poseer su cuerpo. Empezaba a perder de vista la razón por la que seguía casada con él.

Le sonó el teléfono móvil y lo sacó del bolso. Se dio cuenta de que había pasado por alto una llamada del tío Hugh. Escuchó el buzón de voz y el mensaje de que la convocaba en Downlands.

Frunció el ceño, ya que no le había dejado el motivo para la reunión. Tendría que ir a verlo y averiguar de qué se trataba.

 

 

Al llegar, encontró al tío Hugh yendo de un lado a otro de la biblioteca.

Había pasado momentos muy felices en esa casa. Era más pequeña e imponente que Halstead Hall, pero exhibía habitaciones luminosas y aireadas y unos jardines preciosos. Costaba creer que se había vendido.

–¿Qué sucede? –preguntó.

–Tu marido compró y vendió la propiedad de Elmer Street.

–¿Qué? –intentó entender lo que estaba diciendo su tío, pero sin éxito–. ¿Compró y vendió? ¿Cuándo y cómo?

Ni siquiera había estado al corriente de que dicha propiedad se hallara en el mercado. Era una estructura residencial de tres pisos situada en Covent Garden destinada al alquiler.

El tío Hugh se frotó las manos.

–Se la vendí a una compañía llamada Halbridge Properties. Acabo de descubrir que es otra fachada de tu marido, que de inmediato ha intentado vender la dirección de Elmer Street a otra persona.

Belinda sintió que se le hundía el corazón.

–¿Has vendido otra propiedad de los Wentworth?

Se sentía traicionada… por todas partes. ¿Acaso no se había puesto en la línea de fuego para recuperar las propiedades que su tío, sin saberlo, le había vendido a Colin? ¿Cómo podía hacerle eso?

–¿Cómo has podido vender otra propiedad?

–Belinda, por favor. No te haces idea de lo precaria que es nuestra economía.

–Al parecer no.

Su tío se ruborizó.

En defensa de éste, debía reconocer que Colin estaba reconocido como el terrateniente más hábil de Londres.

También era el hombre que le había hecho el amor de forma tierna y apasionada.

Sin embargo, en todo momento su intención había sido comprar y vender otra parcela Wentworth.

Se sentía traicionada… y mancillada.

–¿Cómo es tu relación con Easterbridge? –preguntó de pronto su tío–. ¿No tenías idea de esta adquisición?

Fue su turno de sentirse incómoda. Pensó en Colin haciéndole el amor. Había creído que estaban intimando, que…

«Olvídalo». Era obvio que en todo momento Colin la había mantenido en la ignorancia acerca de lo que tramaba respecto de los Wentworth.

Su tío ladeó la cabeza con expresión que oscilaba entre la desesperación y la astucia.

–Siempre hay espacio para la negociación entre marido y mujer. Obraste tu magia sobre Easterbridge con anterioridad, quizá…

Calló, pero era evidente que albergaba esperanzas de que también pudiera recuperar la propiedad de Elmer Street mediante la seducción.

Eso le confirmó sin lugar a ninguna duda que su familia consideraba su matrimonio con Colin sólo como un medio para alcanzar un fin. Ella no era más que un instrumento.

Tal como se sentía en ese momento, Berkshire podía convertirse en el Sahara antes de que ella volviera a acostarse con Colin.

 

 

Colin se dirigió hacia la puerta de su despacho en Halstead Hall.

Al ver a Belinda, lo recorrió una oleada de placer. Seguía vestida tal como había ido al partido de Polo… botas negras de caña alta y un vestido ceñido por un cinturón fino. Estaba impaciente por desvestirla.

Acababa de ducharse y de ponerse ropa limpia, pero le encantaría quitársela otra vez para ella si así se aseguraba llevarla a la cama.

De hecho, podía prescindir de eso último y cerrar la puerta del despacho con llave…

Acortó la distancia que los separaba.

–¿Cómo has podido? –demandó ella.

Justo cuando iba a besarla, Colin se echó para atrás con una ceja enarcada.

–¿Cómo he podido qué?

–Compraste y de inmediato vendiste la propiedad de Elmer Street sin que nadie se enterara.

Él se paralizó. Lo había sorprendido con la guardia baja. Su intención había sido contárselo y explicarle por qué sus actos tenían sentido, pero ya sólo podía improvisar.

–¿Cómo lo has averiguado? –preguntó impasible.

–El tío Hugh me informó del asunto. Un socio suyo descubrió la verdad. Investigó Halbridge Properties y le reveló quién era el verdadero dueño de la empresa.

–Por supuesto –repuso con sequedad–. ¿Por qué no me sorprende que el tío Hugh se haya mantenido alerta? O que tenga amigos que lo hagan por él.

–¡Al menos a él lo inspiran el interés y el bienestar de la familia Wentworth!

–¿Sí? –replicó Colin–. Fue él quien vendió la propiedad. Y en este caso, estoy de acuerdo con la decisión. La casa de Elmer Street no se encuentra en buen estado. Había que venderla y dedicar los ingresos a rehabilitar las otras propiedades Wentworth.

Belinda se mostró aun más indignada.

–¿De modo que reconoces que tu intención era vender nada más adquirir la propiedad? –el silencio de él fue elocuente–. ¿Contigo todo se reduce a una decisión basada en los números? –quiso saber–. ¿Qué hay de la emoción y el sentimiento? No puedo creer que seas la misma persona que se fugó conmigo a Las Vegas.

Colin apretó la mandíbula.

–¿Qué te lleva a pensar que casarme contigo no fue mi mayor apuesta?

–¿Qué ganabas con ello? –espetó–. ¿Otro riesgo calculado y un beneficio potencial?

–He dicho que fue una apuesta, no que careciera de emoción –respondió–. ¿La propiedad de Elmer Street tiene algún valor sentimental para ti? Jamás has vivido allí.

–Lleva dos generaciones en la familia Wentworth –alzó el mentón.

–Y esa línea de pensamiento demuestra con precisión la razón de que los Wentworth se encuentren en semejante aprieto financiero.

–Yo soy una Wentworth. Teníamos un acuerdo. Prometiste no vender propiedades de mi familia.

–Prometí entregarte las propiedades Wentworth que eran mías. La de Elmer Street la adquirí con posterioridad.

–No me extraña que el tío Hugh no sospechara que tú eras el comprador –dijo, echando fuego por los ojos–. Creyó que te ligaba el acuerdo postnupcial.

–Me liga y no lo he roto.

–Has violado el espíritu, si no la letra, de nuestro acuerdo. Aceptamos seguir casados en parte para mantener junta la propiedad de los Wentworth.

–Y así será. Los beneficios de la venta de la dirección de Elmer Street se gastarán en rehabilitar las demás propiedades Wentworth.

–¿Qué garantía tengo de que será así? Después de todo, vendiste la casa de Elmer Street sin informarme de ello.

Colin sintió que su irritación se disparaba. Lo único que intentaba hacer era ayudar a sus locos parientes a salir de las arenas movedizas financieras en las que se encontraban.

–No te prometí una actualización diaria sobre la dirección de las propiedades.

–Entonces, ya no queda nada que decir, ¿verdad? –replicó ella antes de dar media vuelta e ir hacia la puerta.

 

 

Belinda vio fruncir el ceño al tío Hugh.

–En la prensa se rumorea que has abandonado a Colin –dijo–. Y me temo que te reflejan bajo una luz poco halagüeña.

Su madre, sentada con rigidez a la derecha del tío Hugh, asintió.

A Belinda le importaban un bledo los rumores. Se sentía más desdichada de lo que podía recordar haber estado jamás.

Se encontraban en el salón de la casa del tío Hugh en Mayfair… o, más bien, en la casa que su marido tenía allí. Todo era tan confuso.

Después de marcharse de Halstead Hall el día anterior, había pasado la noche en el piso vacío que tenían Sawyer y Tamara en Londres. Ésta no había titubeado en prestárselo.

Las emociones descarnadas le habían impedido explicarle a sus amiga las razones que había para dicha llamada.

De hecho, agradeció que no hubiera nadie presente que pudiera ver su noche insomne y llorosa.

Al amanecer, había sido incapaz de escapar de la verdad.

Amaba la inteligencia, el humor y, sí, la habilidad sexual de Colin. Poseían intereses comunes pero, lo más importante, complementaban la personalidad del otro. Hacía que se sintiera más viva.

Se había enamorado de él.

Razón por la que su traición era como una daga clavada en el corazón.

Pero resultaba obvio que para él sólo había sido una conquista. De lo contrario, no se habría desprendido con tanta facilidad de la propiedad de Elmer Street.

El tío Hugh tamborileó los dedos sobre los reposabrazos del sillón.

Ese mismo día había llegado a Londres procedente de Downlands. Al enterarse de que también Belinda se hallaba en la ciudad, le había sugerido que tomara el té con su madre y con él.

Se le veía furioso.

–Estoy seguro de que han sido los Granville los que han filtrado esas historias a la prensa. Bueno, puede que hayan obtenido la ventaja inicial con los medios, pero nosotros ganaremos la guerra –se frotó las manos–. Contrataremos a los mejores abogados para impugnar la venta de Colin. Afirmaremos que ha violado vuestro acuerdo postnupcial. Solicitaremos que se te conceda toda la propiedad Wentworth original en un divorcio. Cuando las propiedades vuelan a mi administración, me encargaré de que los Granville jamás vuelvan a tocarlas.

–No.

La negativa la sorprendió a ella tanto como a su tío y a su madre.

–¿No? –preguntó Hugh ceñudo–. ¿Qué quieres decir con no?

Belinda respiró hondo.

–Que jamás entregaré el control de las propiedades Wentworth.

El tío Hugh se relajó.

–No, claro que no, querida muchacha. ¿No es lo que intentamos arreglar con algo de suerte y la ayuda de unos buenos abogados?

Belinda sabía que si su tío recuperaba el control, se pondría a vender o a hipotecar otra vez las propiedades. No era competente para administrar las casas de su familia.

Comprendió que, en cierto sentido, Colin le había hecho a los Wentworth un favor inmenso. Si su tío no hubiera encontrado un comprador dispuesto en Colin, los Wentworth habrían perdido gran parte de su patrimonio para siempre.

Existía una gran diferencia entre que se esperaba que se casara y en sacrificarse para salvar la ruina financiera de la familia… una y otra vez.

Su tío seguía con expresión desconcertada.

–Por supuesto, tendrás un administrador en mí, o en Tod cuando te cases con él.

–No, tío Hugh –respondió con firmeza–. Tod está fuera… para siempre. Y más aún, cuando me divorcie de Colin, si lo hago, y vuelva a tener el control de las propiedades de los Wentworth, haremos las cosas a mi manera.

Su madre la miró con curiosidad.

–Belinda, eso es absurdo.

–No, no lo es –respondió y se puso de pie para marcharse–. Creo que es la mejor idea que he tenido en mucho tiempo. De hecho, estoy ansiosa por convertirme en una magnate inmobiliaria.

Su marido le había enseñado mucho, y una de las cosas que había aprendido era que tenía más poder que el que creía poseer.

Acababa de afirmar dicho poder con su familia. Ya sólo le quedaba decidir qué hacer con respecto a Colin.

Comprendió que había sido injusta con él. Debería haberle contado cómo planeaba obrar con la propiedad de Elmer Street, pero con una percepción nueva, entendía por qué había actuado de esa manera acerca de la venta del edificio.

La única cuestión era saber cómo reparar la situación con él y si la querría de vuelta después de haber dado la impresión de que se había decantado por el lado del tío Hugh.