Epílogo

 

 

 

 

 

Era Navidad en la nevada Berkshire y Belinda estaba rodeada por aquellos que la querían y que ella quería.

Observó la escena en el salón de Halstead Hall. Un árbol enorme se alzaba en un rincón de la estancia, con una estrella brillante en la cima y cinta plateada en sus ramas.

Colin hablaba con Hawk cerca del árbol, pero al siguiente instante sus ojos conectaron.

La cara de él le revelaba que la adoraba y que estaba impaciente por quedarse a solas con ella.

Luego le guiñó un ojo y la sonrisa de Belinda se amplió.

Estaba embarazada de seis meses, de gemelos, y el año próximo serían padres, como sus amigos. Y habría cuatro niños en vez de dos, y ella estaría jugando en el suelo con sus hijos tal como en ese momento hacían Tamara y Pia.

Colin y ella esperaban convertir la reunión de Navidad en un acontecimiento anual con las dos parejas a las que consideraban sus mejores amigos.

Y, por fortuna, ambos siguieron arreglando la situación con sus familias. Celebraron una hermosa boda formal en la parroquia local de Berkshire y la recepción en Halstead Hall. Para la ocasión llevó un vestido sin mangas y con guantes blancos que había provocado una respuesta satisfactoriamente asombrada por parte de Colin.

Para ella, esa tercera vez había sido la real, porque a pesar de que habían asistido Wentworth y Granville, no había surgido ningún contratiempo. Desde luego, había ayudado que las dos familias siguieran la tradición y ocuparan lados opuestos del pasillo de la iglesia.

Ese momento, sin embargo, estando próxima a dar a luz a descendientes Wentworth-Granville, hizo que incluso el hecho de que se hubiera cambiado legalmente el nombre a Belinda Granville pasara casi desapercibido. Hasta la madre de Colin se había reconciliado con toda la situación, aunque para ella, por supuesto, los nietos que esperaba eran, sencillamente, Granville.

Hawk se inclinó para ayudar a su hijo y Colin se acercó a ella y le pasó un brazo por la espalda.

–¿Feliz? –le preguntó él.

–Por supuesto. Y es maravilloso estar acompañados de nuestros amigos.

–¿A pesar de que nuestras familias van a llegar el día de Navidad? –preguntó con una sonrisa.

–Más les vale comportarse –amenazó ella con humor burlón.

–Si el tío Hugh le vuelve a ganar a mi madre al ajedrez, la alfombra persa se manchará con sangre.

Belinda rió.

–¿Quién iba a imaginar que tendrían algo en común?

El tío Hugh seguía viviendo en la casa de Londres en Mayfair y en las mansiones próximas de Berkshire. Con el tiempo, las propiedades pasarían a los hijos de Belinda.

La casa de Elmer Street se había vendido, la propia Belinda había insistido en ello, y los ingresos se habían empleado para remozar las demás propiedades de Berkshire y Londres.

Sabía que era afortunada.

Había pedido un traslado a la oficina que Lansing’s tenía en Londres y se lo habían concedido.

Pero, por el momento, y antes de regresar al mundo del arte, tenía las manos llenas con la inminente llegada de los bebés, su trabajo con el personal en las diversas propiedades de Colin y las galas benéficas como marquesa de Easterbridge.

–La vida es buena –anunció.

–Pero no como una moteada obra impresionista –bromeó Colin–. Se parece más a una obra de arte moderno. Es el significado que tú le das. Todo está en el ojo del observador.

–Bésame –dijo ella–, y te diré el significado que le doy yo.

–Me encantará.

Y sellaron su futuro con un beso.