Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Con la esperanza de comer algo, Kate estaba a punto de meter en el microondas la sopa de pollo que le había sobrado del día anterior cuando sonó el teléfono.

–Kate.

–Sí… –no pudo decir nada más porque el corazón le dio un vuelco al oír la voz de Damon.

Era como si él estuviera ahí, murmurándole al oído. Casi podía sentir su aliento acariciándole la piel. ¿Qué quería?, se preguntó distraídamente. Ah, sí, le había dicho que iba a llamarla en relación con la lista de asistentes al funeral.

–¿Qué tal el resfriado?

–Mejor –sí, era verdad, se sentía mucho mejor después de unas pastillas y de haber dormido un par de horas. Lanzó una mirada al reloj y dijo en tono acusatorio–: son las ocho y media, Damon. La jornada laboral ha terminado hace mucho.

–Lo sé, pensaba llamarte más temprano. Espero que tengas hambre.

¿Le estaba invitando a salir a cenar? Clavó los ojos en los pantalones de chándal, en la camiseta naranja que utilizaba para dormir y en las zapatillas color rosa.

–No, no tengo hambre. Supongo que llamas por lo de la lista. Mañana la llevaré al…

–Tienes que cenar, Kate. ¿Has almorzado hoy?

–No. Yo… –le interrumpieron unos golpes en la puerta y lanzó un suspiro de alivio, alegrándose por la interrupción–. Perdona, pero tengo que colgar, están llamando a la puerta. Te llamaré dentro de un rato.

Llamaría más tarde, después de cenar y así no tendría que mentir. Eso, si llamaba.

Colgó el teléfono, cruzó el cuarto de estar y abrió la puerta.

–Oh…

Damon Gillespie, con el móvil aún pegado a la oreja. Llevaba pantalones caqui de algodón y camiseta blanca, y en las manos sostenía una caja de pizza.

Damon desconectó el teléfono, se lo metió en el bolsillo y, sin quitarle los ojos de encima, dijo:

–Hola.

La miró de arriba abajo, clavándole los ojos en los pechos, sueltos, sin sujetador.

–No esperaba visita –murmuró ella.

–Hace un momento, no daba la impresión de que abrir la puerta fuera un problema para ti.

–Creía que era mi hermana –pero sabía que Damon no se había dejado engañar.

Kate no quería tomar una pizza con él, no quería que ese hombre estuviera en su casa. Sin embargo, ¿cómo evitarlo? Se dio media vuelta y se encaminó a la cocina.

–Entra. Pero te lo advierto, no comería pizza aunque mi vida dependiera de ello.

–Eso es porque no has probado la pizza de lujo de Dominic Amigo, ¿a que no?

Kate arqueó las cejas.

–¿Y tú? Creía que acababas de llegar a esta ciudad.

–Me la ha recomendado Sandy, cuando llamé a la oficina al mediodía para pedir tu número de teléfono y tu dirección; al final, acabamos hablando de restaurantes. Tú estabas ocupada con un cliente.

–Tomaré nota para que no se me olvide darle las gracias –murmuró Kate después de sacar unos platos de un armario y mientras buscaba una espátula.

Hizo un esfuerzo por ignorar el aroma de la pizza, pero olía de maravilla.

–Así que no tienes hambre, ¿eh? –Damon dejó la caja en la pequeña mesa con superficie de cristal, sacó una silla y sonrió traviesamente.

Desde el sábado no veía esa sonrisa. Una sonrisa irresistible.

Apartó los ojos de él y los clavó en una bolsa de plástico que Damon había llevado allí junto con la pizza.

–¿Qué hay en la bolsa?

–Jengibre y un par de frascos de aceites esenciales, uno de menta y otro de árbol del té. La abuela siempre nos curaba los resfriados a Bry y a mí con esto. He escrito en un papel las instrucciones, el papel está también en la bolsa.

¿Se había tomado la molestia de llevarle un remedio casero? Algo cálido la invadió. ¿Le había juzgado mal? No sabía qué decir.

–Es muy amable de tu parte. Gracias.

–De nada.

Kate sacó los frascos, el jengibre y la nota de la bolsa.

–¿Sigues utilizando este remedio tú también?

–Nunca me resfrío. De hecho, estoy asquerosamente sano.

Y ella no lo ponía en duda. Volvió el rostro, apartándolo de la más que sana virilidad de ese hombre, y metió la cabeza en la nevera, tanto para refrescarse como para buscar algo que ofrecerle de beber.

–Ah, dos platos –declaró él–. ¿Significa eso que has decidido comer pizza tú también?

–Si tiene aceitunas, supongo que podría comer algo.

–Tiene queso mozzarella, pollo, chile, champiñón, cebolla, cilantro y salsa saté. Pero no tiene aceitunas.

–Pollo en salsa saté. Nunca he comido una pizza con pollo en salsa saté.

–Te va a encantar, ya lo verás.

Kate sacó de la nevera una botella y la alzó.

–¿Te conformas con agua mineral con gas?

–Perfecto.

–De acuerdo. Hablaremos mientras cenamos –de esa forma, matarían dos pájaros de un tiro y pronto conseguiría que ese hombre se marchara de su casa.

Sacó dos vasos, los llenó de agua, y se sentó en la otra silla.

–Claro que vamos a hablar, pero no de trabajo –Damon abrió la caja y olfateó con placer. Sirvió un trozo de pizza en uno de los platos, y se lo pasó a ella–. Y ahora, come.

Kate así lo hizo y, con sorpresa, descubrió que estaba realmente hambrienta. La comida también mejoró su estado de ánimo.

–Supongo que todo esto ha sido una sorpresa para ti –comentó ella un momento después.

Le pareció ver un brillo de pesar en los ojos de él, pero fue algo momentáneo.

–Cuesta creer que un tipo de cuarenta y tres años, en apariencia sano, muera de repente –Damon volvió su atención a la pizza y se sirvió un trozo–. Es un golpe duro perder al único familiar que uno tiene.

Kate no quería pensar en perder a ningún miembro de su familia. La familia era lo más importante para ella.

–¿Y tus padres?

A Damon le cambió la expresión. Su mirada se endureció.

–No tengo ni idea de dónde están. Hace años que no sé nada de ellos. La abuela me crio, junto con Bryce. No creo que mi padre se haya enterado de que su hermano ha muerto porque yo no sé dónde está y, por lo tanto, no he podido ponerme en contacto con él.

La amargura de sus palabras la dejó perpleja.

–Lo sien…

–No, no digas eso –Damon alzó una mano y sacudió la cabeza. ¿Qué demonios estaba haciendo, por qué dejaba que Kate Fielding vislumbrara su vulnerabilidad? Hacía años que había conquistado su rencor y había dejado de compadecerse a sí mismo. Lo había enterrado todo bajo una montaña de trabajo y distracciones.

De nuevo, centró la atención en la comida. La pizza estaba picante, era suculenta, una auténtica delicia. Nunca había comido una pizza tan buena.

–Esto está muy bueno, ¿verdad? Hazme un favor –dijo Damon–. Métete un trozo de pizza en la boca, mastícalo despacio y concéntrate –cualquier cosa por distraerla.

Kate titubeó; después, se llevó la pizza a los labios. Él la observó morder y saborear durante unos momentos, con los ojos medio cerrados. Sintió calor en la entrepierna. Después, la vio lamerse los labios, dejando una pátina de aceite en ellos.

–Está muy buena –declaró Kate.

La excitación aumentó. Aquella noche, Kate tenía otro aspecto. Parecía más accesible que la empleada con la que había tratado por la mañana; sin embargo, perversamente, la tiesa empleada le había excitado también. No había podido dejar de imaginarla tumbada en la mesa de despacho, con la blusa desabrochada y el sujetador… El calor empezaba a sofocarle.

Y luego estaba Shakira, escondida detrás de un velo, misteriosa, sensual. Y esa intrigante piedra en el ombligo. No pudo evitar preguntarse si aún la llevaba.

Y ahora, Kate con aspecto informal. Muy informal. Pero no menos interesante. Para empezar, llevaba el pelo suelto y la suave melena negra le caía por los hombros. Y esa camiseta de dormir en la que se leía que un diamante era el mejor amigo de una chica.

–¿Crees eso que pone en tu camiseta? –Damon le indicó la parte delantera de la camiseta.

Kate dejó de morder un trozo de pizza mientras él clavaba los ojos en dos pequeños botones erguidos bajo la camiseta.

–¿Qué?

–¿Prefieres el dinero al amor?

Kate frunció el ceño, bajó la mirada y, por fin, comprendió la pregunta.

–Es sólo una camiseta, lo que dice no importa –pero su mirada era retadora–. Cuando conozca a un hombre que valga más que un diamante, si es que llego a conocerlo, te lo diré. Mejor… no, no te lo diré porque no estarás por aquí. ¿Dónde has dicho que vivías?

–Vivo donde sea que esté trabajando –o dedicándose a otras actividades.

–¿Y a qué te dedicas exactamente?

Damon encogió los hombros evasivamente.

–A lo que se me presenta.

Consciente de y, a la vez, satisfecho de la expresión de censura de Kate, alzó el vaso y bebió. No quería quedarse en Sidney mucho tiempo y tampoco quería explicar por qué.

Su lema era: «Ten éxito en lo que haces, diviértete, y cambia. No sientas apego por nadie ni por ningún lugar». Motivo por el que su negocio de Internet era perfecto para su estilo de vida. Dejó el vaso y continuó comiendo, sin hablar.

–No obstante, vas a hacerte cargo de una agencia de viajes –Kate apretó los labios y agarró otro trozo de pizza.

Maldición. Quería volver a saborear la boca de ella. Quería poseerla otra vez, incluso vestida con pantalones de chándal y camiseta de dormir. O sin nada.

Kate parecía la clase de mujer a quien le gustaban las responsabilidades: centrada, profesional, una mujer dedicada a su trabajo. ¿Podía ser que, al igual que a él, solo le interesara tener relaciones pasajeras? Al fin y al cabo, ¿cuántas mujeres llevaban condones en la cinturilla de la falda?

–¿Te gusta cocinar? –Damon quería distraerla, congraciarse con ella.

–Depende. Me gusta cocinar de vez en cuando, cuando tengo invitados. Lo que no me gusta es cocinar todos los días.

–¿Cocinaste alguna vez para Bryce? –preguntó Damon–. Nunca he conocido a nadie a quien le gustara tan poco probar comida diferente–. Siempre comía lo mismo, carne y tres tipos de verdura. Al menos, eso era lo que hacía en el pasado.

–Sí, es verdad –Kate sonrió; después, se limpió la boca con la servilleta y apartó el plato.

Estaba más simpática. Él se recostó en el respaldo del asiento y también sonrió.

–Dime, ¿viajas por motivos de trabajo?

–Voy al extranjero una vez al año y, de vez en cuando, viajo por el país para familiarizarme con los tours. Bryce me había prometido más… aventura este año.

–¿Aventura en el sentido de excursiones por las montañas de Nepal? –se metió el último trozo de pizza en la boca y agarró una servilleta.

–No, nada de eso –Kate lanzó una carcajada–. Ese tipo de aventuras no es lo mío. Yo soy más bien de hotel de cinco estrellas.

–¿Un viaje al extranjero para examinar los clubs nocturnos?

–Los clubs nocturnos tampoco son mi estilo –Kate agarró los platos–. Soy más bien familiar. Paso las noches sola o con mi hermana.

–Así que, a veces, te permites el lujo de soltarte el pelo, ¿eh?

El pánico se vio reflejado en los ojos de Kate.

–Naturalmente. ¿No es lo que hace todo el mundo? –respondió ella; de nuevo, con voz gélida.

Entonces, se levantó de la silla, llevó los platos a la pila y tiró la caja de cartón de la pizza a la basura.

–Bueno, ya hemos cenado –Kate le miró significativamente–. ¿Te parece que empecemos?

La pregunta conjuró mil imágenes en su mente. Para empezar, se imaginó levantándole la camiseta para ver si la piedra estaba donde había estado el sábado. Después, le acarició el cabello, le cubrió los labios con los suyos…

–Aquí está el libro con la lista de asistentes al funeral –la brusquedad con la que le habló interrumpió sus pensamientos–. Puede que quieras agradecerles personalmente haber asistido al entierro. La mayoría era gente relacionada con el trabajo.

–Has dicho que Bryce y tú erais amigos, ¿verdad? –tenía que preguntárselo–. ¿Qué clase de amigos?

–Amigos –respondió ella mirándole a los ojos–. Solíamos salir los viernes por la noche, hablábamos de trabajo, pero en algún sitio agradable. Nuestra relación era exclusivamente profesional.

Damon asintió, aliviado.

–Deja que lo adivine. Siempre quedabais en el mismo sitio y a la misma hora, ¿verdad?

Kate rio.

–Sí.

Damon asintió. Sí, así había sido Bryce toda la vida, un animal de costumbres.

 

 

Cuando acabaron, había transcurrido más de una hora. Kate no había podido ignorar la mirada ámbar de Damon fija en ella todo el tiempo. Lo que la hizo preguntarse si no la habría reconocido. Pero no podía preguntárselo.

Sin mirarle, recogió los papeles.

–Bueno, ya está.

–Gracias.

Damon extendió el brazo sobre la mesa y le puso una mano en la suya. Sintió una corriente eléctrica subirle por el brazo; pero antes de poder apartar la mano, él le estaba acariciando la muñeca.

Kate hizo un esfuerzo y le miró a los ojos.

–Espero que te haya servido de ayuda. Me refiero a la información.

–Sé a qué te has referido –Damon sonrió, aún sujetándole la mano.

Ella no se movió. Y cuando Damon la miró fijamente a los ojos, creyó que iba a hablarle del sábado. Sin embargo, Damon la soltó.

–Bueno, será mejor que me vaya y deje que te acuestes –dijo Damon, levantándose–. Y no te olvides de darte un masaje con los aceites esenciales.

–No lo olvidaré. Gracias.

Damon asintió, se volvió y se dirigió a la puerta.

–Mañana por la mañana no voy a ir a la oficina. Tengo una cita con un abogado para un asunto relacionado con Bryce.

–No te preocupes, podremos arreglárnoslas sin ti –respondió ella con voz tensa.

Damon sonrió traviesamente.

–Estoy seguro de ello. Y, Kate, has hecho un gran trabajo. Gracias.

Kate necesitaba decirlo, tenía que decirlo.

–Bryce tenía intención de hacerme directora. El mes siguiente.

–¿Iba a dejar el trabajo?

–No sé qué era lo que quería hacer. Lo único que me dijo era que iba a tomarse un tiempo libre.

Damon arrugó el ceño.

–Tenemos que hacer algunos cambios. Me serán imprescindibles tu experiencia y tus conocimientos.

¿Qué demonios significaba eso? Sin embargo, lo único que podía hacer en ese momento era asentir.

–Buenas noches, Kate.

Y tras esas palabras, Damon se marchó.

Kate sabía que no podía olvidar que él era el jefe, el jefe con el que se había acostado una noche, lo que la ponía en una situación precaria.

Sin embargo, estaba segura de que Damon no la había reconocido. Menos mal. De momento, estaba a salvo. Aunque… no sabía si sentirse aliviada o, por el contrario, desilusionada.

 

 

El piso de Bryce estaba en las afueras del barrio de negocios de la ciudad. Damon pasó la mañana del día siguiente poniéndolo en orden. Hizo un rápido inventario y después se fue a comprar algo de comida.

Al mediodía, se encontraba sentado al escritorio del pequeño despacho en el piso de Bry, tratando de ordenar papeles en cajas de zapatos.

Era un caos total.

Se masajeó la nuca y se frotó el rostro. Le escocían los ojos. Le dolía la mandíbula de apretar los dientes. Y todo porque no había dormido lo suficiente… a causa de una mujer en la que no podía dejar de pensar.

Le había hecho el amor. Había sido la mujer más ardorosa que había conocido en su vida.

Pero no, había sido una farsa, Shakira no existía, era una fantasía. El alter ego de Kate Fielding.