Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

–¿Te apetece cenar conmigo esta noche? –dijo Damon.

Estaban de nuevo en el coche, camino de la casa. Damon ya había telefoneado a Sandy para decirle que no iban a volver a la oficina, que cerrase ella.

Kate le miró de soslayo, la tensa mandíbula ensombrecida por una barba incipiente. Su tono de voz no había sido insinuante, sino quedo, como el que podía utilizar un amigo que necesitaba compañía.

Pero era martes, y los martes iba a ver a su familia. El recuerdo de otro tiempo, ahí en los acantilados, se lo había hecho olvidar. Otro tiempo… cuando su hermano se mató en un accidente de ala delta.

–Los martes voy a cenar a casa de mis padres.

–¿Todos los martes? –Damon volvió la cabeza un instante para lanzarle una mirada–. Bien, no te preocupes, da igual. Tu familia es lo primero.

Pero Kate notó que estaba desilusionado.

–Les llamaré para decirles que no voy.

–No es necesario.

Ignorando sus palabras, agarró el móvil, pero le saltó el contestador al otro lado de la línea.

–Hola, mamá. Lo siento, pero esta noche no puedo ir. Voy a cenar con el sobrino de Bryce. Es una cena de trabajo. Siento no haberte podido avisar antes. Te llamaré luego.

Kate no quería que sus padres supieran demasiado sobre Damon.

–Conozco un pequeño restaurante no lejos de…

Pero Damon la interrumpió.

–Deja que cocine yo.

–Ah –había supuesto que iban a ir a cenar a un restaurante. No se le había ocurrido que estarían los dos solos. El pulso se le aceleró al instante–. ¿Sabes cocinar?

–Me encanta comer, así que no me queda más remedio que cocinar. Y se me da bastante bien –Damon sonrió–. Pero me gustaría que me dieras tu opinión respecto a mis habilidades culinarias.

–Si se te ha ocurrido cocinar en mi casa, te advierto que no tengo comida…

–No te preocupes, he hecho la compra esta mañana. Comeremos en casa de Bry –Damon le lanzó una rápida mirada–. No te importa, ¿verdad?

–No, claro que no.

 

 

Veinte minutos más tarde, Damon había destapado la botella de vino y estaba preparando una ensalada verde. Kate se había quitado la chaqueta del traje y él se había puesto unos pantalones tipo militar y una camiseta, e iba descalzo. A Kate parecía costarle un gran esfuerzo no tener nada que hacer, por lo que él le había encargado que untara el pan con mantequilla.

–Espero que te guste el pescado –dijo Damon mientras sacaba dos filetes de salmón.

Damon marinó el pescado con aceite de oliva, pimientos, alcaparras, chile picado y algunas hierbas aromáticas.

–Sí, me gusta.

El teléfono móvil de Kate sonó y, tras limpiarse las manos con un trapo, agarró el móvil y contestó la llamada.

–Hola, Rosa. Ah… –Kate se dio la vuelta y cruzó la puerta que daba al patio. Una vez fuera, continuó–. No, no es buena idea. Casi no le conozco, Rose –añadió, sin darse cuenta de que él podía oírla a través de la ventana abierta de la cocina.

Damon sacó los ingredientes para un aderezo de limón para la ensalada y colocó una sartén en el fuego mientras ella seguía hablando.

–No. No es la clase de hombre a quien llevaría a casa de papá y mamá para que le conocieran, ¿vale? A pesar de que parece formal vestido con traje y corbata. Pero detrás de esa fachada… –Kate se interrumpió y lanzó una carcajada gutural–. Sí, exacto. Eh, ni se te ocurra contarle a mamá…

¿Contarle a mamá… qué? Recordó el sábado por la noche e, inconscientemente, agarró con fuerza la botella que tenía en las manos.

–Además, da igual –continuó Kate–. Sólo ha venido a zanjar asuntos pendientes, ver qué hace con el negocio y nada más; luego, se marchará. Ni siquiera sé aún si tendré trabajo el mes que viene. Escucha, tengo que dejarte. Adiós.

Unos segundos después, Kate volvió a la cocina, dejó el móvil en el mostrador y se puso a untar mantequilla con gran energía.

Damon echó a la sartén los filetes de salmón. Mientras se hacía el pescado, aderezó la ensalada y puso la mesa.

–¿Algún problema?

–No, ninguno. Era mi hermana, Rosa. Quiere enterarse de todo. Y, cuando no puedo ir a casa de mis padres por algún motivo, tiene que enterarse de por qué.

El móvil de Kate volvió a sonar.

–Hola, papá –le oyó decir Damon. Y vio cómo se le ensombrecía la expresión–. Sí, claro. Seguro, papá. No, yo… Pensaba que… –hizo una pausa–. Bueno, dile a mamá que lo siento. Sí, adiós.

Cuando cortó la comunicación, Damon sirvió el pescado en los platos.

–¿Problemas?

–No –respondió Kate haciendo un esfuerzo por parecer tranquila–. Vaya, la cena tiene muy buena pinta. Vamos a cenar.

Comieron en el extremo de una mesa llena de papeles. El ruido del tráfico en la calle llegó a sus oídos a través de la ventana abierta.

–¿Tienes una familia grande? –preguntó Damon mientras cenaba.

–Con una madre italiana, ¿qué crees?

–¿Y tu padre?

–La madre y el padre de su madre eran italianos, pero mi padre es australiano de pies a cabeza, aunque le tiene cariño a Italia –Kate se llevó un trozo de pan a la boca–. Y es algo… rígido. Rosa y yo tenemos unos padres muy conservadores y el resto de la familia también lo es.

–¿Tu hermana vive con tus padres?

–Sólo porque va a casarse dentro de unas semanas. Se fue de vacaciones hace cuatro meses, conoció a un francés y se va a casar con él. Léon ha dejado su trabajo para venir a vivir aquí con ella. Es muy romántico.

–¿Tú crees? –Damon sacudió la cabeza–. Les doy seis meses.

Kate se quedó muy quieta.

–No puedes decir eso, no les conoces. Eres un cínico, ¿lo sabías? Compadezco a la pobre que se case contigo.

–No es necesario porque no me voy a casar. Me gusta mi vida tal y como es. ¿Más vino? –Damon volvió a llenar los vasos sin esperar a que ella contestara.

–¿Y cómo es tu vida exactamente?

–Sin complicaciones. Sin obligaciones.

–Irresponsable –Kate vació medio vaso de vino como si estuviera enfadada. ¿O como si le tuviera envidia?

El recuerdo de Bonita le asaltó. No, no quería pensar en eso.

–Bryce quería hacerte socio del negocio hace cinco años y tú rechazaste la oferta –dijo ella, sorprendiéndole.

–Sí, y sabía por qué –cinco años atrás, estaba salvando un negocio y, además, no estaba preparado psicológicamente para volver a Australia–. Sin duda, tú eres muy responsable, Kate. Apuesto a que siempre haces lo que se espera de ti y nunca te desvías para perseguir tus propios sueños.

Damon bebió un sorbo de vino y dejó el vaso encima de la mesa sonoramente.

–¿Eso es lo que hiciste tú, perseguir tus sueños sin importarte las consecuencias ni a quién hacías daño?

No, él había huido de las pesadillas que le habían atormentado.

–Algo así. ¿Qué es lo le pides a la vida, Kate?

–Lo mejor profesionalmente.

Damon sacudió la cabeza.

–No, no te creo, eso más bien parece lo que diría tu padre. ¿Qué es lo que quieres tú realmente, en lo más profundo de tu ser?

Kate guardó silencio unos segundos, con mirada ausente.

–A veces, me gustaría hacer lo contrario a lo que se espera de mí. Me gustaría ser otra persona, aunque sólo fuera por unas horas.

Sí, Damon lo sabía muy bien.

–Podrías empezar así… –Damon le puso una mano en la nuca, le desabrochó el pasador de pelo y se lo soltó. Y vio cómo los ojos se le agrandaban y oscurecían.

–Nunca llevo el pelo suelto en el trabajo. No da una imagen muy profesional.

La sintió temblar.

–Ahora no estás en la oficina.

No le costó ningún esfuerzo quitarle un aro de oro; después, el otro. Le masajeó el lóbulo de la oreja suavemente. La piel de Kate era tan suave como sus cabellos.

Damon clavó los ojos en los sensuales labios color coral. Sin poder evitarlo, se los acarició con la yema de un dedo.

Kate se lo quedó mirando, incapaz de detenerle. No quería que parase. Ningún hombre la había mirado nunca de la forma como la estaba mirando Damon Gillespie en esos momentos. Sus movimientos eran lentos, casi hipnóticos.

–¿Te gustas tal y como eres, Kate?

«Cuando me miras así, me siento como si fuera la única mujer en el mundo».

–Naturalmente. Pero a veces… –debía estar embriagada o en trance, porque quería que Damon volviera a hacerle el amor.

Damon, un aventurero trotamundos. Su jefe.

Y ella era Kate Fielding, empleada en una agencia de viajes, profesional.

–A veces te gustaría ser otra –Damon le acarició la mandíbula–. ¿Es entonces cuando Shakira cobra vida?

Kate parpadeó. De repente, se sintió profundamente humillada.

–¡No! Sí… No…

Deseó que se la tragara la tierra. Deseó estar en su casa sola, fuera del alcance de esa mirada penetrante que podía ver cómo era realmente. Damon no la consideraba una mujer fácil, sino una novata. Una mujer que sólo se había desviado una vez, el sábado pasado por la noche.

Y sintió resentimiento hacia él. Damon no la conocía realmente, no sabía lo limitada que era su experiencia. Todavía obedecía a sus padres, hacía lo que ellos querían y esperaban de ella.

Enfadada, Kate se apartó de él.

–Lo sabías. Sabías quién era. Lo has sabido todo el tiempo, ¿verdad?

–¿Creías que no me iba a acordar de ese lunar debajo del ojo? –Damon extendió el brazo y le acarició el lunar suavemente.

Kate se ruborizó al instante, sintió un intenso calor en el rostro.

–Te has estado burlando de mí. Lo sabías y no me lo has dicho hasta ahora, y eso es burlarse.

–Tú también sabías quién era yo –observó él, y sonrió con expresión cálida.

–Para tu información, Shakira cobró vida el sábado por la noche por primera vez –declaró kate.

Como una tonta, había representado un papel sin pensar en las consecuencias.

Una fuerte mano le agarró el brazo y la obligó a volverse de cara a él.

–Lo sé –dijo Damon.

Y, al instante, sintió la boca de Damon en la suya, apasionada, ardiente y exigente.

Fue todo un estallido. Nunca la habían besado así, con tanta pasión y… algo más. Algo profundo. Los labios le quemaban mientras Damon le ponía las manos en las nalgas y se le pegaba al cuerpo, contra su dura erección.

Kate lanzó un gemido de placer, no pudo evitarlo. Estaba perdiendo el control y no podía permitirse ese lujo. Al menos, por el momento. Intentó apartarse de él.

Al momento, Damon alzó la cabeza y le soltó las nalgas. Le lanzó una mirada retadora.

–Piensa en esto, Kate.

–Yo… tengo que irme –Kate respiró hondo–. Me voy… sola.

Damon dio un paso atrás, dejándola espacio para moverse.

–Te llevaré en el coche.

–No. Tomaré un taxi –Kate agarró el bolso con manos temblorosas.

Se acercó a la puerta y la abrió. Salió a la calle, seguida de él, que iba descalzo. Afortunadamente, vio un taxi y, corriendo hacia él, agitó una mano. El taxi se detuvo al lado de la acera; entonces, después de detenerse y abrir la portezuela, se volvió hacia Damon.

–Gracias por la cena.

–Quiero volver a verte… fuera de las horas de oficina –declaró Damon de repente.

Pero Kate sabía que aquello no era amor, sino deseo sexual simplemente. Su relación con Damon nunca iría a ningún sitio. ¿Podía permitirse el placer de disfrutar sexualmente con él antes de que se marchara del país?