Capítulo Seis

 

 

 

 

 

Damon se frotó los ojos y echó un vistazo al reloj del despacho de la oficina de Bry. Las seis de la mañana. Dentro de dos horas y media, los empleados empezarían a llegar. Demasiado que hacer, no tenía tiempo para volver a la casa y darse una ducha. Sabía que si no hacía algo rápido, Aussie Essential Travel se iría a pique antes de lo que había imaginado.

Frustrado tras la marcha de Kate, después de dos horas de intentar dormir sin conseguirlo, había decidido ir a la oficina. Por lo que había visto, era imposible vender la empresa tal y como estaba.

Según Kate, Bry había llevado la contabilidad personalmente, a pesar de no ser un contable.

Damon miró fijamente la pantalla del ordenador. Pulsó unas teclas y se dispuso a hacer una transferencia bancaria de Estados Unidos a su cuenta en Australia. Estaba decidido a sacar a flote el negocio. Era otro reto, y lo que más le gustaba era enfrentarse a nuevos desafíos.

Incluso los que involucraban a una mujer.

Kate. Apenas unas horas atrás había estado a punto de poseerla otra vez. No recordaba haber deseado tanto a una mujer, nunca.

Y tenía intención de volver a acostarse con ella.

Cuando Kate entró en la oficina a las ocho y diez, sabía que Damon ya estaba allí, porque había visto su coche.

Sandy también había llegado, y sonrió ampliamente al verla entrar.

–Hola, Kate –dijo Sandy algo jadeante.

–Hola.

Mientras colgaba el paraguas, se preguntó por qué parecía Sandy tan alterada. Aunque, en realidad, podía imaginarlo: ver a Damon la había dejado atontada. Le pasó otra explicación por la cabeza, pero prefirió rechazarla.

Sandy dio la vuelta al escritorio, se acercó a ella y le abanicó con la mano.

–Vaya, vaya, vaya.

–¿Qué?

–¿Una aventura romántica en la oficina, Kate?

–¿De qué estás hablando? –dijo Kate, estirándose la chaqueta del traje, fingiendo ignorancia.

–De Damon Gillespie y de ti –Sandy se sentó en una esquina de la mesa del despacho de Kate y la falda se le subió hasta medio muslo–. Y yo que creía que no podías soportarle –Sandy sonrió maliciosamente–. Vamos, cuéntamelo todo.

Kate se pasó las húmedas palmas de las manos por la falda y se dirigió al escritorio.

–No tengo nada que contar. Fuimos a echar un vistazo a las agencias de la zona –y por si Damon había mencionado algo, añadió–: Después, como teníamos hambre, cenamos algo.

–Ah, ya, cenasteis algo.

–Sí, eso es.

–¿Estás segura de que no te has dejado nada?

–Completamente segura –declaró Kate enfáticamente–. Y aunque fuera verdad lo que insinúas, no sería una aventura de oficina porque él no trabaja aquí.

Fue entonces cuando, encima de su mesa, vio un papel en el que se le decía que tenía que asistir a una reunión de empleados a las ocho y media. El papel estaba firmado por Damon Gillespie.

Encima, estaban sus pendientes, pegados con celo, a una nota de papel color verde: «Anoche te los dejaste olvidados. D». Era evidente que Sandy había estado ocupada metiéndose en lo que no era asunto suyo.

–No es lo que parece –declaró Kate agarrando los pendientes y la nota–. Además, ¿quién demonios se cree que es? No tiene derecho a convocar una reunión de empleados. No es parte del equipo y, además, se va a marchar –convocar reuniones era parte de su trabajo, llevaba años encargada de eso–. ¿Dónde está Hill? Y Maureen no viene hasta las diez…

–Buenos días, Kate.

Al oír la voz de Damon a sus espaldas, se sobresaltó.

–Ya se lo he comunicado a todos los empleados –le informó él–. Estarán aquí a las ocho y media.

Kate cerró los ojos un momento mientras recuperaba la compostura. Entonces, los abrió rápidamente, al sentir unas manos en sus hombros.

–Relájate, señorita Fielding, todo está bajo control.

Bajo el control de él, pensó enfadada. Pero se contuvo, no quería dar un espectáculo delante de Sandy. Tampoco quería las manos de Damon en su cuerpo, le hacía recordar momentos de locura, de pasión. Enfadada, al menos, mantenía el control.

Bill y Maureen llegaron al mismo tiempo.

–Buenos días, Damon.

–Buenos días a todos. Si queréis serviros un café antes de empezar, adelante.

Un par de empleados fueron a prepararse un café con la nueva cafetera mientras otros se dirigieron a la sala de reuniones.

Por fin, todos estuvieron sentados alrededor de la mesa, con ella a la derecha de Damon. Él la miró y dijo:

–Puede que necesite ayuda –su tono era formal, puramente profesional.

Kate notó que Damon no se había molestado en afeitarse. Una oscura barba incipiente le cubría la mandíbula, confiriéndole un aspecto aún más informal.

–Muy bien, de acuerdo –contestó ella en tono frío.

Damon plantó las manos en la mesa y miró a todos los presentes.

–De nuevo, buenos días a todos. Gracias por venir tan temprano. En primer lugar, quiero agradeceros el trabajo que habéis hecho durante las dos últimas semanas, antes de que yo viniera. Gracias.

Guardó silencio antes de continuar.

–Como todos sabéis, he heredado Aussie Essential Travel. Y he decidido, por ahora, no vender la empresa.

Kate trató de asimilar esas palabras. Ahora, Damon era oficialmente el jefe. Se sentía atraída sexualmente por su jefe.

–Estoy listo para el reto que supone –añadió él–, y espero que podamos trabajar en equipo.

–Es estupendo tenerte con nosotros, Damon –dijo Sandy.

Los demás, se pronunciaron de forma similar.

Kate se lo quedó mirando con los labios apretados. ¿Qué sabía él del mundo de los negocios? El hecho de que hubiera echado un vistazo a la contabilidad de la empresa no significaba que supiera qué hacer.

Como si le hubiera leído el pensamiento, con los ojos fijos en ella, Damon dijo:

–Tengo un máster en Administración de Empresas y he trabajado en este campo aquí y en el extranjero –los ojos le brillaron mientras la permitía digerir la información.

Kate se recostó en el respaldo de la silla. Tenía ganas de pegarle. Damon había tratado de darle otra impresión de sí mismo.

–¿No habías dicho que ibas a estar en Australia poco tiempo?

–No voy a marcharme hasta que el negocio vaya sobre ruedas, Kate –le aseguró él–. Entonces, sólo entonces, te nombraré directora.

Kate apretó los dientes. Entretanto, Damon empezó a distribuir unos papeles, que iban a acompañar a la presentación que había preparado. En los papeles se veía claramente que las ventas habían descendido y los clientes escaseaban. También mostraban las ideas de él en relación a los siguientes seis meses.

Kate examinó los papeles al tiempo que le escuchaba hablar de las mejoras que proponía, algo relacionado con la publicidad y ofertas especiales.

–Vamos a cambiar el nombre de la empresa y su imagen –y esas palabras de Damon la pusieron en alerta–. De ahora en adelante, la empresa se va a llamar Ultimate Journey Travel Agency. No vamos a vender un destino, sino la experiencia de llegar a ese destino –explicó Damon al tiempo que mostraba unas diapositivas de aventureros yendo en canoa en Nueva Zelanda–. Nosotros probamos el producto antes de que el cliente lo compre. En otras palabras, vamos a vender también nuestra experiencia personal. Esta agencia no capta gente joven porque no ofrece la clase de vacaciones con actividades que les gustan a los de veinte y treinta años.

Hizo una pausa momentánea antes de añadir:

–Para solucionarlo, todos y cada uno de los empleados va a pasar por este tipo de experiencia en los próximos seis meses. Todos tenéis menos de cuarenta años, quiero que todos hagáis algo que no habéis hecho nunca.

–Damon, tengo hijos pequeños –interpuso Maureen–. No puedo dejarlos para irme de viaje.

–No te preocupes, Maureen, encontraremos algo que puedas hacer aquí. ¿Has buceado alguna vez? ¿Has hecho espeología?

–Mmm… no –respondió Maureen.

Bill no vaciló ni un instante.

–Yo no tengo problemas –declaró Bill con una sonrisa.

–Estupendo –Damon asintió–. Así me gusta. Entusiasmo. Experiencia –dio unos golpes en la mesa con el bolígrafo–. Kate, tú vas a ser la primera.

Súbitamente, ella alzó los ojos y los de él le sostuvieron la mirada. No, no podía ser. Le había confesado tener ganas de alguna aventura.

–Bryce tenía pensado ir a Bali. ¿Sabes algo de eso?

–No.

–Bien. Espero que tu pasaporte esté en regla.

–Sí, lo está.

Bali. Estupendo. Playa, tiendas y hoteles de lujo, un masaje o dos, algún espectáculo… Sí, ir a Bali no suponía un problema.

–¿Te parece el martes?

–¿Tan pronto?

–El alojamiento ya está reservado. No tiene sentido retrasar el viaje.

Kate asintió. Le iría bien pasar unos días fuera, Damon Gillespie era un problema para su salud. Y trabajar con él era casi imposible.

–Bueno, eso es todo por ahora –Damon miró el reloj y apagó su ordenador–. Son casi las nueve, hora de abrir. Si alguien quiere hablar conmigo de algo, estaré en el despacho de Bryce. Kate, hoy tenemos que hablar de tu viaje.

 

 

Kate apagó el ordenador y agarró el bolso en el momento en que Damon salió del despacho de Bryce. Por primera vez, se le veía cansado, pálido, ojeroso. Casi vulnerable. Lo que era ridículo.

–¿Vas a salir? –le preguntó él.

–Iba a la cafetería de enfrente a por algo de comer –al lado del pub en el que habían estado juntos el sábado por la noche–. ¿Quieres que te traiga algo de comer?

–No, gracias, iré contigo. Así podremos hablar mientras comemos.

Por el rabillo del ojo, vio a Sandy siguiéndoles con la mirada.

–Yo… iba a comprar algo y a tomármelo aquí.

–No –dijo Damon con firmeza–. Llevas toda la mañana trabajando, necesitas un descanso, lo mismo que yo –Damon le plantó la mano en la espalda; con la otra, saludó a Sandy–. Volveremos dentro de media hora.

Juntos salieron a la calle.

–Necesitaba un poco de aire fresco –confesó Damon–. Llevo ahí dentro desde las dos de la madrugada.

Kate se lo quedó mirando, atónita.

–¿Desde las dos de la madrugada? ¿Por qué?

Damon aminoró el paso, observándola.

–¿Por qué crees tú, Kate?

El recuerdo del beso se vio reflejado en los ojos de Damon, igual que la pasión entre los dos. Pensó en la sensación del miembro de él contra su cuerpo, haciéndola desear mucho más que un beso.

Kate apartó los ojos de los de él para evitar decir una tontería como «¿Por qué no vamos a mi casa. Podríamos dormir juntos». Y siguió caminando.

Llegaron a la cafetería en silencio y se sentaron en una de las mesas.

A Kate le costó mucho abrir el envoltorio de su sándwich.

–Dejaste mis pendientes y la nota encima de mi mesa, donde todo el mundo podía verlos.

–No se me ocurrió que pudiera tener importancia. ¿Te ha supuesto algún problema?

–En la nota ponías que me los había dejado olvidados por la noche. ¿Qué crees que puede pensar alguien que lo lea? Sandy es una cotilla –removió el café con vigor–. El romance en el trabajo no va conmigo.

–¿Es eso lo que hay entre nosotros, Kate, un romance? –preguntó él con interés.

–No sé cómo llamarlo –respondió ella irritada–. Lo único que sé es que te tengo metido en la cabeza.

Kate se dio cuenta demasiado tarde de que había expresado con palabras lo que pensaba.

–A mí me pasa lo mismo –Damon se acercó a ella y le tocó la mano con un largo dedo bronceado–. Y quiero ver adónde conduce. Por eso voy a ir a Bali contigo.