–¿Que tú vas a venir conmigo? –Kate se lo quedó mirando.
–Sí, así es –respondió él con un brillo travieso en los ojos.
–No me parece… buena idea.
–¿Por qué no?
–Porque… tú y yo tenemos una idea muy diferente de lo que son una vacaciones.
–Ah, Kate, olvidas que no se trata de una vacaciones, sino de un viaje… educacional.
–Está claro que ahora eres mi jefe. ¿Qué van a pensar los demás empleados? De nosotros.
–Por lo que a mí concierne, se trata de un viaje de negocios. Lo que hagamos en nuestro tiempo libre sólo es asunto nuestro. Kate… –Damon le volvió a acariciar la mano. Los ojos se le oscurecieron, su sonrisa se tornó sobria–. Me gustas, Kate. Me gustaste desde el primer momento.
–Te gustó una bailarina del vientre, alguien a quien no conocías. Me viste como un misterio.
–Y a ti te gustó Indiana Jones. Kate Fielding jamás habría tenido relaciones sexuales con un desconocido con mis pintas. Kate Fielding nunca antes se había acostado con un desconocido, ¿verdad?
Kate volvió a ruborizarse.
–Eso no es asunto tuyo –contestó ella tratando de apartar la mano, pero Damon se la sujetó con más fuerza.
–Un consejo: si quieres ser Shakira, ve a un club nocturno; preferiblemente, al otro lado de la ciudad. No lo hagas rodeada de amigos y conocidos, y mucho menos cuando estás con compañeros de trabajo.
Esta vez, sí consiguió zafarse de la mano de él. Se sentía avergonzada. Era como si Damon la hubiera desnudado.
–Gracias por el sabio consejo. Y ahora, disculpa, pero la pobre Kate Fielding tiene que trabajar –Kate se levantó de la silla.
–Por el amor de Dios, Kate, siéntate –Damon le agarró el brazo–. ¿Te haces idea de lo que me excitó que quisieras acostarte conmigo cuando, evidentemente, no era algo que estabas acostumbrada a hacer?
–¿Podrías dejar de retenerme en contra de mi voluntad?
–No es en contra de tu voluntad –Damon le soltó el brazo, como para demostrárselo.
Kate estuvo tentada de marcharse, pero algo la hizo permanecer ahí, de pie.
–¿Cómo lo sabías? ¿Cómo sabías que lo del sexo no era algo que hiciera…? –Kate alzó la barbilla–. Es sólo por saberlo, para comportarme de forma diferente la próxima vez que me guste alguien.
–En ese caso, no te lo voy a decir. Siéntate.
Kate se sentó, pero sólo porque le temblaban las piernas. Entonces, agarró la taza de café y se lo acabó. La situación le parecía surrealista.
–¿Por qué te gusto, cuando sabes quién soy realmente y a ti te gusta otro tipo de mujer?
Damon le clavó los ojos en los pechos, ocultos bajo la chaqueta del traje.
–¿Por qué no nos ponemos a averiguarlo? –respondió él tras una pausa.
Y la respuesta avivó la imaginación de ella. Exacto, ¿por qué no?
Notando que la idea no le había parecido mal del todo a ella, Damon añadió:
–Aprovechemos la oportunidad que se nos presenta para conocernos mejor, durante el tiempo del que dispongamos.
En otras palabras, temporalmente.
–Hablas como si fuera una enfermedad mortal –observó ella.
–Eso no lo sabremos si no nos lanzamos. Las vacaciones de toda una vida.
–Educacionales –le corrigió ella–. Pero te pongas como te pongas, no voy a dormir al aire libre, no voy a volar en ala delta, no voy a lanzarme a un precipicio colgando de una cuerda, ni voy a hacer ninguna de esas… cosas peligrosas.
Aunque una de esas cosas peligrosas era ir a Bali acompañada de Damon.
–¿Dónde está tu deseo de aventura?
–En hibernación permanente.
–Te prometo que no dormiremos al aire libre. Tampoco tendrás que tirarte por un precipicio colgando de una cuerda.
Damon sonrió traviesamente, alarmándola. La sonrisa de él la mareaba, la hacía desear acariciarle y besarle.
–¿Y qué hay del resto?
Damon se recostó en el respaldo de la silla, sus ojos seguían brillando.
–Viajaremos en primera y el hotel tiene cinco estrellas. Vamos a hacer un trato: yo me encargo de elegir lo que vamos a hacer durante el día y tú de las noches.
Las noches. Elegía ella. En otras palabras, Damon dejaba que ella decidiera si se acostaban o no. Lo cierto es que habría preferido que fuera al revés. Tenía la sensación de que los dos querían lo mismo por las noches.
Pero durante el día…
–¿Qué clase de actividades?
–¿Has hecho ala delta alguna vez?
–No. Y no tengo intención de hacerlo –respondió ella con decisión.
–¿Has conducido una moto alguna vez?
Una Harley Davidson. Su tarzán, ella y una pulsante máquina entre las piernas… La idea era tentadora.
–Di que sí, Kate. Si lo haces, incluso te acompañaré a uno de esos musicales que te gustan.
–Lujo y aventura, ¿eh? –Kate se quedó pensativa.
–Exacto. Tú lo has dicho.
–Está bien. ¿Por qué no? –decidió ella.
–Sólo se vive una vez –declaró Damon con la mirada oscurecida.
Damon apenas vio a Kate a solas durante los días siguientes.
El viernes por la noche, antes de darse cuenta, ella ya se había marchado. Y él salió del trabajo a la una y se metió en la cama.
El domingo por la tarde, le llamó por teléfono.
–Hola, Kate. ¿Has hecho ya las maletas?
–Hola, Damon.
Apartando la silla del escritorio, Damon cerró los ojos y se recostó en el respaldo del asiento. Le encantaba oír a Kate pronunciar su nombre con esa voz aterciopelada. Le hizo desear oír a Kate murmurándole al oído. Mejor aún, gimiendo. Junto a su propia boca, junto a su pecho, junto a su…
–No, no he hecho el equipaje. Lo haré mañana. ¿No me dijiste que podía tomarme el día libre para prepararme para el viaje? –dijo en tono eficiente.
Damon se pasó una mano por los ojos y sonrió al imaginarla en el sofá, con el pelo cayéndole por los hombros, mojado y oliendo a champú.
–Vaya, me sorprende que diga eso la chica que nunca se toma un día libre.
La oyó respirar.
–La culpa la tienes tú. Haces que haga locuras.
Eso esperaba. Se le habían ocurrido muchas cosas que podrían hacer durante esos diez días.
–¿Qué estás haciendo?
–¿Ahora? Estoy buscando información sobre Bali en Internet. En mi ordenador portátil, en la cama.
¿Se le estaba insinuando?
–¿Y qué has descubierto?
–Que algunas playas tienen arena blanca y otras son de arena negra. Estoy viendo un vídeo… con agua azul transparente y arena negra.
–Tendremos que darnos un baño ahí.
Charlaron unos minutos más sobre el viaje.
–Bueno, entonces hasta el martes –dijo Damon–. Un taxi irá a recogernos a tu casa a las diez de la mañana. No olvides meter un bañador.
Damon cortó la comunicación y cerró los ojos. Iba a pasar más de una semana entera en compañía de Kate Fielding. Estaba deseando ver qué pasaba.
–Bueno, ¿y por qué no nos has presentado a tu nuevo jefe? –le preguntó su padre el lunes por la tarde, por teléfono.
Kate deseó que hubiera sido Rosa quien contestase la llamada.
–Papá, es mi jefe, no mi novio. Uno no lleva a su jefe a casa de sus padres para que le conozcan.
–Pero tú sí fuiste a su casa a cenar, ¿verdad?
–Perdona que os llamara para deciros que no iba a última hora, pero Damon estaba solo. Me pidió que me quedara y no podía decirle que no. Teníamos trabajo –recordó añadir al final.
–Pues sigo opinando que lo menos que podías haber hecho era traerle aquí para que le conociéramos. Vas a ir al extranjero con ese hombre, solos los dos… y ya sabes cómo es tu madre.
–Papá, es un viaje de trabajo. No son vacaciones y, además, sé cuidar de mí misma.
–Si te hubieras casado con Nick no tendrías que trabajar.
Ya estaba, Nick otra vez, el mensaje velado de que, a sus años, ya debería tener uno o dos hijos.
–Papá, por si no te acuerdas, Nick me dejó.
La dejó y le engañó con otra mujer, una mujer dispuesta a renunciar a su propia vida para ser ama de casa y tener niños.
–Te llamaré cuando llegue –dijo ella, y cortó la comunicación.
Al día siguiente, a esas horas, estaría en Bali. Con Damon.
Aterrizaron en el aeropuerto, Denpasar Internacional Airport, a medianoche. La humedad del ambiente afectó a Kate, haciéndola sentirse algo mareada, por lo que Damon la apresuró a entrar en la limusina con aire acondicionado que había contratado para que les recogiera. A ella le costó un gran trabajo mantenerse de pie mientras pasaban el control de pasaportes y recogían el equipaje.
–¿No estás mejor? –le preguntó Damon ya acoplados en el vehículo.
–Estoy un poco cansada. Es casi medianoche en Sidney. A estas horas, suelo estar durmiendo.
Llegaron a la playa Nusa Dua, donde estaba su hotel, a los quince minutos. Cuando la limusina se paró y entraron en el vestíbulo del hotel, a ella casi se le olvidó el malestar que tenía.
Pero un calambre en el vientre la hizo detenerse y contener la respiración. El sudor le caía por la espalda, empapándole la blusa, y el olor a fruta tropical le produjo náuseas. Apretó los labios. No era la primera vez que estaba en el trópico y nunca le había afectado tanto.
Afortunadamente, Damon estaba hablando con una exótica mujer encargada de la recepción, vestida con el traje tradicional, por lo que no se dio cuenta de lo que le pasaba.
Arrastrando los pies, ella se acercó al mostrador de recepción.
–Selamat datang, señor Gillespie, señora Gillespie. Bienvenidos –la mujer llevaba una tarjeta de identificación colgada sujeta al vestido, se llamaba Mari–. La suite está preparada. Espero que disfruten su estancia aquí.
A Kate le dio vueltas la cabeza. ¿Señora Gillespie?
–Me parece que ha habido un malentendido –le oyó decir a Damon, pero le oía como a distancia–. No hemos reservado una suite.
–Usted es el señor Gillespie, ¿ya?
–Ya.
Mari volvió examinar la pantalla del ordenador.
–Ha reservado una suite –miró a Damon, luego a ella, y arrugó el ceño–. ¿No están casados?
–No –respondió Damon con firmeza.
Después, le oyó pronunciar su nombre, pero le zumbaban los oídos. Al mismo tiempo, Damon se transformó en una figura humeante que pareció evaporarse…
–Yo… –y todo se tornó negro.
Damon la agarró, evitándola caer. Estaba blanca y su cuerpo estaba frío.
–No está acostumbrada al clima de aquí –dijo Mari volviendo la cabeza.
–Puede ser –contestó Damon–. Oiga, dejemos las cosas como están, no cambiemos la suite. Simplemente, lléveme ahí.
Con Kate en los brazos, Damon siguió a Mari por un corredor. Cuando Mari abrió una puerta al final del pasillo, él llevó a Kate a una enorme cama, apenas prestando atención al lujo de la habitación.
–Voy a llamar al médico –dijo Mari.
–Gracias, pero creo que será mejor esperar un momento, para ver si se recupera –Damon se sentó en la cama, al lado de ella–. Mari, no es necesario que se quede. Llamaré si necesitamos algo.
Mari encendió el ventilador del techo antes de salir. Él le apartó el cabello de la frente a Kate.
Alguien llamó a la puerta suavemente. Un botones dejó el equipaje y se marchó inmediatamente.
Por fin, Damon la vio abrir los ojos. Al instante, ella se incorporó con rapidez.
–¿Dónde… está… el baño? –se tapó la boca con la mano–. ¡Es urgente!
–Ahí –se puso en pie, la llevó en brazos al cuarto de baño y la dejó en pie.
–Vete –gritó ella, cerrándole la puerta de un golpe.
Mientras Kate vomitaba, él agarró el teléfono, salió a la terraza y llamó a recepción.
–Reservé dos habitaciones contiguas –dijo a un hombre que se deshizo en disculpas.
Al parecer, esa noche no les quedaban habitaciones libres, pero el hombre le aseguró que al día siguiente resolverían el problema. También le informó de que, si lo deseaba, enviaría a una camarera para que le preparase el sofá cama del cuarto de estar de la suite.
–No es necesario, gracias –contestó Damon, y colgó.
Daba igual, no podría dormirse hasta no asegurarse de que Kate estaba bien. Miró en dirección a la puerta del baño. La oyó lanzar una maldición y, a continuación, el ruido de un grifo. Bueno, por lo menos Kate estaba consciente.
Damon se quitó los zapatos, salió a la fresca arena, a unos pasos de su terraza, y se quedó contemplando el tranquilo mar. De una cosa estaba seguro, lo de la suite no iba a gustarle a Kate. Bryce había hecho la reserva inicial, de ahí que el apellido fuera el mismo, Gillespie. Su tío había reservado una suite…
Damon sacudió la cabeza. A su tío le había gustado el champán, pero su sueldo sólo daba para cerveza. ¿Por qué había decidido hacer ese viaje, con qué propósito?
Y Kate… ¿le creería cuando le explicara que había sido un malentendido?