Capítulo Nueve

 

 

 

 

 

Kate llamó a la puerta del baño una vez; al no obtener respuesta, la abrió una rendija.

–¿Damon?

Le llegó al olfato una fragancia fresca. El sonido del agua le hizo pensar en una tormenta tropical.

–¿Damon? –repitió Kate.

Le vio a través del cristal salpicado de agua. Estaba aclarándose el pelo y… ¡Cielos! A pesar del cristal empañado, podía ver que Damon era perfecto. Una oscura mata de vello le ensombrecía el pecho, bajándole por el vientre hasta…

Kate tragó saliva mientras se derretía por dentro. Los pies se le clavaron al suelo, aunque era consciente de que debía marcharse. ¿En qué había estado pensando al ir ahí?

«Sabes perfectamente en qué estabas pensando», se dijo a sí misma. Había tomado una decisión. Tanto si eran unas vacaciones como si era un viaje de trabajo, en esos momentos estaban muy lejos de sus casas, de la familia, de la agencia de viajes y de sus compañeros de trabajo. Sabía lo que hacía… ¿O no?

Damon se pasó una mano por el cabello, sacudió la cabeza y miró en su dirección. La expresión no le cambió, quizá estuviera acostumbrado a que las mujeres fueran al cuarto de baño cuando se estaba duchando.

–¿Kate?

Kate le miró a los ojos. Entonces, las piernas le temblaron.

–Quería hacerte una pregunta.

–¿Querías hacerme una pregunta? –repitió él–. ¿Y no podía esperar a que saliera del baño?

–No –Kate se obligó a sí misma a mirarle a los ojos. Sólo a los ojos–. Al decir que no ibas a acostarte conmigo… ¿te referías a nunca más?

Apenas sin apartar la mirada de la de ella, Damon agarró un bote de algo y se echó una especie de crema en la palma de la mano.

–Me refería a ahora –se frotó las manos despacio, un músculo de la mandíbula se le tensó–. Por lo tanto, te sugiero que te vayas. Ahora que estás a tiempo.

La idea de ser el motivo de que él perdiera el control le aceleró el pulso.

–Estaba pensando que podíamos…

–Kate, te lo advierto, no estoy bromeando –dijo él con voz espesa.

–Ni yo –Kate abrió una mano y le enseñó un paquete de condones. Entonces, se levantó, se llevó las manos a la espalda y se bajó la cremallera del vestido. Se lo quitó y lo dejó caer al suelo–. ¿No querías que practicáramos deportes de agua?

Le vio tragar saliva mientras recorría la mirada por su cuerpo casi desnudo. Le vio echarse más crema en las manos.

Se dio cuenta de que Damon no podía pensar más allá del momento. Ella tampoco.

–También has dicho que haríamos lo que yo quisiera –se desabrochó el sujetador y lo tiró al tocador. Entonces, se bajó las bragas.

Damon lanzó un juramento.

Ella lanzó una carcajada, achacándolo a su nerviosismo. «Bien, Kate, hazlo divertido».

Abrió la puerta de cristal y se metió en la ducha con él. Y entonces contuvo la respiración, el condón se le escapó de la mano y lanzó un grito.

–¡Está fría! –fue a echarse atrás, pero él la sujetó.

–Tú tienes la culpa de que esté fría –le murmuró Damon al oído–. Demasiado tarde para retractarte, tu suerte está echada.

Entonces, le besó el lóbulo de la oreja y luego se lo mordió suavemente. Posesivamente. Eróticamente. Por fin, manipuló el grifo hasta que el agua salió caliente.

Kate lanzó un gemido cuando Damon pegó el cuerpo al suyo. Nunca había hecho el amor con un hombre tan alto. Con la espalda tan ancha. Tan impresionante. Nunca se había sentido tan pequeña como se sentía con Damon.

El golpeteo del agua de la ducha añadía una nueva dimensión a las sensaciones que le sacudían el cuerpo. Sensaciones sorprendentes. El calor del cuerpo de Damon y el frescor del suelo de mármol de la ducha. El exótico aroma de la loción que él tenía en las manos mientras le acariciaba los hombros y la espalda.

Demon le besó el hombro al tiempo que le ponía las manos en las nalgas para pegársela al cuerpo. Y…

–¡Aaaah…!

El gemido de Damon salió de lo más profundo de su pecho, vibrando contra su cuerpo. Le cosquilleó los pezones. Después, las palabras y los pensamientos se desvanecieron en una vorágine de deseo mientras Damon le colocaba la espalda contra la pared. Después, la levantó en sus brazos como si no pesara nada.

Ojos con ojos, boca con boca. Sexo con sexo. Le costaba respirar, hasta que el beso de Damon hizo que le resultara imposible. Le penetró la boca con la lengua, ardorosamente.

De repente, le sobrecogió el temor de que Damon fuera demasiado hombre para ella. Sin la protección y el anonimato que el velo de Shakira le había proporcionado, se sentía diferente. En muchos sentidos. Sobre todo, porque ahora se conocían.

Pero había cosas que no habían cambiado, como las sensaciones que le producían las caricias de él al tocarle los pechos, o el cosquilleo que le bajaba al vientre cuando le pellizcaba los pezones. Tampoco habían cambiado el sabor de Damon, su aroma, la pasión que despertaba en ellos el mínimo roce.

De súbito, Damon apartó el rostro del de ella y, mirándola fijamente, cerró el grifo de la ducha y, con cuidado fue apartándose, mientras la dejaba deslizarse hasta que ella pudo poner los pies en el suelo.

–Te prometí que no te obligaría a hacer nada que pudiera cansarte –murmuró él con voz ronca y profunda.

–Ya me siento mucho mejor –le aseguró ella.

Damon agarró una toalla.

–No. Creo que deberías tumbarte.

–Ah… Sí… Bueno, quizá tengas razón…

–Sí, claro que tengo razón.

Damon la envolvió en la toalla, y le frotó el cuerpo con enérgicos movimientos. Después, agarró el condón del suelo de la ducha y, sin saber cómo, ella se encontró en los brazos de él camino a la cama.

Damon la tumbó boca arriba; después, él se arrodilló en la cama, con cada pierna a un costado de ella, pegándole las rodillas a las caderas.

–Quédate así, tumbada, y relájate.

Despacio, le quitó la toalla como si estuviera abriendo un regalo. La mirada de Damon casi parecía poder tocarla, acariciarla. Le produjo un placer que nunca antes había sentido.

–Tienes un cuerpo exquisito, Kate.

Kate creyó haber visto algo más profundo en los ojos de Damon y rechazó la punzada de desilusión que sintió. ¿Había esperado que él dijera otra cosa? Aquello no tenía nada que ver con los sentimientos ni las emociones, se recordó a sí misma; se trataba de sexo y era pasajero.

–Tú tampoco estás nada mal –dijo ella, forzando una sonrisa.

Se quedó contemplándole… hasta que las miradas ya no fueron suficiente para ella.

–Damon…

–Sssss –susurró él bajando la cabeza–. Te he dicho que te relajes.

Kate se rindió al mordisqueo de él en sus pezones mientras le pasaba las manos por los hombros, el torso, la cintura y luego los pechos. Con suavidad, pero firmeza.

No, no podía relajarse así. El pulso se le aceleró, el cuerpo le pedía más. Pero sus protestas fueron ignoradas. Aunque… no eran protestas, más bien eran gemidos y súplicas. De deseo.

Cerró los ojos cuando la boca y las manos de Damon descendieron por su cuerpo, cuando le hundió la lengua en el ombligo. Y más abajo. Pero cuando el aliento de Damon le acarició el sexo, le agarró inmediatamente la cabeza.

–Yo…

Damon alzó el rostro y la miró.

–¿Qué pasa?

–Nunca… nadie… –se calló, no podía seguir.

Una expresión de incredulidad le iluminó el rostro a Damon.

–¿Nadie?

El sexo había estado bien con Nick, pero no había sido un hombre que se preocupara demasiado por lo que una mujer necesitaba. Al menos, por ella, no.

–En ese caso, voy a ser el primero.

Kate enterró los dedos en sus cabellos, pero no le apartó de sí. Y…

–¡Aaaah…! –la primera lametada la dejó sin sentido. La segunda vez, estallo. Explotó.

Debió tardar unos segundos en volver de donde había estado, del lugar adonde él la había llevado, a la relativa realidad de aquella habitación.

Entonces le vio abriendo el envoltorio del condón. Después, se lo puso, mirándola fijamente, por encima de ella.

Y cuando la penetró, ella le rodeó la cintura con las piernas y comenzó a moverse al ritmo que él marcaba, alcanzando las estrellas una vez más.

Y llegaron ahí arriba juntos.

–Oh, Dios mío… –Kate cerró los ojos en el momento en que ambos se relajaban en la cama–. Creo que me ha tocado la lotería.

–Y dos veces –Damon parecía orgulloso de sí mismo.

–También eso ha sido por primera vez –a Kate le pareció que Damon debía saberlo.

De costado, Damon levantó la cabeza ligeramente, apoyándola en una mano, para mirarla. Entonces, comenzó a describir círculos en su vientre con la yema de un dedo, perezosamente.

–Me tienes muy sorprendido, Katerina.

Kate contuvo la respiración al oírle llamarla así.

–Vaya, supongo que mi padre llamó anoche.

–Sí –Damon sonrió–. Me preguntó qué hacía en la habitación de su hija.

Ella casi sonrió también.

–Supongo que no le dijiste nada, ¿verdad?

–Le dije que te habías dejado el teléfono olvidado en la recepción del hotel y que yo lo había visto y lo había recogido. No le has llamado todavía, ¿eh?

–No, todavía no –y no tenía ganas de hacerlo en ese momento.

–Estaba preocupado por ti –dijo Damon–. Como es natural que le ocurra a cualquier padre que se precie.

Kate recordó lo poco que los padres de Damon se habían preocupado por él.

–Lo sé –se encogió de hombros–. Pero ya he cumplido treinta años.

–Un buen padre jamás dejará de preocuparse por sus hijos, aunque ya sean adultos. Concédeles el privilegio de preocuparse por ti, Kate. No les des motivos de preocupación.

La media sonrisa de Damon no disimuló la seriedad de su mirada.

–Lo único que digo es que les llames –añadió él.

–Sí, lo haré, pero más tarde, después de que hayamos comido –Kate alargó la mano y agarró la carta del hotel con el menú–. He recuperado el apetito, estoy muerta de hambre.

Media hora más tarde, estaba tomando un tentempié. Una sopa ligera seguida de un plato tradicional de Bali a base de arroz, nasi kuning, y pescado asado en hojas de banana.

–Conoces muy bien la comida de aquí –comentó ella chupándose los dedos–. ¿Habías estado antes?

Damon tragó el arroz que tenía en la boca.

–He pasado bastante tiempo en esta parte del mundo.

–¿Por qué te marchaste de Australia?

Damon se quedó inmóvil unos segundos.

–Ahí no había nada que me retuviera –contestó él por fin.

–¿Ni tu abuela? ¿Ni Bryce?

–Bryce y yo ya no teníamos nada en común. Y mi abuela… siempre me sentiré agradecido. Pero llegó el momento de marcharme y lo hice –Damon apartó su plato–. ¿Y tú, Kate, qué conoces de Asia?

Damon no quería seguir hablando de sí mismo. No quería abrir viejas heridas. Bonita había sido la única persona a la que había querido incondicionalmente.

–He estado en bastantes sitios. Damon…

Damon vio preguntas en los ojos de ella. Unos ojos que le recordaron demasiado a los de Bonita. Si no tenía cuidado, Kate le iba a afectar más de lo que había imaginado. Y no quería que ocurriera.

Por fin, la vio darse por vencida y no insistir, pero notó dolor en el tono de su voz cuando dijo:

–Antes de volver a Australia, al trabajo, tenemos que dejar algunas cosas bien claras. En primer lugar, nuestra relación…

–Disponemos de diez días, Kate; bueno, nueve. No pienses en el trabajo ni en el futuro. ¿Qué harías si sólo tuvieras esos nueve días?

Kate frunció el ceño.

–Los pasaría con mi familia.

–¿Y si tuvieras que pasarlos a solas conmigo, aquí?

Damon la miró fijamente a los ojos.

–No pienses en el futuro, no pienses más allá de la semana que viene.

–Así que… lo que quieres decir es que no pensemos en nuestra relación, no pensemos en compromisos ni ataduras. Disfrutemos estos nueve días y ya está. ¿Me equivoco?

–Lo pasaremos bien, Kate.

Ella asintió lentamente.

–Sí, lo pasaremos bien. Pero nada de acostarnos juntos.

Damon se quedó pensativo unos instantes.

–¿Quieres decir que me echas de tu lado? ¿Después de lo que hemos hecho juntos y de lo bien que lo hemos pasado?

–Sí –respondió ella con decisión.

Damon se dio cuenta de que había algo que ella no le había contado.

–¿Qué te hizo ese hombre, Kate?

Kate apartó la mirada antes de contestar:

–Mi exnovio. Nick. Se burló de mí. Pero mejor no hablar de ese tipo de cosas, ¿no te parece? Y, para tu información, yo tampoco estoy interesada en relaciones a largo plazo.