Los días siguientes visitaron mercadillos, templos y también fueron a un par de centros de salud y belleza para darse unos masajes. Por las tardes, fueron a un par de espectáculos culturales y también a algunos clubs nocturnos. Además, encontraron tiempo para disfrutar algunas de las amenidades que ofrecía el hotel, como la piscina y los baños térmicos. Y, por supuesto, la lujosa cama de matrimonio.
Kate estaba en la cama, aún despierta, preguntándose por qué le echaba de la cama por las noches después de hacer el amor; sobre todo, ahora que solo faltaban dos días para volver a Sydney.
Pero los dos estaban de acuerdo en que no habría nada más entre ellos. Lo más seguro era que, al cabo de unos meses, Damon desaparecería otra vez, cuando ella pudiera demostrar que tenía la capacidad necesaria para dirigir la empresa.
El día siguiente iba a ser su último día en Bali. Aquella semana había sido la semana más memorable de su vida, pero necesitaba distanciarse de él.
Estaba a punto de dejar que le destrozaran el corazón. Peor aún, su estúpido corazón no quería oír los consejos de su cabeza.
¿Se estaba enamorando?
Enamorada de un hombre que iba a abandonarla. No, no, no, no. No iba a permitir que nadie volviera a hacerla sufrir de esa manera.
Mientras se dirigían al destino secreto que Damon había programado para su último día, Kate vio algunas alas delta planeando. Al momento, le dio un vuelco el estómago y apartó la mirada.
Pero cuando la carretera comenzó a ascender una colina, le resultó angustiosamente evidente lo que Damon tenía en mente; especialmente, cuando se detuvo a poca distancia de otras personas con el mismo gusto por el suicidio.
–No voy a hacerlo. No lo haré –declaró ella.
–Vamos, Kate –Damon abrió la puerta del coche.
Kate permaneció sentada y sacudió la cabeza.
–No me voy a subir en una de esas cosas. Me prometiste que no tendría que hacer nada peligroso –declaró mirándole a los ojos.
–Hicimos un trato, Kate –Damon sonrió–. Kate, es un tándem, irás conmigo. Lo he hecho cientos de veces.
–No –pero entonces le distrajo un tipo rubio que se estaba acercando a ellos–. ¿Conoces a ese tío?
Damon le saludó con la mano.
–Nos conocimos hace unos años. Es australiano, pero está casado con una de aquí –Damon salió del vehículo para saludar al recién llegado–. Hola, Seb. Te presento a Kate. Está nerviosa, nunca ha hecho ala delta. ¿Podrías tranquilizarla mientras yo preparo el equipo?
Seb se sentó en el asiento del conductor mientras Damon se alejaba en dirección a un pequeño edificio.
–No tienes de qué preocuparte. Damon es un piloto con mucha experiencia.
–Me ha traído en contra de mi voluntad. No voy a poner en peligro mi vida.
–Dime, ¿qué hace una chica bonita chica como tú con un tipo como Damon? –preguntó Seb, ignorando sus protestas–. No me digas que, por fin, ha decidido sentar la cabeza.
–Un tipo como Damon jamás sentará la cabeza. Trabajamos juntos, eso es todo.¿Qué le parece a tu mujer que arriesgues tu vida de esta manera?
–Ella también vuela en ala delta. Pero ahora, con el bebé…
–¿Un bebé? ¿Tienes un bebé y sigues haciendo esto?
Seb cambió de postura en el asiento, visiblemente incómodo.
–No es gran cosa.
–¿No? ¿Dirías eso si ella tuviera un accidente y muriese? ¿Qué te parecería tener que criar a tu hijo tú solo?
–Ah, ahí viene –Seb salió del coche precipitadamente.
Kate le vio correr hacia Damon, que llevaba dos cascos en las manos y muchas otras cosas. Vio a Seb encogerse de hombros y a Damon fruncir el ceño.
Ella les miró furiosa. Después, echándose hacia delante, agarró las llaves del coche y salió del vehículo. Al verla caminar hacia ellos, Seb se despidió con la mano y se alejó a toda prisa.
Damon dejó toda su parafernalia en el suelo.
–Kate, no va a pasar nada.
Damon la rodeó con los brazos. Aspiró su aroma. Vivo, estaba vivo. Por el momento.
–Eso no lo puedes asegurar –contestó ella apartándose de él y mirándole a los ojos–. Si quieres arriesgar tu vida, adelante. Pero yo vuelvo al hotel.
La sonrisa de Damon se desvaneció.
–Estás exagerando, Kate –dijo él con frialdad.
–¿Eso crees? –Kate sacudió las llaves del coche, que tenía en la mano–. Mi hermano murió al saltar de un acantilado, estaba haciendo ala delta. No voy a quedarme aquí a ver otro accidente.
Se hizo un profundo silencio. Después, la ira y la desesperación dieron paso al cansancio.
–Tú quédate –Kate giró sobre sus talones y caminó en dirección al coche; pero, a medio camino, Damon le agarró por los hombros y la obligó a darse la vuelta.
–Kate…
–Déjame –dijo ella controlando las lágrimas.
–No.
A Damon le sacudió un repentino sentimiento de culpa mientras tiraba de ella hacia sí y le rodeaba el cuerpo. Enterró la nariz en su cabello.
Los recuerdos le asaltaron. Volvió a ver a Bonita morir.
Comprendía la angustia de Kate. Y también se dio cuenta de que ambos se habían enfrentado al dolor de la pérdida de un ser querido de forma muy diferente. Ella evitaba los riesgos, él los perseguía para amortiguar el dolor.
–Es que la palabra muerte no significa nada para ti –dijo ella alzando la barbilla.
–La palabra muerte me hace pensar en vivir el presente porque nunca se sabe cuándo uno va a morir.
Kate cerró los ojos y dos lágrimas le resbalaron por las mejillas. Él se las secó con los pulgares.
–Si te enfrentas a esto y lo superas, sentirás una libertad que jamás has sentido.
Kate pareció librar una lucha interna; después, enderezó las espalda y, cuando abrió los ojos, en ellos brilló una nueva luz.
–Confía en ti misma, Kate –añadió él.
–Me deberás un favor enorme –murmuró ella por fin.
Damon empezó a recoger el equipo y le puso el casco a Kate, que había empalidecido visiblemente.
–Vamos, no te asustes, esto es como el sexo –le aseguró él–. Volaremos hasta el fin del mundo y…
–Y yo gritaré –le advirtió Kate apretando los dientes–. Y puede que me desmaye.
–Está bien, acabamos de prepararnos. Si tienes algo en los bolsillos, vacíalos –ella negó con la cabeza–. Ahora, ponte las gafas.
–Para tu información, te diré que no hago esto por ti, sino por mí misma –declaró ella con gesto retador.
–Lo has hecho, Kate, lo has hecho.
–Sí, es verdad –Kate apoyó la cabeza en el respaldo del asiento del coche y cerró los ojos.
Damon se dio por enterado y guardó silencio.
Se sentía confuso, no quería que su relación acabara, aún no. No quería volver a ser sólo el jefe de Kate. Quería… Sintiendo un cierto ahogo abrió la ventanilla.
¿Qué era lo que quería? Deseaba a Kate, la mujer que le hacía arder cada vez que la miraba, incluso cuando iba vestida con esos trajes de chaqueta de corte conservador. O cuando llevaba un jersey grande y zapatillas. O cuando iba desnuda. Sobre todo, desnuda.
Le gustaba aquella chica protegida por su familia, aquella chica a la que no le gustaba correr riesgos. Katerina.
Pero sabía que su relación con ella no podía ser duradera aunque quisiera. Eran demasiado distintos. Kate necesitaba seguridad, tanto en el trabajo como en los demás aspectos de su vida.
Y, sin embargo, había ido en ala delta con él.
Llegaron al hotel a primera hora de la tarde. Damon se acercó a la terraza de la habitación, cerró las persianas y dejó la habitación en sombras.
Cuando se volvió hacia ella, Kate estaba soltándose la coleta. El pelo le cayó como una negra cascada sobre los hombros.
Damon se puso tenso. El miembro se le endureció al instante. Siempre le pasaba lo mismo, la miraba y se excitaba. Dio un paso hacia ella, pero Kate levantó la mano, haciéndole detenerse.
–Nos vamos esta noche –dijo ella–. Mañana por la mañana estaremos en casa otra vez y volveremos a ser compañeros de trabajo.
–No hay motivo por el que no podamos ser algo más que eso, Kate. No tenemos por qué ser solo compañeros de trabajo.
–No podemos ser nada más –declaró ella tras un débil suspiro–. Y no es porque tú seas mi jefe, sino porque ambos queremos cosas distintas.
Kate le había dicho que quería seguir trabajando, que lo que le interesaba era su carrera profesional. Pero, en los ojos de ella, había visto otra cosa. Sabía que quería formar un hogar, tener una familia.
Y él no tenía ni idea de lo que eran un hogar y una familia. ¿Cómo iba a poder darle eso a Kate si nunca lo había vivido? Kate tenía razón, lo mejor era dejar las cosas como estaban.
Kate sacudió la cabeza y él le notó los erguidos pezones bajo el fino tejido de la blusa. Y la vio mirándole la bragueta.
–Al parecer, los dos queremos lo mismo en estos momentos –dijo Damon.
–No –Kate se descalzó, cruzó el espacio que los separaba y le pasó las yemas de los dedos por los brazos–. Tú siempre das las órdenes, tanto en el trabajo como en la cama. Esta vez, voy a asumir el mando –le murmuró ella al oído–. Y quiero una fantasía.
–Bi-en –balbuceó Damon.
Kate se inclinó hacia él, acariciándole el brazo con las sedosas hebras de sus cabellos, pegándole los redondos y pesados pechos al cuerpo. Pero cuando él trató de rodearla con los brazos, Kate se echó hacia atrás y le dio un manotazo en el brazo.
–Se trata de mi fantasía, así que vas a hacer lo que yo te diga. Y métete las manos en los bolsillos.
Kate le deslizó los dedos por debajo de la camiseta, encendiéndole el cuerpo entero. Quería la boca de Kate donde tenía las manos, quería sentir el aliento de Kate en la piel.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Kate le lamió el ombligo y después hundió la lengua. Él aspiró profundamente y ella emprendió un viaje ascendente. Un lametazo en un pezón le hizo lanzar un gruñido. Y al sentir la mano de ella en la cremallera de la bragueta…
–Yo…
–Sss. No digas nada. Y quítate la camiseta.
Damon obedeció. Entonces, Kate le desabrochó el botón de la cinturilla del pantalón y le bajó la cremallera para apoderarse del miembro erecto con frescas y hábiles manos. Él respiró hondo. Sí, manos muy hábiles. Habría jurado sentir todos y cada uno de los dedos de Kate en su miembro, mientras lo acariciaba, mientras le llevaba al borde del…
–Cuidado –le advirtió Damon con la respiración entrecortada.
–Siempre tengo cuidado. A muchos les puede parecer que demasiado –Kate le deslizó las manos por debajo de los pantalones y le acarició los muslos. Se detuvo en las rodillas y alzó la cabeza–. Esas botas… me entorpecen el camino.
Maldición. Le resultaba difícil agacharse, pero lo consiguió. También se quitó los vaqueros y los calzoncillos. Y, cuando se incorporó, se miraron a los ojos.
Él estaba desnudo, duro como una piedra y listo. Y Kate aún estaba completamente vestida.
–Túmbate en la cama –le ordenó ella, sin moverse, y esperó a ser obedecida–. ¿Tienes paciencia?
La tensión que sentía era casi insoportable. Quería acción. Ya.
–En estos momentos… más bien no.
La risa brilló en los ojos de Kate. Él se sentía… vulnerable. Pero la vulnerabilidad que sentía no era física, sino emocional.
Damon apretó la mandíbula, negándose a rendirse a esa sensación.
–Ven aquí, Kate –dijo Damon en tono autoritario.
Pero en vez de ir a la cama, Kate se acercó a la puerta.
–No muevas ni un dedo –dijo ella mientras la abría–. Ahora mismo vuelvo.
–¿Qué demonios…?
Pero la puerta se cerró tras ella.