Capítulo Catorce

 

 

 

 

 

Olía a sudor y a adrenalina en el ascensor en el que subían a lo alto de la torre KL los que iban a dar un salto BASE.

Damon, Seb y el amigo de Seb, Brad, una vez en el ático, se reunieron con otra gente. La cornisa de cemento de la que se iban a tirar estaba apenas a unos pasos de donde se encontraban ellos.

Kate. A Damon el corazón le latía cada vez con más fuerza, y se pasó una mano por el rostro. «Si te dijera que te quiero y te pidiera que no fueras a saltar, ¿serviría de algo?».

–Eh, Damon, ¿qué pasa? No te vas a echar atrás ahora, ¿verdad? –dijo Seb, mirándole con curiosidad.

Demon abrió y cerró los puños varias veces.

–No, voy detrás de ti.

–De acuerdo. Hasta luego, os veré ahí abajo –Seb, tras sonreír, fue a la cornisa. Brad y Damon le siguieron.

Seb se lanzó al vacío, seguido de Brad unos segundos después.

–Demasiado cerca –murmuró Damon para sí mismo.

Conteniendo la respiración, contó los segundos hasta que vio abrirse los paracaídas; entonces, lanzó un suspiro de alivio.

Se agarró la nuca con ambas manos mientras oía voces a sus espaldas. ¿Por qué no saltaba? Kate. Su mente conjuró la imagen de ella cayendo por las escaleras mecánicas. Recordó ese instante de terror, la sensación de impotencia al no haber podido agarrarla a tiempo.

Parpadeó, se enderezó y se tambaleó ligeramente en la cornisa. La ciudad de Kuala Lumpur a sus pies. Otro paso adelante. «Salta antes de que sea demasiado tarde».

«Hay un riesgo al que no quieres exponerte, Damon, quizá porque sea un desafío demasiado grande para ti».

La sabiduría de Kate. El amor de Kate. La cordura de Kate.

Y la verdad. Una verdad que casi le cegó.

Retrocedió con mucho cuidado. En el momento en que pasó de la cornisa al piso firme del ático, se quitó el paracaídas, se lo dio a otro de los que iban a saltar tras él y se dirigió lo más rápido que pudo al ascensor.

Tenía un futuro. Y, por primera vez en años, una razón para vivir.

 

 

Cuando Damon entró en la oficina, vio la silla de Kate vacía y su ordenador apagado. Una profunda desilusión se apoderó de él.

Sandy, por el contrario, estaba en su lugar preferido, al lado de la cafetera. Le dedicó una radiante sonrisa por encima de la humeante taza de capuchino.

–Hola, Damon.

–Buenos días, Sandy. ¿Todavía no ha llegado Kate?

Sandy alzó su taza en dirección a la puerta.

–Se ha ido hace poco.

–¿Sí?

–Sí. Ha venido un momento y luego se ha marchado, después de meter sus cosas en una bolsa. De esto hace unos veinte minutos.

Su sonrisa se desvaneció. Sintió una opresión en el pecho. No estaba de humor para adivinanzas. De repente, tras ocho horas de vuelo y sin dormir, se encontraba muy cansado.

–¿Ha dicho a dónde iba o cuándo iba a volver?

Sandy encogió los hombros.

–Creo que ha dejado algo encima de tu mesa en el despacho. Después, sólo ha dicho adiós y se ha marchado.

–Está bien, gracias.

–De nada.

El nudo en la garganta estuvo a punto de ahogarle cuando vio lo que Kate le había dejado encima del escritorio: una foto de ellos dos en un club nocturno en Bali. Agarró la foto y le temblaron las manos. Quizá no lo había notado en el momento, pero ahora podía ver claramente estrellas en los ojos de Kate… y también en los suyos propios. Cualquiera podía ver que él estaba enamorado. Sí, estaba enamorado de Kate. Y Kate estaba enamorada de él.

Qué idiota había sido. Acarició la foto con el pulgar.

–Todavía es posible, Kate –murmuró para sí.

Entonces, agarró las llaves del coche a toda prisa.

 

 

El coche de Kate no estaba aparcado delante de su casa. Treinta minutos después, tampoco lo vio en la casa de los padres de ella. ¿Dónde se había metido?

En el camino de vuelta, pasó otra vez por la oficina, por si a caso se le había ocurrido a Kate regresar por allí. Pero no, nada. Ni rastro de ella. Se pasó una mano por la nuca para aliviar la tensión y, de repente, se encontró pasando por delante de la agencia a la que habían estado espiando muy poco tiempo atrás.

Vio un coche parecido al de Kate por ahí cerca. Detuvo su vehículo. El corazón le dio un vuelco al ver una figura solitaria en un columpio. Era una mujer con pantalones vaqueros, jersey y cabello negro azabache.

 

 

–Sabes que antes de dejar el trabajo tienes que dar dos semanas de aviso, ¿verdad?

A Kate le dio un vuelco el corazón al oír la voz de Damon mientras se sentaba en el columpio de al lado. Y sintió un gran alivio al verle sano y salvo, vivo.

–Lo sé, pero no me importa. Llévame a juicio si quieres.

–No he saltado.

Esas tres palabras le erizaron la piel. Quería lanzar gritos de alegría y llorar al mismo tiempo. No hizo ni lo uno ni lo otro, sino que continuó columpiándose como si no pasara nada, como si el corazón no pareciera querer salírsele del pecho.

–¿No me digas que te has asustado?

–No.

–Entonces, ¿qué ha pasado?

–Que pensé en ti. No podía dejar de repetirme a mí mismo lo que tú me dijiste.

Kate dejó de columpiarse. No se acordaba de lo que ella le había dicho, pero lo que sí tenía grabado en la memoria eran las palabras de Damon.

–Y tú me dijiste: «Soy como soy» –Kate le miró por primera vez desde que se había sentado a su lado–. Espero que no dejaras de saltar por lo que te dije, porque eso no cambia nada. Si dejaras de ser como eres, si renunciases a tus sueños y dejaras de hacer lo que te gusta, tarde o temprano me lo echarías en cara. Me lo reprocharías.

–No lo he hecho por ti ni porque me lo pediste. Yo siempre tomo mis propias decisiones, basándome en lo que creo que es mejor para mí –Damon se encogió de hombros–. Puede que sea un egoísta, pero es así. De todos modos, antes no había nadie en mi vida en quien tuviera que pensar; ahora, sí.

Era demasiado. Kate volvió a columpiarse. El cuerpo le temblaba, no sabía cómo controlar todas sus emociones. Damos alargó un brazo y la hizo parar; después, tiró de la cuerda, haciendo girar el columpio hacia él, y clavó los ojos en los suyos.

–¿Lo has entendido, Kate? He cambiado por ti, porque… te quiero, Kate. Eres tú lo único que quiero, lo único que necesito –Damon se levantó del columpio y se agachó delante de ella, calentándole el rostro esa fresca tarde de otoño con el aliento–. Ya no quiero correr esa clase de riesgos, han dejado de interesarme.

Damon le acarició la cara, y la caricia le llegó al corazón. Pero aún se negaba a dejarse convencer.

–Me alegro mucho, Damon. Me alegro de haberte ayudado en algo, por poco que sea.

–¿Poco? –Damon sacudió la cabeza y le cubrió las manos con las suyas–. Ya estás menospreciándote otra vez. Kate, esta noche te voy a invitar a la mejor cena de tu vida y luego voy a…

–Esta noche no puedo, Damon.

Damon se quedó muy quieto. Perplejo.

–Naturalmente que puedes.

–No. Le he prometido a mi primo Sean acompañarle a la ópera, a ver Don Giovanni.

–Cancela la cita –sabía que su tono era autoritario, pero le daba igual.

Kate sacudió la cabeza.

–Ya ha comprado las entradas.

–Pero sabías que volvía hoy.

–Sí, lo sabía –Kate le sostuvo la mirada sin titubear–. Pero tú no estabas dispuesto a cancelar tu salto cuando yo te lo pedí, y mis motivos eran más importantes, así que ahora no voy a cancelar mi cita –Kate se miró el reloj–. De hecho, he quedado con mi primo dentro de una hora, así que será mejor que me vaya ya.

Damon se incorporó y dio un paso atrás.

–Entonces… mañana por la noche.

–Los martes por la noche voy…

Damon se echó hacia delante.

–Me importa un rábano la cena de los martes con tu familia, mañana vas a cenar conmigo.

Kate parpadeó.

–Está bien. ¿A las nueve en mi casa? –dijo ella con voz tranquila, en completo contraste con la de Damon.

–A las ocho.

–A las ocho y media.

–Estaré en tu casa a las ocho. Si no estás, esperaré.

–Como quieras. Hasta mañana entonces –Kate se levantó del columpió y se sacudió la culera de los pantalones.

–¿Así que no vas a venir mañana a trabajar? –pero Kate echó a andar y se alejó sin responderle–. Vale, de acuerdo –murmuró el para sí.

Alejarse de Damon sin volver la cabeza ni una sola vez era lo más difícil que ella había hecho en su vida. Pero, de haberlo hecho, le habría sido imposible marcharse. Damon la quería. La quería de verdad. Lo había visto en sus ojos y lo había oído en su voz. Pero para que su relación funcionara, Damon tenía que aprender ciertas cosas sobre sí mismo. Sobre su relación.

 

 

¿Cuánto tiempo llevaba Damon sentado en el escalón de su casa?, se preguntó Kate aquella noche cuando su primo la dejó en casa. Debía estar helado. Se detuvo al tiempo que él se ponía en pie. Sus ojos reflejaban todo tipo de emociones.

–Creía que habíamos quedado mañana por la noche –comentó ella con voz tranquila, ignorando el martilleo de su corazón.

–No soy un hombre paciente –Damon alzó una bolsa de papel–. ¿Puedo entrar?

Ella asintió.

Tras quitarse la chaqueta, Kate se dirigió directamente a la cocina y se sentó a la mesa. Damon sacó una vela grande de la bolsa, la encendió y apagó la luz, dejando la cocina iluminada con la luz de la vela.

–Es hora de hablar, Kate. Quedamos en que no íbamos a hurgar en el pasado, pero creo que ha llegado el momento de que lo hagamos, ¿no te parece?

Sí, claro que le parecía.

–Háblame de Bonita.

Damon suspiró antes de contestar:

–Bonita y yo nos criamos juntos. Ella lo era todo para mí. Bryce y yo teníamos muy poco en común. Bonita y yo nos hicimos amantes cuando ella tenía solo quince años. Cuando murió de leucemia, dejó un gran vacío en mi vida. Me hizo darme cuenta de que podíamos morir en cualquier momento.

–Nadie sabe cuánto va a vivir –dijo ella con voz temblorosa–. Lo importante es qué se hace mientras se está vivo.

–Y eso incluye el amor –dijo Damon agarrándole una mano–. Sin ti, Kate, no me siento vivo. Me ha costado mucho reconocerlo. Y ahora, háblame de Nick.

Kate tragó saliva.

–Nick y yo trabajábamos en la misma agencia de viajes, éramos compañeros de trabajo. Nick era guapo, atractivo, y a mí me maravillaba que un hombre como él quisiera a una chica como yo. Al menos, eso era lo que creía… hasta que fuimos de viaje de trabajo. Lo que no sabía era que una de nuestras compañeras, que también iba en ese viaje, era, igual que yo, amante de Nick.

–Kate… –Damon le apretó la mano con fuerza.

–Todo el mundo en el trabajo lo sabía. Excepto yo. Nadie me dijo nada, Damon. Se reían de mí a mis espaldas. No me enteré hasta que me dejó para casarse con ella, después de dejarla embarazada –Kate clavó los ojos en la llama de la vela, recordando su humillación–. Si no la hubiera dejado embarazada, igual me habría casado con él, habría dejado el trabajo y tendría hijos con él. ¡Qué idiota fui!

–No, tú no fuiste idiota, lo que pasa es que ese tipo era un sinvergüenza. Pero me alegro de lo que pasó, eso ha permitido que, de ahora en adelante, mi vida tenga sentido. Porque ahora te tengo a ti.

Una gran felicidad la embargó, pero todavía no podía acabar de creerlo. Tenía que decirlo todo, confesarlo todo… Porque lo quería todo.

–Damon, quiero casarme, pero también quiero trabajar.

Ya estaba. Ya lo había dicho.

–¿Y por qué no vas a poder hacer las dos cosas? La agencia necesita una persona que la dirija –Damon le agarró ambas manos–. Y yo te quiero a ti. Te quiero a ti, y quiero tener hijos contigo. Cásate conmigo, Kate.

Kate tenía miedo.

–Me pides que me case contigo, pero… yo trabajo aquí y tú vives en el extranjero.

–Tengo un negocio por Internet, puedo trabajar desde donde quiera. Lo único que necesito es un ordenador. Y a ti, por supuesto –Damon le acarició la mejilla y la miró a los ojos–. ¿Qué me contestas? ¿Estás dispuesta a correr ese riesgo conmigo?

–Yo…

Damon apretó la mandíbula.

–Quizá esto te demuestre que lo digo completamente en serio –Damon metió la mano en el fondo de la bolsa de plástico.

Kate aceptó el objeto que él le ofrecía y, al examinarlo, frunció el ceño.

–¿Una cebolla?

–Un bulbo de narciso. Quiero echar raíces contigo, Kate. Cuando el bulbo florezca en primavera, quiero que nos casemos. Seis meses, Kate. Tienes seis meses para decidirte.

Kate acarició el bulbo y luego le miró con ojos llenos de alegría, de vida. Sin sombras.

–No necesito seis meses, Damon –Kate se inclinó hacia él y le rozó los labios con los suyos.

Era el beso más dulce que le habían dado nunca. Un beso lleno de promesas y felicidad.

Por fin, Kate apartó el rostro del de él y dijo:

–Aunque puede que necesite seis meses para organizar la boda. Una boda italiana.

–Lo que tú quieras, Katerina –Damon volvió a besar esos sonrientes labios–. Ah, y supongo que tendré que volver a enfrentarme a tu padre.

–Estará encantado. ¿Por qué no vamos a su casa a contárselo, ahora?

–¿Ahora? ¿No podría ser mañana?

–A ti te gusta vivir el presente, ¿no?

–Ya no, aunque no tengo ninguna queja con el ahora de ahora –Damon la rodeó con los brazos y se la sentó encima–. Tenemos que planificar el futuro, así que… ¿por qué no empezamos con lo que vamos a hacer de aquí en una hora?

–Mmm –Kate se frotó los labios con los de él y le sonrió mirándolde directamente a los ojos–. Una hora o dos –y acarició su regalo otra vez–. Mañana voy a plantar este bulbo. Lo voy a plantar en un macetero azul y lo voy a colocar en un sitio donde podamos verlo. Y cuando florezca, voy a recorrer el pasillo de la iglesia con él en las manos y te lo voy a ofrecer.

Damon se puso en pie, la levantó en los brazos y comenzó a caminar hacia el dormitorio.

–Bueno, será mejor que empecemos ya. El futuro nos está esperando.

Y nunca le había parecido más prometedor.