Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Al oír el sonido de una moto entrando en su calle, Pia descorrió las cortinas y miró por la ventana con el pulso acelerado. JT paró la moto y se quitó el casco.

Pia se llevó la mano al estómago, tratando de calmar los nervios.

Verlo llegar en moto había vuelto a remover sus recuerdos… Desde luego, había sido una mala idea invitarlo, se repitió, apoyando la cabeza en el cristal.

La moto era diferente de la que él conducía cuando eran adolescentes… la antigua había sido una reconstrucción que él mismo había hecho con piezas que había ido consiguiendo. La que estaba ahí tenía aspecto de costar más que una casa.

Pia vio cómo él se acercaba a la puerta del edificio y, conteniendo el aliento, le abrió la puerta. JT parecía enorme con su chaqueta negra de cuero cerrada hasta el cuello, vaqueros oscuros, botas y el pelo revuelto. Ella se derritió sin poder evitarlo. Apenas se parecía al hombre que había visto en su despacho esa mañana. Parecía menos contenido. Más como el joven JT que le había robado el corazón y la virginidad, pensó, sintiendo un escalofrío.

–Bonita moto –comentó ella, intentando sonar desenfadada.

Mirando a su alrededor, JT se desabrochó la chaqueta, se la quitó y se la colgó del brazo.

–Es una MV Agusta. Hacía tiempo que no la usaba. Hoy me pareció… apropiado –repuso él y, al sonreír, se le marcó una pequeña cicatriz que tenía sobre el labio.

Pia recordó que se había hecho la cicatriz cuando se había caído de la moto haciendo un salto temerario. Y recordó cómo ella solía besarle la cicatriz en el calor de la pasión.

–Dame la chaqueta para que te la cuelgue.

–Gracias –dijo él, y se la entregó.

La chaqueta estaba caliente de su cuerpo y Pia la sostuvo un instante más de lo necesario antes de colgarla, luego, se frotó las manos sudorosas en los pantalones y se volvió hacia él.

JT estaba de pie, mirándola con las manos en las caderas.

–Bueno, dime cómo vamos a jugar este juego.

–No es ningún juego –protestó ella, incómoda por el efecto que él le causaba. Hubiera sido mejor mantener esa conversación por teléfono, pensó, así habría podido concentrarse más en el tema en vez de en el excitante cuerpo que tenía delante. De pronto, la iluminación de las lámparas de pie le pareció demasiado íntima y encendió la luz del techo también–. Lo único que tienes que hacer es guardar las distancias.

–¿Por qué? –preguntó él, arqueando una ceja.

–La familia de Warner Bramson siempre despierta el interés de los medios de comunicación. Y tú también lo harás cuando se haga pública tu demanda. Tienes que comprender que, si se sabe que tú y yo estuvimos juntos en el pasado, la gente empezará a poner en duda mi ética y mi profesionalidad. Pensarán que no soy imparcial.

–La pregunta es si vas a ser imparcial también conmigo –indicó él, mirándola con intensidad–. Nadie que sepa cómo terminó lo nuestro sospecharía que fueras a favorecerme. Y, como tu trabajo consiste en llevar a cabo un testamento que me excluye, no veo dónde está el problema.

–Estoy segura de que los beneficiarios del testamento preferirían una albacea que no estuviera relacionada contigo. Y mi jefe me está vigilando de cerca –informó ella, pensando que iba a tener que ocultarle a Howard su entrevista de esa noche.

–¿Qué puede hacerte? ¿Quitarte del caso?

–Sí –contestó ella.

–Este caso es muy importante para ti, ¿verdad?

–Más que ningún otro.

–¿Por qué? –preguntó él con curiosidad.

Pia suspiró. ¿Podía contárselo? Quizá fuera buena idea hacerle partícipe de lo que ella se jugaba. Si él se parecía en algo al JT que había conocido en el pasado, lo comprendería y la respetaría…

Ella tragó saliva y lo miró a los ojos.

–El testamento de Warner Bramson vale millones. Es un gran caso. El socio más antiguo de la firma me ha dicho que, si lo hago bien, me harán socia a mí también.

La verdad era que Pia había ido detrás de ese caso desde que la madre de JT le había dicho que el nombre del padre de su hijo era Warner. Un nombre poco común, por lo que Pia había investigado y había descubierto que Theresa Hartley había trabajado como secretaria en la compañía de Bramson en las mismas fechas en que JT había sido concebido. Y Bramson había sido un hombre lo bastante poderoso como para que Theresa hubiera querido ocultarse de él todo esos años. Eran pruebas circunstanciales, pero habían bastando para convencerla de que podía ser verdad.

Con esa idea, Pia había hecho todo lo posible para que le dieran el caso, pensando que podía conseguir que Warner reconociera a su hijo. Pero había fracasado, pues Warner había muerto sin querer admitir que hubiera tenido ningún otro hijo.

–Llevo mucho tiempo esforzándome por ser socia de la firma –afirmó ella, levantando la barbilla–. No quiero arriesgarme a que me cambien de caso porque consideren que podría haber conflicto de intereses.

Era su gran oportunidad. Los ejecutivos de la firma se habían quedado impresionados cuando ella había conseguido el cliente y le habían prometido hacerla socia cuando terminara el caso. Así, su interés original en ayudar a Theresa había desembocado, también, en uno de sus principales objetivos profesionales.

–Lo entiendo –le interrumpió él, poniendo gesto serio–. Estás decidida a triunfar en tu carrera. Me parece justo. Pues vamos a necesitar algunas reglas básicas. ¿Vas a invitarme a sentarme?

–No, no vas a quedarte tanto tiempo –negó ella. No quería que se acomodara. Quería acabar con esa conversación cuanto antes–. ¿De qué clase de reglas estás hablando?

–Empecemos por tu compromiso de no influenciar a nadie en contra mía.

–Ya te he dicho que yo no… –comenzó a decir ella–. Por el bien de las negociaciones, te juro que no lo haré.

–Gracias –asintió él, satisfecho.

–A cambio, tú te comprometerás a no volver a mi oficina ni a mi casa nunca más.

Él la miró con los párpados entornados.

–¿Y si me invitas?

¿Estaba coqueteando con ella? ¿Era ese su objetivo?

–No te invitaré –aseguró ella.

–Pero ¿y si lo haces? –insistió él.

A Pia se le quedó la boca seca, observando sus poderosos bíceps. Siempre había sido un hombre fuerte. Parpadeó. ¿En que estaba pensando?, se reprendió a sí misma y tragó saliva.

–De acuerdo, quiero que prometas que no volverás ni a mi casa ni a mi oficina sin invitación. Y también quiero que, si volvemos a tener contacto, no menciones el pasado.

Pia sabía que él debía de tener preguntas que hacerle sobre su ruptura. Entonces, ella tenía sólo dieciséis años y no se lo había explicado demasiado. Además, seguía sintiéndose culpable por haberlo lastimado.

–¿Y qué pasa si se trata de información relevante para mi reclamación? –preguntó él, arqueando la ceja.

–No quiero que menciones nuestro pasado juntos. Nuestra relación –puntualizó ella y se cruzó de brazos.

–Me parece justo, princesa –repuso él con voz ronca.

–No me llames princesa –protestó ella, notando que el corazón se le aceleraba.

–¿Es otra regla o una petición?

–Una regla elemental, JT.

–De acuerdo –replicó él–. Y ya que estamos, tienes que quitarte esa cadena.

Ella se miró al colgante que llevaba. Una sencilla cadena de oro con una P.

–Siempre la he llevado.

–Lo sé y siempre me ha vuelto loco. Si quieres que dejemos el pasado a un lado, tendrás que quitártela –pidió él y parpadeó despacio–. La forma en que te cae en el escote me hace posar los ojos allí y mi imaginación comienza a volar…

JT posó los ojos en ella con firmeza. A Pia se le aceleró el pulso. Él la había acorralado con un puñado de palabras y lo sabía. Con dedos temblorosos, se desabrochó el collar. En cuanto él se fuera, se lo volvería a poner… Lo dejó sobre la mesita de café.

–Y… –prosiguió él– es necesario que te cubras los pies.

–¿Qué? –preguntó ella, boquiabierta.

–No eres la Pia que yo recuerdo. Vistes de forma mucho más recatada que antes. El único atisbo de mi Pia son esas uñas de los pies pintadas de rosa fuerte.

Ella se estremeció al escucharlo, pero trató de ignorarlo mientras se miraba las uñas pintadas.

–Es sólo laca de uñas. Muchas mujeres la llevan.

–Pero la llevan donde puede verse. Apuesto a que tú te pintas las uñas de los pies y luego te pones zapatos cerrados en el trabajo, para que nadie las vea, ¿verdad, Pia? –preguntó él en voz baja.

Ella levantó la barbilla, incómoda.

–No sería ni adecuado ni profesional.

–Entonces, no me muestres tus dedos de los pies a mí tampoco –pidió él.

Pia se humedeció los labios. Aquello estaba empezando a ser un poco ridículo.

–No volverás a mi casa para verlo –repuso ella, aunque le tembló la voz.

–Aun así… –añadió él y se quedó en silencio. La tensión entre ellos se hizo palpable.

–Entonces, tú debes cubrirte los bíceps –soltó ella.

–¿Los bíceps?

Pia señaló sus brazos, intentando no mirar.

–Entras en mi casa con una camiseta ajustada que te marca los músculos de los brazos y te atreves a decirme que me tape los dedos de los pies y me quite la cadena.

–¿Los brazos? –repitió él, despacio, como si le sorprendiera que ella se hubiera fijado. Le brillaron los ojos–. Me resulta más cómodo llevar camisetas ajustadas debajo de la chaqueta.

Irritada, Pia se mordió un dedo, mientras él la observaba atento. JT tragó saliva un par de veces.

–Y no hagas eso.

–¿El qué? –susurró ella.

JT se acercó un poco más.

–Tocarte la boca.

Pia se quedó sin respiración. Él estaba demasiado cerca.

–¿Por qué? –preguntó ella con el corazón acelerado, incapaz de contenerse.

JT posó los ojos en sus labios y no pudo evitar la tentación. Se acercó más aún, inclinó la cabeza y gimió al sentir la suave humedad de su boca. Le rodeó la cintura con los brazos, apretándola contra su cuerpo. Nunca le había gustado tanto abrazar a una mujer como a ella.

Cuando le rozó los labios con la lengua, Pia titubeó un momento y, luego, los entreabrió, dándole la bienvenida. Ella se estremeció y él la sujetó con más fuerza. Entonces, lo agarró del cuello, como si no quisiera dejarlo marchar. Su boca sabía a ambrosía y su cuerpo se frotaba de forma seductora contra él, invitándolo. Él le mordisqueó el labio inferior, recorriéndole las caderas con las manos, deseando más…

–JT, no pienso hacer esto de nuevo –le advirtió ella, sin aliento, apartando la boca.

–Claro que sí –repuso él, y sonrió, inclinando la cabeza para besarla otra vez.

Ella lo frenó, posando las manos en su pecho.

–No, JT, no.

JT respiró hondo y dio un paso atrás, metiéndose las manos en los bolsillos para no agarrarla. Ella había dicho que no.

–¿Qué es lo que no quieres volver a hacer? –preguntó él tras un momento.

–Esto –contestó ella, señalándose a sí misma y a él–. Salir contigo.

¿Salir juntos? ¿Era eso lo que ella pensaba que pretendía?

–Mira, princesa, llegará el fin del mundo antes de que tú y yo salgamos juntos otra vez –señaló él con voz seria.

–Entonces, no me beses –repuso ella, rígida.

–Me gusta besarte –afirmó él, y era la verdad. Durante años, no había podido borrarse de la memoria las imágenes de sus momentos íntimos.

Después de haberse vuelto a encontrar, tal vez, podían hacer el amor una vez más… Así, dejarían el pasado atrás y podrían liberarse de los tintes románticos que poblaban sus recuerdos, se dijo él. Podría probarse que Pia era como cualquier otra mujer. Y podría seguir adelante con su vida.

Aunque, por la mirada molesta que ella tenía, parecía que no iba a estar de acuerdo, adivinó JT.

–Necesito un vaso de agua –dijo ella y se fue de la habitación.

Entonces, las cortinas del salón se movieron y JT descubrió allí a un gato blanco con manchas negras que lo miraba con desdén.

Siguió a Pia a la cocina y esperó a ver si ella le ofrecía un vaso también. No sabía qué esperar de ella, pues no hacía más que enviarle señales contradictorias. Por una parte, se había mostrado reticente a verlo y, por otra, lo acababa de besar como si le hubiera ido la vida en ello.

La buena educación de la familia Baxter ganó la partida y Pia le sirvió un vaso de agua.

–¿O prefieres algo más fuerte? –preguntó ella.

–No, agua está bien –contestó él, tomó el vaso y bebió–. Míranos, en tu cocina, bebiendo agua. Pia y JT, catorce años después.

No era así como él había imaginado su futuro juntos, la verdad. Había soñado que tendrían un montón de niños, una casa y que Pia sería una diseñadora famosa. No se habían acercado a su sueño ni de lejos, pues ella había salido corriendo en cuanto las cosas habían empezado a ir mal, rompiéndole el corazón. Pia lo había abandonado sin mirar atrás.

Ese día, él se había prometido no volver a ponerse a merced de una mujer nunca más…

–¿Cuándo empezaste a pensar que Warner era tu padre? –preguntó ella, sin mirarlo.

–Cuando su muerte salió en los periódicos.

–¿Te lo contó tu madre? –quiso saber ella.

JT creyó adivinar verdadero interés en sus ojos. Pia y su madre siempre se habían llevado bien. Ella solía decir que se entendía mejor con la madre de él que con la suya propia. Por lo poco que él sabía, las dos mujeres seguían quedando de vez en cuando.

JT asintió.

–Antes lo había mantenido oculto por miedo.

–¿Se había estado escondiendo de él? –preguntó Pia.

JT apretó los puños. De niño, había pensado que a su madre le había gustado mudarse de casa, pero al crecer había comenzado a sospechar que estaba huyendo de algo o de alguien. Al parecer, había acertado.

–Ella era una de las secretarias de la empresa de Bramson. Tuvieron una aventura. Para él no fue nada importante. Ella en cambio estaba enamorada.

–Oh, pobre Theresa –dijo Pia con compasión.

Aquella era la primera vez que JT le contaba a alguien lo que su madre le había confesado, aparte de al abogado, y era agradable ver que su interlocutora reaccionara de ese modo.

–Se quedó embarazada y, cuando se lo dijo, Bramson le respondió que ya estaba prometido y que no quería que nada se interpusiera en su boda –continuó él y apretó la mandíbula–. Le sugirió que abortara. Warner la amenazó con que habría consecuencias si no lo hacía –explicó él y se le quedó la garganta seca. Frunciendo el ceño, bebió un largo trago de agua.

–¿Habló ella con Warner? –inquirió Pia.

–No. Se fue a su casa, hizo las maletas y salió corriendo.

–Por eso, siempre estabas cambiándote de colegio –se acercó, tocándole el brazo con compasión.

Él la abrazó, apretándola contra su cuerpo.

–En realidad, ella nunca me dejó ver que estaba asustada, se comportaba como si fuera divertido conocer sitios nuevos –recordó él, pensando que era increíble cómo su propia madre podía haberle ocultado la verdad durante tanto tiempo.

–¿Y por qué estabais tan cerca de Manhattan cuando nos conocimos? –preguntó ella en un susurro–. Habíais vivido en todo el país… ¿por qué volver cerca de Warner de nuevo?

Él se encogió de hombros.

–Mi madre me dijo que pensaba que yo era ya lo bastante mayor como para estar a salvo. Pero yo creo que tenía nostalgia de su tierra –respondió él, y la miró a los ojos.

–Por el bien de tu reclamación sobre el testamento, espero de todo corazón que él no supiera que eras su hijo, JT –dijo ella, entrelazando sus manos.

Esa era la información que necesitaba.

Debería irse ya, se dijo JT. Tenía lo que había ido a buscar: el compromiso de Pia de no perjudicarlo y la información que necesitaba. No había más razones para quedarse.

Se quedaron en silencio largo rato, mientras los pensamientos de JT iban de su padre al cálido cuerpo que tenía entre los brazos.

–Suponiendo que Warner fuera tu padre, es inadmisible que tu madre haya pasado por tantas calamidades, cuando él era multimillonario.

JT llevaba semanas furioso por lo mismo. Su madre había tenido múltiples trabajos para poder pagar el alquiler y los gastos. Mientras tanto, la esposa de Warner y su amante se habían dado la gran vida, sin tener que trabajar, atiborradas de joyas, vestidos y toda clase de lujos. Le carcomía las entrañas.

–Por eso tengo que sacar adelante mi demanda –explicó él, enderezando al espalda–. Por ella.

–Pero ahora te van bien las cosas. Seguro que tu madre no tiene que preocuparse por el dinero.

Por supuesto que su madre no tenía que preocuparse más por eso, se dijo JT. Poco después de que Pia le hubiera dejado, él había comprado una casa en ruinas con el antiguo jefe de su madre. El viejo Jack había puesto el dinero y él había puesto el trabajo y su tiempo para arreglar la casa. Luego, se la habían regalado a su madre. Él siempre había sospechado que Jack había estado enamorado de su madre. Después, habían comprado otra casa en ruinas y la habían vendido reformada. Y, a continuación, otra. Así, había ido forjándose una sólida carrera en el negocio inmobiliario.

En la actualidad, su madre vivía en una casa de lujo y él le proporcionaba un dinero al mes para que no le faltara de nada. Pero esa no era la cuestión.

–No se trata del dinero –aseguró JT, deseando que Pia pudiera comprenderlo–. Quiero resarcirla por la injusticia que ha vivido durante tanto tiempo. Ella lo sacrificó todo por mí, ahora quiero que tenga lo que se merece –añadió.

Pia se apartó de él y lo observó con atención.

–Podía ser hijo ilegítimo, pero era el primogénito de Warner Bramson. La única vez que había perdido una pelea había sido cuando Pia lo había dejado. Pronto, rectificaría eso también. Después de haberla visto de nuevo y haber saboreado sus labios, se la llevaría a la cama una última vez antes de la despedida final.