Pia observó a JT y se le encogió el corazón. Lo cierto era que ella también había sospechado lo mismo. Pero no había conocido los detalles hasta ese momento, ni había sabido que a Theresa le habían dicho que abortara. Se estremeció al pensarlo.
JT nunca había tenido una familia de verdad. Había sido hijo único de madre soltera. En el presente, había descubierto quién era su padre y sus medio hermanos, pero ellos no lo aceptaban. Estaban intentando dejarlo fuera del testamento. Tampoco había esperado que le dieran la bienvenida con los brazos abiertos pero su rechazo era como una puñalada para el niño pequeño que él había sido.
En una ocasión, JT había estado a punto de formar una familia con ella. Habían tenido grandes planes para el futuro, pero el bebé nunca había llegado a ver la luz y ellos se habían pasado catorce años sin verse.
–¿Piensas alguna vez en nuestro bebé? –susurró ella.
Cuando él abrió los ojos como platos, llenos de dolor, Pia adivinó que no debía de ser un tema del que hablara normalmente. Tal vez, no debía haberlo sacado… era demasiado íntimo y ellos ya no tenían una relación.
JT se aclaró la garganta y asintió.
–Todo el tiempo.
El muro que Pia se había construido alrededor del corazón se derrumbó al escuchar su admisión. Ese muro la había protegido del sentimiento de pérdida desde que el terrible día en que su bebé había muerto cuando ella se cayó por la ventana de la habitación.
Estaba embarazada de veinte semanas y acababa de decírselo a sus padres. Ellos le habían propuesto que se fuera a vivir al campo durante el resto del embarazo, para mantenerlo oculto, y que darían al bebé en adopción después. Desesperada, ella había llamado a JT y los dos habían planeado huir juntos. Tras hacer una pequeña maleta, había quedado con JT debajo de su ventana en el segundo piso de la casa. Había empezado a bajar por ella, como había hecho cientos de veces antes, pero se cayó. Sus padres la llevaron corriendo al hospital, pero nadie fue capaz de salvar al bebé.
Después de eso, Pia se había alejado de JT… No le había quedado más remedio.
Pero, en ese momento, al tenerlo delante y saber que también él había sufrido por la pérdida, se sintió con fuerzas para pronunciar las palabras que nunca le había confiado a nadie.
–Muchas veces pienso que no puedo sacármelo de cabeza porque no pude hacer un duelo normal. No tuve su cuerpo, ni pude enterrarlo –confesó ella–. No pude llorar como es debido. Mis padres se encargaron de que nadie lo supiera.
Los ojos de JT se llenaron de rabia cuando oyó mencionar a los padres de ella.
–No deberían haber actuado así –dijo él y suavizó el tono de voz antes de continuar–. Puede que no hubiera un cuerpo ni haya una tumba, pero…
–¿Qué quieres decir?
JT abrió la boca, pero titubeó, como si estuviera manteniendo una discusión consigo mismo.
–Agarra tu abrigo. Te lo mostraré.
–¿En tu moto? –preguntó ella .
–No puede ser. No tengo casco para ti. Iremos en tu coche.
Cuando él dio un paso hacia la puerta, Pia levantó la mano. Aquello estaba yendo demasiado deprisa y ella no podía pensar con claridad.
–Espera. No he aceptado ir a ningún sitio contigo.
Con los ojos llenos de sinceridad y la mandíbula firme, JT le dio la mano con suavidad.
–Es algo que vas a querer ver, Pia.
Pia se rindió ante el calor de su mano y suspiró. Después del beso que se habían dado, su regla de mantener las distancias había dejado de ser operativa. Y, si él sabía algo relacionado con su bebé, ella quería verlo.
Apartando la mano, Pia se cruzó de brazos para resistir la tentación de tocarlo.
–¿Adónde vamos?
–Creo que es mejor que lo veas por ti misma.
El JT que ella había conocido siempre había estado jugando al escondite y provocándola, como en ese momento. Pero su expresión estaba tan llena de ansiedad que lo dejó hacer.
–De acuerdo.
Pia tomó su bolso y las llaves. JT agarró su chaqueta y el abrigo de ella, que estaba en el perchero.
–Gracias –dijo ella y se lo puso.
Él le tendió la mano para que le diera las llaves del coche.
–¿Es que crees que te voy a dejar conducir? –preguntó ella con mirada desafiante–. Recuerda que sé cómo conduces.
–Pero la última vez que me viste tenía diecisiete años nada más. Además, tú no sabes adónde vamos.
–Podrías decírmelo.
–Podría –repuso él con una sonrisa traviesa que delataba que no pensaba hacerlo.
Meneando la cabeza al adivinar lo cómodo que él se sentía metiéndose en su vida de nuevo, Pia le entregó las llaves.
Sólo iba a ser una noche, luego cada uno iría por su camino. Y, por otra parte, tenía verdadera curiosidad por saber qué quería enseñarle.
Subieron al Mercedes de Pia y condujeron fuera de la ciudad. Un disco de Nina Simone ofrecía la música de fondo. Mientras dejaban atrás las luces de Nueva York, ella perdió la noción del tiempo y el espacio, absorta en sus pensamientos. Tal vez, si su niña hubiera nacido, los dos se habrían casado y la habrían criado juntos, en una pequeña casita con jardín. Él la habría rodeado en sus brazos cada noche con la pasión de…
No, se reprendió a sí misma. Debía poner fin a aquellas absurdas fantasías. Su relación se habría autodestruido enseguida. Y ella se habría autodestruido también si hubiera seguido con JT, pensó, entrelazando las manos con fuerza.
–¿Estás bien, princesa?
–Dijimos que no me ibas a llamar así.
–Es verdad. Lo siento –repuso él.
Sin embargo, sus ojos brillantes y traviesos no parecían sentirlo.
Pia lo observó de reojo mientras él conducía. Cuando fueron jóvenes, lo único que él había tenido que hacer había sido mostrarle la fruta prohibida y ella se había lanzado a por ella, sin preguntas, sin autocontrol de ninguna clase. Sus padres la habían advertido de que había estado fuera de sí misma, pero ella no los había querido escuchar. Sus profesores le habían hecho ver que sus notas estaban bajando, pero ella había preferido mil veces estar con JT que atender en clase.
Había sido esa misma imprudencia lo que le había hecho perder el bebé y lo que había necesitado para darse cuenta de que había estado al borde de la autodestrucción. Entonces, había roto con JT, aunque el dolor de la separación unido al dolor de la pérdida de su bebé casi la habían matado.
Durante los años, había aprendido a mantener a raya su lado salvaje. Había estudiado Derecho, tal y como sus padres habían querido y se había convertido en una adulta responsable. Había salido con varios hombres, pero siempre había echado algo de menos en ellos y había terminado rompiendo. Tal vez no quisiera volver a meterse en una relación tan candente como la que había tenido con JT, pero tampoco podía vivir una mentira y casarse con un hombre por el que solo sentía afecto y amistad.
Algún día, encontraría al hombre perfecto, alguien por quien sintiera pasión y que, al mismo tiempo, sacara lo mejor de ella. Un hombre así debía existir, ¿o no?
De pronto, una señal en la carretera le resultó familiar. Pia parpadeó mirando por la ventana y el corazón se le aceleró con una extraña mezcla de miedo y emoción. Estaban en Nueva Jersey. De hecho, estaban en las afueras de su pueblo natal.
–¿Vamos a Pine Shores? –preguntó ella.
–Sí –dijo él, sin dar más detalles.
Atravesaron el pueblo, pasaron por delante del colegio donde se habían conocido, por la calle que llevaba a la vieja casa donde él había vivido y por la cafetería donde solían quedar, hasta salir por el otro extremo.
JT aminoró la velocidad al llegar a la playa de la Novia, donde los dos habían pasado mucho tiempo juntos. Allí habían hecho el amor por primera vez.
Paró en el aparcamiento, vacío y a oscuras. El silencio cayó sobre ellos. Con el corazón oprimido, ella apenas podía respirar.
–Vamos –dijo JT.
Pia salió del coche y lo siguió por el sendero que llevaba a la orilla, luego, giró a la izquierda por un camino que se adentraba en el bosque.
La luz de la luna brillaba entre los árboles que se mecían con la suave brisa. Pia había recorrido aquel camino muchas veces, después de escaparse de su casa para encontrarse con JT e ir hasta la playa en la moto de él. Se habían tumbado juntos, acurrucados entre los árboles que bordeaban la arena, mirando al mar, a veces, hablando, otras veces, haciendo el amor, siempre abrazándose.
Era el mismo lugar donde habían concebido a su bebé.
JT se agachó y comenzó a despejar un montón de hojas y ramitas para destapar algo. Ella se agachó a su lado para poder verlo mejor.
A Pia le dio un vuelco el corazón al ver una hermosa cruz de madera tallada.
–¿La has hecho tú?
–Tenía que hacer algo –repuso él con voz ronca. Después de limpiar las últimas ramitas, se sentó–. Suelo traer flores cuando vengo –añadió y miró a su alrededor, como si esperara encontrar alguna flor en los árboles que los rodeaban.
Pia alargó la mano para tocar la cruz y se dio cuenta de que tenía unas palabras escritas. Se acercó para leerlas. «A nuestra amada Brianna Hartley».
Los ojos se le llenaron de lágrimas y JT le tomó la mano.
–Gracias –susurró ella, mirándolo a los ojos. En ellos, percibió algo que la conmocionó.
Hacía catorce años, ella había estado tan destrozada y había sido tan joven que no había podido comprender la profundidad del dolor de JT.
Sin embargo, en ese momento, pudo comprender lo mucho que él había sufrido también. Brianna había sido tan hija suya como de ella y su dolor había sido el mismo.
E incluso, después del modo en que Pia lo había dejado, JT le había enseñado aquello, lo había compartido con ella como un regalo. Al pensarlo, se le empañó la visión y las lágrimas comenzaron a brotarle sin parar.
En silencio, con suavidad, JT le enjugó las mejillas con los pulgares, susurrándole palabras de consuelo que sólo conseguían hacerle llorar más. Él la abrazó y ella se acurrucó en su fuerza, necesitándolo más que nunca. Su aroma le era familiar, su cuerpo era tan cálido como siempre.
Tras unos minutos interminables, Pia dejó de llorar, pero no quiso soltarlo. No estaba preparada para apartarse aún de aquellos brazos y del consuelo de la única persona en el mundo que podía compartir su dolor.
Pia levantó la vista y lo miró.
–Ojalá…
–Lo sé –la acalló él, posando un dedo en los labios de ella para silenciar deseos inalcanzables, y la besó en la mejilla con suavidad.
El contacto de sus labios fue tan tierno que Pia se apretó más contra él, ansiando el contacto. Entonces, giró la cara y buscó su boca. JT la besó con dulzura, con pequeños besos como alas de mariposa.
Cuando él empezó a recorrerle la mandíbula y el cuello con la boca, ella le rodeó la cintura, desesperada por perderse entre sus brazos y olvidarse del resto del mundo.
Sin embargo, no podía olvidarse, aunque quisiera. Había sido demasiado… esa mañana había vuelto a ver a JT, había abierto su caja de recuerdos por primera vez en años, había visto la cruz de Brianna… y estaban a solas en el mismo lugar donde solían estar juntos de adolescentes. Todas las defensas de ella se habían desvanecido.
–¿Pasa algo? –preguntó JT, mirándola.
–Hemos hecho esto antes, JT –repuso ella, apartándose–. No nos conviene a ninguno de los dos…
–Pia, piensas demasiado –señaló él con suavidad–. Si quieres que paremos, pararemos. Pero lo que está pasando aquí es que somos dos personas que hemos atravesado una experiencia muy dura juntos y ambos estamos buscando consuelo en el otro –añadió y la besó en los labios–. Déjame consolarte, princesa.
Si él hubiera intentado convencerla con sus dotes de seducción, Pia podía haberse resistido. Pero la ternura de su voz estuvo a punto de hacerla llorar de nuevo.
–Sí –musitó ella y, bañada en la luz de la luna, dejó que él la llevara a un lugar donde no había recuerdos. Ni dolor.