Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

Cuando aparcaron delante de su casa, Pia no se movió. Estaba sentada, apretando la prueba de embarazo entre las manos. Había estado tomando la píldora anticonceptiva, pero no había tenido en cuenta que su resfriado podía haberle quitado efectividad.

JT había hecho el viaje en silencio, perdido en sus propios pensamientos. En el pasado, los dos habían hecho la prueba de embarazo juntos, también asustados, pero tan llenos de amor el uno por el otro y por su bebé que todo les había parecido posible. Ambos habían estado seguros de que iban a estar juntos para siempre, por eso, formar una familia les había parecido natural y emocionante, aunque hubiera sido antes de lo planeado.

Pobres tontos, se dijo Pia con el corazón encogido. No habían sido más de dos adolescentes ingenuos, llenos de vanos sueños.

Pia miró a JT, que seguía aferrado al volante con los ojos absortos en la lejanía.

Su instinto maternal era demasiado fuerte como para ignorarlo. Pero no era buen momento, se repitió a sí misma. Ni el hombre adecuado.

–Terminemos con esto –dijo él, sacando las llaves del contacto.

–JT, si…

–Haremos la prueba primero –le interrumpió él con tono brusco–. Hablaremos de lo demás cuando conozcamos el resultado.

JT salió del coche, dando por terminada la discusión.

Pia suspiró, pensando que él tenía razón. No tenía sentido hablar de opciones hasta que no conocieran cuál era la situación real. Se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del coche, tomando la mano que él le ofrecía. Lo miró a la cara en busca de alguna señal que delatara sus sentimientos, pero él llevaba puestas las gafas de sol y no dejaba entrever ninguna pista.

JT la guió hasta su casa sin decir palabra, posando la mano en su espalda. Al entrar, la soltó y Pia se encogió, pensando que no podía esperar apoyo por parte de él. Era una adulta y debía ocuparse de sí misma, sin dependencias de ningún tipo.

–Serán unos minutos. Mientras, puedes… –dijo ella, sin estar segura de qué sugerir que él hiciera mientras tanto.

JT se pasó la mano por el pelo, como si acabara de salir de un profundo trance.

–Haré café.

–Buena idea –repuso Pia, caminó con piernas temblorosas hasta el baño y cerró la puerta tras ella.

Una mareada de emociones la sacudió. El miedo a estar embarazada combatía con el miedo a no estarlo. Se apoyó contra la puerta. ¿Quería tener un bebé o no? Si no estaba en estado, ¿se sentiría aliviada… o destrozada por haber perdido otra oportunidad de ser madre?

Despacio, Pia se miró al espejo. Tenía aspecto de estar tan aterrorizada como se sentía… con los ojos demasiado abiertos, los labios temblorosos, la piel pálida. En parte, quería terminar con eso de una vez. Y, en parte, no quería saber la verdad…

Y, luego, estaba JT. Si el test probaba que no estaba embarazada, no volvería a verlo a solas nunca más. Si no era así…

Tratando de no pensar más, Pia abrió el envoltorio y se hizo la prueba.

Cuando terminó, se metió en la habitación, se quitó el vestido azul y los tacones y se puso unas ropas más cómodas.

Tomando el pequeño marcador que llevaba escrito su destino, se dirigió a la cocina. JT estaba allí de pie, con tres tazas delante de él y los ojos cerrados. ¿Qué estaría pasando por su cabeza? ¿Estaría rezando porque el test fuera negativo? ¿Estaría deseando no tener nada que lo atara a ella?

Pia chocó con una silla y, con el ruido, él abrió los ojos y la miró con ansiedad.

Ella se sacó el marcador del bolsillo.

–Quedan unos dos minutos. Hay que esperar cinco para que el resultado sea definitivo.

Relajándose un poco, él asintió y señaló tres tazas humeantes.

–No estaba seguro de si querrías café o infusión, así que he hecho una de cada.

–Tomaré la infusión, por si acaso.

JT le tendió una taza de poleo, sin apartar la vista del marcador que ella sostenía en la otra mano.

–¿Son fiables esas pruebas?

–El prospecto dice que aciertan en el noventa y siete por ciento de los casos –afirmó ella y se sentó en su silla favorita, junto a la ventana.

JT se sentó a su lado, con los ojos puestos en el reloj de la cocina. A Pia no le hacía falta mirarlo, oía sus agujas moviéndose y contando los segundos.

–Ya han pasado dos minutos –indicó él.

Tragándose su miedo, Pia sacó el marcador.

Dos líneas rosas.

Con el estómago encogido y la visión borrosa, se lo tendió a JT.

–Estamos embarazados –dijo él, tras tomarlo de sus manos temblorosas, con voz apenas audible.

Pia asintió, incapaz de hablar. El silencio cayó sobre ellos. Tal vez adivinando la tensión, Winston apareció y se subió a su regazo. Ella lo acarició, buscando consuelo en su cuerpecito caliente.

Estaba embarazada por segunda vez en su vida. Del mismo hombre. Y habían concebido el hijo en el mismo lugar.

–¿Qué quieres hacer? –preguntó él, tras aclararse la garganta.

–Voy a tenerlo –afirmó ella, pensando que haría todo lo posible por proteger la pequeña vida inocente que crecía en su interior.

–Sí –dijo él, aferrándose a su taza como si fuera un bote salvavidas.

Sin embargo, todo lo demás era diferente de la primera vez. En esa ocasión, Pia no se dejaría llevar por ideas románticas sobre su futuro juntos. Eso sólo le provocaría más sufrimiento.

–En caso de que te preocupe, no espero nada de ti –aclaró ella, sin mirarlo–. No es necesario que nos casemos.

–No pensaba pedírtelo. No tropezaré con la misma piedra. Pero el bebé se merece todo lo que yo pueda ofrecerle. Y lo tendrá –aseguró él con firmeza.

Pia no había tenido duda de que él sustentaría al bebé sin dudarlo. Algunas cosas podían haber cambiado con los años, pero la decencia y el amor que JT sentía por los niños seguían siendo los mismos.

Si ese bebé llegaba a buen término, no podría tener mejor padre que él.

Mordiéndose el labio inferior, Pia se llevó la mano al estómago. No podría soportar perder otro hijo. Con un nudo en la garganta, recordó todos los años de dolor, pesadillas y el sentimiento de culpa que siempre la había perseguido. Nada lastimaría a ese bebé.

–No cometeré los mismos errores en esta ocasión, JT –prometió ella, decidida a no correr ningún riesgo–. Tendré mucho cuidado.

–Claro que sí –repuso él, observándola con atención, y dejó la taza en la mesa–. Pia, tú no tuviste la culpa de la muerte de Brianna.

Ella frunció el ceño, intentando interpretar su expresión. ¿Lo decía para animarla o de veras lo pensaba?

–Sí tuve la culpa. Brianna pagó el precio de mi imprudencia. Si no hubiera bajado por la ventana para escapar de mi casa, ella estaría viva –señaló, apretando los dientes, presa del dolor. Había causado la muerte de su bebé por inconsciencia. Esa misma noche, había decidido cambiar y dejar de comportarse de forma irresponsable, además de abandonar su obsesión por JT–. Ella dependía de mí y yo la fallé.

JT se inclinó en su silla, abrumado por la conversación, por partida doble. Iban a tener un bebé. De nuevo. Y acababa de descubrir que Pia había estado culpándose por la muerte de Brianna durante todos esos años.

–Si quieres culpar a alguien, prueba con tus padres. En vez de apoyarte, te pusieron en una situación de la que tenías que escapar. O cúlpame a mí, por no haberles plantado cara para que pudieras salir de su casa por la puerta principal, sin tener que esconderte –señaló él. Lo cierto era que, durante los últimos catorce años, se había estado arrepintiendo de no haberlo hecho–. Además, fue un accidente, Pia, y tú eras muy joven.

–Sí, pero ya no soy una niña. Las cosas serán diferentes esta vez.

Era mejor que así fuera, se dijo JT. Él tampoco era un niño… no se dejaría llevar por fantasías de cuentos de hadas ni dejaría que sus planes con Pia y el bebé le nublaran la razón.

–Lo serán –afirmó él–. Pero dejemos algo claro: yo estaré contigo.

Ella esbozó una sonrisa fugaz.

–Lo sé, pero gracias por decirlo, de todos modos.

Pia abrazó al gato, se quedó pensativa y palideció.

–JT, mi trabajo. Ted se pondrá furioso.

–Se nos ocurrirá algo.

–Tienes razón. Pensaré en eso mañana –dijo ella con una mueca–. Pero, mientras, creo que deberíamos empezar a hacer planes.

–No –negó él. Estar con ella no significaba que fuera a implicarse emocionalmente. Se ocuparía de Pia en todo lo que pudiera durante el embarazo, pero había algo que no haría de ninguna manera: planes por adelantado–. Iremos tomando decisiones sobre la marcha.

A JT lo invadieron los recuerdos de ambos acurrucados, pensando nombres, o comprando ropita de bebé y discutiendo sobre dónde era mejor que durmiera. Sin embargo, en esa ocasión, no iba a ser así.

Hablarían de esas cosas sólo si su embarazo llegaba a término. No quería hacer planes, ni emocionarse, ni abrir su corazón… pues temía que todo pudiera quedar hecho pedazos de nuevo.

–¿JT? –llamó Pia, titubeante.

Él meneó la cabeza para sacudirse las telarañas que le poblaban la mente.

–Tengo que irme –dijo JT y se levantó.

–De acuerdo –repuso ella con voz débil.

Apretando los puños, JT se controló para no salir corriendo de la casa.

–Te llamaré después –aseguró él con la mandíbula apretada y se dirigió a su coche.

 

 

 

Después de haberse pasado toda la noche sin dormir, Pia se digirió a la cocina y, por la ventana, vio allí aparcado el coche de JT. Eran las ocho de la mañana de un domingo, una hora demasiado temprana para visitas. Sin embargo, al verlo salir del vehículo, su cuerpo reaccionó con algo que no tenía nada que ver con la sorpresa. Tenía el pelo revuelto y llevaba las gafas de sol y un polo negro que se ajustaba a sus bíceps. En las manos, llevaba bolsas de la compra.

Al fijarse en lo bien que le sentaban los vaqueros gastados, Pia no pudo evitar imaginar sus fuertes piernas y…

Agarrándose a la cortina, ella gimió. Si iba a tener que pasar tiempo con el padre de su bebé, debía encontrar la manera de controlar sus fantasías. Y su cuerpo.

Sin embargo, en cierta manera, le agradaba sentir algo aparte de angustia. Aunque fuera por JT.

Antes de que él pudiera llamar a la puerta, Pia abrió.

–Buenos días, JT.

–Buenos días –repuso él y pasó de largo delante de ella para dejar las bolsas encima de la mesa de la cocina–. Esto es para ti.

Pia se acercó y miró dentro de una de ellas. Estaba llena de botes de píldoras y paquetes… pequeños y grandes, coloridos, con imágenes de mujeres embarazadas. Miró a JT, arqueando una ceja.

Él se encogió de hombros.

–La mujer de la farmacia dijo que deberías tomarlas.

–¿Todas? Debe de haber treinta complejos vitamínicos diferentes aquí –observó ella con el estómago revuelto de imaginarse tragándoselas.

–No estoy seguro. He comprado todo lo que me dijo la farmacéutica que era bueno para embarazadas.

Pia no pudo evitar sonreír al imaginárselo en la tienda, fuera de su elemento y, al mismo tiempo, tratando de hacer lo mejor para su bebé.

–Gracias. Es un detalle por tu parte.

–Es mi responsabilidad –afirmó él–. Te dije que me lo tomaría en serio –añadió y se dirigió a la puerta–. Tengo que ir al coche a por lo demás.

–¿Más píldoras?

–No –respondió él–. El desayuno.

–Ah –dijo ella cuando él hubo salido y se dejó caer en una de las sillas para revisar los suplementos alimenticios.

En cinco minutos, JT había cubierto la mesa de la cocina con bolsas de verduras y mil cosas más.

Pia podía haberse mostrado indignada… de no ser porque no podía dejar de pesar en lo bien que quedaban aquellos anchos hombros y aquellas estrechas caderas en su cocina. Tragó saliva y se esforzó por concentrarse en la colección de verduras que yacía en su encimera.

–¿Cuánta gente va a venir a desayunar, JT?

Él dejó las llaves y las gafas de sol sobre la mesa y siguió sacando cosas de las bolsas.

–Anoche leí información en algunas webs especializadas. Dicen que tienes que tomar un desayuno sano –indicó él y sacó una licuadora.

–Tengo una ya –señaló ella, incapaz de ocultar una sonrisa.

JT levantó la vista.

–No estaba seguro de si tenías. Tienes que dormir todo lo que puedas, así que no quise llamarte anoche para preguntártelo, para no despertarte.

Era probable que Pia hubiera estado despierta, pues se había pasado casi toda la noche mirando al techo, pensando en el bebé y observándose el cuerpo, para ver si había cambiado en algo con el embarazo… Entonces, se dio cuenta de algo.

Vitaminas y suplementos. Verduras. Una licuadora nueva. Páginas web especializadas.

–¿Has dormido algo? –preguntó ella.

–Un par de horas –confesó él, colocando unas cuantas frutas y verduras en el fregadero.

Winston se acercó para ver el espectáculo.

–Lo siento, Winnie, pero creo que esta vez no ha traído nada para gatos.

JT levantó la cabeza y la miró.

–Eso me recuerda algo. ¿Has oído hablar de la toxoplasmosis?

–¿Qué es eso?

–Es un parásito que contagian los gatos –informó él, colocó las frutas y verduras lavadas sobre la encimera y tomó la licuadora–. Es peligroso para las mujeres embarazadas.

–¿No estarás sugiriendo que me deshaga de Winston? –preguntó ella, mirando a la inocente bola de pelo que había sido su compañero durante ocho años.

JT puso detergente en el fregadero y abrió el grifo de agua caliente.

–No, pero por si acaso, yo limpiaré su arenero.

Pia soltó un suspiro de alivio.

–No tiene arenero. Tiene una puertecita para salir al patio trasero –explicó ella. Su casa tenía un pequeño jardín con césped y unos pocos arbustos.

–Mejor aún. Pero eso significa que no debes ocuparte de la jardinería. Contrataré a alguien para que arregle las plantas por ti –se ofreció él y, después de lavar la licuadora, le preparó un zumo de apio, zanahoria y manzana–. Es mejor tomarlo recién hecho, pero puedo hacer más y guardarlo en la nevera para luego, si quieres –añadió y le tendió un vaso.

Durante un momento, Pia se preguntó si él pretendía presentarse allí en persona para hacerle un zumo a cada momento.

–Así está bien, gracias.

Mientras lo observaba moviéndose por su cocina, Pia tuvo que admitir que, bajo otras circunstancias, le agradaría tener un visitante mañanero tan guapo como él, un hombre imponente decidido a alimentarla.

No le costaría acostumbrarse.

Entonces, con un escalofrío, ella se recordó que debía tener cuidado de no hacerse sueños imposibles.

Para colmo, todavía no había pensado cómo iba a decirle a su jefe que estaba embarazada. Ted Howard no iba a tomárselo nada bien. Tenía que forjarse un plan y esa era otra de las razones por las que no había pegado ojo la noche anterior.

JT sacó de una de las bolsas una pequeña sartén con la etiqueta todavía puesta y empezó a lavarla en el fregadero.

–También tengo sartenes –observó ella.

Él le lanzó una rápida mirada.

–No sabía si la tenías del tamaño adecuado.

Mientras se bebía el zumo, ella lo vio sacar huevos de otra bolsa y preparar una tortilla.

–¿Vas a hacerte también una para ti?

Él abrió un par de cajones hasta encontrar los cubiertos. Sacó un tenedor.

–No se trata de mí.

–¿Esperas que me coma la comida que haces mientras tú me observas?

–Yo limpiaré y me iré mientras comes –repuso él, sin distraerse de su tarea.

A pesar de que una parte de ella quería rebelarse porque la tratara como un bebé, algo en su interior se enterneció al pensar que él se había quedado despierto pensando en sus necesidades, había madrugado, había aterrizado en su casa con todo tipo de provisiones y estaba preparándole el desayuno, que no pensaba ni probar. No podía consentir que se fuera de su casa sin comer.

Pia se acercó a él, sacó la sartén de hacer tortillas y se la tendió.

–Hazte otra para ti.

Él se detuvo un momento, pensándoselo. Al parecer, ninguno de los dos quería jugar a las familias felices. Al menos, estaban de acuerdo en eso.

–Bien –dijo él al fin y sacó tres huevos más del cartón.

Diez minutos después, Pia estaba sentada enfrente de JT con una tortilla de queso y tomate, tostadas y un plato de fruta fresca.

–Tiene muy buena pinta –comentó ella, que estaba acostumbrada a conformarse con un desayuno de yogur y café.

–Igual le falta sal –advirtió él y le tendió el salero.

Cuando Pia alargó la mano para tomarlo, sus dedos se rozaron y una sensación de calidez la invadió. Los ojos de él se clavaron en ella, el aire se llenó de electricidad y todo el mundo desapareció a su alrededor. Muy despacio, ella recobró la razón.

Parpadeó para ignorar la respuesta de su cuerpo ante el hombre con el que, en una ocasión, había planeado casarse y tomó un trago de zumo.

–Anoche investigué un poco sobre desmayos durante el embarazo –comenzó a decir él en voz baja–. Pueden deberse a varias razones… sobre todo a tener baja el azúcar o la presión sanguínea. Me gustaría que fuéramos al médico lo antes posible.

–Sólo me ha pasado una vez.

–Pero si te pasara otra vez mientras estás conduciendo o en la ducha, podría ser peor.

Pia se imaginó cayéndose en el baño y perdiendo al bebé de nuevo. Aterrorizada, se dijo que no pensaba correr ni el más mínimo riesgo en esa ocasión.

–Me pregunto si los especialistas tendrán listas de espera muy largas.

–Un par de empleados míos han tenido hijos hace poco. Les he preguntado quién fue su ginecólogo.

–¿No te importó llamarlos en plena noche?

–No era demasiado tarde cuando pensé en ello. Me han dado algunos nombres y los dos me aconsejaron a la misma persona. Lo llamaré mañana a primera hora y pediré cita.

Por el rabillo del ojo, Pia le vio echarle pimienta a la tortilla y darle otro bocado. Una oleada de calor le recorrió el cuerpo. Incluso verlo comer la excitaba. Y ver cómo se movían los músculos de sus brazos bronceados. O el modo en que se le bajaba la nuez cuando tragaba. Sonrojada, bajó la cabeza para pinchar un tomate.

–La tortilla estaba muy buena –dijo ella, esforzándose en sonar calmada–. Has aprendido a cocinar.

–Tenía diecisiete años cuando me conociste –repuso él, arqueando una ceja.

Por supuesto, había cambiado y se había convertido en un hombre, reconoció ella para sus adentros. Un hombre que hacía unas semanas la había hecho retorcerse de pasión. Un hombre que había impugnado el testamento millonario de su padre biológico… del cual ella era albacea, se recordó a sí misma, encogiéndose un poco.

–¿Qué tal va tu demanda? –preguntó ella, poniendo sobre el tapete los peligros asociados a su relación.

–Philip Hendricks está dándole los últimos toques. La pondremos pronto –informó él con gesto solemne–. ¿Vas a contarles a tus padres lo del bebé?

Durante la noche, Pia se había imaginado su horror cuando les anunciara que estaba embarazada de JT Hartley. Y, por si fuera poco, sin casarse. Lo último que necesitaba era más estrés y los prejuicios de su familia sólo le ocasionarían quebraderos de cabeza. Se lo diría en algún momento pero, cuanto más tarde, mejor.

–Todavía, no –respondió ella, sin mirarlo a los ojos–. ¿Vas a decírselo tú a tu madre?

Su madre había estado emocionada por la noticia hacia catorce años. A pesar de su preocupación porque ambos habían sido muy jóvenes, les había ofrecido toda la ayuda a su alcance. Con lágrimas en los ojos, Pia recordó lo excitada que había estado Theresa Harley por la llegada de su primer nieto. Otra persona a la que había hecho sufrir al perder al bebé. Ella se había disculpado con Theresa varias veces. Theresa, una mujer dulce donde las hubiera, siempre le había contestado que no había sido culpa suya.

–Aún, no. Es mejor que, por el momento, lo guardemos en secreto.

Que ella no se lo dijera a sus padres era una cosa. Theresa era otra cosa, pensó Pia, preguntándose el por qué de su reticencia.

Pia picó un pedazo de melón y lo masticó despacio, contemplándolo de reojo. Ya tenía suficientes problemas como para preocuparse por lo que pasara por la cabeza de JT. Pronto, iba a tener un bebé precioso. Y un ascenso por el que luchar.