Pia abrió los labios para darle la bienvenida. Necesitaba ese beso más que cualquier otra cosa en el mundo. Él movía los labios despacio, de forma deliciosa, sobre los suyos.
Pia le mordisqueó el labio inferior y se lo chupó, haciéndole gemir.
JT la rodeó de la cintura, apretándola contra él. Pia le arañó la espalda por encima de la camisa. Había algo salvaje y desesperado en hacer el amor con JT. Él la mordió en un hombro, haciéndola estremecer de placer. Con otros amantes, el sexo había sido placentero, pero más controlado, más predecible. Con JT todo era posible… era emocionante y, al mismo tiempo, le asustaba perderse en tanto frenesí.
Por eso, Pia había tenido miedo de volver a sus brazos. Él sacaba su lado más dependiente, obsesivo, salvaje. Pero… ya no había vuelta atrás, se dijo, acariciándole los músculos de los brazos. Necesitaba tenerlo en ese momento. Ya se enfrentaría a las consecuencias después.
Con dedos desesperados, Pia le sacó la camisa de los pantalones y le recorrió el pecho con las manos. Su piel era suave y caliente, bañada por un vello rizado.
–No hay nadie en el mundo como tú –le susurró él al oído, haciéndola estremecer.
Cuando él la besó de nuevo, deslizando la lengua con eróticos movimientos en su interior, Pia cerró los ojos, saboreando su masculinidad. No quería que el beso terminara nunca, quería estar conectada con él para siempre… hasta que, al fin, sus bocas se separaron para respirar.
JT la llevó hacia el dormitorio y ella se dejó guiar, quitándole la corbata por el camino, dejándola caer al suelo. A continuación, comenzó a desabotonarle la camisa.
Mientras, él le acariciaba los costados, rozándole los pechos. No tenía más que rozarla para que ella se derritiera entre sus manos…
Dejando caer su camisa, Pia le desabrochó el cinturón y se lo quitó, dejándose llevar al borde de la cama al mismo tiempo. Tras acorralarla contra el colchón, JT se apretó contra ella, mostrándole su fuerte erección. Ella se frotó con suaves movimientos contra él para poder sentirlo mejor.
Con los ojos brillantes de deseo, JT le bajó la cremallera del vestido y se lo quitó por encima de los hombros. El aire frío la rozó como una caricia. Él la recorrió con la mirada, gimió y se puso de rodillas, apoyando la cabeza en su vientre, rodeándola con sus brazos.
–JT –susurró ella, tocándole el pelo, incapaz de verbalizar todo lo que sentía. Nadie le había mirado nunca el cuerpo como él, como si fuera una diosa.
Él le llenó de dulces besos el abdomen, la cadera, el borde de sus braguitas de encaje, el muslo. Despacio, fue acercando la lengua a su parte más íntima. Ella le agarró del pelo con más fuerza. Su excitación era demasiado, su cuerpo se expandía y crecía… para él.
Cuando JT se levantó, ella estaba loca de ansiedad. Le bajó los pantalones y los calzoncillos sin pensar. Le rodeó la erección desnuda con la mano, haciéndolo gemir. Sentir su piel caliente de satén era el paraíso. Cuando había hecho el amor en la playa, habían ido demasiado rápido como para poder apreciar aquellos deliciosos detalles y, luego, ella lo había lamentado. En esa ocasión, pensaba tomarse su tiempo para saborearlo todo y reunir todos los recuerdos que pudiera.
Él le sostuvo la mirada y, mientras lo acariciaba, ella se perdió en sus ojos verdes. La joven Pia del pasado comenzó a salir a la superficie, respondiendo al joven JT que brillaba en aquellos ojos. Su JT.
–Te he echado de menos –murmuró ella.
JT cerró los ojos un momento, con gesto tenso. Cuando los abrió, el chico del pasado había desaparecido, era un puro hombre, lleno sólo de deseo. Agarrándola de ambas manos, se tumbó en la cama, colocándosela encima.
Sentirlo piel con piel era lo más maravilloso del mundo. Él la agarró de los glúteos, colocándola con más precisión, mientras la fricción entre sus cuerpos aumentaba, con sus jadeos. Sus cuerpos iban al mismo ritmo, como si hubieran sido creados para eso, y juntos fueran más que cada uno por separado.
Con frenesí, ella lo acarició por todas partes. Él hizo lo mismo, tocándole los costados, las caderas, la espalda. La sensación de sus manos, fuertes y poderosas, la llevó cerca del clímax.
Entonces, JT se apartó. La ausencia de su contacto era casi dolorosa para Pia.
–Vuelve conmigo –rogó ella, agarrándolo.
Él esbozó una sonrisa lenta y pícara y se inclinó para besarla con pasión. El fuego se apoderó de ella, amenazando con consumirla.
JT se colocó entre sus piernas y la penetró con demasiada suavidad. Ella se arqueó, pidiendo más. Escuchando su plegaria sin palabras o, tal vez, atendiendo las demandas de su propio cuerpo, él empezó a moverse más deprisa, en más profundidad.
Su húmeda fricción era el principio del final, la tensión creciente los hizo llegar al orgasmo al unísono, de un modo más intenso y más explosivo que nunca. Pia se quedó inmóvil, obligándose a recuperar el aliento. JT se puso a su lado, sin soltarla, jadeante, sin mover más músculos que los de los pulmones.
Pia lo miró y sonrió al verlo a su lado, tumbado de una forma tan sensual. Ella nunca había invitado a un hombre a su propia cama antes.
Poco a poco, sus cuerpos fueron recuperando conciencia de su alrededor. JT la tapó con el edredón. Ella suspiró y apoyó la cabeza en su pecho.
–Pia –dijo él con voz ronca–. Sobre lo que dije antes… Nada de promesas…
Ella se giró y le puso un dedo en la boca para acallarlo.
–No las necesito, JT. Ninguno de los dos queremos pasar por lo mismo.
Él se estiró y se puso un brazo debajo de la cabeza.
–El problema es que estás embarazada.
Una poderosa mezcla de aprensión y excitación invadió a Pia ante el recordatorio de la vida que crecía en su interior. Pero ella sabía que no era en eso en lo que estaba pensando JT. Él estaba preocupado por hacer lo correcto, por su sentido de la responsabilidad.
–La verdad es que no tienes que hacerme ninguna promesa –aseguró ella, apoyándose sobre un codo para poder mirarlo mejor.
–¿Por qué dices eso? –preguntó él con desconfianza.
–No quiero que hagas lo correcto, ni lo que crees que debes hacer. Si vamos a ser padres, tenemos que ser honestos el uno con el otro –señaló ella y le acarició la mejilla con la punta del dedo–. Tú no quieres casarte conmigo, JT, así que no me lo vuelvas a pedir, por favor.
Hubo un largo minuto de silencio. Ella se mordió el labio y esperó. No podían perder energía en discutir por esos detalles. Los dos debían estar en el mismo equipo.
–Veré lo que puedo hacer –repuso él y la abrazó, haciendo que ella apoyara la cabeza en su hombro.
Pia se relajó en su abrazo, contenta de que estuvieran, al fin, de acuerdo respecto al tema del matrimonio.
De pronto, sonó el móvil de Pia y fue a buscarlo al bolso. El nombre de Ryder Bramson aparecía en la pantalla. Ella se encogió.
–Tengo que responder –le dijo a JT.
JT tomó una revista de la mesilla de noche con la intención de darle algo de privacidad. No era mucho, pero era mejor que nada, pensó Pia, proponiéndose ser cuidadosa con lo que decía.
Enderezando la espalda, respondió la llamada.
–Hola, señor Bramson.
Pia sintió cómo JT se ponía rígido a su lado, dejaba la revista y se sentaba en la cama.
La voz profunda y firme de Ryder Bramson sonó al otro lado de la línea.
–Buenas tardes, señorita Baxter. Me ha llamado una mujer llamada Linda Adams que dice que se ha hecho cargo de administrar la herencia de mi padre.
A Pia le dio un brinco el corazón. Sacó las piernas de la cama y se levantó.
–Eso es.
–¿A qué se debe el cambio? Yo estaba contento con usted.
Aquello no iba a ser una conversación fácil para tenerla delante de JT sin decir nada comprometido, se dijo Pia. Pero su casa era demasiado pequeña y, de todas formas, podía oírla aunque saliera de la habitación. Sin saber qué hacer, se acercó a la ventana.
–Ha surgido un conflicto de intereses y yo he dejado el caso. Linda lo llevará y yo la ayudaré.
–¿Un conflicto de intereses? ¿Cuál? –inquirió Ryder con voz dura como el acero.
–Sería mejor…
–¿Acaso ha descubierto que usted es otra de las hijas perdidas de Warner? –añadió en tono de broma.
–No –respondió ella despacio–. Pero tengo relación con alguien que afirma ser uno de sus hijos.
–¿Conoce a Hartley?
–Sí –afirmó ella, posando los ojos en el imponente hombres desnudo que tenía en la cama.
–Debe de ser algo serio, pues ha renunciado al caso. ¿Es que tiene una relación íntima con él?
–Podríamos decirlo así…
–Entonces, entiendo que deje el caso –afirmó Ryder y soltó un suspiro, decepcionado.
Pia cerró los ojos. Odiaba decepcionar a la gente… a su jefe, a Ryder Bramson, a sí misma. Pero tenía que tranquilizar a Ryder y asegurarle que la situación no era tan mala como parecía.
–Le prometo, señor Bramson, que esto no afecta ni afectará nunca a la integridad de nuestra firma. En cuanto me di cuenta de que no podía trabajar con la suficiente distancia, me aparté del caso.
Hubo otro silencio.
–Se lo agradezco. Dígame algo, entre nosotros. Ya que conoce a Hartley, ¿cree que es cierto que es hijo de Warner?
–Sí, lo creo. Pero eso no afectará al modo en que lleve a cabo mis tareas cuando ayude a Linda Adams.
–Bien, me alegro de saberlo. Gracias por su trabajo y por su honestidad.
Pia colgó y dejó el teléfono en la mesilla de noche. Se puso una bata de seda blanca y se sentó en el borde de la cama.
–Era uno de los hijos de Warner.
–¿Puedes decirme cuál de ellos o es información privilegiada? –preguntó él, de brazos cruzados.
–Ryder.
–El legítimo –observó él, asintiendo.
–Sí –afirmó ella, deseando poder volver a la cama y abrazarlo y darle lo que necesitara para consolarlo. Pero JT no era la clase de hombre que apreciaba la compasión. Sobre todo, proviniendo de ella.
–Al parecer, Warner consiguió que mi madre se fuera de la ciudad para proteger su compromiso con la madre de Ryder –observó él con amargura.
–La mujer de Warner provenía de una familia rica –insinuó Pia. No le gustaba ser cínica, pero los medios de comunicación habían especulado durante años sobre la razón por la que Warner no se había divorciado de su esposa para casarse con su amante, la madre de Seth Kentrell… Hubiera perdido demasiado dinero, pues la mayoría de su fortuna había provenido de su mujer. Era obvio que un hombre así habría hecho todo lo posible para no poner en peligro su ventajoso matrimonio antes de que empezara.
–¿Qué opinas de Ryder? –quiso saber él, ladeando la cabeza.
Ella pensó en aquel hombre de duras facciones. Era un tipo legal y siempre había sido amable con ella.
–Es un buen hombre.
–Un buen hombre que se casó por dinero también –apuntó él, arqueando una ceja–. A mí me recuerda a mi padre.
Los medios de comunicación habían montado un buen lío cuando Ryder se había comprometido con Macy Ashley, por las implicaciones que tenía su unión para la compañía Bramson. Al casarse, Ryder había obtenido la empresa de la familia Ashley y el diez por ciento de las acciones de Bramson que había pertenecido a su nueva esposa, ganando así control sobre la compañía de su padre.
–Sé que eso parece, pero yo he visto a Ryder con Macy y comparten algo especial. Están enamorados.
JT no la creyó, pero se guardó su opinión.
–¿Has conocido al otro?
–Seth Kendrell –dijo ella, asintiendo. El segundo hermanastro de JT, hijo de la amante de Warner, era un hombre de pelo oscuro, ojos azules y muy educado. A ella siempre la había tratado con suma corrección.
–Creo que se ha prometido hace poco –comentó él con cinismo–. También con una mujer rica.
–Es posible que no sea como tú crees.
Conociendo a todos los hermanos, Pia podía entender el punto de vista de cada uno. Ella daría lo que fuera porque Ryder y Seth reconocieran a JT o, al menos, permitieran la prueba de ADN. Sin embargo, era difícil juzgar sus decisiones sin haber estado en su piel.
–Ryder y Seth son buenos hombres atrapados en una situación difícil por culpa de su padre –opinó ella–. En otras circunstancias, creo que te caerían bien.
–¿Crees que podrían gustarme dos hombres que están haciendo lo imposible para impedir que su hermano biológico tenga lo que le pertenece? Incluso niegan que soy su hermano –le espetó él.
Agitado, JT se levantó y se puso los pantalones. De pronto, revivió en su cabeza la conversación que ella había tenido con Ryder y se quedó quieto.
–Te han retirado del caso Bramson –señaló él, sin mirarla–. Por mí.
–No me han retirado del todo, sólo se lo han dado a otra abogada. Yo la ayudaré.
Con el estómago encogido, JT pensó que, tal vez, debía haber mantenido las distancias. La carrera de Pia podía resentirse porque la había implicado en su vida de nuevo. Quizá fuera cierto que él solo le traía problemas, aunque no quisiera.
–Tu jefe sabe que estás embarazada y que yo soy el padre –adivinó él.
Ella asintió mientras se ponía el vestido.
–Se lo dije la misma mañana en que fuimos al médico. No podía ocultarle algo así. No hubiera sido ético.
–Y tu jefe le dio el caso a otra persona.
–Yo me ofrecí a renunciar a él –puntualizó ella–. Era lo correcto, aunque igual debería haberlo hecho antes.
Él recordó la primera vez que habían hablado de eso, la noche que había ido a su casa en la moto. Entonces, le había preguntado si ese caso había sido tan importante para ella y Pia le había respondido que más que ningún otro de los que había llevado en su carrera.
–Dijiste que te darían un ascenso si llevabas bien el caso –señaló él.
–Resulta que llevar un caso estando embarazada del hombre que quiere impugnar el testamento no significa hacerlo bien –observó ella, torciendo la boca.
–Lo siento –dijo él, soltando una maldición.
–No pasa nada –repuso Pia, tratando de quitarle importancia–. Mi jefe me ha dicho que, si no cometo más errores, seguirán teniéndome en cuenta para el ascenso.
–Debe de estimarte mucho –comentó él–. Y si trabajas desde casa durante el primer trimestre… ¿no le hará cambiar de idea?
–No creo que lo admita de forma oficial, pero tal vez –admitió ella–. En los últimos dos meses, la opinión que tenían de mí en la firma ha cambiado. Ya no me consideran tan digna de confianza.
–Desde que yo aparecí –indicó él exhaló, deseando poder darse un puñetazo a sí mismo.
Ella no respondió. No era necesario.
JT posó los ojos en su vientre y algo se le encogió en el pecho. Habían ido demasiado lejos, pero nada de eso era justo para ella.
Tal y como estaban las cosas, lo menos que podía hacer por ella era llamar a su abogado y pedirle que metiera la demanda en un cajón hasta que Pia estuviera de vuelta en el trabajo y pudiera defenderse por sí misma delante de sus jefes.