Capítulo Nueve

 

 

 

 

 

JT y Pia salieron a la calle de la mano. Hacía menos de una hora, la doctora Crosby le había dado el visto bueno para que volviera a trabajar. Su tensión había vuelto a la normalidad y había entrado en el segundo trimestre. JT había propuesto salir a cenar para celebrarlo. Después de haber estado encerrada en casa tanto tiempo, a ella la idea le había parecido estupenda. Y, como la cita con el médico había sido a última hora de la tarde, se fueron directos a un restaurante italiano que JT conocía.

Estaba comenzando a oscurecer, las farolas pintaban la acera de sombras, su bebé estaba bien y JT le estaba dando la mano. Pia suspiró, disfrutando de la perfección del momento.

La ginecóloga les había dicho que el riesgo de desmayos había desaparecido y JT se iría de nuevo. A Pia se le encogió un poco el corazón al pensarlo.

–He estado pensando en algunos nombres –comentó ella, pues el día anterior había estado releyendo el libro que había usado para elegir el nombre de Brianna.

En un instante, el rostro de él se endureció.

–Es demasiado pronto para pensar en nombres.

Encogida, Pia recordó que él había dicho que no quería hacer planes por adelantado, por si algo le sucediera al bebé. Sin embargo, había creído que, después de la buena noticia del médico, JT habría ganado un poco de optimismo respecto al futuro de su hijo o hija.

–La doctora Crosby dijo que todo estaba bien –comentó ella, forzando una sonrisa.

–La última vez, también estabas en el segundo trimestre –repuso él, tenso.

–No hemos comprado una cuna –comenzó a decir ella, despacio–. No he decorado su habitación. Entiendo que quieras ir sobre seguro antes de hacer grandes cosas, pero no tenemos nada que perder si elegimos nombres que nos gusten.

–Sí hay algo que perder –replicó él, tenso.

–JT, a partir de ahora, las cosas van a ir muy deprisa y eso implicará pensar en el futuro. ¿Cómo quieres que lo afrontemos? –preguntó ella, llevándose la mano al vientre.

–Poco a poco –dijo él con tono firme, dando por zanjada la conversación.

Cuando sus platos llegaron, hablaron del tiempo y de cosas sin importancia, mientras Pia trataba de animarlo. Al terminar de comer, JT pidió otra bebida y, al fin, el ambiente en la mesa se relajó un poco.

–Tenías razón respecto a la comida de aquí –comentó ella–. Estaba deliciosa.

–Compraré pasta mañana –indicó él–. Te la prepararé para comer.

A Pia le dio un salto el corazón. ¿Estaba planeando quedarse? La única razón por la que había bajado la guardia y le había dejado entrar en su cama había sido porque habían acordado que sería durante un tiempo nada más. Si él se quedaba, ella terminaría amándolo de nuevo. Y eso era impensable.

–Sólo ibas a quedarte el primer trimestre. Ya ha pasado el peligro. Puedes irte.

–Sería más seguro que me quedara.

–Estaré bien sola. Quiero hacer esto sola.

–No estoy de acuerdo.

–Te prometo que te avisaré si tengo algún problema. Creo que ya es hora de que vuelvas a tu casa, ¿no te parece? Tenemos que seguir con nuestra vida…

Él le dio un trago a su bebida y la miró por encima del vaso con ojos brillantes.

–Si me fuera ahora, echaría demasiado de menos tu cama.

–Dime JT, ¿quieres tener una relación conmigo? ¿Un futuro en común? ¿Promesas y compromisos? –preguntó ella, arqueando una ceja.

JT hizo una mueca, como si hubiera probado un bocado desagradable.

–No –negó él con convicción.

A pesar de ser la respuesta que ella había esperado, el rechazo la hirió.

–No nos metamos en una relación sin querer. Si te quedas y sigues durmiendo en mi cama, esperando que llegue el bebé, terminaremos jugando a las familias felices y acabaremos atrapados en un matrimonio indeseado sin querer.

–Me iré mañana –afirmó él tras un instante.

 

 

 

A la mañana siguiente, JT estaba haciendo huevos revueltos cuando Pia entró en la cocina, poniéndose un pañuelo en el cuello. Él hizo una pausa y la observó. Ella llevaba el mismo traje color café que había lucido la primera vez que la había visto en la oficina. Pero, en esa ocasión, tenía también un pañuelo color esmeralda, llevaba suelto, en vez de recogido en un moño, y unas sandalias que dejaban al descubierto sus uñas pintadas de rosa.

A JT se le aceleró el pulso.

–Tienes el zumo de naranja en la mesa. Y el desayuno está casi a punto.

–Echaré de menos que me hagas la comida –comentó ella con tono despreocupado.

–Pia, hay algo que quiero decirte –señaló él, tras servir el desayuno.

–¿Qué es? –preguntó ella, dándole un trago a su zumo.

–Mi abogado va a presentar la demanda contra el testamento de Bramson hoy. He querido esperar hasta que volvieras al trabajo.

Ella tomó aliento y asintió.

–Gracias por decírmelo. Y por esperar. ¿Crees que no habrá pruebas de que Warner supiera de tu existencia?

–Sí –afirmó él, seguro de que ganaría el caso.

Pronto iba a empezar una nueva vida, sin Pia, pensó. Pero, para su sorpresa, intuyó que iba a echar de menos aquella casita. Había empezado a sentirse como en casa allí…

–Antes de irme esta mañana, meteré mis cosas en el coche, pero quiero que me prometas que me llamarás si me necesitas para lo que sea.

–¿Más reglas? –preguntó ella con una sonrisa–. Pues yo creo que vas a ser tú quien necesite ayuda.

JT pensó en su gran cama vacía y se dijo que, sin duda, ella tenía razón. Aunque sabía que Pia no se estaba refiriendo a eso.

–¿Ayuda con qué?

–Los medios de comunicación siempre han prestado atención a la familia Bramson. A Ryder lo siguieron los paparazzi hasta cuando se fue a Australia.

Pia tenía razón. Todo el mundo en el país conocía a los miembros de la familia Bramson por su constante aparición en las revistas de cotilleos.

–No te dejarán en paz en cuanto sepan lo de tu demanda –advirtió ella.

–Estoy seguro de que inventarán historias sobre el tema… pero a mí nadie me conoce. Yo no atraigo a los medios.

–Aunque no seas todavía tan famoso como Seth y Ryder, tienes que tener en cuenta que tampoco estás acostumbrado a recibir atención de los medios. Ellos han crecido con ella.

Lo cierto era que JT apenas había tenido relación con los medios de comunicación. Había ido a inauguraciones y hecho anuncios de los nuevos proyectos de su compañía, pero había dejado que su equipo de relaciones públicas se encargara de todo. No quería que su imagen ni sus palabras se hicieran públicas más allá de eso. Le parecería una invasión de su intimidad.

–No les envidio a mis hermanos la atención que han recibido de los medios de comunicación –señaló él y le dio un largo trago a su café.

Pia dejó el tenedor y lo observó pensativa.

–Dime algo. Si pudieras retroceder en el tiempo y cambiar las cosas, ¿te gustaría tener las infancias que ellos tuvieron, con todo su dinero?

No haber cambiado de colegio a cada momento hubiera sido buena cosa, pensó JT. Y haber tenido dinero. Pero no habría aprendido a construir una moto y a ser tan autosuficiente. No habría conocido a Pia.

–No, no cambiaría mi infancia por la suya –contestó él–. Para bien y para mal, mi pasado me hizo quien soy. Pero me gustaría que mi madre hubiera tenido la vida de su madre en vez de tener que matarse a trabajar, sacrificándose por mí.

–¿Se lo has dicho ya? –preguntó ella con nerviosismo y curiosidad–. Lo del bebé…

–Se lo diré si el embarazo llega a término.

–Lo siento. Olvidé que no crees que este bebé logre sobrevivir –musitó ella, dolida.

–No es que no lo crea.

–Entonces, ¿qué es?

–No quiero que sufras más presión innecesaria –explicó él. La doctora Crosby les había aconsejado reducir el estrés sobre Pia. Y la excitación de su madre por tener un nieto, aunque bienintencionada, podía estresarla. Él quería hacerle la vida lo más fácil posible–. Por eso mismo no se lo has dicho a tus padres todavía, ¿no?

–¿Cómo sabes que no se lo he dicho? –preguntó.

JT casi sonrió. Estaba claro. Lo primero que habría hecho el padre de Pia al saber noticia habría sido ir a hablar con él y mostrarle su descontento.

JT se alegraba. Cuanto más discreto y sencillo fuera todo, mucho mejor para la salud de Pia y el bebé.

–Entiendo por qué se lo has tenido que decir a tu jefe –reconoció él–. Pero quiero que acordemos no decírselo a nadie más.

–Pronto se me notará la barriga debajo de la ropa. ¿Cómo crees que vamos a mantenerlo en secreto?

Para no transmitirle sus miedos, JT optó por una respuesta que le permitiera aparcar el tema por el momento.

–¿Qué te parece si lo hablamos en el tercer trimestre?

–De acuerdo –repuso ella, se levantó y comenzó a recoger los platos–. Si te parece bien, les diré a Ryder y a Seth que vas a poner tu demanda hoy. Para que las cosas sean todo lo transparentes y justas que sea posible.

–Claro, ¿por qué no?

 

 

 

La primera cosa que Pia hizo cuando llegó al trabajo esa mañana fue llamar a Ryder y a Seth mediante conferencia conjunta.

–Buenos días, señorita Baxter –saludó Seth–. Pensé que ahora nuestro contacto era la señorita Adams.

–Así es, pero tengo algo que advertirles. La demanda del señor Hartley será interpuesta hoy. Teniendo en cuenta el interés de la prensa en todo esto, pensé que les gustaría estar preparados.

–Gracias –murmuró Ryder–. Supongo que ha obtenido usted la información a través de su relación con Hartley, ¿no es así?

–Sí. Respecto a eso, quiero asegurarle otra vez que…

–No es necesario –le interrumpió Seth.

–Gracias –dijo ella, conmovida–. Se lo agradezco.

–Y nosotros le agradecemos que nos haya dado esta información –replicó Seth–. Tiene sus ventajas que esté usted cerca del enemigo. Alertaré a mi equipo de seguridad sobre la posible avalancha de periodistas que se nos avecina.

Después de la llamada, Pia se pasó la mañana en reuniones y poniéndose al día en todo lo que se había perdido al estar trabajando desde casa.

Al final de la jornada, los medios de comunicación se habían enterado de la demanda. Arthur entró en su despacho y encendió la televisión. Había una reportera a los pies del juzgado, sosteniendo un gran micrófono.

–Nadie había oído hablar antes de JT Hartley ni de su abogado, un tal Philip Hendricks que dice que no piensa hacer declaraciones. Nuestras fuentes nos informan de que Hartley está metido en el negocio inmobiliario y que su madre, Theresa Hartley, trabajó en el pasado como secretaria en la compañía de Bramson.

–¿Alguna noticia de Seth Kentrell o Ryder Bramson? –preguntó el presentador del programa de noticias a su reportera.

–No, Jimmy. A pesar de que hemos intentado contactar con los hermanos Bramson en repetidas ocasiones, no ha sido posible. Te tendremos informado.

–Gracias, Ángela –dijo el presentador–. Ahora vamos a conectar con uno de los empleados de Harley, que dice que…

Pia apagó la televisión.

–Ya ha empezado –dijo ella, hablando sola, y miró a Arthur–. Gracias por avisarme.

Cuando su asistente desapareció, Pia se imaginó a JT en su despacho, acosado por los medios de comunicación. Miró el teléfono, tentada de llamarlo, pero se contuvo.

Si lo llamaba cada vez que pensaba en él, estaría al teléfono a cada momento. JT podía lidiar solo con la prensa, además tenía un buen equipo de relaciones públicas. Él era el padre de su bebé. Eso era todo. Y cuando antes lo aceptara ella, mucho mejor.