Al día siguiente, Pia estaba sentada en su escritorio, tratando de concentrarse en el trabajo. La noche le había resultado dolorosamente solitaria. Había estado con los ojos abiertos durante horas, echando de menos a JT.
Mordiendo el bolígrafo, Pia hizo una pausa en la lectura de un contrato. Había hecho bien en insistir en que JT se fuera el día anterior… Si estaba tan afectada después de haber dormido con él solo unas semanas, ¿cómo podría superar una separación después de un periodo más largo? Uno de sus mayores miedos, desde el principio, había sido hacerse emocionalmente dependiente de él. Con suerte, en esa ocasión, le había puesto freno a tiempo.
Le sonó el móvil. Era el número de JT. El corazón le dio un brinco y se llevó la mano al pecho para calmarse.
–Buenos días, JT.
–¿Estás viendo las noticias? –preguntó él sin preliminares.
–No…
–Saben que he estado viviendo contigo –anunció él con voz tensa, tratando de controlar su furia.
A Pia se le encogió el estómago. ¿Estaban hablando de eso en la televisión? Todo el mundo lo sabría al final del día. Sus padres, sus hermanas. La madre de JT. Los hermanastros de JT.
–¿Cómo? –preguntó ella, cerrando los ojos.
–Alguien se lo ha dicho. Tal vez, alguien de tu oficina que vio mis cosas allí cuando te llevaban trabajo o, quizá, un vecino que me reconoció al ver mi cara en la televisión –contestó él, nervioso.
–No le he dicho nada a mi jefe –señaló ella, llevándose las manos a la cabeza. ¿Quién sabía cómo reaccionaría Ted Howard?
–Lo sabrá enseguida –afirmó él con amargura–. Pero lo que más me preocupa es tu seguridad.
Justo en ese momento, la secretaria de Ted Howard llamó a la puerta y dijo:
–Ted quiere que vayas a su despacho en cuanto puedas.
–Mi jefe me acaba de mandar llamar. Tengo que irme.
–Escucha, voy a mandarte un coche para que te recoja esta noche. Iría yo en persona, pero eso sólo empeoraría las cosas –propuso JT.
–¿Un coche? ¿Por qué? –preguntó ella, que ya había empezado a planear qué podía decirle a Ted.
–Te mandaré a alguien de confianza para te que traiga a mi casa. Agarra a Winston y todo lo que necesites. Podemos enviar a alguien a por más cosas después.
–¿Quieres que me mude a tu casa cuando estoy metida en un buen lío porque te hayas quedado en la mía?
–Los periodistas acamparán delante de tu casa –advirtió él con tono de urgencia–. No tienes un equipo de seguridad para enfrentarte a ellos.
Pia pensó que no sería para tanto. Además, sus dos prioridades en ese momento eran el bebé y su carrera. Al bebé no le afectaría que se mudara a casa de JT, pero su carrera sí se vería perjudicada. Podía hacer que su situación dentro de la firma fuera más delicada todavía.
Su decisión estaba clara. No podía ir a casa de JT.
–Agradezco tu preocupación y tu interés en protegerme, pero no es necesario.
–Pia, son una peste –repuso él–. Bueno, si no quieres venir conmigo, tendré que ofrecerte un transporte seguro hasta tu casa, por lo menos. Habrá un coche esperándote cuando salgas de la oficina.
–Gracias, eres muy amable, pero ahora tengo que irme.
Pia se recolocó el pelo y la chaqueta, tratando de convencerse de que podía enfrentarse a su jefe y que tenía posibilidades de salvar su carrera después de los errores garrafales que había cometido. Le explicaría sus acciones todo lo que fuera necesario para salir del pozo en que se había metido.
Cuando llegó ante el despacho de Ted, la secretaria la sonrió con gesto compasivo.
–Dice que entres de inmediato.
–Gracias, Margie –contestó Pia, respiró hondo y abrió la puerta.
Ted la miró un largo instante por encima de las gafas, antes de hacerle una seña para que sentara.
–¿Es verdad?
Pia asintió y entrelazó los dedos sobre las rodillas.
–Como sabes, cuando estuve trabajando desde casa, fue porque mi ginecóloga me recomendó que aumentara las precauciones. Me aconsejó también que hubiera alguien en mi casa cuando me duchara, porque había peligro de que me desmayara. JT era la única opción que tenía. No tengo familia en la ciudad y él es el padre del bebé. Por eso, se quedó a dormir durante un tiempo. Yo me aseguré de no tener documentación sobre el caso Bramson en casa mientras él estuvo allí.
Ted asintió y se quitó las gafas.
–Pia, tengo que ser honesto. Me han llamado algunos clientes que han visto la noticia en televisión. Les preocupa la integridad de nuestro despacho.
Tragándose su orgullo, Pia le hizo la única oferta que podía hacerle para arreglar las cosas.
–Puedo tomarme un tiempo de vacaciones y empalmar con la baja de maternidad –propuso ella–. Será tiempo suficiente para que los medios pierdan interés en el tema y todos los rumores se habrán acallado cuando vuelva.
–Podría ser –repuso Ted, que ya había considerado esa opción–. También debes saber que, cuando vuelvas de tu baja por maternidad, las cosas serán diferentes. Lo que ha pasado ha sido serio, Pia, y tu nueva situación se verá afectada.
–Lo entiendo –consiguió decir Pia, apretando los puños–. Empezaré a prepararlo todo ahora. Lo tendré todo listo para irme mañana a la hora de comer.
–Muy bien –señaló Ted con desapego y volvió a posar la atención en los papeles que tenía sobre la mesa.
A pesar de que el rechazo de su jefe le dolía, Pia tenía que reconocer que era lo que se merecía por haber arriesgado la reputación de la firma. Así que enderezó los hombros, ignoró la sensación de angustia que la atenazaba y regresó a su despacho.
El resto de la mañana se dedicó a repartir sus casos entre los demás abogados y ordenar sus cosas. Cuando llegó al vestíbulo del edificio, estaba mentalmente exhausta. Dos guardias de seguridad se acercaron a ella y le explicaron que los enviaba JT y que había ya unos cuantos periodistas esperándola fuera. A ella se le puso la piel de gallina, les dio las gracias y los siguió al aparcamiento subterráneo.
Cuando llegaron a su casa, vieron un grupo de periodistas y fotógrafos esperándolos en la acera. Pia se encogió y recordó las advertencias de JT y su ofrecimiento de quedarse en su casa. Los periodistas la llamaron a voces, pidiéndole algún comentario, pero ella los ignoró. Los guardias de seguridad la escoltaron hasta la puerta. La idea de vivir en un jaula le producía escalofríos.
Según avanzaba la tarde, ni las cajas de cintas y tul podían distraerla del grupo de reporteros que se agolpaba delante de su puerta. Al no haber recibido respuesta, se habían vuelto más salvajes y no hacían más que tocar el timbre o golpear con los nudillos la ventana que daba a la calle. Ella no podía evitar sobresaltarse cada vez que los oída.
–¡Pia, déjanos conocer tu versión de la historia!
–Señorita Baxter, ¿no quiere aclarar las cosas?
El corazón se le aceleraba cada vez que escuchaba un ruido fuera. Además, sabía que el estrés no era bueno para el bebé, por lo que se sentía todavía peor. Agarró a Winston y se acurrucó con él en el sofá. Al parecer, había sobreestimado el interés de los medios de comunicación en ella.
El teléfono no dejaba de sonar, así que lo desconectó de la pared. Y subió la música para ahogar el ruido que provenía del exterior.
Cuando sonó su móvil, quiso ignorarlo, pero se dejó llevar por la fuerza de la costumbre y miró el número que aparecía en la pantalla. Era JT.
Temblando de alivio, Pia respondió.
–Mándame el coche –pidió ella, antes de que él tuviera tiempo para convencerla.
Cuando JT abrió la puerta de su casa, allí estaba Pia con Winston en brazos y sus guardias de seguridad con las maletas.
Los ojos de Pia estaban muy abiertos, su piel demasiado pálida. JT la abrazó con fuerza. Había estado muy preocupado por ella. Y había temido que tanta presión le hiciera perder al bebé, sin que él pudiera protegerla.
–¿Habéis tenido algún problema? –preguntó él a los guardaespaldas.
–Nos hemos visto en peores situaciones. La sacamos por una entrada trasera y por una calle adyacente.
–Gracias –dijo JT y apretó a Pia contra su pecho.
Los hombres asintieron y fueron a reunirse con el resto de los guardias.
Pia se apartó de él y JT la miró.
–¿Estás bien?
–Ahora, sí –repuso ella y se sonrojó un poco–. No sé por qué un puñado de periodistas es capaz de intimidarme tanto.
–Es tu casa… No está bien que te sientas acosada en tu propio hogar –señaló él–. Cualquiera se sentiría intimidado.
Pia le dedicó una sonrisa de agradecimiento. JT se quedó mirándola unos instantes, deleitándose con su belleza. Sintió deseos de besarla. Sin embargo, después de haber sido acosada por los paparazzi, lo último que ella necesitaba era que la acosara él, pensó y se contuvo, agarrando las bolsas de viaje.
–Pasa dentro –invitó él y señaló la puerta que conducía al salón.
Pia miró a su alrededor. ¿Qué estaría ella pensando?, se preguntó JT. El tamaño y la localización de su casa demostraban lo bien que le había ido en los negocios. ¿Estaría ella sorprendida?
–Es muy bonito –observó ella, sonriendo.
JT se alegró como un colegial por su comentario, que parecía sincero. La llevó a un largo sofá.
–¿Qué te ha dicho tu jefe sobre la noticia?
–Que me vaya de vacaciones y lo empalme con la baja por maternidad –contestó ella y se sentó, doblando las piernas debajo de sí misma–. He entregado casi todos mis casos, ya sólo tengo que ir un par de horas mañana por la mañana.
Parecía tan abatida que JT no quiso decirle lo que estaba pensando… que era mejor así. De esa manera, él podía protegerla y ella podía tomarse las cosas con calma y descansar durante el embarazo. Podía no ser lo más indicado para su carrera, pero él se alegraba, en parte.
–¿Te ha dicho algo del ascenso? –preguntó él, recostándose en el sofá a su lado.
–Ya no soy candidata al ascenso –contestó ella, haciendo una mueca–. De hecho, van a bajarme de categoría cuando vuelva.
–Lo siento –dijo él y le tomó la mano, tratando de consolarla.
–Cuando vuelva al trabajo después de mi baja, mantendré la cabeza gacha y trabajaré como una loca. Conseguiré ser socia de la firma, aunque no sea en el plazo que yo había esperado.
–Claro que sí –repuso él, orgulloso de ella.
Winston entró corriendo en la habitación y se detuvo en seco a medio camino. Miró a su alrededor y se metió por un pasillo, investigando el nuevo lugar. Pia sonrió, contenta porque, al menos, alguien se estuviera divirtiendo con la aventura.
Entonces, se giró hacia JT, el hombre que la había rescatado esa noche, y le sonrió también.
–¿Cómo te ha ido el día?
–Mejor que a ti –contestó él con humor–. Por suerte, soy mi propio jefe.
–Estoy empezando a ver las ventajas que tiene eso –repuso ella. JT tenía más responsabilidad sobre los hombros, sí, pero el éxito de su compañía dependía de él y eso debía de hacer el trabajo más emocionante, pensó, envidiándolo.
–¿Has sabido algo de los hijos de Bramson? –preguntó JT, interrumpiendo sus pensamientos.
–Los llamé ayer por la mañana y les di el aviso para que pudieran tomar las medidas necesarias para protegerse de la prensa –afirmó ella.
JT parecía tener más preguntas sobre el tema, pero se contuvo. Y ella se lo agradeció.
–¿Sabes? Creo que los dos necesitamos tomarnos una noche libre –dijo él y se levantó del sofá, poniéndose en jarras.
–No podemos salir –dijo ella.
–Entonces, nos apañaremos con lo que tenemos aquí.
–¿Y qué tenemos aquí?
–Un ático diseñado a mi medida –contestó él con una sonrisa pícara.
–De acuerdo, muéstramelo –pidió ella, llena de curiosidad.
JT le tendió la mano y la ayudó a levantarse.
Veinte minutos después, le había enseñado la sala de proyecciones, las vistas de la ciudad de noche y el spa. La guió hacia otra habitación.
–Es la biblioteca –indicó él.
Tres de las paredes estaban llenas de baldas con libros. La cuarta tenía una motocicleta. Una moto que a ella le resultó muy familiar.
–Es tu moto –dijo ella, emocionada. Era la misma que había construido de adolescente. En la que la había ido a buscar casi todo los días. En la que habían ido a la playa el día que había perdido su virginidad.
–Sí –contestó él con la voz empañada de nostalgia.
Cuando Pia dio un paso atrás para observar mejor la moto, JT se colocó detrás de ella y la rodeó con los brazos.
–No puedo creer que la hayas conservado todos estos años.
–Me recuerda de dónde vengo –contestó él, encogiéndose de hombros.
Muy sabio, pensó Pia. Aunque no tenía nada que ver con lo que le recordaba a ella.
–A mí me recuerda a cuando iba montada detrás, contigo –confesó ella. Su piel subió de temperatura al revivir imágenes de sus cuerpos apretados en el sillín, sus pechos apoyados en la espalda de él, sus muslos alrededor de las caderas…
–Nos llevó a sitios maravillosos –comentó él, acariciándole el hombro.
–A mí no me importaba dónde estuviéramos –admitió ella, girándose para mirarlo–, siempre que estuvieras conmigo.
Zambulléndose en sus ojos verdes, a Pia le inundaron los mismos sentimientos y los deseos que había tenido con dieciséis años.
–Te amaba tanto… –confesó ella.
Pia sintió que se le rompía el corazón con todo lo que habían perdido y se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Echo de menos esa sensación.
–Creo que es algo que sólo los jóvenes pueden sentir –opinó él con los ojos fijos en la moto–. Cuando todavía estás lleno de optimismo e inocencia.
Su voz estaba tan llena de melancolía que Pia apenas podía soportarlo. Y lo peor era que sabía que era cierto. Nada en su vida había tenido la misma intensidad que su pasión adolescente por ese hombre.
–¿Nunca podremos sentir lo mismo por otra persona? –preguntó ella, temiendo conocer la respuesta.
–Yo sé que no –aseguró JT, contemplando las emociones que se dibujaban en el rostro de ella.
–¿Podemos intentar revivirlo, aunque sólo sea por una noche? –propuso ella con el labio tembloroso. Sólo esta noche –insistió ella–. Una última vez.
JT contempló su sensual boca mientras hablaba y se estremeció. Su cuerpo sólo ansiaba poseerla.
–Estamos jugando con fuego –advirtió él–. Tú misma lo dijiste. ¿Cómo crees que nos va a resultar más fácil dejarlo mañana que hoy?
JT le acarició la cascada de pelo caoba, incapaz de resistirse, y posó un beso en su frente.
–Es peligroso…
–Lo sé, lo sé –aseguró ella–. Pero necesito que me abraces esta noche, JT –rogó y posó una mano en su pecho.
«Sólo una noche». «Una última vez».
Sus palabras resonaron en la mente de JT. Tomando aliento, se juró a sí mismo que sería la noche más especial.