JT inclinó la cabeza y la besó, presa del deseo. Abrumado por un mar de sensaciones, intentó controlarse para ir más despacio, mientras ella se retorcía de ansiedad.
–Por favor, JT –gimió ella.
La abrazó con fuerza. Nunca había podido negarle nada a esa mujer.
JT le levantó una pierna, poniéndosela alrededor de las caderas. La llevó contra la pared y le levantó la otra pierna, haciendo que lo rodeara. Presionó su erección contra el centro íntimo de ella, estremeciéndose.
Entonces, dedicó su atención a sus pechos. Se los recorrió con la punta de los dedos y le acarició los pezones por encima de la blusa. A ella le subieron los colores y su respiración comenzó a hacerse más entrecortada.
–¿Dónde está tu dormitorio?
JT se obligó a respirar. Y a pensar.
–Al otro lado del pasillo.
–Demasiado lejos –repuso Pia, desabrochándole la camisa.
Ella tenía razón… A JT también le parecía que la cama estaba a kilómetros de distancia.
–Te llevaré deprisa –propuso él y la tomó en sus brazos.
Con grandes zancadas, JT atravesó el pasillo, mientras Pia lo besaba y le mordisqueaba el cuello.
Cuando llegaron a la cama, JT dejó que ella se deslizara despacio hasta tocar el suelo con los pies, devorándole la boca sin aliento.
Él había soñado con ese momento… A lo largo de los años y hacía poco. Dormir en casa de ella había sido una cosa. Pero tenerla en su propia casa, en su cama, significaba algo especial para él. Despertaba su instinto más masculino y primario.
Ella era suya.
Abrumado por aquel pensamiento, JT se sentó en la cama, llevándola con él. Se perdió en la mirada llena de pasión de sus ojos. Nunca la había deseado más que en ese momento, reconoció para sus adentros, quitándole poco a poco el traje de chaqueta que llevaba, saboreando cada pedazo de piel que quedaba al descubierto. Siempre había admirado su cuerpo exuberante, aunque con aquella nueva vida madurando en su interior estaba más hermosa que nunca.
Deslizando las manos por sus caderas, le quitó las braguitas.
–Princesa –susurró él con voz ronca, agarrándola de las caderas y apretando su cuerpo contra él.
Ella lo agarró de los hombros, clavándole las uñas y excitándolo todavía más.
JT la tumbó sobre la cama, se quitó los zapatos y terminó de desvestirse en un tiempo récord. No quería estar separado de ella ni una milésima de segundo. Entonces, la cubrió su cuerpo, apoyándose en los antebrazos para no aplastarla. El contacto de su piel era como el paraíso. A pesar de las insistentes protestas de su cuerpo, él quería hacer que aquel instante durara y quedarse sólo así, sintiendo cómo sus cuerpos se tocaban.
Hasta que ella se abrió a él.
Entonces, JT estaba perdido. Entró en su húmedo calor y se estremeció.
Él empezó a moverse con largas y lentas arremetidas, mientras ella se aferraba a las sábanas. En cierta manera, al saber que aquella iba a ser su última vez, le hacía sentir como si fuera la primera… desesperado por tocarla, por convertir cada instante en algo para recordar.
Pia lo agarró de las caderas, apretándolo, siguiendo su ritmo. Su piel era de fuego. ¿Cómo era posible desear a una mujer tanto como a ella?
JT deslizó una mano entre sus cuerpos para llegar a la parte más ardiente de ella.
Entonces, Pia llegó al orgasmo y, al oírla gritar su nombre, él también se dejó caer en los brazos del éxtasis.
Pia estaba sentada en su despacho, a punto de tomarse la baja, con el corazón encogido. Los guardias de seguridad habían tenido que sacarla a escondidas de casa de JT esa mañana y la habían llevado a la oficina. Estaba embarazada y soltera. Su carrera estaba pendiente de un hilo. Debería estar loca de alegría y esperanza por la maternidad que se le avecinaba. Sin embargo, su vida estaba hecha pedazos.
Había entregado casi todo sus casos el día anterior, sólo tenía que recoger algunas cosas más antes de poder irse. Entre ellas, había unas cajas con documentos sobre Warner Bramson que debía pasarle a Arthur para que su asistente se las diera a Linda Adams. Se arrodilló junto a una caja y revisó los papeles. Era el resto de los documentos del cajón que Warner había tenido cerrado con llave en su despacho.
No le quedaban más que dos cajas que examinar, después de haber hecho lo mismo con otras veintitrés cajas, y pensó que podía dejarle la tarea a su sustituta. Entonces, cuando iba a volver a guardar una pila de papeles, la palabra Hartley llamó su atención. Los papeles se le cayeron de las manos.
Era una hoja amarillenta por el paso del tiempo.
El niño, James Theodore Hartley tiene ahora tres años y vive en Kentucky. Su madre trabaja como camarera en un restaurante. Cuando se le preguntó por el padre del niño, se puso agitada y afirmó que estaba muerto. Creo que hay pocas posibilidades de que reaparezca para reclamarle nada.
Era un informe corto con una foto de JT de niño.
Pia miró la siguiente página del montón. Se trataba de un informe de JT con cuatro años. Había dos informes más en el suelo. Y en la caja, más… poniendo al día a Warner sobre su hijo, hasta el año anterior.
Pia se quedó helada al comprender las implicaciones que eso podía tener.
Si Warner había sabido de la existencia de JT, entonces JT no tenía ninguna base legal para impugnar el testamento según la ley de Nueva York. Significaría que Warner no le había dejado nada a propósito, no porque no hubiera sabido que existía. La demanda de JT estaba perdida, pensó, cerrando los ojos y sentándose en el suelo.
Iba a ser un duro golpe para JT.
A Pia se le contrajo el estómago, como si todo su cuerpo se rebelara contra lo que tenía que hacer. Hubiera dado cualquier cosa por no tener que decírselo, pero sabía que debía hacerlo. En persona y en privado.
Sin embargo, antes de que se fuera de la oficina, debía comunicárselo a Ryder y Seth… ¿O sería mejor que lo hiciera Linda Adams?
No, si alguien iba a darles esa información a los hermanos Bramson, quería ser ella.
Entonces, Pia se fue a ver a Linda y le mostró los documentos.
–¿Te importa si llamo yo a los beneficiarios para decírselo? –preguntó Pia.
–Claro que no –repuso Linda–. Una cosa menos que hacer para mí.
De vuelta en su despacho, Pia le pidió a su asistente que le comunicara con Seth y Ryder y se sentó a esperar en su mesa, leyendo los informes del investigador privado. Reflejaban la lista de pueblos en los que habían vivido, la sucesión de colegios, las veces en que JT se había metido en líos. Y, todo el tiempo, su padre rico y poderoso había estado vigilándolo en la distancia, sin hacer nada para ayudarlo.
Sonó el teléfono de su mesa, avisándole de que la llamada esta lista. Pia respiró hondo.
–Tengo novedades sobre la demanda –informó ella, tras saludarlos.
–Espero que sean buenas noticias –dijo Ryder.
Pia cerró los ojos y continuó.
–He descubierto pruebas de que Warner sabía de la existencia de JT Hartley.
–¿Qué clase de pruebas? –quiso saber Seth tras una tensa pausa.
–Informes de investigadores privados. Son anuales y abarcan desde el nacimiento de JT hasta el año pasado.
–Maldita sea –dijo Ryder.
Pia se encogió, como si fuera su propio sueño el que se había hecho pedazos, y se obligó a hablar.
–¿Se dan cuenta de lo que esto significa?
–Hartley ha perdido la demanda –repuso Ryder–. Buen trabajo.
–Gracias, Pia –dijo Seth–. Y aprecio mucho que haya hecho esto en unas circunstancias tan difíciles.
Pia sabía a qué se refería Seth. Sin duda, él también se había enterado por los medios de comunicación de que había vivido con JT.
Con un peso insondable en el alma, sabiendo que había destruido la posibilidad de que JT tuviera acceso a la herencia que le correspondía, ella se despidió y colgó.
A continuación, le entregó las cajas a Arthur, le explicó el estado de la situación a Linda Adams, se despidió de su asistente e hizo una última llamada.
–¿Estás bien? –preguntó JT nada más responder.
Pia tragó saliva.
–Estoy bien, pero tengo que decirte algo. ¿Cuándo podemos vernos en tu casa?
–Salgo ahora mismo –repuso él sin dudarlo.
Sintiéndose un poco mareada, Pia colgó y se fue al vestíbulo, donde la esperaban los guardias de seguridad para llevarla a casa de JT.
JT llegó al instante, tenso y preocupado por lo que Pia tuviera que decirle.
Cuando la vio, diez minutos después, se abalanzó sobre ella.
–¿Estás bien? ¿Y el bebé?
–Los dos estamos bien. Lo que tengo que decirte es sobre ti –contestó ella despacio, observándolo–. ¿Qué te parece si nos sentamos? He descubierto algo entre los papeles de Warner.
JT se quedó paralizado.
–Tenía información sobre mí –adivinó él.
–Informes de investigadores privados –puntualizó Pia, tras humedecerse los labios.
–¿Cuántos? –quiso saber él, sintiendo que la habitación daba vueltas a su alrededor.
–Desde que eras un bebé –contestó ella y titubeó un momento–. Uno al año, hasta el año pasado.
–¿Todavía me estaba siguiendo el año pasado? –preguntó él, mientras la rabia y la amargura le inundaban. Su padre les había privado a su madre y a él de apoyo económico y, aun así, ¿había pagado a un investigador privado para que lo siguiera? Apenas podía respirar.
Con suavidad, Pia le tomó de la mano y lo condujo al sofá. Él se dejó caer y ella se sentó a su lado.
–Siento lo de la demanda –susurró ella.
JT frunció el ceño, asimilando sus palabras. La demanda. No tenía base legal y estaba perdida. Sin embargo, eso apenas le importaba en ese momento. El hombre que lo había rechazado lo había estado siguiendo toda su vida. Había sabido en qué circunstancias habían vivido su madre y él. Había sabido que su madre había pasado dificultades económicas… ¡y no había hecho nada para ayudarles! Sin poder contener la rabia, deseó que Warner Bramson estuviera vivo todavía para poder enfrentarse a él cara a cara.
–He cambiado de idea –dijo él con la mandíbula apretada–. No quiero ni un céntimo del asqueroso dinero de ese hombre.
–JT…
–Supongo que se lo habrás dicho a sus hijos, ¿no? –le interrumpió él, tratando de controlar su rabia.
–He llamado a Ryder y a Seth y he venido a tu casa para decírtelo a ti.
JT se puso en pie y se acercó al a ventana. Le temblaba el cuerpo, ansiando huir de todo aquello. Quería montar en su moto hasta quedarse sin gasolina. O darle puñetazos a una bolsa de boxeo hasta reventar. Pero no podía hacer eso con Pia allí. No podía dejarla sola. Así que intentó tomar las riendas de su rabia y concentrarse en la mujer que estaba en su salón. Para ella, las cosas tampoco estaban siendo fáciles y él no podía olvidarlo.
Cuando se giró, se la encontró mirándolo, abrazándose a sí misma, esperando.
–Lo siento, princesa.
–¿Por qué? –preguntó ella, abriendo mucho los ojos.
–Tu carrera está en jaque, todo es un desastre. Y ha sido todo para nada.
–No ha sido para nada –negó ella, tocándole la mejilla–. Al fin, sabes quién era tu padre. Siempre has querido saberlo.
JT apretó los ojos, sin querer dar rienda suelta al odio que latía en su interior.
–Hubiera preferido no descubrir que era un monstruo.
–Hay algo más que quiero decirte.
–Adelante –indicó él, poniéndose tenso.
–No fue casualidad que yo llevara este caso –explicó ella, cruzándose de brazos.
–¿Te lo dio Warner? ¿Sabía él que habíamos salido?
–No lo creo –respondió ella–. Al menos, no había nada sobre mí en los informes.
–Entonces, ¿por qué?
–Yo lo pedí –afirmó ella y tomó aliento–. Hice todo lo posible para que me lo dieran.
JT sumó dos y dos y comprendió.
–¿Lo sabías?
–Lo sospechaba –reconoció ella–. En una comida, a tu madre se le escapó el nombre de Warner. No es un nombre común y se me ocurrió que debía ser un hombre del que tu madre huyera de una ciudad a otra. Así que investigue un poco…
–¿Sabía ella que lo estabas investigando?
–Yo nunca se lo dije. Descubrí que había trabajado como secretaria de Bramson cuando fuiste concebido. Pensé… Esperaba poder hacer algo. Por Theresa y por ti. Sé que suena como si hubiera querido meter las narices en tus asuntos familiares pero…
–Estabas intentando ayudar a mi madre –comprendió él.
–Sí.
–No puedo culparte, pero me hubiera gustado que contaras conmigo en vez de hacer las cosas por tu cuenta –señaló él tras un momento.
–Nuestra relación no era muy amistosa que digamos –le recordó ella.
El móvil de JT sonó. Pensaba colgar y dejar que el buzón de voz tomara el recado, pero al ver el número de su asistente cambió de idea.
–Lo siento, tengo que responder, Pia –indicó él y lo hizo–. Hola, Mandy.
–Hay noticias nuevas en Internet que le van a interesar. Señor Hartley, dicen que usted ha dejado embarazada a la señorita Baxter.
JT soltó una maldición y se cubrió los ojos con las manos.
Pia tomó su móvil del bolso, al mismo tiempo que escuchaba maldecir a JT. Era Seth Kentrell.
–Señor Kentrell, debí haberle informado que, a partir de hoy, no voy a estar en mi despacho. Le he pasado todos los documentos a Linda Adams –informó Pia nada más responder, con tono profesional.
–¿Se ha tomado la baja por maternidad?
–Sí, así es –contestó ella, sobresaltándose. ¿Cómo lo sabía Seth? ¿Y cuánto sabía?
–He visto una noticia en Internet que dice que Harley es el padre. Supongo que a eso se refería con lo de conflicto de intereses.
Invadida por el pánico, Pia miró a JT. Por el gesto de él, adivinó que le estaban dando la misma noticia. Ella solo podía hacer una cosa.
–Señor Kentrell, lo siento mucho… Puedo explicárselo…
–No hace falta. Solo quería decirle que me ha impresionado su integridad –aseguró Seth.
–Lo siento mucho.
–Tuvo usted la oportunidad de destruir los informes, Pia. El padre de su hijo podría haber ganado su demanda y haberse hecho con mucho dinero.
–No tuve elección.
–Siempre podemos elegir. Podría haber elegido protegerlo a él.
–¿Destruyendo las pruebas? Eso es un crimen –repuso ella al instante.
–Si antes tenía buena opinión de usted, ahora me ha dejado realmente impresionado.
–Gracias –dijo ella, perpleja, y colgó.
–Parece que lo saben todos –comentó JT.
Pia cayó en la cuenta de algo.
–JT, tu madre.
Él maldijo y marcó de inmediato el número de Theresa, mientras Pia llamaba a sus padres.
Una hora después, los dos se sentaron juntos en el sofá, exhaustos.
–¿Cómo han ido tus llamadas? –preguntó él.
–A mis padres no les ha gustado nada la noticia. Era de esperar. ¿Y tu madre?
–Le preocupa lo que digan en la prensa. Y le emociona lo del bebé. Le preocupa también que me rompas el corazón de nuevo. Y se alegra de que esté contigo –contestó él y sonrió–. Ninguna de mis novias le gustó nunca tanto como tú.
Pensando que Theresa iba a ser una abuela excelente, Pia miró a JT con curiosidad.
–¿Has tenido muchas novias?
–Ninguna que me durara más de tres o cuatro noches –confesó él–. No creo demasiado en las relaciones.
A Pia se le encogió el corazón al darse cuenta de que JT nunca podría ser feliz así.
–Algún día, encontrarás a alguien con quien querrás tener una relación.
–Nunca –aseguró él y cambió de tema–. ¿Con quién más has hablado por teléfono?
–Con Ted Howard, mi jefe.
–¿Quería ver cómo estabas?
–No, quería echarme –contestó ella. Sin embargo, se alegraba de que la hubiera despedido por teléfono y no en persona.
–¿Te ha despedido?
–Ha tenido que hacerlo, para minimizar los daños. Todo el mundo en la ciudad sabe que me acosté contigo y que estoy embarazada. Sus clientes le estaban presionando para que me despidiera.
–Lo siento, Pia –afirmó él, compungido.
–Así son las cosas –repuso ella, encogiéndose de hombros–. También me ha dicho que lo más probable es que tenga que irme a otro estado para practicar la abogacía.
–Ya verás como no. Todo pasará. La gente lo olvidará –intentó animarla él.
–He dado una imagen poco digna de confianza y eso no lo olvidarán tan pronto –reconoció ella, pensando que empezaría de cero en otro lugar.
–Puedes trabajar para mí –propuso él–. Tengo un gran departamento legal.
–Oh, sí, vaya solución –contestó ella, sonriendo con ironía–. ¿De veras crees que es buena idea que sigamos entrelazando nuestras vidas? Por ahora, no nos ha ido tan bien.
JT rió y se relajó un poco.
–Supongo que tienes razón. Pero no tienes que preocuparte por el dinero ni por el bebé. Te juro que nunca os faltará nada.
Pia no lo dudaba. JT Harley era un buen hombre. Sin embargo, el destino le había asestado un duro golpe al echar por tierra sus posibilidades de impugnar el testamento de su padre. Ella tenía que hacer algo.
Y, de pronto, supo qué.