Capítulo Doce

 

 

 

 

 

Pia estaba sentada en el despacho de Ryder Bramson con el pulso acelerado. A su derecha, estaba Ryder, sujetando la mano de Macy. Seth estaba delante de ellos, rodeando a April con el brazo.

El ambiente estaba tenso, pues aquel grupo no solía reunirse nunca. Que Pia supiera, Seth y Ryder sólo habían unido sus fuerzas una vez: contra JT. Ella no le había dicho adónde iba y él no había insistido en saberlo, se había limitado a hacer que sus guardias de seguridad la acompañaran. Por suerte, había podido localizar a todos y nadie había puesto problemas en reunirse con ella

Nerviosa, se preparó para hablar. Aquello podía salir bien o ser un desastre. Tenía que jugar su última carta. Por JT y por el futuro de su hijo.

–Gracias por venir –dijo ella, aclarándose la garganta.

–Es lo menos que podíamos hacer. Se ha portado muy bien con nosotros –repuso Ryder.

–Pero ya no trabaja para la firma de abogados, ¿no? –preguntó Macy con una sonrisa.

–No. Me han despedido –informó Pia, con una inesperada sensación de libertad.

–Puede trabajar para mí, si lo desea –dijo Ryder.

–O para mí –añadió Seth.

Pia se emocionó por su generosidad. Aquellos hombres eran dignos de ser hermanos de JT.

–Gracias, pero no quería verlos para hablar de mi empleo –repuso ella y se aclaró la garganta. Miró a Macy, que estaba embarazada de siete meses, y a April, pensando que también estaba en juego la relación futura de su bebé con sus primos–. Ryder, ¿qué haría usted por el hijo que está esperando?

–Es una niña. Se llamará Georgia –repuso Ryder–. Haría cualquier cosa por ella.

–¿Y ustedes? –preguntó Pia a April y Seth–. Perdonen mi indiscreción, ¿pero piensan tener hijos?

–Sí –afirmó Seth.

–Y cuando los tenga, ¿qué estaría dispuesto a hacer por ellos?

–Cualquier cosa –aseguró Seth.

De pronto, Seth y Ryder se miraron. Pia tuvo la sensación de que ambos hermanos habían conectado como nunca antes. Hubo un denso silencio.

–Gracias por su honestidad –prosiguió Pia y miró a ambos hombres–. Por lo que he visto, su padre no les apoyó del modo en que ustedes piensan apoyar a sus hijos. Les sustentó mientras crecían, pero los puso siempre en circunstancias difíciles, incluso puso a uno contra el otro a causa de su testamento –señaló con valentía, mientras los demás la escuchaban conteniendo el aliento–. Con JT, se portó peor todavía. Siguió sus progresos, consciente de lo difícil que era para su Theresa Hartley criarlo como madre soltera. Y no hizo nada para ayudarlo.

–¿Sabe Hartley que está usted haciendo esto? –preguntó Ryder de pronto, arqueando las cejas.

–No, no lo sabe –contestó ella y pensó si podría comprenderla y perdonarla cuando se lo contara–. Voy a tener un hijo de JT y sé que él hará todo lo posible para cuidarlo… igual que ustedes con sus hijos. Son los tres buenos hombres. No son como su padre.

Los dos hombres parecían sopesar sus palabras.

–Quiero que mi bebé conozca a su familia. A toda su familia.

–Y yo –apuntó Macy, tocándose el vientre, y se levantó para abrazar a Pia.

–Y yo también, Pia –añadió April, uniéndose a ellas.

A Pia se le saltó una lágrima. Supo que aquellas dos mujeres se asegurarían de que su bebé conociera a sus primos. Y, con suerte, algún día, JT podría mantener una relación con sus hermanos.

Entonces, las tres mujeres se volvieron hacia Ryder y Seth, que estaban inmóviles en sus sillas. Tras un instante interminable, los dos asintieron.

–Nos hemos quedado sin palabras –murmuró Seth con una sonrisa.

–Sí. Pero las mujeres tienen razón. Tal vez sea hora de enterrar el hacha de guerra –repuso Ryder, tendiéndole la mano a su hermano.

–La verdad es que nunca fue nuestra guerra –señaló Seth, estrechándosela–. Además, tengo ganas de conocer a JT.

Pia sintió una contracción y soltó un grito sofocado.

–¿Estás bien? –preguntó April.

–Sí… He tenido algunos espasmos últimamente –contestó Pia, tratando de calmarse.

Pia se llevó la mano al vientre al sentir otra contracción más. Era demasiado pronto, se dijo, llena de pánico. El recuerdo de aquella noche terrible hacía catorce años se cernió sobre ella. Macy le rodeó los hombros con el brazo.

–He perdido un bebé de JT antes. Fue en el mismo mes del embarazo y hay riesgo de que pase de nuevo –explicó Pia, aterrorizada.

–Llamaré una ambulancia –dijo Ryder, levantándose de un salto.

–Llamaré a Hartley –dijo Seth, tomando el móvil de Pia de su bolso.

Dos horas después, Pia estaba en el hospital, sometiéndose a las pruebas pertinentes. No habían podido localizar a JT, pues tenía el móvil apagado. Ella miró a su alrededor, tratando de contener el miedo. April y Macy estaban a su lado, pero ella quería estar con JT. Sabía que sólo él podría tranquilizarla.

Alguien llamó a la puerta. Era Seth, que había estado con Ryder en la sala de espera. April habló con él en voz baja y, a toda prisa, encendió la pequeña televisión que había en la habitación.

–Como hemos anunciado, hemos conseguido una entrevista con el escurridizo JT Hartley –anunciaba el presentador–. Bienvenido, señor Hartley.

Pia se quedó boquiabierta. No era posible. JT odiaba la televisión. Sin embargo, allí estaba, sentado delante del entrevistador.

–Buenas noches –saludó él con voz suave.

–¿Qué puede decirnos del rumor que le relaciona con la albacea del testamento de Warner Bramson? ¿Es cierto que está embarazada de un hijo suyo?

–Es cierto que está embarazada –respondió JT con calma–. Pero ya no es la albacea del testamento. La han despedido por culpa de la presión de los medios de comunicación.

–¿La han despedido? –preguntó el periodista, sorprendido.

–Temían que actuara de forma poco ética por su relación conmigo, pero quiero decir que nunca he conocido a nadie con más principios que Pia Baxter.

–Pero está embarazada de su hijo, ¿no es así? Y usted iba a impugnar el testamento que ella administraba.

–Deja que te lo explique. Cuando Pia encontró documentos que probaban que Warner Bramson sabía que yo era su hijo, le pasó la información a sus herederos sin pestañear.

–¿Fue ella quien hizo que tu demanda se fuera al garete? –inquirió el presentador–. ¿Privó al padre de su propio hijo de… millones de dólares?

–Así es –prosiguió JT y se inclinó hacia delante, como si fuera a confiar un secreto a la audiencia–. Para que quede claro, Pia hizo lo correcto, en circunstancias difíciles, y merece que se le reconozca.

Entonces, Pia lo comprendió. JT lo estaba haciendo por ella. Estaba poniéndose delante de las cámaras para defenderla.

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió de golpe y JT entró con grandes zancadas. Su imagen aún seguía en televisión.

–Pero… –balbuceó Pia.

–Acabo de ver los mensajes –dijo JT, acercándose a la cama y agarrándole las manos, lleno de tensión–. ¿Qué ha pasado? ¿Te has desmayado?

–Contracciones –contestó ella con voz temblorosa–. Estoy esperando los resultados de las pruebas –añadió y miró la imagen de él en la pantalla.

–La entrevista fue grabada hace una hora –explicó él, apretándole la mano–. Nunca me perdonaré por haber apagado el móvil…

–No era necesario que lo hicieras –le dijo ella, emocionada por un gesto tan galante y tan hermoso, recordando sus palabras: «Pia Baxter merece que se la reconozca».

–Tenía que intentar salvar tu reputación. Y ha funcionado –replicó él, tratando de sonreír–. Me han llamado cuatro personas para ofrecerte un puesto de trabajo mientras venía para acá.

–Gracias, pero…

–Ahora somos un equipo. Y pase lo que pase… –comenzó a decir él y se le quebró la voz antes de continuar–… esta vez lo superaremos juntos.

–Nada de promesas, JT –musitó ella y cerró los ojos para no llorar.

–Sí, princesa, te estoy haciendo promesas –contestó él con tono solemne–. Te amo y no te dejaré marchar de nuevo.

Pia no pudo contener las lágrimas. Había deseado tanto oírle decir esas palabras… Sin embargo, ¿serían ciertas o sería fruto del miedo a perder al bebé?

–Hola, Pia. ¿Qué tal, JT? –saludó la doctora Crosby, entrando en la habitación–. He revisado el informe del médico de urgencias y las ecografías –señaló, sonriendo–. La placenta está en su sitio y el bebé está bien.

Pia se sintió como si le hubieran quitado un peso aplastante de encima y se acarició el vientre, sonriendo.

–¿Y las contracciones? –quiso saber JT.

–Deben de ser contracciones de Braxton-Hicks. No hay por qué preocuparse.

–Gracias –susurró Pia.

–Ah. La ecografía nos ha dejado saber algo más –apuntó la doctora, guiñándoles un ojo–. ¿Quieren saber el sexo del bebé?

Pia miró a JT y él arqueó las cejas, dejándole decidir.

–Sí, por favor –pidió ella.

–Van a tener un niño.

Pia se miró el vientre, sonriendo maravillada con lágrimas de emoción. «Te amo, hijo mío».

–Un hijo. Vamos a tener un hijo –murmuró él–. Todo va a salir bien –añadió, acariciándola.

Entonces, Pia lo miró a los ojos y, de pronto, se le contrajo el corazón al pensar que él se había comprometido con ella por obligación. Lo amaba demasiado como para hacerle eso.

–No tendré en cuenta lo que me has dicho antes –le susurró ella.

–¿Lo de que no pensaba dejarte marchar? Lo decía en serio.

–Lo sé… pero lo dijiste por miedo a perder el bebé. Nuestro hijo está bien, así que podemos seguir como estábamos.

–Pia, te seré honesto –replicó él, mirándola a los ojos con intensidad–. Me rompiste en corazón hace catorce años, pero sé por qué lo hiciste. Eras muy joven y apenas pudiste sobrevivir al dolor de perder a Brianna. Por mi supervivencia, yo tuve que amurallar mi corazón. Hasta ahora, había mantenido las barreras en su sitio. No quería amaros ni a ti ni al bebé, por miedo a perderos.

–La vida tiene sus riesgos –indicó ella y una lágrima le rodó por la mejilla. Él la amaba, acababa de reconocerlo, pero no era capaz de abrir su corazón. Y así no era posible que tuvieran una relación sana y equilibrada.

–Dime, ¿qué te parece el nombre de Thomas? –preguntó él con ojos brillantes.

Entonces, Pia lo comprendió. JT estaba dispuesto a hacer planes.

–¿Estás dispuesto a pensar un nombre?

–He aprendido una cosa. Las cosas más bellas de la vida necesitan que corramos grandes riesgos. Y yo estoy preparado para arriesgarlo todo por ti y por nuestro hijo. Os amo a los dos.

–Yo también te quiero –dijo ella con lágrimas de emoción.