Belinda miró alrededor de la elegante casa de Mayfair. Su visita parecía la última… con una diferencia importante.
La casa ya no pertenecía a los Wentworth, como había sido durante generaciones, ya sólo era un préstamo. A pesar de la imagen que proyectaban las antigüedades de la familia, todo era efímero.
Su tío seguía residiendo allí por la concesión del marqués de Easterbridge, quien podía decidir echarlo cuando le apeteciera.
–Dime que no es verdad.
Soltó las palabras sin preámbulo alguno después de presentarse sin ser anunciada en la biblioteca. Sabía que era una conversación demasiado importante como para mantenerla por teléfono, por ello había regresado a Londres nada más volar de Las Vegas a Nueva York sin producirse ningún progreso en la anulación.
El tío Hugh la miró desde detrás del escritorio.
–¿De qué estás hablando, querida? –movió la cabeza–. Ni siquiera sabía que estuvieras en Londres. Veo que estos días llevas una existencia itinerante.
–He llegado esta mañana –miró a su alrededor–. Dime que no has vendido la casa.
Pasado un momento, el tío Hugh se hundió de forma visible.
–¿Cómo lo has averiguado?
–¿Importa?
Le pareció propio de Colin dejar que fuera ella quien le transmitiera la devastadora revelación a su tío de que el comprador era el marqués de Easterbridge.
No obstante, se preguntó qué significaría. ¿Podría llegar a pensar que sería más compasivo dejar que fuera ella quien le revelara la noticia en vez de hacerlo él?
–Se me garantizó que reinaría la discreción –manifestó el tío Hugh a la defensiva–. Yo seguiré viviendo aquí y en la mansión de Berkshire y nadie tiene por qué enterarse del cambio de propietario.
Belinda lo miró con el corazón encogido.
–¿Quién te garantizó esa discreción y durante cuánto tiempo? ¿El multimillonario ruso al que creíste que le habías vendido la propiedad como una inversión?
Su tío asintió.
–El acuerdo era que yo siguiera viviendo aquí durante años –hizo una pausa–. ¿Cómo lo has averiguado? Si tú lo sabes, entonces…
–Caíste en una trampa. Un entramado de corporaciones ha ocultado la identidad del comprador, pero éste no es otro que el marqués de Easterbridge.
El tío Hugh pareció atónito y luego inclinó la cabeza para apoyar la frente en la mano.
–¿Por qué no me dijiste que las finanzas de la familia estaban tan mal? –quiso saber.
–Tú no habrías podido hacer nada.
–¿Cómo hemos llegado a esta situación?
Tenía derecho a saberlo, en particular porque se hallaba en una situación delicada para sacarlos de ese cenagal.
Su tío alzó la vista y movió la cabeza con expresión de súplica.
–Nuestras inversiones financieras no han funcionado bien en los últimos años. También hay miembros de la familia con asignaciones económicas considerables. Tu madre…
Ninguno de los dos necesitaba decir más. Belinda era bien consciente del estilo de vida de lujo de su madre. Sin embargo, no mencionó los propios gustos caros del tío Hugh. Por supuesto, éste no los vería de esa manera.
En cuanto a ella misma, complementaba su modesto sueldo en Lansing’s con un pequeño fideicomiso que sus abuelos y su padre le habían dejado, por lo que no había necesitado solicitar una asignación mensual.
Estudió a su tío. Siempre había sido una figura importante en su vida… alguien a quien admirar y respetar. Había crecido bajo su techo. Pero en ese momento parecía reducido por algo más que los simples años. Los papeles se habían invertido y se sintió incómoda, como si reprendiera a un niño.
El tío Hugh inclinó la cabeza.
–Todo se ha venido abajo.
–No del todo.
El hombre mayor alzó la vista.
–¿Qué quieres decir?
–Que Colin es reacio a concederme el divorcio, aunque en última instancia puede que no le quede más elección –empezaba a descubrir que nada estaba tan perdido como se tendía a creer en una situación desesperada.
La expresión del tío Hugh se iluminó.
–Quizá dispongamos de un elemento de presión.
–Sabía que pensarías así –comentó con tono seco.
–Sí, sí –parecía más animado por segundos–. Debes seguir casada con él.
Belinda se mordió el labio. ¿Seguir casada con Colin? Desde que se marchó de Las Vegas había evitado pensar en dicha posibilidad.
El tío Hugh se sentó más erguido.
–Dile que seguirás casada con la condición de que te entregue legalmente las propiedades a ti.
–¿Qué? –se sentó porque no le gustaba la dirección que tomaba la conversación–. ¿Qué posible motivación tendría para hacer algo así? Lo más probable es que piense que me divorciaré de él en cuanto tenga las escrituras a mi nombre, ¡y no se equivocaría!
–Entonces, negocia –le indicó el tío–. Haz que te vaya entregando las propiedades una a una.
Belinda sintió como si su estómago fuera una montaña rusa.
–¿Un acuerdo postnupcial?
–Exacto –Hugh asintió–. Se hace a menudo.
Belinda se mordió el labio y se preguntó por qué dependía de ella salvar la suerte y la fortuna de la familia.
Colin tenía razón… esa era su oportunidad de ser la hija rebelde y devota al mismo tiempo. Pero jamás habría soñado con que el tío Hugh se aferrara a la idea con tal entusiasmo.
Resultaba ridículo e indignante, pero se encontró considerándolo. Si era ella quien había instigado el afán de revancha de Colin con su actitud, ¿no era la responsable de rectificarlo?
Su mundo ya no era un cuadro prolijo, sino un lienzo atravesado por franjas de colores nuevos e inesperados.
Ya no se enfrentaba a la cuestión relativamente sencilla de disolver su matrimonio con Colin. La herencia de los Wentworth se hallaba en manos de los Saville. Y la importante faceta responsable que llevaba dentro no le permitiría marcharse sin realizar un esfuerzo para subsanarlo, en especial si parte de la situación que vivían era culpa suya.
Pero aunque ella fuera la responsable, ¿sería capaz de llevar un juego con apuestas tan altas contra un jugador tan experimentado?
El teléfono móvil le interrumpió los pensamiento; lo sacó del bolso y leyó el mensaje de texto: «Nos Vemos @ Halstead – AM»
La mente le dio vueltas. El mensaje se podía interpretar como una orden, una petición o una pregunta. Halstead Hall era la residencia familiar en Berkshire del marqués de Easterbridge. Aunque no reconoció el número de teléfono, no había posibilidad de error acerca de quién había enviado el mensaje. Colin se había identificado como AM… «amante marido» en la jerga abreviada de los mensajes de texto.
Sólo había una manera de averiguar la respuesta a la pregunta de si estaba dispuesta a acometer la tarea de salvar la fortuna familiar de los Wentworth.
–Seguiré casada contigo.
Se sintió como el general de un ejército derrotado que era convocado para firmar el tratado de paz cuyos términos habían sido redactados por el otro bando. Su misión era salvar lo que pudiera.
El clima de marzo la había impulsado a ponerse un vestido de lana de cuello vuelto y botas de caña alta.
Colin se hallaba junto a la chimenea de un salón en Halstead Hall. Llevaba puesto un jersey y un pantalón de lana… el típico atuendo del caballero inglés en la campiña.
Enarcó una ceja.
Intentó no mirar alrededor porque temió verse impresionada. Nunca había estado dentro de la mansión pero, desde luego, tanto la casa como los terrenos circundantes le resultaban familiares. Formaban un hito en Berkshire y, además, ella había crecido prácticamente al lado.
La casa era un monolito inmenso con belleza propia. Se había iniciado en el siglo XVI y, desde entonces, se le habían ido añadiendo anexos. Había suficientes torreones, entradas abovedadas y ventanas acristaladas como para impresionar al experto más erudito, por no mencionar al típico turista.
Le había resultado casi cómico que le abriera el ama de llaves y se dirigiera a ella como Lady Granville. Era evidente que Colin había informado a su personal sobre lo que debía esperar después de que ella contestara a su mensaje de texto, aceptando verse allí.
Y si el exterior de Halstead Hall era un testamento impresionante de siglos de riqueza y poder, entonces el interior era testigo del dinero y el prestigio que tenía su actual ocupante.
Todo había sido actualizado para la comodidad moderna, sin desdeñar la armonía con la historia y la majestuosidad de la casa. Hasta el último rincón del vasto interior tenía calefacción central, tuberías de cobre, aislamiento térmico y suelos que apenas crujían.
Exhibía ornamentados techos de escayola, muebles antiguos y bustos de mármol. Reconoció cuadros de Rubens y Gainsborough entre otros.
Marcando un contraste deprimente con las propiedades de los Wentworth, cuya riqueza no tenía el calibre de la que se veía en Halstead Hall. Sabía que Downlands necesitaba una perentoria modernización de su calefacción y tuberías y que la casa de Mayfair en Londres requería un tejado nuevo.
–Por supuesto tienes condiciones –indicó Colin con suavidad–. ¿Una de ellas acaso es celebrar una ceremonia de boda que no sea en una capilla de Las Vegas?
–No, en absoluto –no apreció su humor sarcástico, y menos en esa situación en la que casi regresaba para suplicar–. He dicho que seguiría casada… no que volvería a casarme contigo.
–¿Hay alguna diferencia? –preguntó con tono burlón y mirada penetrante.
–Por supuesto. ¿Puedes imaginarte lo que harían nuestras familias si tuvieran que compartir bancos en una iglesia separadas sólo por un pasillo?
–¿Hacer las paces y atribuirlo a la intervención divina? –aventuró.
–Estoy segura de que todo lo contrario.
–Podría ser un buen espectáculo.
–Preferiría arriesgarme con un imitador de Elvis.
–Casi lo hiciste.
–No me lo recuerdes –a duras penas había declinado tener como testigo a un imitador del Rey.
–Bien, ¿cuáles son tus condiciones?
–Quiero que pongas legalmente a mi nombre las propiedades de los Wentworth.
–Ah –los ojos de Colin brillaron, como si hubiera estado esperando esa exigencia.
Belinda alzó el mentón.
–Es un acuerdo justo. Después de todo, son lo que mantienen vivo este matrimonio.
Él ladeó la cabeza.
–Teniendo en cuenta tu débil posición de negociación, es una exigencia impresionante. Después de todo, tu único comodín es la amenaza de disolver nuestro matrimonio, en cuyo caso no terminarías necesariamente con las mansiones Wentworth en tu poder.
Belinda sintió que se le enrojecía la cara, pero no cedió.
En sus años como especialista en arte había aprendido algunas cosas. Una de ellas que lo mejor era empezar pidiendo mucho más que lo que podía esperar conseguir. Dependía de él realizar una contra oferta.
–Y lo que es más –prosiguió Colin–, ¿qué garantías recibo yo de que en cuanto te ceda las propiedades no saldrás corriendo a Las Vegas en busca de una disolución?
–Tienes mi palabra.
Colin rió.
–Eres deliciosa, pero eres una Wentworth.
–Y tú un Granville.
–Se reduce a eso, ¿verdad? –recibió una mirada seria–. Sugeriré un compromiso.
–¿Oh? –«aquí viene».
–Sí –prosiguió él–. Te cederé legalmente las propiedades una a una según una agenda. Cuanto más tiempo estemos casados, más recibirás si nos divorciamos.
Belinda experimentó una sensación de alivio. Colin sugería exactamente lo mismo que había hecho su tío hacía tres días en Londres.
Tenía que reconocer que el plan tenía una especie de lógica demencial. Después de todo, y dadas sus preferencias, ella iría al día siguiente a pedir la anulación, mientras que eso no era lo que haría Colin. De ese modo, obtenían un matrimonio de duración indefinida… no para siempre, pero tampoco acabado al día siguiente.
–Una propiedad cada seis meses –se obligó a plantear la exigencia sin parpadear.
Colin, veterano jugador que era, sonrió.
–Eres una buena negociadora.
–Me gano la vida evaluando y subastando arte.
Él inclinó la cabeza.
–Supongo que en ese sentido nos parecemos. Los dos somos diestros en el arte de la negociación.
No quería descubrir que tenía una cosa más en común con él. Ya tenían demasiadas.
–No has dicho si aceptas mis condiciones –le recordó.
–Un año para cada una, y al final de los dos, tanto la casa de Londres como la mansión de Berkshire son tuyas.
Abrió la boca para protestar. ¿Dos años?
Sin embargo, tuvo que reconocer que se trataba de una oferta bastante justa. Y dos años le dejarían tiempo más que suficiente para seguir con su vida una vez terminado el matrimonio.
–Acepto –pero quiso dar un paso más–. ¿Y qué me impedirá divorciarme una vez cumplido el plazo?
La sonrisa de Colin fue enigmática.
–Quizá confío en el hecho de que no querrás hacerlo.
Esa bravata la sorprendió y la dejó sin aliento.
–La posición de marquesa tiene sus beneficios inherentes –añadió con voz baja y seductora–. Mansiones, coches, viajes…
–He visto dinero y fama suficientes. Me los encuentro de manera asidua como parte de mi trabajo en Lansing’s.
–¿Con qué más podría tentarte? –se encogió de hombros con gesto relajado.
–Me sorprende que no te pusieras a ti mismo primero de la lista –lo desafió.
Colin rió.
–De acuerdo, yo.
Hacía tres años en Las Vegas se le había dado fatal resistirse a sus encantos. ¿Cómo iba a levantar un muro en torno a él durante todo el tiempo del trato?
De pronto Colin la miró con renovada intensidad.
–Fue estupendo, ¿verdad? Me refiero a los dos.
–Yo había perdido el juicio…
–Con pasión, no lo niegues.
–Había bebido un par de copas…
Él agitó la mano.
–Eso fue horas antes.
No sabía si tomárselo en serio. Diría cualquier cosa para ganar, salvo que Belinda no estaba segura de cuál era el fin del juego.
–¿Por qué haces esto? –soltó.
–Quizá disfruto con el reto de ir donde ningún Granville ha ido antes.
–¿Directo al infierno? –preguntó con dulzura. Colin volvió a reír–. Uno de tus villanos antepasados sedujo a una heredera Wentworth –le recordó.
–Seducción… ¿es lo que ella adujo? –se mofó–. Lo más probable es que se enamorara del atractivo muchacho antes de que su familia la enviara Dios sabe dónde.
–Desde luego, esa sería la versión Granville.
–Lamento decir que el pobre no tuvo la oportunidad de casarse con ella en última instancia. Yo he logrado lo que nunca antes ha conseguido nadie de mi linaje.
–Será una victoria pírrica.
–Seré yo quien juzgue eso –dijo Colin con una sonrisa.
De pronto él se irguió y se dirigió a una consola cercana. Abrió un cajón y extrajo una talega de terciopelo. Luego fue hacia ella.
Belinda descubrió que contenía el aliento mientras él aflojaba los cordeles y le volcaba el contenido en la palma de la mano.
Abrió mucho los ojos. Colin sostenía dos alianzas de oro sencillas, una grande y con un surco fino en los bordes y la otra más pequeña y grabada con un patrón femenino.
Habían elegido juntos esos anillos justo antes de casarse en Las Vegas.
Los ojos de él se clavaron en los suyos y Belinda sintió calor y promesa en esa mirada.
Luego lo vio sonreír.
–Para sellar nuestro acuerdo.
Lo observó ponerse la alianza más grande en el dedo. Luego se guardó la talega vacía en un bolsillo.
Con deliberada lentitud, le alzó la mano con dedos seguros y firmes y le deslizó la alianza en el dedo.
Belinda trató de luchar contra un temblor.
Se dijo que sabía lo que hacía. Que era fuerte y capaz.
No obstante, contuvo la respiración cuando él se llevó su mano a los labios. No apartó los ojos de ella mientras le besaba el dorso de la mano.
Se sintió aliviada… y, sí, un poco decepcionada antes de que Colin la sorprendiera girándole la mano.
Con parsimonia besó la yema de un dedo y luego de otro, hasta que Belinda sintió que el corazón se le aceleraba.
En cuanto terminó, cerró los ojos y presionó los labios sobre la palma de su mano.
Belinda tuvo que respirar de forma entrecortada.
Sintió sus labios cálidos y suaves como una marca erótica que le envió pulsaciones hasta los dedos de los pies.
Se preguntó por qué Colin siempre sabía cómo atravesar sus defensas. Cada vez que pensaba que ya sabía qué esperar, la sorprendía.
Sin embargo, detrás de su fachada de serenidad pudo percibir que también se sentía afectado. Proyectaba una quietud e intensidad controladas.
Si ella aceptaba, la tomaría allí mismo.
El pensamiento inundó su mente y sintió que se derretía. Recordó lo apasionada que había sido la noche que habían pasado en Las Vegas. Las imágenes estaban grabadas con intensidad en su mente, a pesar de que a lo largo de los años se había afanado en no proyectar esa película en particular.
Colin abrió los ojos y levantó la cabeza y Belinda se pasó la lengua por los labios.
Él observo el acto como una abeja atraída hacia el polen.
Belinda comprendió que él jamás hacía las cosas a medias. Se irguió y liberó la mano de la suya.
Colin podía ser un experto en seducción, pero también era el hombre que había tramado la ruina de su familia con el fin de conseguir unos objetivos diabólicos… y ella era un simple peón. Podía dejar que su tío la manipulara por el bien de su familia, pero no permitiría que también su marido la controlara… desde luego, no en ese momento, antes de que el acuerdo quedara cerrado de manera oficial.
–Podemos elegir unos anillos que sean más de tu agrado –indicó con una sonrisa–. Garrard han sido los joyeros de la familia durante más de un siglo. Desde luego, también puedes elegir el que te apetezca de las joyas de la familia.
–Estos están bien –respondió. Quería el recordatorio de cómo su relación se había iniciado con un viaje precipitado a una capilla de Las Vegas.
–También necesitarás una anillo de compromiso adecuado.
–Me sorprende que aún no hayas elegido uno –le agradó que la tensión sexual se hubiera mitigado, aunque aún se sentía bajo asedio.
Justo en ese momento él inclinó la cabeza para besarla, pero ella dio un paso atrás.
–Necesitaré un tiempo para adaptarme…
En ese momento llamaron a la puerta del salón y a continuación se oyó una tos leve cuando la abrieron.
Belinda agradeció la interrupción.
–La Marquesa Viuda de Easterbridge ha llegado, señor –anunció un mayordomo con tono sombrío.