Capítulo Seis

 

 

 

 

 

Colin contuvo un juramento.

Su prometedor descanso con Belinda se había visto interrumpido.

Su madre visitaba Halstead Hall cuando le placía, pero se negaba a emplear la tecnología del siglo XXI, como los correos electrónicos o los mensajes de texto, para anunciar que llegaba.

El rostro de Belinda le mostró que se sentía tan sorprendida como él por esa llegada inesperada.

–Colin, ¿qué significa esto? –inquirió su madre al entrar–. ¿Viuda? Ten la amabilidad de instruir a tu personal de servicio de que no me he visto relegada… –calló al darse cuenta de quién más había en la estancia al tiempo que abría mucho los ojos.

Colin dio un paso al frente.

–¿Puedo presentarte a mi esposa Belinda? –tuvo la precaución de soslayar los títulos y los apellidos.

Después de todo, una era la marquesa de Easterbridge y la otra la marquesa viuda de Easterbridge.

La diferencia de una palabra ocultaba el vasto abismo que separaba a las dos mujeres.

La cara de su madre fue cambiando de color a medida que abría y cerraba la boca.

Él enarcó las cejas.

–Belinda reside aquí –lo que en otras circunstancias habría sido una explicación cómica, en ésa no lo era, ya que los tres sabían que no había nada corriente en la situación.

–Es una Wentworth –expuso su madre sin rodeos.

–Bien, en ese aspecto tienes razón –convino–. Belinda eligió mantener su nombre de soltera.

–¿Cómo está usted? –intervino Belinda.

A pesar de que Colin notó que ella mantenía una pose magnífica, se preguntó si la pregunta no sería irónica.

–Colin tiene razón en que he mantenido mi apellido de soltera –continuó Belinda–. Creo que sería muy sencillo evitar confusiones si usted sigue siendo Lady Granville y yo recibo el tratamiento de Lady Wentworth.

La madre le dedicó una mirada altiva.

–Sí, pero sería la marquesa de Easterbridge, ¿no es cierto?

Colin detestaba la destreza de algunas mujeres en lanzar dagas punzantes. Y su madre descollaba en ese «arte».

–Estoy seguro, madre –dijo con un tono de voz claro–, que harás que Belinda se sienta cómoda aquí. Necesita descubrir nuestra casa –puso un énfasis sutil pero nítido en la palabra nuestra. En ese momento también era el hogar de Belinda, y su madre tendría que reconciliarse con la nueva realidad.

Belinda lo miró.

–Mi trabajo está en Nueva York. ¿Cómo voy a lograr estar empleada en Lansing’s y residir aquí?

–Sí, Easterbridge –convino su madre–. Explícanoslo, querido.

Si tuviera idea de cómo había logrado desviar la atención de las dos mujeres para que estuvieran unidas contra él, se daría una palmada en la espalda.

–Podrías solicitar un traslado a la oficina que Lansing’s tiene en Londres –le dijo a Belinda–. Podríamos pasar la semana en la ciudad y retirarnos a Halstead Hall los fines de semana.

Se sintió satisfecho de haber salvado ese escollo de forma brillante… hasta que vio la cara de ella.

Belinda se volvió hacia su madre.

–Conseguir un traslado puede ser tarea ardua y quizá me vea obligada a mantener mi base laboral en Nueva York de forma indefinida –lo miró fijamente–. Colin y yo aún no hemos hablado en profundidad de cómo viviremos.

–¿Seguirá teniendo una carrera? –preguntó la madre.

–Sí –Belinda no perdió la sonrisa–, al menos hasta que tenga derecho a recuperar la propiedad de mi familia según los términos del acuerdo postnupcial.

Su madre se mostró horrorizada.

–¿Te asombra el hecho de que no firmáramos un acuerdo prenupcial, madre, o el hecho de que estemos negociando uno postnupcial?

–Debí imaginar que una Wentworth estaría en esto por el dinero –alzó el mentón.

–Se lo devolvería encantada si no fuera por las propiedades que voy a recuperar –indicó Belinda con tono gozoso.

–Mi hijo no es un pescado.

–Claro que no –convino ella antes de que él pudiera intervenir–. Yo no pesco… y de paso tampoco le doy besos a las ranas.

–Gracias por aclarar el tema –comentó él con ironía.

Su madre miró a uno y a otro antes de posar la vista en su hijo.

–Te veré en la cena, Colin.

Giró en redondo y se dirigió a la puerta.

Una vez que ésta se cerró, Colin le comentó a Belinda:

–Bueno, las cosas han ido bastante bien.

–Estoy ansiosa por que llegue la hora de la cena –ironizó ella.

 

 

La cena fue incómoda.

Colin observó a su hermana menor, Sophie, concentrarse en comer mientras de vez en cuando miraba alrededor de la mesa.

Sophie era ocho años más joven que él, lo que en edad la aproximaba más a Belinda que a él.

Tal como le gustaba a su madre, la cena fue algo formal en el comedor, aunque sólo estaban presentes ellos cuatro.

Y a pesar de ello, hasta la distribución de los asientos había resultado delicada. Uno de sus ayudantes había ido a verlo para hablar del tema antes de la hora de la cena.

Le había indicado que él ocuparía su sitio habitual a la cabecera de la mesa y que Belinda se sentaría a su derecha. Debido a ello, su madre había pasado a su izquierda y Sophie más alejada.

Colin suspiró para sus adentros.

Hasta el momento, la conversación había sido casual, casi inconexa.

Su madre intentaba soslayar a Belinda y Sophie participaba con renuencia.

Carraspeó.

–Sophie –comentó–, habría pensado que Belinda y tú os conocíais –después de todo, entre ellas apenas había una diferencia de unos años y habían crecido en los mismos círculos sociales.

Su hermana alzó la cabeza con brusquedad y lo miró alarmada. Luego miró a su madre antes de volver a centrarse en él.

–Creo que Belinda y yo hemos coincidido en algunas de las mismas funciones sociales, pero apenas hemos hablado.

–Mi hermana es diseñadora gráfica, Belinda. Siempre aparece con impresiones nuevas inspiradas en artistas famosos.

Belinda y Sophie intercambiaron unas miradas cautelosas.

–En realidad, mis diseños están influidos por el manga –explicó Sophie–. He visitado Japón varias veces.

–Yo he ido a Japón en representación de Lansing’s –respondió Belinda.

Sophie asintió… y la conversación se paró.

Colin apretó la mandíbula.

Al parecer, y aunque dispusiera de equipo de excavación, esa noche le sería imposible desenterrar a la Belinda ingeniosa. Lo mismo se podía decir de Sophie.

Su madre, desde luego, era una causa perdida.

De pronto vio los meses que se extendían ante él como un camino desértico y polvoriento. Si su familia y Belinda apenas eran capaces de hablar, entonces tendría que mantenerlas separadas.

No le costaría lograrlo con las casas que poseía y la amplitud de Halstead Hall, pero le irritaba tener que recurrir a eso.

Belinda había dejado la bolsa de viaje en una suite de invitados cuando llegó ese mismo día, pero en su mente, una vez que habían acordado que permanecerían como marido y mujer, era sólo cuestión de tiempo hasta que la tentara a pensar que regresar a la cama con él era una buena idea.

La estudió. El cabello oscuro caía alrededor de sus hombros y apenas le acariciaba la parte superior de los pechos. Tenía los labios plenos y brillaban rosados; el perfil era recto. Las líneas suaves de sus mejillas y pómulos se veían resaltadas por la luz y las sombras del comedor.

La deseaba.

Tenían una química explosiva en la cama y anhelaba que volvieran a disfrutarla.

Por otro lado, ese no era un adjetivo que pudiera emplearse para la cena. Decidió que era el momento de lanzar una bomba.

Carraspeó y tres pares de ojos se clavaron en él.

–Belinda y yo hemos sido invitados a la boda del duque de Hawkshire con Pia Lumley –anunció–. Será nuestra primera salida como pareja.

Belinda abrió mucho los ojos.

Colin pudo ver que no se le había pasado por la cabeza que la boda era la semana siguiente, y una vez aceptado el acuerdo entre ambos, que asistirían como matrimonio.

A su madre, por otro lado, se la veía consternada.

Colin se llevó a los labios el último bocado de la cena, satisfecho de haber tomado el control de las cosas.

 

 

–Por Dios, lo has hecho –el tío Hugh sonrió y se palmeó la rodilla en el sillón de piel que ocupaba.

Belinda tuvo que coincidir con su tío. Por otro lado, era obvio que ambos tenían ideas diferentes sobre las connotaciones de las palabras de él.

–Espero que estés satisfecho –las palabras eran un eco extraño de las que le había soltado a Colin.

Se hallaba de vuelta en la casa de Mayfair después de pasar una noche en Halstead Hall.

A pesar de que la casa no era suya, el tío Hugh se veía bastante más robusto que días atrás, cuando le había declarado que todo estaba perdido.

Le había resultado fácil evitar a Colin con la interferencia de su madre y su hermana en la casa.

Y a la mañana siguiente a la cena incómoda, se había excusado para marcharse a Londres y luego a Nueva York, con el fin de arreglar sus asuntos y ocuparse de algunos negocios, en particular una vez que sabía que en el futuro predecible pasaría más tiempo en Inglaterra.

Aunque a Colin no le había gustado su partida, parecía satisfecho con tomarse tiempo, pero ella sabía que la intención que tenía era seducirla. En realidad, se hallaban enfrascados en el juego del ratón y el gato.

Su madre dejó la taza de té con el plato en una mesita cercana y la sacó de su ensimismamiento.

–Cuando te pregunté cómo pensabas acallar el escándalo, no tenía ni idea de que lo harías permaneciendo casada con Easterbridge.

–¿Qué imaginabas que haría, madre? –preguntó Belinda.

Había esperado que su madre se mostrara jubilosa. El tío Hugh desde luego lo estaba. Pero su tío se encontraba mucho más próximo a las facturas y los extractos financieros de la familia. Era el guardián de la puerta, mientras que su madre jamás había entendido la idea de la responsabilidad económica.

–¿Cómo será tu vida? –preguntó ésta con un suspiro.

Belinda se había preguntado lo mismo innumerables veces desde que aceptara mantener el matrimonio.

Le estaba resultando arduo imaginarlo. Tal vez, como la mayoría de las parejas, tendrían que improvisar a medida que avanzaran.

Se mordió el labio y se negó a pensar qué pasaría si se quedaba embarazada y la reacción que tendrían las familias enemistadas.

No, Colin y ella tenían un acuerdo y al final cada uno seguiría su propio camino. Implícito en ese acuerdo estaba el hecho de que no planeaban tener hijos.

Tenía treinta y tres años. Aunque Colin le entregara las propiedades en dos años, por ese entonces tendría treinta y cinco y aún le quedaría tiempo.

Su madre intercambió una mirada con el tío Hugh y luego le habló.

–Tal vez podrías ver a Tod… para hacer las paces.

Belinda se quedó boquiabierta.

–¿Hacer las paces?

–Sí, cariño, con el fin de mantener abiertas tus opciones. Después de todo, algún día volverás a ser una mujer soltera.

Atónita, pensó que era evidente que su madre no había abandonado la idea de los Dillingham.

–Sabes que yo no estaré aquí siempre –aportó el tío Hugh–, y Tod sería un buen gestor del patrimonio de los Wentworth.

–En este momento, se puede afirmar que no existe ningún patrimonio Wentworth –replicó ella–. Todo está en poder de los Granville.

Técnicamente no era cierto. Todavía les quedaban una mansión en Berkshire al igual que un par de edificios para alquilar, pero no llevaban mucho tiempo en manos de la familia.

–Este acuerdo con Colin no ha de ser más que un bache en el camino –prosiguió el tío Hugh–. Una vez que haya expirado, seguro que desearás regresar con tu legítimo novio y reanudarlo donde lo dejasteis.

En ese momento vio cuánta animosidad albergaba el tío Hugh hacia Colin, el hombre que le había arrebatado el patrimonio de la familia, y eso hacía que a la mínima oportunidad quisiera empujarla en dirección a Tod.

Pero lo de su madre era peor, ya que le pedía que mantuviera la amistad con Tod antes de que su matrimonio hubiera finalizado.

–Tod ya no figura en la ecuación –afirmó sin rodeos. Luego dejó la taza de té con más ruido del necesario.

–Vamos, vamos, Belinda –quiso aplacar su madre–, no hace falta que te pongas irascible. Las intenciones de tu tío son buenas.

–Sólo pensamos en lo que es mejor para ti.

–¿En serio? –inquirió al levantarse–. Entonces, ¿por qué recae en mí tener que salvar la fortuna de la familia?