Flaming Creatures, de Jack Smith

El único inconveniente de los primeros planos de penes flácidos y senos turgentes, de las escenas de masturbación y sexualidad oral de Flaming Creatures, de Jack Smith, es que hacen difícil limitarse a hablar sobre esta notable película; hay que defenderla. Pero al defender la película, y al hablar sobre ella, no quisiera que se pensara que es menos escandalosa, menos impresionante de lo que en realidad es. Como referencia: en Flaming Creatures una pareja de mujeres y un número bastante superior de hombres, en su mayoría embutidos en vivos vestidos femeninos de la peor calidad, posan y gesticulan, bailan, representan varias escenas de voluptuosidad, frenesí sexual, flirteo y vampirismo, acompañados por una banda sonora que incluye algunos éxitos sudamericanos (Siboney, Amapola), rock and roll, estridente música de violín, pasodobles, una canción china, el texto de un descolorido anuncio de una nueva especialidad de barra de labios en forma de corazón, escenificado por multitud de hombres, algunos que se arrastran por el suelo y otros que no, y el coro de chillidos y gritos aflautados que acompañan la violación por el grupo de una joven de busto prominente, violación que es alegremente transformada en orgía. Como es lógico, Flaming Creatures es escandalosa, y aspira a serlo. El mismo título lo indica.

Flaming Creatures no es, de hecho, pornográfica, si definimos la pornografía como la intención y la capacidad manifiestas de excitar sexualmente. La descripción de la desnudez y de distintos actos sexuales (con la notable omisión del estricto coito) están demasiado cargados de emotividad e ingenuidad para resultar procaces. Más que sentimentales o lascivas, las imágenes sexuales de Smith son alternativamente infantiles e ingeniosas.

La hostilidad policial hacia Flaming Creatures es fácil de comprender. Es inevitable, por desgracia, que la película de Smith se vea obligada a luchar por su vida en los tribunales. Lo que deprime es la indiferencia, la mezquindad, la radical hostilidad hacia la película, evidenciada por casi todo el mundo dentro de la comunidad intelectual y artística responsable. Sus prácticamente únicos defensores son los leales miembros de un grupo de cineastas, poetas y jóvenes «Villagers». Flaming Creatures no ha pasado de ser un objeto de culto, la obra sobresaliente del grupo New American Cinema, cuyo órgano de expresión es la revista Film culture. Todos deberían estar agradecidos a Jonas Mekas, que sin ayuda alguna importante, con tenacidad e incluso heroísmo, ha hecho posible que veamos la película de Smith y otras muchas nuevas obras. Con todo, deberá admitirse que las opiniones de Mekas y su séquito son estridentes y muchas veces realmente alienantes. Es absurdo que Mekas pretenda que este nuevo grupo de películas, que incluye Flaming Creatures, represente un punto de partida enteramente sin precedentes en la historia del cine. Semejante truculencia perjudica a Smith, haciendo innecesariamente difícil aprehender los méritos de Flaming Creatures. Flaming Creatures, en efecto, es una obra pequeña pero valiosa dentro de una tradición particular, el cine poético de shock. En esta tradición estarían Le chien andalou (El perro andaluz) y L’âge d’or (La edad de oro), de Buñuel; partes de Strike, la primera película de Eisenstein; Freaks, de Tod Browning; Les maîtres-fous, de Jean Rouch; Le sang des bêtes, de Franju; Laberinto, de Lenicà; las películas de Kenneth Anger (Fireworks, Scorpio rissing); y Noviciat, de Noël Burch.

Los primeros cineastas vanguardistas norteamericanos (Maya Deren, James Broughton, Kenneth Anger) realizaron cortometrajes técnicamente muy estudiados. Dados sus muy modestos presupuestos, el color, el trabajo de cámara, la actuación y la sincronización de imagen y sonido fueron lo más profesionales posibles. El sello característico de uno de los dos nuevos estilos vanguardistas del cine norteamericano (Jack Smith, Ron Rice y otros, pero no Gregory Markopolous o Stan Brakhage) es su deliberada tosquedad técnica. Las películas más nuevas —tanto las buenas como las mediocres, sin inspiración— muestran una obsesiva indiferencia a todo elemento técnico, un estudiado primitivismo. Es un estilo cabalmente contemporáneo, y muy norteamericano. En ninguna parte del mundo ha tenido el viejo cliché del romanticismo europeo —la intención asesina contra el corazón espontáneo— tan larga carrera como en Estados Unidos. Aquí, más que en ningún otro lugar, prospera la creencia de que la pulcritud y el cuidado de la técnica interfieren la espontaneidad, la verdad, la inmediatez. La mayoría de las técnicas usuales (pues aun estar contra la técnica exige una técnica) del arte de vanguardia expresan esta condición. En la música hay, en la actualidad, además de la composición, una interpretación aleatoria, así como nuevas fuentes de sonido y nuevos modos de mutilar los antiguos instrumentos; en pintura y escultura está la posibilidad de modificar o descubrir nuevos materiales, y de transformar los objetos en medios contingentes (úsese una vez y tírese) o «happenings». Flaming Creatures, a su propia manera, ilustra este esnobismo sobre la coherencia y el acabado técnico de la obra de arte. Naturalmente, en Flaming Creatures no hay tema, ni desarrollo, ni orden necesario en las siete secuencias claramente diferenciables de la película (según mi cómputo). Es lícito dudar de que realmente sea intencional la sobreexposición de determinada parte del montaje. Ninguna secuencia nos convence de que su duración haya de ser tal como es y no mayor o más reducida. Las tomas no están encuadradas a la manera tradicional; las cabezas están cortadas y al margen de la escena aparecen a veces extravagantes figuras. La cámara es manual la mayoría de las veces, y la imagen a menudo tiembla (esto es plenamente eficaz, y a no dudar premeditado, en la secuencia de la orgía).

Pero en Flaming Creatures, la improvisación técnica no desilusiona como ocurre con tantas otras películas marginales recientes. Pues Smith es visualmente muy generoso; en prácticamente todo momento hay una enorme cantidad de cosas que ver en la pantalla. Y además, hay una extraordinaria carga de gracia y belleza cuando el efecto de las más fuertes se ve contrarrestado por las menos eficaces, que, con cierta planificación, hubieran podido resultar mejor. En la actualidad, la indiferencia respecto de la técnica suele ir acompañada por la pobreza artística, la moderna rebelión contra el cálculo en el arte reviste con frecuencia la forma de ascetismo estético. (Gran parte de la pintura expresionista abstracta tiene esta cualidad ascética.) Flaming Creatures, sin embargo, parte de una estética diferente: está abarrotada de material visual. En Flaming Creatures no hay ideas, ni símbolos, ni comentarios, ni crítica de cosa alguna. La película de Smith es un regalo a los sentidos. En esto es lo enteramente opuesto al filme «literario» (que es lo que fueron tantísimas películas francesas de vanguardia). El deleite de Flaming Creatures no reside en el conocimiento de lo que se ve, ni en la capacidad de interpretar, sino en la franqueza, la fuerza y la pródiga cantidad de las mismas imágenes. A diferencia de la mayor parte del arte moderno serio, esta obra no trata de las frustraciones de la conciencia, de los mortales límites del Yo. Así, la tosca técnica de Smith sirve, hermosamente, a la sensibilidad que inspira Flaming Creatures, una sensibilidad que desconoce las ideas, que se sitúa más allá de la negación.

Flaming Creatures es esta rara obra moderna de arte: trata de la alegría y de la inocencia. Sin duda, esta dicha, esta inocencia, están vinculadas con temas —de acuerdo con criterios corrientes— perversos, decadentes, en todo caso, altamente teatrales y artificiosos. Pero esta es, a mi entender, precisamente, la causa de la belleza y la modernidad de la película. Flaming Creatures es una muestra adorable de lo que actualmente, en un cierto género, responde al frívolo nombre de arte pop. La película de Smith tiene el desaliño, la arbitrariedad, la soltura del arte pop. La película de Smith tiene también la alegría del arte pop, su ingenuidad, su estimulante libertad frente al moralismo. Una de las grandes virtudes del movimiento pop es su forma de fustigar el viejo imperativo de tomar posición ante una determinada cuestión. (Ni que decir tiene, no estoy negando que haya determinados acontecimientos respecto de los cuales haya que tomar una posición. Un ejemplo extremo de una obra de arte referida a acontecimientos así es El Vicario. Digo únicamente que hay algunos elementos de la vida —sobre todo el placer sexual— respecto de los cuales no es necesario tomar una posición.) Las mejores obras de lo que se denomina arte pop pretenden, precisamente, que abandonemos la antigua tarea de aprobar o desaprobar siempre lo que el arte expone; o, por extensión, lo que en la vida experimentamos. (Esta es la razón por la cual quienes liquidan el arte pop como síntoma de un nuevo conformismo, de un culto de aceptación de los artefactos de la civilización de masas, muestran torpeza.) El arte pop se entrega a magníficas y nuevas mezcolanzas de actitudes que en otros tiempos hubieran parecido contradicciones. Así, Flaming Creatures es una brillante mistificación sobre el sexo, plena, al mismo tiempo, del lirismo del impulso erótico. En sentido simplemente visual está, además, cargada de contradicciones. Efectos visuales muy estudiados (encajes, flores marchitas, cuadros vivos) son introducidos en escenas desorganizadas, claramente improvisadas, en las que unos cuerpos, algunos con formas indiscutiblemente femeninas, y otros enjutos y peludos, dan volteretas, danzan, hacen el amor.

La película de Smith podría considerarse, por su tema, poseída de la poesía del travestismo. Film culture, al conceder a Flaming Creatures su Quinto Premio al Cine Independiente, dijo de Smith: «Nos ha sorprendido no por mera piedad o curiosidad de lo perverso, sino por la gloria, la pompa de Transylvestia y la magia del país de las hadas. Smith ha iluminado una parte de la vida, pese a ser una parte que la mayoría de los hombres desdeña». Lo cierto es que Flaming Creatures, más que de la homosexualidad, trata de la intersexualidad. La concepción de Smith se asemeja a la concepción, propia de las pinturas del Bosco, de un paraíso y un infierno de cuerpos que se debaten, impúdicos, en ágiles posturas. A diferencia de aquellas películas serias y conmovedoras sobre las bellezas y los terrores del amor homoerótico, como Fireworks, de Kenneth Anger, y Sang d’amour, de Genet, lo importante en las imágenes de la película de Smith es que no permiten distinguir fácilmente quiénes son hembras y quiénes varones. Son «criaturas», que arden en el placer intersexual, polimorfo. El filme está montado sobre una compleja red de ambigüedades y ambivalencias, cuya imagen primordial es la confusión de la carne masculina y la femenina. El seno agitado y el pene agitado resultan intercambiables.

El Bosco construyó una naturaleza extraña, abortada, ideal, contra la cual situó sus figuras desnudas, sus visiones andróginas del dolor y del placer. Smith no tiene un fondo en sentido literal (resulta difícil decir en la película qué es exterior y qué es interior), sino, en cambio, el paisaje, artificial e inventado cuidadosamente, del vestuario, el gesto y la música. El mito de la intersexualidad es representado contra un fondo de canciones banales, anuncios, vestidos, danzas y, sobre todo, el repertorio de la fantasía inspirado en viejas películas. La textura de Flaming Creatures está compuesta por una rica superposición de gusto camp: una mujer vestida de blanco (un travestido), con la cabeza gacha, que sostiene un ramo de lilas; una mujer escuálida a la que se ve surgir de un ataúd, que se transforma en vampiro y, finalmente, en varón; una maravillosa bailarina española (también un travestido) con enormes ojos oscuros, mantilla negra de encaje y abanico; un cuadro de The Sheik, con hombres recostados en albornoz y una vampiresa árabe que exhibe hierática un pecho; una escena entre dos mujeres, tendidas sobre flores y piezas de tela, que recuerdan la densa y cargada textura de las películas en que Sternberg dirigió a la Dietrich, en los primeros años treinta. El vocabulario de imágenes y texturas que inspiran a Smith incluye la languidez prerrafaelita, el art nouveau, los grandes estilos exóticos de los años veinte, lo árabe y lo español, el moderno modo camp de saborear la cultura de masas.

Flaming Creatures es un ejemplo triunfal de visión estética del mundo, una visión que quizá en el fondo siempre sea epicena. Pero este tipo de arte está aún por ser entendido en Estados Unidos. El espacio en el que Flaming Creatures se desenvuelve no es el espacio de las ideas morales, que es donde los críticos norteamericanos han situado tradicionalmente el arte. Insisto en que no hay solo un espacio moral, cuyas leyes dejarían en muy mal lugar a Flaming Creatures; hay también un espacio estético, el espacio del placer. En este espacio se mueve y tiene su ser la película de Smith.

1964