Capítulo III
Los cristianos no cristianos

Los primeros padres del cristianismo no fueron cristianos, pero no por falta de deseo de adherirse a la nueva religión, sino porque, simplemente, esta no existía cuando existieron ellos. Los primeros padres del cristianismo trazaron las primeras líneas de la doctrina cristiana, señalaron los primeros dogmas cristianos, establecieron la primera moral cristiana y formularon las primeras frases cristianas. Fueron muchos y de muy variada procedencia.

LOS INICIADOS

En aquella época de invasiones y conquistas en la que imperios tan formidables como el egipcio o el de Alejandro Magno desaparecieron para siempre convertidos en provincias de una potencia emergente, Roma, no faltaron iniciados que ofrecieran a la desolación de los pueblos una esperanza de vida ulterior en un mundo mejor.
Los dioses redentores vinieron a paliar los sentimientos de culpa de los pueblos por su desobediencia al dios patriarca, pero los profetas, los locos de Dios, los iniciados, los maestros de sabiduría, aparecieron oportunamente con mensajes de esperanza para los oprimidos y para los desesperados.
Llegaron dando ejemplo con una vida ascética, de renuncia y rechazo a los valores superficiales del mundo, propugnando la igualdad de los seres humanos, la compasión, la solidaridad, la humildad y el amor y enfrentándose valientemente al poder ilimitado de los sacerdotes, que en todas las religiones de todos los tiempos aprovecharon siempre su posición mística para acrecentar su poder a costa de oprimir y manipular a los laicos.
A diferencia de los dioses redentores que tuvieron una existencia mística, los iniciados fueron personas de carne y hueso que dejaron una huella indeleble no solo de su vida ejemplar, sino, sobre todo, de su doctrina. Y no solamente dejaron huella en la Historia, sino que cada uno de ellos influyó decisivamente en los iniciados que siguieron.
Existe bastante literatura que afirma que Jesús de Nazaret vivió en la India, en Egipto o en otros lugares como Persia, incluso numerosos evangelios apócrifos describen sus enseñanzas en esos lugares. Pero las doctrinas de Buda, de Maat o de Zoroastro no son las únicas que tienen puntos comunes con la doctrina cristiana. En realidad, todas las doctrinas predicadas por iniciados o maestros de sabiduría son similares porque todas buscan lo mismo, la Verdad, una verdad con mayúsculas que ofrezca al ser humano un mundo mejor. Y todas ellas recibieron influencia e influyeron a su vez en otras.

EL PRIMER MAESTRO DE SABIDURÍA

El hombre fue hecho de arcilla para servir a los dioses y los dioses prefieren la moralidad a la inmoralidad, la justicia a la injusticia, la verdad a la mentira y la compasión a la crueldad.
Estas son, sin lugar a dudas, enseñanzas de un maestro de sabiduría, el primero del que tenemos noticia si la cronología es exacta.
Antes de que Gudea y, más tarde, Hammurabi recibieran de los dioses sendos códigos legislativos, un himno escrito en diecinueve tablillas de arcilla repletas de escritura cuneiforme, halladas en las excavaciones de Nippur, exaltaba la bondad, la justicia, la franqueza y la rectitud de los dioses, explicaba la existencia de un dios solar encargado de velar por el orden moral y aseguraba que Nanshe, la diosa principal de Lagash, no toleraba injusticias ni mentiras y castigaba la falta de compasión, pues era la encargada de juzgar a los hombres a su muerte.
Por este himno, reconstruido en 1951, el mundo pudo conocer los elevados valores de la moral sumeria, que veinticuatro siglos antes de nuestra Era ya hablaba de proteger a las viudas y a los huérfanos, de dar refugio al débil y de administrar justicia al pobre.
Lagash fue un estado situado en la zona sur de lo que un día fuera Sumer, donde gobernó una dinastía de reyes que lo convirtieron en el centro político y militar del país durante el tercer milenio antes de nuestra Era. Pero como ya dijimos que toda nación tiene su final, la estrella de Lagash se apagó durante el reinado de Urukagina, el octavo rey de aquella dinastía.
Hacia 2360 antes de nuestra Era, Urukagina sufrió una derrota militar que terminó con su poder y con el del estado que gobernó con verdadera sabiduría, después de liberarlo del poder del partido clerical que lo había oprimido durante mucho tiempo, porque ya en el tiempo de la primera civilización surgida en la tierra, la de Sumer, los sacerdotes habían conseguido un poder prácticamente ilimitado al que nadie ponía veto, hasta que se formó un partido legitimista anticlerical que elevó a Urukagina al trono de Lagash.
Hammurabi recibe la ley
Igual que Moisés, Hammurabi recibió la ley de manos de Dios, escrita en un monolito de piedra. Pero antes de Hammurabi y de Gudea hubo ya un rey sumerio, Urukagina, autor de un himno que mostró al mundo todo el valor de la moral sumeria de hace casi cuatro mil quinientos años.
Los documentos de Nippur aseguran que: «liberó a las gentes de Lagash de la sequía, del robo y del asesinato, introdujo la libertad y estableció que el poderoso no debía de abusar del pobre, de las viudas ni de los huérfanos» porque Urukagina suprimió derechos, cortó de raíz el exceso de ganancias y puso fin a la arbitrariedad, a la injusticia y a la explotación, es decir, llevó a cabo la primera reforma social de la Historia.

PTAH HOTEP, EL VISIR SABIO

Casi al mismo tiempo que Urukagina llevaba a cabo su reinado de justicia y amor, Egipto escribía también su página de moral, un tratado de ética formado por una colección de máximas exentas de misticismo, pero repletas de sentido práctico, de tolerancia, de respeto y de justicia.
Por un documento de la V dinastía, supimos que el rey Dyedkare Izezi, que gobernó entre 2388 y 2356 antes de nuestra Era, había consentido en reemplazar a su anciano y agotado visir, Ptah Hotep, por el hijo de este, joven y fuerte, con la condición de que el padre le instruyera previamente.
Pero la instrucción del joven visir no fue un proceso verbal ni mucho menos restringido, porque lo que hizo Ptah Hotep fue redactar un tratado completo llamado Máximas morales o Máximas de Ptah Hotep, escrito hacia 2350 antes de nuestra Era. Es un tratado de moral que no solamente contiene las reglas para ser honesto, sino que constituye la expresión de una experiencia humana válida para todos los hombres de todos los tiempos.
Las obras de misericordia que se han encontrado en numerosas tumbas y mastabas del Imperio Antiguo aconsejaban dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo y enterrar a los muertos, pero la moral de Ptah Hotep no solamente habla de compasión, sino de verdadera sabiduría, porque muchos siglos antes de que Sócrates acusara a los sofistas de creerse sabios por saber algo, Ptah Hotep enseñaba que no hay que enorgullecerse de saber, sino que hay que aprender tanto del sabio como del ignorante, porque nadie sabe todo lo necesario.
Ptah Hotep
Ptah Hoteh I, el Visir Sabio, vivió hacia 2350 antes de nuestra Era y dejó una colección de máximas morales válidas para todos los hombres en todas las épocas. Sus enseñanzas son propias de un maestro de sabiduría.
Las enseñanzas del Visir Sabio no atacan al rico a favor del pobre, porque esa es una postura fácil de sostener de palabra y difícil de llevar a cabo en la práctica, sino que arbitran un acuerdo entre ambas clases sociales: el pobre no debe envidiar la fortuna del rico y, a cambio, este debe ayudarle, porque la riqueza es un don de Dios. Además, derriban el muro que separa a los pobres de los ricos, porque señalan que: «el pequeño puede transformarse en grande». He aquí un principio de igualdad y de derechos humanos que el mundo occidental perdió y no recuperó hasta el Renacimiento.
Ptah Hotep enseña a no emplear la violencia ni sembrar el temor entre los hombres, porque Dios pagará al violento con su misma moneda y le desposeerá de las ganancias obtenidas por la fuerza. Inculca el respeto a los padres, el amor a los hermanos y la generosidad en los repartos. Enseña a amar sin reservas a la esposa, pero también a evitar dejarse dominar por ella, porque la felicidad del hogar se basa en la concordia y esta solamente se logra mediante la pureza de costumbres del marido.
El Visir Sabio habla asimismo de cortesía, que forma parte de la moral del hombre honesto: «Si tu interlocutor deja traslucir su ignorancia y te da ocasión de avergonzarle, trátale con delicadeza».
La base de la honestidad es la moderación, el autodominio y el respeto al orden establecido:«Si eres poderoso, manda solo para dirigir. No emplees el dogmatismo, que es malo. Si tienes el corazón ardiente, atempera tu vivacidad, porque cualquier exceso de humor es una enfermedad molesta que genera discordia y encizaña las relaciones humanas.» Y una máxima muy aplicable a nuestro mundo actual: «El que se apresura todo el día no goza un instante, pero el que se divierte todo el día no conserva su fortuna».

ZOROASTRO, LA PUREZA

Zoroastro nació en el año 660 antes de nuestra Era, en una ciudad llamada Meda que hoy se situaría en Azerbaiján, pero que entonces pertenecía al vasto Imperio persa.
Cuentan sus exegetas que nació riendo y que realizó numerosos milagros a lo largo de su vida. Permaneció siete años meditando en una cueva. Recordemos que el número siete tiene un valor místico muy antiguo y observemos que muchos de los iniciados, profetas o maestros de sabiduría vivieron una temporada, generalmente contabilizada con una cifra de valor místico, aislados del mundo, meditando intensamente sin atender a las necesidades de la carne, por lo cual fueron tentados en más de una ocasión por algún demonio o principio maligno con ánimo de perturbar su paz y de romper su decisión de dedicarse a la vida ascética o contemplativa a la que se entregaron llamados por una revelación celestial.
Meditando, pues, en la cueva, Zoroastro recibió la visita de Ahura Mazda rodeado de un coro de arcángeles, quien le dio a conocer algunos ritos sagrados y le enseñó una nueva doctrina de amor y piedad para los pobres y los desvalidos, tanto personas como animales. El más importante de los ritos que aprendió fue la elaboración del soma, el licor cuyos efectos místicos leemos en los Veda hindúes, que induce el éxtasis preciso para alcanzar el nivel adecuado de espiritualidad.
Cuando cumplió los treinta años, Zoroastro comenzó a predicar la nueva doctrina, lo que le llevó a numerosos enfrentamientos con los malignos, hasta que al cabo de dos años consiguió convertir al rey de Bactriana, Histaspa, lo que le procuró un número muy elevado de seguidores tanto en Persia como en los países del entorno. Pero la doctrina de amor de Zoroastro no excluyó la guerra santa, por lo que murió en una de ellas, ya a los sesenta y siete años de edad.
Su doctrina quedó recogida en el Avesta, que describe la oposición de las dos fuerzas en el cosmos, el bien, Ahura Mazda u Ormuz, y el mal, Arimán. Para alinearse junto a las fuerzas del bien y conseguir su ayuda, es imprescindible mantener la pureza hasta el día del fin del mundo, en que se producirá el Incendio Apocalíptico Universal que destruirá toda la impureza y toda la maldad y entonces se podrá adorar a Ahuma Mazda sin la inmiscusión ni las tentaciones de Arimán.
La iniciación a la doctrina de Zoroastro se llevaba a cabo mediante el bautismo por inmersión en el río Eúfrates, que liberaba al cuerpo de la enfermedad y al alma del pecado. El final del justo, tras una vida de perfeccionamiento moral, le daba acceso al mundo celestial tras el último rito: la extremaunción.

BUDA, LA RENUNCIA

Un siglo después de Zoroastro, en 563 antes de nuestra Era, nació en la India Siddharta Gautama. De familia principesca, renunció al mundo y a su pompa después de una infancia dorada, para dedicarse a la meditación y a la vida ascética en busca de la respuesta a su pregunta: ¿cuál es el significado del sufrimiento? Al cabo de seis años de privaciones místicas en las que llegó a alimentarse con un solo grano de arroz al día, abandonó el ascetismo, porque comprendió que es una actitud extremista que a menudo conduce a una sobrevaloración de uno mismo que puede ocasionar la pérdida de la virtud.
Mientras meditaba sentado bajo una higuera, hubo de rechazar las tentaciones del demonio Mara, pero finalmente comprendió la Verdad y recibió la Iluminación, que es el significado de su nombre, Buda. La virtud está en el medio, no en los extremos y el camino que conduce a la Verdad es el de la pureza en la fe, en la palabra, en los actos y en la voluntad.
El dolor que acompaña a toda la vida humana es producto del deseo del hombre que se aferra a la vida y está sujeto al ciclo de la reencarnación, viviendo vida tras vida para lograr purificarse.
Pero es posible ser puro liberándose del ciclo, eliminando el deseo de la vida que encadena al hombre a la existencia.
Ya estamos en el camino del misticismo, el que rechaza la materia y busca librarse de ella para encontrar la felicidad. Ese misticismo que, al cabo de los siglos encontramos en San Juan de la Cruz y en Santa Teresa («esta cárcel y estos hierros en que el alma está metida»), llegaría un día al cristianismo desde el espíritu griego.
Siddharta Gautama.
Siddharta Gautama predicó la búsqueda de la Verdad a través de la renuncia, tanto al materialismo, como al espiritualismo. La felicidad es el Nirvana que se alcanza renunciando al deseo que encadena al hombre a la existencia. En este relieve, el príncipe Siddharta Gautama corta sus cabellos con la espada, como símbolo de su renuncia al mundo.

CONFUCIO, EL ELEGIDO

Confucio fue el moralista chino más conocido de la Antigüedad. Nació en 551 antes de nuestra Era y cuenta la leyenda que, tras darle a luz, su madre escuchó una voz celestial que le aseguraba que sus súplicas habían sido escuchadas por los dioses y que el hijo que acababa de nacer sería santo.
Leyendas aparte, Confucio fue un maestro que creó su propia escuela. Una escuela encaminada a formar un nuevo orden social en que el estudio fuera aparejado a la práctica de la virtud, de manera que China llegase un día a ser gobernada por hombres virtuosos, sus discípulos, príncipes capaces de ofrecer a sus súbditos un ejemplo de honestidad y de bien hacer.
Exaltó, como todos los iniciados, el conocimiento de la Verdad. Una de sus mejores enseñanzas fue: «Quien no piensa en el bien de los demás nunca podrá asegurar que ha alcanzado el conocimiento». El conocimiento conduce, pues, a la virtud social, a la igualdad entre los hombres y al amor al prójimo.

PITÁGORAS, LA SALUD DEL CUERPO Y DEL ALMA

Casi a la vez que Buda, en 570 antes de nuestra Era, nació Pitágoras en Samos y recibió de su padre un importante patrimonio de sabiduría. Realizó largos e interesantes viajes en los que aprendió los principios de lo que luego sería su doctrina. De los fenicios extrajo el concepto de anamnesis, que es el recuerdo de vidas pasadas. De los egipcios, en cuyas escuelas mistéricas estuvo recluido veinte años, aprendió el concepto de inmortalidad del alma y probablemente el monoteísmo, pues Pitágoras creyó en un único dios.
Flavio Josefo señala que aprendió el monoteísmo de los judíos, pero en la época en la que Pitágoras estuvo en Palestina los judíos estaban cautivos en Babilonia y mal pudieron influir en él. Es mucho más probable que adquiriera su idea monoteísta en Egipto, de donde ya dijimos que la extrajo el mismo pueblo hebreo. Durante su estancia en Egipto, en Tebas, asistió a representaciones de la pasión, muerte y resurrección de Osiris, pero también estuvo algún tiempo en Heliópolis, donde recordemos que se desarrolló la escuela sacerdotal monoteísta de Atón.
Precisamente en aquella época, Cambiases, el hijo de Ciro, tomó Egipto y Pitágoras terminó como rehén en Babilonia, que también había sido conquistada por Ciro. Pero un rehén no era un prisionero incondicional, sino que podía pagar su libertad y Pitágoras terminó por convertirse en consejero personal de Ciro.
En la Babilonia persa, Pitágoras aprendió los nombres que los magos persas dieron a los planetas y que más tarde copiaron los griegos. Aprendió también el valor místico de los números y adoptó, de la religión de Zoroastro, la necesidad de perfeccionamiento moral, el bautismo y la búsqueda de la salud del cuerpo y del alma.
Después viajó a China y a la India, donde obtuvo el conocimiento de las doctrinas de Confucio y Buda. De Confucio extrajo enseñanzas de moral cívica y social conseguidas a través de la música. De Buda aprendió la reencarnación de las almas y la fraternidad entre los hombres.
Con todo este bagaje de conocimientos que resume las doctrinas más antiguas e importantes del mundo de aquellos días, Pitágoras regresó a Grecia y fundó en Crotona una hermandad científico religiosa que vivía en comunidad, haciendo votos de castidad (no obligatoriamente) y practicando el vegetarianismo, que rechazaba el lujo y la vanidad y llevaba una vida de moderación en la sexualidad, en la comida y en la bebida. La sociedad pitagórica admitía tanto a hombres como a mujeres y todos los discípulos se sometían a un examen de conciencia y a una autocrítica en público al finalizar el curso de aprendizaje. Sus estudios y actividades abarcaron la Medicina, las Matemáticas, la Astronomía y la Música.
El valor místico de los números aprendido en Babilonia y Egipto impactó especialmente a Pitágoras, que trasladó su interés a su escuela de Crotona. Allí enseñó que el número entero corresponde a la idea de Dios. Dios es un número entero y cada cosa es un número. Y esa característica de los números de poderlo abarcar todo impulsó a los pitagóricos a profundizar en el estudio de la aritmética. De ahí que Pitágoras haya sido llamado el Padre de las Matemáticas.
Sus exegetas proclamaron que Pitágoras caminó en más de una ocasión sobre las aguas para llegar puntual a predicar su doctrina en Samos, en Crotona y en Metaponte. Sus discípulos crearon una religión de misterios que transformó a Dionisos en dios hombre redentor, semejante a Osiris. No olvidemos que Pitágoras conoció el culto de Osiris en Tebas.
Su doctrina es una síntesis de todas las que aprendió en sus viajes. Señala que el alma inmortal (Egipto) es de origen astral (Persia y Babilonia) y sufre el castigo de estar unida al cuerpo del que se libera al morir para purificarse y volverse a reencarnar, debiendo someterse a normas rituales y morales rigurosas para librarse del ciclo de la reencarnación (India).

PLATÓN, LA BÚSQUEDA DEL CONOCIMIENTO

Pasó otro siglo y nació un nuevo iniciado. Platón, que vivió entre 427 y 347 antes de nuestra Era. Es el filósofo más antiguo del que se conservan obras escritas completas. Fue discípulo de Sócrates quien no dejó escrito alguno, aunque Platón transmitió la doctrina de su maestro en muchas de sus obras, utilizando diálogos para explicarla mejor. De él aprendió Platón la preponderancia del espíritu, algo que Sócrates puso de relieve en un mundo en el que los filósofos creían saberlo todo y solamente él tuvo conciencia de no saber nada, en un momento en el que aquellos mismos filósofos hablaban mucho y muy alto sobre la naturaleza, pero ninguno se acordaba de mencionar el espíritu.
Platón no solo fue un gran filósofo y maestro, sino que proveyó al pueblo griego de nuevas leyes y nuevas creencias.
Tradujo la religión egipcia al pensamiento griego, pero despojándola de antemano de todo vestigio de superstición y magia.
El hombre que concibió Platón es similar al egipcio porque está formado por cuerpo y espíritu, un espíritu que contiene un elemento inmortal, que emana de Dios.
Puesto que el conocimiento permite conocer la Verdad, la verdad con mayúsculas que buscan siempre los filósofos, y es Dios quien infunde esa verdad en el ser humano, la única posibilidad de alcanzarla es liberarse de la influencia de la materia, porque el conocimiento se encuentra únicamente en el mundo de las ideas, mientras que al mundo sensible se le escapa.
El hombre tiende a Dios porque tiende al conocimiento en el que se fundirá el alma después de morir. Según los egipcios, solamente se puede llegar a poseer el conocimiento librándose de la materia, es decir, después de la muerte, por tanto, la muerte es la vida verdadera. No tenemos más remedio que volver a recordar a nuestros místicos, a Santa Teresa, para quien: «aquella vida de arriba es la vida verdadera y hasta que esta vida muera no se goza estando viva».
Para Platón, Dios es causa y fin de todos los seres y la moral consiste en parecerse a él. Dado que Dios es virtud, verdad y justicia, la manera de parecerse a él es practicar la virtud, la justicia y la verdad. Esta era la moral egipcia, la moral avanzada que hemos alabado en más de una ocasión, y esta fue la moral de Platón. No es de extrañar que los autores cristianos de la Patrística recurrieran a su doctrina, aunque nunca hubiera sido cristiano.

EPICURO, LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

Detrás de Platón tenemos que hablar de Epicuro, porque nació casi el mismo año que murió el anterior. Vivió entre 341 y 270 antes de nuestra Era y fundó un movimiento, el de los epicúreos, que se extendió por todo el Mediterráneo con la misma celeridad de una mecha, porque los pueblos mediterráneos sufrían, además de guerras e invasiones, el avance inexorable de la superstición y la magia y siempre era bienvenida una doctrina que luchara contra semejantes lacras.
Epicuro tuvo como meta la búsqueda de la felicidad. Fundó en Atenas su escuela, llamada el Jardín de Epicuro y promulgó una doctrina que resultó revolucionaria, pues separaba la religión del Estado. Rechazó tanto los dioses oficiales griegos como los dioses cósmicos de Platón, para instaurar la creencia de que Dios está en el espíritu humano. Sus enseñanzas se asientan en la vida interior, en la perfección espiritual y entienden que la mejor de las virtudes es la amistad.
Al contrario que Platón, señaló que la verdad llega a través de las sensaciones y no se accede a ella a través de las ideas, lo que incorpora un principio de racionalismo o, al menos, de objetividad.
También al contrario que Platón y que muchos otros filósofos, Epicuro entendió que la filosofía ha de enseñarse con palabras simples, de manera que el auditorio no precise formación previa para comprender la doctrina, porque entendió que Séneca, Cicerón y la Academia de Platón requerían un alto nivel de comprensión por lo que negaban al pueblo bajo el derecho a la filosofía.
Epicuro fue, pues, un apóstol de la igualdad que enseñó a artesanos, a agricultores y a mujeres a quienes les estaba vedado el estudio, porque quiso estar junto a los oprimidos cuando las filosofías aristocráticas les abandonaron.
Tres siglos antes del cristianismo, el movimiento epicúreo reflexionó sobre el estilo que había de emplearse para dirigirse a un público extenso y variado que no excluyera a nadie de la palabra sabia. También los epicúreos se quedaron solos entre tantas otras tendencias filosóficas, en su oposición a la magia y a la superstición. El cristianismo les siguió en sus primeros tiempos hasta que decidió adaptarse a su momento y a su lugar, para aceptar mitos supersticiosos como el 25 de diciembre (nacimiento del dios salvador) o el valor místico de los números (tres magos, doce apóstoles, siete trompetas).
Pero antes de aceptar ritos y mitos paganos los cristianos tuvieron mucho en común con los epicúreos, como la transmisión oral de su doctrina, los enlaces entre comunidades por medio de cartas, el estilo a emplear para dirigir la palabra a un público amplio y variado, pues los predicadores cristianos evitaron igualmente en lo posible las formas cultas para enseñar su doctrina, con el fin de llegar a una comprensión universal.

LOS TERAPEUTAS, SANADORES DE ALMAS

El primer historiador de la Iglesia cristiana vivió en el siglo IV de nuestra Era y se llamó Eusebio de Cesárea. En su Historia eclesiástica (libro 2 capítulo XVII), Eusebio menciona a los terapeutas y narra lo que de ellos escribió en su día un filósofo judío llamado Filón de Alejandría en su obra De la vida contemplativa o Suplicantes.
Según Filón, se trataba de una comunidad cuyos varones se llamaban terapeutas y, sus mujeres, terapeutisas, su nombre procedía de su dedicación, que consistía en sanar las almas de los que a ellos acudían. Al sentir la vocación religiosa, los terapeutas se despojaban de todo cuanto de valor tuvieran y lo entregaban a sus parientes o a los necesitados, marchando a vivir en jardines, parajes solitarios o huertos apartados, buscando siempre la soledad, como los eremitas.
En sus habitáculos había siempre una pieza llamada oratorio o monasterio, donde llevaban a cabo, a solas, los misterios religiosos de una vida santa. En esa pieza no entraban alimentos ni nada necesario para el cuerpo, sino leyes, revelaciones de los profetas, himnos y todo cuanto fuera preciso para el perfeccionamiento espiritual. Escribían nuevos salmos e himnos a Dios y aprendían de evangelios escritos por santos antiguos fundadores de su secta.
Vivían una vida ascética, con grandes ansias de conocimiento, celebrando verdaderos banquetes intelectuales. La mayoría de las mujeres se mantenían vírgenes por decisión voluntaria, no por imposición como las sacerdotisas griegas, y todos vivían despreocupados de placeres temporales.
Los terapeutas se habían extendido por todo el mundo porque consideraban que todo el mundo necesitaba su curación, pero donde más abundaban era en Egipto, especialmente en Alejandría.
Su comunidad estaba estructurada con cargos eclesiásticos y episcopado, lo cual indujo a Eusebio de Cesárea y también al obispo de Salamina, Epifanio, a pensar que se trataba de los primeros cristianos que vivieron en Egipto.
Eusebio los tomó por cristianos señalando que se les denominaba terapeutas porque aún no se había generado el nombre de cristianos (XVII, 4). Filón de Alejandría dijo de ellos que vivían la expresión más elevada del judaísmo. Otros estudiosos de nuestro tiempo están de acuerdo en que eran pitagóricos. Lo cierto es que tenían su evangelio y sus apóstoles y que la comunidad más importante residía en Alejandría. Y Eusebio comenta que quizá los escritos que estudiaban «fueran los evangelios, los escritos de los apóstoles y algunos comentarios de los profetas, como los que se encuentran en la Epístola a los Hebreos y en otras cartas de Pablo» (XVII, 12).
Filón, que vivió con ellos una temporada, explicó muchas de sus costumbres, desde cómo transcurría su día a día hasta cómo vestían y lo que comían. Y tanto su doctrina como su quehacer tenían muchos aspectos distintos y contrarios tanto al cristianismo como al judaísmo. Adoraban, según Filón, al que existe por sí mismo, que es mejor que el Bien y más puro que el Uno.
Vestían de blanco, el color sacerdotal judío, rezaban al amanecer y al anochecer, pasando el día en ejercicio espiritual, leyendo escritos santos y buscando el sentido oculto de las palabras, componiendo cánticos a Dios y no salían de la casa durante seis días. Al séptimo día se reunían en asamblea por orden no de edad, sino de antigüedad, y jerarquía. El mayor de ellos pronunciaba un discurso sin adornos retóricos, que los demás escuchaban en silencio. Después, oraban mirando al sol.
El séptimo día era para ellos sagrado, se ungían con aceite y se reunían en siete periodos de siete días, pues para ellos no solamente el siete era importante, sino también su cuadrado, porque el siete era el número de la virginidad perpetúa. Utilizaban un calendario con base cincuenta, porque el cincuenta era el número más santo y el más importante de la naturaleza.
Su reunión era mística y espiritual, pues compartían doctrina y enseñanzas encaminadas al conocimiento, alcanzando, según Filón, una verdadera embriaguez de saber, de himnos y de amor a Dios.
Comían solamente pan sin levadura, agua de manantial y sal sin mezcla. Se abstenían totalmente del vino y de la carne de animales.
Las sectas judías de la época no rezaban mirando al sol ni se untaban con aceite ni rechazaban el vino ni la carne ni admitían mujeres en sus comunidades. A lo que más se parecían los terapeutas era a los pitagóricos, en cuanto a su forma de vida, a la participación de las mujeres y al empleo del valor místico de los números, algo que conocemos por las descripciones, aunque tardías, de Diógenes Laercio y Porfirio, en el siglo III de nuestra Era.
Los terapeutas compartían con los pitagóricos la veneración por la aritmética, el empleo de la filosofía como un camino de perfeccionamiento espiritual, la creencia de que el alma purificada ascendería para unirse a la divinidad, la exigencia de silencio junto con el empleo purificador de la música, la renuncia a los placeres mundanos y la abstención de carne y vino.
Hombres y mujeres formaban un único coro para cantar himnos a Dios. Al frente de los hombres, situaban a Moisés y, al frente de las mujeres, a la profetisa Miriam.
No eran cristianos ni eran judíos, al menos no compartían el culto cristiano, tal como lo entendemos, ni el culto judío. Compartían, como hemos visto, la dedicación a la contemplación y al estudio de los pitagóricos. Este es un dato importante a retener, porque no hay que olvidar que Pitágoras reunió conocimientos y doctrinas religiosas de la India, China, Egipto, Babilonia, Persia y, naturalmente, de Grecia, que fue su país. Pitágoras fundó, como dijimos, su escuela en Crotona (Italia) y predicó en Italia y Grecia, pero ya vemos como, al cabo de los siglos, nos encontramos a sus seguidores en Egipto, concretamente, en Alejandría.
Y es que Alejandría fue la ciudad llamada a integrar culturas y religiones para poder dar inicio y pie a la doctrina que más había de extenderse por el mundo, llegando incluso a estirar sus límites hasta los del nuevo imperio de Octavio Augusto.

FILÓN DE ALEJANDRÍA, UN CRISTIANO SIN CRISTO

Eusebio de Cesárea no solamente se empeñó en confundir a los terapeutas con los cristianos en una época en la que aún no existía el cristianismo. También puso empeño en hacer de Filón de Alejandría un cristiano. Un cristiano sin Cristo, en todo caso, porque Filón fue judío, fue contemporáneo de Jesús de Nazaret, su doctrina ideal fue la de los esenios y su filosofía, aunque él dijo no considerarse filósofo, fue la judía adaptada a la cultura griega. Pero nunca conoció a Jesús.
Pero nunca conoció a Jesús. Nació hacia el año 30 antes de nuestra Era en Alejandría, de padres judíos, su lengua materna fue el griego y fue rabino en su ciudad, pero su pensamiento fue helenístico y, por tanto, universal.
Filón de Alejandría
Filón fue un filósofo judío contemporáneo de Jesús, que dejó un escrito similar al Evangelio de San Juan y describió un dios idéntico al dios cristiano, por lo que se le ha considerado precursor del cristianismo. No figura entre los padres de la Iglesia porque en sus escritos nunca mencionó a Jesús.
LAS SECTAS DEL JUDAÍSMO

Sabemos por Flavio Josefo que el judaísmo no era una religión absoluta, sino que se dividía en sectas que eran, además de diferentes, hostiles entre sí. Las más opuestas estaban formadas por sacerdotes, los saduceos, los legos y fariseos.
Los saduceos se decían descendientes de Sadoc, el primer sumo sacerdote, eran estrictamente ortodoxos y solamente acataban la Ley de Moisés, sin aceptar todos los añadidos de otras culturas y religiones. Es decir, no creían en los ángeles, ni en la inmortalidad del alma, ni en el juicio final ni en la resurrección, ya que todos estos conceptos eran herencia persa, griega o egipcia. No creían, por tanto, que pudiera haber premios o castigos después de la muerte.
Los saduceos componían el Sanedrín, la asamblea legislativa que se reunía en Jerusalén para tomar decisiones en asuntos religiosos, y no dejaban intervenir en esta asamblea a los legos, los «separados del Sanedrín», que se llamaban «piadosos» y aceptaban todos los aditamentos de religiones extranjeras en el judaísmo.
Estas sectas se formaron en los tiempos de las persecuciones y opresión seleúcidas que dieron lugar a la rebelión de los Macabeos. Uno de los ritos que ambas compartían era el del bautismo.
San Juan Bautista llegó a increpar en sus sermones a las dos sectas, la primera por haber eliminado contenidos del judaísmo y, la segunda, por llenarlo excesivamente.
Tras la rebelión de los Macabeos, la secta de los piadosos se dividió en dos grupos. Uno de ellos constituyó una secta de hombres religiosos pero mundanos, porque podían participar en política, que aceptaban la Ley y las tradiciones orales y crearon rituales religiosos externos muy complejos, tanto, que era preciso estudiar para poder conocerlos e interpretarlos. Se llamaron fariseos y se ganaron la antipatía del pueblo, así como de los restantes grupos y sectas, por su desprecio hacia todos aquellos que no practicaran exhaustivamente la liturgia.
Uno de los puntos que más separaba diametralmente a los saduceos y a los fariseos era la resurrección de los muertos, doctrina que los fariseos habían adoptado desde los tiempos de los pitagóricos, que resumía la de distintos lugares del mundo y que se había irradiado también a Palestina.
Las fricciones entre fariseos y saduceos no eran solamente religiosas, sino políticas, porque ambas ideologías integraban facciones políticas y ambas se instalaban en el gobierno por etapas. El fariseo más conocido en el mundo cristiano se llamó Saulo de Tarso y hoy se le conoce por San Pablo.
El segundo grupo escindido de aquella secta era pequeño, no tenía más que unos miles de partidarios, vivían en comunidades aisladas practicando el ascetismo y el celibato. Eran los esenios.
Más tarde se destacó una nueva rama de «piadosos» y «separados del Sanedrín», una rama que decidió sufrir con paciencia la dominación extranjera, siempre y cuando respetasen su religión y sus tradiciones. Eran los zelotes o celadores. Empezaron tolerando, pero terminaron promoviendo rebeliones contra Roma como la del año 66, en la que resistieron valientemente tres años el asedio romano, hasta ser exterminados. El ala más extremista de la secta de los zelotes llevaba siempre un cuchillo llamado sica y por eso se les conoció como sicarios.
Lógicamente, estas sectas judías que mantenían diferencias de fe y culto, esperaban un Mesías también diferente. En el siglo I antes de nuestra Era, los asirio babilónicos, que se habían incorporado al Imperio parto y profesaban la religión mazdeísta, esperaban al Mesías como a un dios hombre nacido de forma sobrenatural, que vendría al mundo para salvarlo de la maldad y del dolor y resucitaría después de muerto. Este concepto había influido grandemente en la espera mesiánica de muchos grupos judíos. Así, Daniel anunció su venida sobre nubes y los fariseos, ya en el siglo I, suponían que sería un rey cuyo reino duraría mil años y terminaría con el Juicio Final y el advenimiento del reino de Dios.
Hay autores que aseguran que su patria no fue Alejandría ni Egipto ni Palestina ni Grecia, sino el Imperio romano.
Estuvo un tiempo en Roma, en la época de Calígula, para recabar la protección imperial para los judíos, a quienes el pueblo griego había puesto en una situación delicada, acusándoles de no venerar debidamente al emperador. Desoído y vejado por Calígula, regresó a Alejandría hacia el año 41 de nuestra Era y allí murió, no se sabe exactamente en qué año, pero se calcula que hacia el año 45.
Sus ideas quedaron reflejadas en numerosas obras, según las cuales podemos saber cómo pensaba. Como griego y judío, Filón supo adaptar la filosofía griega a la palabra de Dios, con el fin de poder presentar a los griegos la fe de los judíos de una forma que les resultase aceptable y agradable. Para ello, tomó el Antiguo Testamento, distinguiendo lo que eran mitos y alegorías, e insertó en él el misticismo de Platón, que inundaba por entonces el pensamiento de los filósofos de Alejandría.
Así llegó a injertar en el tronco de la religión judía el concepto del Verbo (o Logos) platónico, señalando que el Logos, el Verbo, es el más antiguo de los seres y eso nos lleva inmediatamente al Evangelio de San Juan: «En el principio fue el Verbo». Es el más antiguo, sigue Filón, porque es el primogénito de Dios y es su imagen. A través del Logos, Dios crea y gobierna todas las cosas, porque el Logos, el Verbo, es mediador entre Dios y el hombre.
El deseo de Filón fue, como si del destino de Alejandría se tratara, reunir en una sola la religión judía, la cultura griega y la ciudadanía romana. Algo así haría Pablo de Tarso al poco tiempo, teniendo en cuenta que nació unos treinta años después que Filón y que, aunque no le conoció personalmente, sí tropezó con su doctrina y con sus ideas, porque lo que Filón de Alejandría consiguió con su fusión de cultura, religión y ciudadanía fue crear al dios de los cristianos. El mismo Eusebio de Cesárea [9] aseguró que Filón habló con palabras del Evangelio, cuando el Evangelio ni siquiera se había diseñado en la época de la que estamos tratando.
En realidad, Filón fue, si no el creador, sí el precursor del cristianismo. El hecho de que no se le haya incluido entre los primeros padres de la Iglesia se debe exclusivamente a que, siendo su contemporáneo, en ninguna de sus obras mencionó a Jesús ni al cristianismo.

LA COMUNIDAD DEL MAR MUERTO

A mediados del siglo XX, el mundo cristiano se estremeció al conocer una noticia procedente de Jordania. En 1947, en una cueva cercana al Mar Muerto, unos beduinos habían encontrado un conjunto de documentos, datados unos 2000 años atrás, envueltos en telas y escondidos en jarras de barro. Después de muchos estudios, análisis, debates, hallazgos, adquisiciones e investigaciones, se supo que los autores de aquellos textos debieron ser los habitantes de una población llamada Qumram, una comunidad extremista judía que vivió en el siglo I antes de nuestra Era en aquel desierto de Judea.
Una comunidad que la mayoría de los investigadores llegó a identificar con los esenios, porque los documentos encontrados recogían una doctrina y una forma de vida similares a las que Flavio Josefo y Filón de Alejandría describieron acerca de la secta esenia.
Algunos de aquellos escritos hablaban del Maestro de Justicia o Maestro de Plenitud, que había sufrido la persecución de los sacerdotes en un tiempo en que Judea se encontraba dominada por una potencia extranjera. Los autores de tales escritos eran, por cierto, los seguidores del Maestro y los textos están redactados en hebreo, en arameo y en griego.
Qumram fue un antiguo poblado habitado durante 300 años y abandonado en el año 68, debido a la persecución de Tito, que, en el año 70 de nuestra Era, asoló Jerusalén y masacró a los judíos en respuesta a una revuelta instigada por los zelotes y liderada por uno de los numerosos mesías que se levantaron contra Roma en aquella época, como los Macabeos se habían levantado contra Antíoco dos siglos atrás.
Los autores de los textos mencionaban una comunidad monástica que compartía una cena ritual con pan y vino, que creía en la resurrección y practicaba la purificación por inmersión en agua, cuyos miembros se sentían herederos del Israel bíblico, describían la lucha de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas y hablaban de un Mesías que resucitaría de entre los muertos.
El mundo cristiano se conmocionó porque allí pareció encontrar el principio de su principio. ¿Fue Jesús de Nazaret un esenio? ¿Lo fue Juan el Bautista? ¿Lo fue quizá también el mismo Pablo de Tarso? Entonces empezaron las discusiones. ¿Se trataba de textos cristianos o era una simple coincidencia? Nadie parecía interesarse por discutir los numerosísimos textos bíblicos encontrados en las cuevas del Mar Muerto y mucho más antiguos que los hasta entonces existentes, todo el Antiguo Testamento menos el Libro de Esther. Pero sí se discutió (y aún se discute) y, sobre todo, se dató la documentación que trata del Maestro de Justicia, la Regla de la Comunidad o Documento de Damasco y, en general, todos los documentos que muestran textos allegados a la doctrina del cristianismo.
Si los manuscritos se escribieron antes de Jesucristo, entonces el Maestro era otro. Si se escribieron después, el Maestro era él.
Cada estudioso aportó su interpretación según sus creencias y ya sabemos lo que las creencias y prejuicios pueden modificar la interpretación de un documento antiguo, sobre todo si está escrito en una lengua que, como el hebreo, carece de vocales y hay que leer lo que conviene al contexto. Así, una misma frase se puede interpretar de tres maneras. Por ejemplo: «Mataron al príncipe de la organización», «Matarán al príncipe de la organización» o «Le matará el príncipe de la organización.».
Por otro lado, los escritos contienen referencias en clave, apenas hay nombres y muchas veces utilizan juegos de palabras en lugar de nombres propios, por ejemplo, cuatro puntos en lugar de Dios.
Finalmente, se dataron en los siglos II y I antes de nuestra Era y se consideraron documentos precristianos, aunque, como era de esperar, no todo el mundo estuvo de acuerdo y se discutieron fechas de ciertas copias. No eran las copias lo que había que datar, sino los originales. Y se advierte que son copias porque muestran borraduras realizadas por el escriba, que aparecen con nitidez al aplicarles rayos infrarrojos o un software creado específicamente en la Era Tecnológica para detectar estas cosas.
Pero los textos de Qumram también hablan de otras cosas que nada tienen que ver con la doctrina de los evangelios cristianos.
Las normas de la secta hablan de castidad, de compartir los bienes, de igualdad, de vegetarianismo y de vestiduras blancas. Incluyen textos poéticos sobre el futuro de la comunidad. Algunos han identificado estas reglas con las de las primeras comunidades cristianas que mencionan los Hechos de los Apóstoles, pero nosotros no tenemos más remedio que recordar a los pitagóricos y a los terapeutas.
Los textos de Qumram hablan de guerra, de un plan guerrero para preparar la batalla final, la decisiva, la batalla apocalíptica que termine para siempre con los Hijos de las Tinieblas, exterminados por guerreros santos, puros y castos, que formarán un ejército e invitarán a las huestes celestiales, con el Mesías a la cabeza, a combatir el mal en la tierra. El Rollo de la Guerra habla de las guerras pasadas contra Edom, Moab y los filisteos y ofrece una visión clara de la victoria final contra el mal, un eco de la tradicional victoria de los Macabeos contra el malvado rey Antíoco.
Los rollos de Qumram no hablan de arrepentimiento ni de bautismo, sino del rito judío de la purificación mediante el agua, un rito que no aparece en los Evangelios. Hablan de observar estrictamente la Ley de Moisés y de evitar el contacto con otros judíos, es decir, con los pecadores, algo muy alejado de la doctrina cristiana.
En distintos manuscritos correspondientes a diferentes etapas de la comunidad del Mar Muerto se distingue al Mesías davídico del Mesías levítico. El Mesías levítico es un sacerdote, no olvidemos que los levitas no eran una tribu ni un pueblo, sino una casta sacerdotal, mientras que el Mesías davídico es un guerrero. El Rollo de la Guerra dice que puede «asolar la tierra con su cetro y llevar la muerte a los impíos con su aliento».
Qumram.
El hallazgo de numerosos manuscritos en el asentamiento de Qumram, junto al Mar Muerto, fue un acontecimiento de gran importancia tanto para los judíos como para los cristianos: para los judíos, porque encontraron casi todos los textos del Antiguo Testamento; para los cristianos, porque creyeron encontrar el origen de su religión. Pero los textos de la comunidad esenia de Qumram se dataron entre los siglos II y I antes de nuestra Era.
Sin embargo, el Maestro de Justicia predicó la humildad, la penitencia, la pobreza, la castidad y el amor al prójimo; prescribe, además, la observancia de la Ley, pero una vez perfeccionada.
Esta sí que es, al menos en parte, la doctrina cristiana que leemos en los Evangelios. Por otro lado, el Maestro de Justicia no se libró de las persecuciones de los sacerdotes, profetizó la destrucción de Jerusalén a causa de su muerte, se presentó como el Juez Supremo que volvería al final de los tiempos y fundó una Iglesia cuyos seguidores le esperarían siempre, celebrando el ritual de una comida sacralizada, un banquete místico al que acudían con una banda de tela blanca. Ahora sí que habríamos encontrado el principio del cristianismo, si no fuera porque el Maestro de Justicia, fundador de la comunidad de Qumram, murió entre los años 63 y 65 antes de nuestra Era [10] .

LOS ESENIOS, ASCETISMO Y SANTIDAD

Filón de Alejandría, Plinio y Flavio Josefo mencionaron en sus obras la existencia de cuatro mil esenios que buscaban la santidad del espíritu y que abandonaban las ciudades impías para ir a vivir en aldeas, trabajando el campo y haciendo labores de artesanía y apicultura. No aceptaban tener esclavos ni riquezas, compartían sus bienes en una bolsa común, no sacrificaban animales y empleaban su tiempo en hacer buenas obras y en estudiar sus leyes ancestrales, sobre todo, los sábados en la sinagoga. Amaban a Dios, amaban la virtud y amaban al prójimo, pues cuidaban de enfermos, ancianos y necesitados. Negaban que Dios pudiera ser la causa del mal y del sufrimiento, algo que les apartaba de las restantes sectas judías. Recordemos que los judíos imputaban los males que padecían a castigos divinos por su apartamiento de la Ley.
En las Guerras de los judíos, Flavio Josefo ofrece otros detalles interesantes como que los esenios evitaban los placeres por considerarlos vicios y hacían de la continencia una virtud especial. Algunos se casaban pero con desgana, porque estaban seguros de que ninguna mujer podía ser fiel a un solo hombre. Aun así, sometían a las mujeres a un periodo de tres años de prueba antes de llegar al matrimonio y únicamente se casaban con mujeres fértiles, puesto que la finalidad del matrimonio era exclusivamente la preservación de la especie humana.
No todas las comunidades esenias admitían miembros casados, pero la que habitó en Qumram sí los admitió, porque se han encontrado esqueletos de mujeres y niños en el cementerio del poblado.
No solamente ponían a prueba a las mujeres, sino que también los novicios debían demostrar durante un año que estaban dispuestos a vivir en santidad antes de ingresar en la comunidad.
Vestían de blanco, pronunciaban votos solemnes de practicar la honradez, la lealtad, la modestia y la honestidad, así como de no revelar a extraños los asuntos de la comunidad. Creían en la inmortalidad del alma y en la libertad humana.
Su regla era, como vemos, un compendio de las reglas de las anteriores comunidades monásticas. Vemos en ella similitud con los pitagóricos y con los terapeutas. Pero también mantienen diferencias importantes. Los terapeutas, por ejemplo, se ungían con aceite antes de orar, mientras que los esenios consideraban que el aceite ensucia. Si se untaban accidentalmente debían lavarse, para mantener la piel limpia y seca. Vestían de blanco, como los pitagóricos y los terapeutas, pero además porque el blanco era el color de los sacerdotes, según señala el Éxodo (28, 39-43).
Viajaban sin equipaje y se alojaban en casas de otros esenios, igual que hicieron los primeros cristianos, pero también igual que hicieron numerosas comunidades monásticas que contaban con miembros que no vivían en comunidad.
Rechazaban el contacto con extranjeros y debían lavarse si tocaban a alguno. Despreciaban el peligro y controlaban el dolor con la mente. Los que sufrieron torturas bajo los romanos nunca cedieron ni lloraron. Creían que el cuerpo es corruptible pero que el alma es inmortal y que, una vez que se libera de las cadenas del cuerpo, asciende a las alturas. Volvemos a encontrar aquí la vieja creencia egipcia que aprendieron los griegos y que retomaron los místicos cristianos.
Ernest Renan, filósofo francés del siglo XIX, puso de moda explicar el cristianismo a partir del esenismo, al señalar que Cristo fue un esenio que desarrolló solamente parte de su doctrina y creó un grupo especial. Sin embargo, las comunidades cristianas que aparecieron en Asia Menor en el siglo I eran judíos que se habían separado del tronco principal del judaísmo en espera de una catástrofe inminente, que terminaría con todo lo existente para generar un nuevo orden. Según podemos leer en el Apocalipsis, la espera del Mesías que realizaría el cambio en un futuro muy próximo iba acompañada de un enorme rechazo a Roma, la ramera de Babilonia.
Pero, siguiendo el Apocalipsis, las comunidades cristianas se reunían en torno a un concepto del que no participaban ni los judíos ni los esenios ni los terapeutas: el cordero. El cordero, cuyo sacrificio a Dios sería la garantía de que los cambios esperados se habían de producir con toda seguridad. El cordero es el chivo expiatorio judío que carga con los pecados del pueblo y se inmola como víctima propiciatoria que Dios acepta como aceptó el carnero en lugar de Isaac.
La comunidad esenia de Damasco es, seguramente, la más conocida y fue fundada por esenios que emigraron desde Palestina. No olvidemos que la regla de la comunidad de Qumram se llamaba Documento de Damasco.

LOS GNÓSTICOS, LA SABIDURÍA

Gnosis es una palabra griega que significa conocimiento y dio origen a una corriente filosófica denominada gnosticismo, cuyos adeptos se llamaron gnósticos, es decir, poseedores del conocimiento [11] .
Poseedores o deseosos de conocimiento, los gnósticos querían saber, quisieron conocer la verdad, pero la verdad última y absoluta, por eso abrazaron esta doctrina, una doctrina ciertamente pretenciosa porque su finalidad es dilucidar los grandes enigmas teológicos y filosóficos. Y ¿cuál puede ser el método seguido por cualquier estudio para acceder a tan inaccesibles misterios? La especulación. Solamente especulando se puede llegar a desentrañar los enigmas del más allá, de la divinidad y del antes de la vida y después de la muerte.
Y fue precisamente la gnosis que hoy podemos llamar «especulativa» la que condujo a algunos iniciados por el camino de la religión, hasta el punto de que algunos autores aseguran que los primeros cristianos fueron gnósticos y que, más tarde, la Iglesia declaró que el gnosticismo era herético y se deshizo de los miembros y elementos relacionados con la gnosis, empezando por los llamados evangelios gnósticos que se escondieron en Egipto y han ido apareciendo a lo largo de los tiempos. El único que se ha mantenido contra viento y marea es el atribuido a Juan.
Hubo también una gnosis «mágica» cuyo seguidor más conocido fue el célebre Simón el Mago, aquel que, según los Hechos de los Apóstoles, quiso comprar a los apóstoles la capacidad para sanar y perdonar.
Hubo asimismo una gnosis «mitológica» que profesaron grupos de judíos en los albores del cristianismo, de la que no tenemos más remedio que hablar, porque de allí surgió el principio femenino que forma trinidad con el padre y el hijo. La Trinidad gnóstica está formada por El Padre, el Hijo y la Espíritu Santa [12] .
Un principio femenino que es la Sabiduría, representante del Bien, que se enfrenta a los demonios, representantes del Mal, para vencerlos y enviar a Jesucristo al mundo. De una secta seguidora de esta rama gnóstica surgieron diversos escritos que se encontraron en Egipto, en los que aparecen los eones y los arcontes vengativos vencidos por Sofía (en griego, Sabiduría).
En el Libro secreto de Juan, uno de los muchos evangelios gnósticos que la Iglesia rechaza, leemos «Yo soy el Padre, yo soy la Madre, yo soy el Vástago», es decir, la Trinidad Gnóstica. Esta dimensión femenina de la divinidad, este principio femenino que es la Sabiduría con mayúsculas, tendría posteriormente mucho que ver con otra de las historias gnósticas aparecidas en Egipto y que tiene como protagonista a María Magdalena.
En cuanto a la gnosis «especulativa» incorporó algunos de los elementos de la gnosis «mitológica», utilizando como amalgama ciertos conceptos filosóficos griegos, para llegar a una visión organizada de Dios y del mundo, con un dualismo similar al de Zoroastro, un dios bueno que se enfrenta al dios malo, que es justiciero y vengativo, y le vence en batalla singular.
San Juan Evangelista
Los cristianos gnósticos escribieron toda clase de evangelios y apocalipsis, atribuyendo muchos de ellos a los apóstoles. Juan el Evangelista tuvo también su evangelio gnóstico llamado Libro secreto de Juan.
Pero el dios bueno no es perfecto y, al ser imperfecto, no es capaz de crear seres perfectos, sino seres malignos. Tampoco es omnipotente, por lo que no consigue controlar la materia creada precisamente por el dios malo, pero plasmada de forma perversa.
La materia es, por tanto, un elemento negativo, algo que hemos visto ya en otras filosofías y doctrinas que se afanan por desprenderse de la materia, de la carne y del mundo, para lograr la perfección del espíritu.
La gnosis propugna la salvación mediante el conocimiento y la introspección como única forma de librarse de los sufrimientos del mundo, lo que coincide con la doctrina budista, según recalcan algunos autores y, prácticamente con la mayoría de las restantes doctrinas, según podemos comprobar. ¿Qué busca, al fin y al cabo, una doctrina? Mejorar la condición humana y darle un futuro esperanzador, un futuro que solamente se puede entrever iniciándose en el conocimiento de esas verdades que todos quisieran conocer y sobre las que cada uno especula a su modo, porque no todo el mundo tiene la capacidad de encontrar la Verdad con mayúscula.
Pero los gnósticos no eran un grupo religioso ni una secta ni nada parecido, sino individuos que compartían una creencia. Los gnósticos cristianos, por ejemplo, creían que la redención se alcanza con el conocimiento interior (la gnosis) y no con rituales, sacrificios ni oraciones. Los evangelios gnósticos son enseñanzas secretas de Jesús de Nazaret e incluso relatan actividades que llevó a cabo en Egipto, porque los cristianos gnósticos se creyeron depositarios del conocimiento divino extraído de aquellas enseñanzas secretas.
De los representantes de esta rama gnóstica nos interesa especialmente Marción, un discípulo de Pablo de Tarso que entendió el cristianismo a la manera gnóstica. Hablaremos de él en el capítulo dedicado a los discípulos y seguidores de Pablo.

LA BIBLIOTECA COPTA DE NAG HAMMADI

La historia del hallazgo de los manuscritos del Mar Muerto no fue un hecho novedoso, sino una repetición. Dos años antes de que los beduinos de Palestina encontraran los rollos de Qumram, dos campesinos egipcios habían encontrado numerosos papiros escritos, enterrados junto a un acantilado del alto valle del Nilo, cerca de un pueblo llamado hoy Nag Hammadi.
Parece que los documentos más antiguos del judaísmo y del cristianismo habían corrido una suerte similar, pues ambos habían sido escondidos celosamente en las entrañas de la tierra, en lugares semejantes por su proximidad al agua y guardados en tinajas.
Y ambos fueron escondidos por temor a las persecuciones de que sus autores fueron objeto.
Los judíos de Qumram escondieron sus preciosos documentos ante la amenaza de la persecución romana. Eran tiempos mesiánicos en que los líderes levantaban a las multitudes contra el opresor y este, poderoso y despiadado, tomaba represalias realmente horrendas. Los cristianos de Nag Hammadi escondieron sus tesoros gnósticos ante la prohibición de la Iglesia que los había considerado heréticos. Unos y otros estaban destinados a salir a la luz en el siglo XX, por una casualidad del caprichoso destino, aunque hay que decir que algunos de los evangelios gnósticos se encontraron ya en el siglo XVIII.
La diferencia entre ambos hallazgos es también su datación.
Los de Qumram se dataron, como dijimos, entre los siglos II y I antes de nuestra Era y los de Nag Hammadi parece que se escribieron en los siglos II y III. Pero no eran originales. Todos los evangelios que se han encontrado, tanto los canónicos como los apócrifos y los gnósticos, han sido siempre copias, cuando no copias de copias o copias de copias de copias, aunque existen algunos fragmentos de manuscritos que nos han llegado muy deteriorados por haber sido escritos en papiro. La existencia de los originales, que no se han encontrado, se supone por citas de autores cristianos a partir del siglo II.
Cristo y Abu Menas
Egipto tuvo mucho que ver con el cristianismo primitivo, desde los textos de Filón de Alejandría hasta la biblioteca copta de Nag Hammadi. En esta tabla egipcia del siglo VI aparece Cristo con el gran taumaturgo egipcio Abu Menas.
Los de Nag Hammadi estaban escritos en lengua copta, una lengua derivada del egipcio antiguo y conservada a través de los siglos en un país cuya lengua oficial es el árabe desde que los musulmanes lo conquistaron para el Islam en el siglo VII. Allí, en Nag Hammadi, cuentan que fundó San Pacomio el primer monasterio cristiano en el año 320 y los monjes se dedicaron a copiar diversos manuscritos religiosos antiguos, con los que compusieron unos cuantos códices encuadernados en piel, los guardaron en una tinaja sellada y los pusieron a buen recaudo cuando la Iglesia oficial declaró que la gnosis era una herejía y mandó destruir todos los libros y documentos gnósticos.
La biblioteca copta de Nag Hammadi es un tesoro de literatura griega con numerosos volúmenes que pretenden narrar la historia de Jesús de Nazaret, de su madre, de sus discípulos y de diversos personajes de la época.
Existe un catálogo de evangelios apócrifos que los identifican uno a uno, para que el lector sepa si el texto que está leyendo es considerado sagrado o no desde el punto de vista de la Iglesia.
Aparte de las listas de textos apócrifos que facilitaron diversos autores cristianos de los primeros siglos, el catálogo más completo se encuentra en el libro de las Constituciones Apostólicas, un manual litúrgico del siglo II, considerado apócrifo, pero que estuvo muy en boga en el siglo IV.
Además de los evangelios apócrifos, existen textos no ya de veracidad dudosa, sino que su falsía está totalmente fuera de duda.
Por ejemplo, existe un cruce de cartas entre Jesús y el rey de Edesa, Abgaro, redactada con la mayor ingenuidad e iniciada con esta expresión: «Yo, Jesucristo, hijo de Dios vivo y eterno».

LA SABIDURÍA TIENE ROSTRO DE MUJER

Sofía es una palabra griega que significa Sabiduría, como ya hemos dicho, Sabiduría con mayúsculas. Suponía, y probablemente continúa suponiendo, una conducta ética junto con la comprensión del cosmos. La Sabiduría se materializa en sermones y proverbios cuyo contenido instruye y explica cosas tan escurridizas y subjetivas como el sentido de la vida y, como no podía ser menos, especulaciones sobre el origen y el destino del mundo.
La sabiduría contenida en los textos de Nag Hammadi no solamente abarca tremendas verdades eternas acerca de la existencia del hombre en la tierra, que ya dijimos que es la cuestión que se han planteado todos los filósofos y a la que solamente han respondido las religiones. La sabiduría de los escritos gnósticos incluye una creencia muy pretenciosa y es que el justo puede descifrar los misterios celestiales, puesto que le será revelado todo aquello que existe más allá del conocimiento humano.
Pero no todo el mundo tiene acceso a este tipo de conocimiento sino que, como hemos mencionado, solamente le es revelado a los justos, porque quien posee ese conocimiento puede tener la seguridad de que se salvará. Esta era la meta que anunciaban las religiones mistéricas del Mediterráneo. Los iniciados que contemplaban, para su dicha, la hiera, aquellos objetos sagrados y misteriosos de Eleusis y otros santuarios, sabían que al observar los misterios de la vida aprehendían al mismo tiempo los orígenes de la salvación. Eso es, al menos, lo que allí se enseñaba.
Sabiduría es, por tanto, la comprensión de los misterios terrenos y divinos junto con una forma de vivir acorde con las reglas de la Creación.
El Evangelio de San Felipe, uno de los evangelios gnósticos pertenecientes a la biblioteca copta de Nag Hammadi, habla de tres Marías que caminaban siempre junto al Amo (Jesús): su madre, su hermana y su pareja. El Amo amaba a María Magdalena más que a todos los demás discípulos y la besaba a menudo en la boca, lo que provocaba los celos de las demás mujeres. Este escrito confirma también la identidad femenina de la Espíritu Santa al señalar que María, la madre de Jesús, no pudo concebir de ella pues «nunca mujer fue preñada por mujer».
El Evangelio de María Magdalena, otro de los evangelios gnósticos, insiste en los celos de los discípulos ante la preferencia de Jesús por María Magdalena, a la que no solamente ama, sino que le habla en secreto y le enseña cosas que los demás ignoran hasta que las aprenden de labios de ella, quien les dice: «lo que está escondido para vosotros, yo os lo anunciaré». Y vemos a Leví predicando el evangelio según María porque ella se transforma en la reveladora de Jesús.
El Evangelio de Valentín, también gnóstico por supuesto, nos cuenta, entre otras historias, el encuentro de Jesús con la Sabiduría Fiel, la Pistis Sofia, y menciona el reino de la luz en el que se reservan puestos a los que, como Juan, alcanzan el conocimiento. Y señala los principios éticos que han de seguir quienes deseen adentrarse en los misterios de la luz. Recordemos que la luz, que algunos asocian a la de los esenios de Qumram, no es un concepto exclusivo de estas sectas, pues lo vimos ya en Akhenatón.
El Evangelio de Judas, un texto gnóstico que según San Ireneo fue redactado por la secta herética de los cainitas, defensores de Caín, no solamente describe las enseñanzas de Jesús a Judas, al que presenta como un discípulo ignorante e ingenuo, sino que también menciona las peripecias de Sofía, la Sabiduría del Discernimiento, que cometió el error de engendrar por sí misma y engendró un ser imperfecto, que fue el creador del mundo, aunque antes recibió parte del espíritu de luz y así, el mundo de los hombres fue creado imperfecto y deforme, pero con un punto de luz en el espíritu. Sofía corre desesperadamente en busca de su redentor, que es su hermano y su amante, de la misma forma que Isis corría desesperada en busca de Osiris para recomponer su cuerpo despedazado por el mal.
Los cristianos gnósticos situaron a María Magdalena por encima de los demás discípulos y la elevaron contra viento y marea, porque su posición, siendo mujer, hubo de contar con la fuerte oposición de la cabeza apostólica, el mismo Pedro que veía peligrar su liderazgo. Los cristianos gnósticos rindieron culto a la Divina Madre como una de las tres personas de la Trinidad, una trinidad similar a la egipcia formada por Isis, Osiris y Ra.
Es importante saber que las leyes egipcias otorgaban a las mujeres los mismos derechos civiles que a los hombres. Egipto fue el primer país en el que hubo igualdad entre los sexos. De hecho, Isis era la diosa madre, esposa y compañera, es decir, reunía los tres atributos de la mujer, mientras que los griegos necesitaban tres diosas distintas para desempeñar esos tres papeles. En el Evangelio de San Felipe vemos a Jesús acompañado por las tres Marías, madre, esposa y compañera. Isis personificada en tres mujeres al estilo griego.
La personificación de una diosa triple es un mito antiguo que podemos encontrar, por ejemplo, en los misterios de Eleusis dedicados a Demeter, Perséfone y Hécate, tres divinidades. Y recordemos que el número tres es mágico, porque contiene el principio (el uno), el medio (el dos) y el final (el tres). Por eso hubo tres Parcas, tres Gracias, varias trinidades divinas y tres Reyes Magos.
En los misterios dedicados al dios redentor Dionisos encontramos de nuevo el mito de las tres mujeres, ya que las celebraciones se llevaban a cabo por tres sacerdotisas que lideraban sendos séquitos de ayudantes, tres coros femeninos cada una.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que los judíos jamás hubieran concedido a una mujer el don de la sabiduría ni la capacidad de enseñar ni la virtud suficiente como para encabezar ningún grupo religioso. Sin embargo, los griegos distinguían dos tipos de mujeres, la esposa y madre, encerrada en el gineceo, muerta de celos y embrutecida por las labores del hogar, como Hera, la esposa de Zeus, y la amante, la hetaira, bella, distinguida, educada y capaz de disertar y de enseñar a los hombres, como Afrodita y Atenea.
Platón, por ejemplo, cuenta en El Banquete que recibió el saber de una sacerdotisa de Apolo, Diotima de Mantinea, pitagórica por más señas. El mismo Pitágoras dijo haber aprendido de Temistoclea, sacerdotisa de Delfos. Y también Sócrates visitó en más de una ocasión a Aspasia de Mileto y aprendió de ella el arte de argumentar.
Los evangelios gnósticos de Nag Hammadi proceden de Egipto, pero del Egipto helenístico que mantuvo la huella de la cultura griega y que adoró a Serapis, un dios egipcio creado por un gobernante griego, Tolomeo I. Por tanto, es lógico que los autores de tales escritos concediesen a la mujer el mismo rango que al varón, al menos a la mujer sabia y como sabia aparece María Magdalena, una mujer que había sido capaz de comprender totalmente las enseñanzas de Jesús y a la que este encomendó transmitir el saber a los apóstoles. También hemos visto que los gnósticos admitían a la Virgen María como parte integrante de la Trinidad, como los egipcios incluyeron a Isis en la Trinidad con Ra y Osiris.
María Magdalena.
María Magdalena es una figura controvertida que encarna diversos mitos en los textos evangélicos. Es seguidora, compañera, pecadora redimida, iniciada, esposa y representante de Jesús. Sin embargo, en los evangelios canónicos, María Magdalena no fue más que una mujer de la que Jesús expulsó siete demonios y que le siguió hasta la resurrección.
Incluso es posible que los primeros cristianos fueran gnósticos, como apuntan numerosos autores. No es fácil asegurarlo, porque ya hemos dicho que todos los evangelios encontrados han sido copias de copias y no es posible conocer el origen de una historia careciendo de documentos originales. Lo que sí sabemos es que la Iglesia refutó en numerosas ocasiones la herejía gnóstica.
Podemos casi escuchar las voces airadas de los padres eclesiásticos, como Tertuliano o San Ireneo, protestando ante la idea de que las mujeres pudieran enseñar teología o celebrar la eucaristía.
Sin embargo, en los evangelios gnósticos, María Magdalena alcanza el conocimiento y recrea otro mito, el de la prostituta redimida. En los evangelios canónicos, María Magdalena no era una prostituta, sino una mujer de la que Jesús había arrojado siete demonios. De nuevo, un número místico. María Magdalena sigue a Jesús y es la primera en verle después de la resurrección, pero en ningún lugar se menciona que fuera prostituta. Si se la convirtió en prostituta después fue probablemente para, como decimos, recrear el mito de la prostituta redimida, la prostitución sagrada que se llevaba a cabo en algunos santuarios en nombre del dios o de la diosa venerados. El matrimonio con la deidad libera del pecado y engrandece al ser humano, hasta el punto de que una mujer de la más baja condición moral para los judíos, una prostituta, se llegó a convertir en la doctrina gnóstica en la representación de la Sabiduría divina, Santa Sofía.

LAS ENSEÑANZAS DEL MAESTRO DE SABIDURÍA

Las enseñanzas del Maestro de Sabiduría son el fruto de una experiencia humana rica y valiosa, junto con un conocimiento profundo de la verdad alcanzado a través de la introspección, como han sido los de tantos maestros e iniciados que hemos mencionado y otros muchos que no hemos mencionado, porque, afortunadamente, no habría libro capaz de describirlos a todos.
Los maestros de sabiduría, por tanto, dicen Verdades, Verdades con mayúscula, verdades que sirven a todos y en todo momento, que no han quedado desfasadas con el transcurso del tiempo y que siempre estarán vigentes, por mucho que avancen la ciencia y el progreso. Ya hemos visto que para los maestros el conocimiento no es nada sin el amor al prójimo y que el progreso es un retroceso si no se basa en la justicia social y en la solidaridad.
Pero no todos los que enseñan, escriben o promulgan doctrinas son maestros de sabiduría, por lo que es importante distinguirlos a fin de no confundir la enseñanza de la Verdad con el adoctrinamiento en teorías o creencias personales.
Fernando Conde Torrens ha invertido más de veinte años de su vida en buscar algunas de las muchas verdades que el ser humano suele buscar, es decir, en aprender a diferenciar la Verdad y la Sabiduría de doctrinas basadas en opiniones, credos, especulaciones o supuestos. En su libro El Grupo de Jerusalén explica no solamente lo que es un maestro de sabiduría, sino lo que NO es un maestro de sabiduría, lo cual es sumamente importante.
Así sabemos que un maestro de sabiduría dice verdades, cosa que ya habíamos colegido, pero también sabemos que un maestro de sabiduría no regaña, ni aconseja, ni amenaza, ni castiga, ni discute. Un maestro no se pone a sí mismo de ejemplo ni tampoco necesita citar a otros maestros, porque su verdad es la Verdad y no necesita apoyo. Esas no son actitudes propias de un maestro, porque los consejos, las regañinas, las amenazas, los ejemplos y los castigos nada tienen que ver con la introspección, sino con el aprendizaje forzado y externo. Y la frase «haced como yo» que tanto leemos en el Nuevo Testamento, así como las amenazas de castigos, las referencias a profetas, os agravios y modos similares son impropios de un maestro de sabiduría.
No son actitudes, por cierto, que se puedan encontrar en los iniciados anteriores ni en otros que queramos investigar. Confucio, por ejemplo, se negó a enseñar a quien no quería aprender y dejó de responder a quien preguntaba cómo conseguir un objetivo, pues tal pregunta era clara indicación de que maestro y discípulo no se habían entendido. Sócrates se denominó a sí mismo partera del conocimiento, porque no creyó que enseñaba sino que extraía el conocimiento que el discípulo llevaba dentro, como la partera extrae la criatura del vientre materno.
Los maestros de sabiduría tampoco hacen milagros, por más que sus seguidores muchas veces se hayan empeñado en atribuirles hechos más o menos portentosos o sobrenaturales, porque los milagros pertenecen a otra dimensión que es propia del pensamiento mágico y no del pensamiento racional.
Por esos motivos, podemos saber que el fundador de la comunidad del Mar Muerto fue un maestro porque sus enseñanzas exhalan sabiduría, como la exhalan las de los iniciados anteriores.
Pero el Maestro murió, como sabemos, y sus discípulos, como suele suceder, no siguieron fielmente sus enseñanzas, porque no todo el mundo está preparado para admitir la Verdad y los seres humanos que no pertenecen a esa casta selecta de los iniciados prefieren verdades a medias o incluso mentiras piadosas.
Por tanto, junto a una colección de himnos y máximas que desprenden sabiduría por todos sus poros, algunos escritos de Qumram, como muchos escritos de muchas doctrinas, presentan hechos y descripciones que nada tienen que ver con la luz, con la sabiduría ni con la verdad, sino que han sido añadidos a un documento original por escribas ignorantes que creyeron que su aportación incrementaba el valor de lo dictado por el Maestro y lo que en realidad consiguieron fue disfrazarlo, disfrazar la Verdad con el velo de la magia, la superchería y el pseudoconocimiento.
Algo así parece que sucedió con los Evangelios. Dice Isaac Asimov que los autores judíos antiguos no firmaban sus escritos, porque pretendían atribuirlos a alguien de mayor autoridad que los hubiera recibido de Dios en revelación. Pero también hay que saber que los autores antiguos no escribían sus textos de un tirón ni de una sola vez, sino que los líderes escribieron colecciones de máximas o enseñanzas, a partir de las cuales, sus discípulos o seguidores elaboraron una nueva doctrina con aditamentos de su propia cosecha.
Hemos visto cómo los libros del Antiguo Testamento fueron modificando su enfoque a través de los tiempos, según se acumulaban nuevas experiencias y acontecimientos que modificaban la visión del pueblo hebreo y de sus dirigentes. De la misma forma, los manuscritos de Qumram, los textos de Nag Hammadi y muchos otros libros llevan el sello de un maestro de sabiduría en su origen y, a continuación, los añadidos posteriores de quienes quisieron ampliar la doctrina como si se tratara de un mismo documento, más largo y completo que el original.
El problema es, como hemos dicho, que al ampliar y completar el documento, el discípulo dejó también su marca indeleble de ignorancia que contrasta con el sello inconfundible del Maestro.
Muchos autores concuerdan en que los Evangelios tuvieron un original al que llaman Fuente, que en alemán se dice Quelle y por ello se le conoce como Documento Q. Un documento, por cierto, cuya existencia se supone, se deduce, pero que nunca se encontró, como nunca se encontraron los originales de ninguno de los Evangelios. Como hemos dicho, solamente existen copias de ellos. Parece que Papías, obispo de Hierápolis, en Asia Menor, que vivió en el siglo II, mencionó un escrito de Mateo escrito en arameo (no dice Evangelio, sino Dichos) y esta mención la conocemos a su vez por la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea [13] .
La escalera de la vida
Aunque la ética que enseñan los filósofos y maestros de sabiduría nada tiene que ver con el premio y el castigo, los moralistas siempre la asociaron y la hicieron depender de cielos e infiernos. Esta pintura bizantina datada entre los siglos XI y XII representa la escalera de la vida que asciende hacia premios eternos, pero que no todo el mundo alcanza.
Efectivamente, según Eusebio, Papías dice que: «Mateo compuso su discurso en hebreo y cada cual lo fue traduciendo como pudo». Dice también Eusebio que Papías conoció las enseñanzas de Jesús por ancianos varones que las habían recibido directamente de los apóstoles. Pero a continuación habla de otro conocimiento que el obispo obtuvo de las hijas del apóstol Felipe y esta noticia destruye el crédito que pudiera concederse a sus anteriores palabras, porque habla de hechos milagrosos y ya hemos señalado lo mal que se aviene la sabiduría con la milagrería. Si un escritor cuenta una fantasía, todo lo demás que cuente ha de someterse a examen porque su credibilidad queda en entredicho. Estos hechos milagrosos son la resurrección de la madre de un tal Manaimo y el que Justo Barsabas bebiera un veneno sin sufrir daño. Ambos casos se podrían interpretar como ingenuidad del autor, al tomar por resurrección lo que fue un despertar de catalepsia o al tomar por veneno lo que no era tan venenoso, pero si leemos el Evangelio según San Marcos (16,18) encontramos unas palabras atribuidas a Jesús de Nazaret, según las cuales, los que le prediquen no sufrirán mordeduras de serpientes ni acción de veneno y eso hace a la narración sospechosa de una «intención piadosa» (como hubiera dicho Voltaire) de coincidir y cumplir expectativas evangélicas.
En todo caso, lo que ahora nos interesa de los textos evangélicos, de los manuscritos de la comunidad del Mar Muerto o de los apócrifos gnósticos de Nag Hammadi no es la fecha en que se redactaron, el idioma en que se escribieron ni quién los dictó en realidad, sino si contienen o no enseñanzas que denoten que el autor fue un maestro de sabiduría y ya hemos quedado en que los iniciados no necesitan hacer milagros para conocer y enseñar la Verdad.
Respecto a los Evangelios, parece que esa colección de enseñanzas de verdadera sabiduría son las que formaron el supuesto Documento Q, pero como nadie lo ha localizado todavía, no podemos asegurar su existencia. Lo más que podemos hacer es tratar de localizar la sabiduría en algunos retazos de alguno de los Evangelios, por ver si realmente proceden de un maestro.
Fernando Conde Torrens propone revisar el Evangelio de Tomás que también se llama Los dichos secretos de Jesús y es uno de los evangelios apócrifos de origen gnóstico.
Hay quien se empeña en encontrar verdades históricas en estos evangelios no admitidos por la Iglesia, cuando en realidad no son más que copias de supuestos originales que parece que se escribieron en el siglo II y, por tanto, son solamente ideas y fantasías de los cristianos de aquella época. Por otra parte, los libros religiosos, llámense Biblia, Veda o Avesta, no pueden tomarse por libros históricos sino por lo que son, compendios de doctrina o enseñanzas religiosas de una u otra creencia, pero no textos redactados por historiadores ni mucho menos verídicos, entre otras cosas, porque la mayoría de los libros religiosos no tienen un autor reconocido, sino que se atribuyen a un personaje religioso que a su vez declara haber recibido el conocimiento que plasma en el libro a través de la revelación, mientras que los textos históricos llevan la firma indudable de un autor conocido.
Pero lo que nos interesa por el momento, como hemos dicho, no es localizar realidades históricas, sino enseñanzas de sabiduría.
Por tanto, el Evangelio de Tomás puede haber sido escrito por cualquiera que haya querido recopilar este tipo de sentencias.
Veamos, por ejemplo, una de ellas, el Dicho número tres (Sic):
«Jesús dijo: si vuestros líderes os dicen "Mirad el reino que está en el cielo", entonces los pájaros del cielo llegarán allí antes que vosotros. Si os dicen "Está en el mar", entonces los peces llegarán allí antes que vosotros.
Antes bien, el reino está dentro de vosotros y fuera de vosotros. Cuando os conozcáis, entonces seréis conocidos y comprenderéis que sois vástagos del Padre viviente. Más si no os conocéis, entonces vivís en la pobreza y encarnáis la pobreza».
En este Dicho, el Maestro habla de introspección, de autoconocimiento, de experiencia como fuente de sabiduría. Es una máxima similar a las que podemos encontrar en labios de Zoroastro, de Buda, de Sócrates, de Confucio o de otros maestros de Sabiduría.
Uno de los problemas que delata Fernando Conde Torrens es el de las traducciones. Si los documentos encontrados son copias o copias de copias, ¿cómo sabemos que son fieles al original? Además de copias, los documentos encontrados son traducciones.
Traducciones al griego de supuestos originales en arameo o traducciones al copto de supuestos originales en griego. ¿Cómo sabemos que el traductor ha sabido interpretar el espíritu de las enseñanzas y no ha puesto nada de su propia cosecha? Para comparar, podemos echar un vistazo al Evangelio según
San Mateo, no apócrifo, sino canónico, uno de los cuatro admitidos por la Iglesia. Empieza contando un mito casi idéntico al de cualquiera de los dioses redentores de que hemos hablado anteriormente, con anunciación, concepción sobrenatural, nacimiento en una cueva, adoración de tres magos, matanza de inocentes y huida a Egipto. Sigue con un personaje de autenticidad histórica, Juan el Bautista, un personaje a quien menciona el historiador Flavio Josefo y además aprueba. De pronto, la redacción literaria da paso a una colección de máximas de sabiduría, las Bienaventuranzas, un conjunto de enseñanzas que ya se acercan a lo que se puede esperar de un maestro de sabiduría y que por fin aparece en este texto en boca de Jesús de Nazaret.
Luego podemos encontrar enseñanzas tan valiosas como la parábola del sembrador o la de la lámpara, mezcladas con discusiones, milagrería variada, citas del Antiguo Testamento y, finalmente, el relato de la muerte y resurrección, tal como debe esperarse de un dios salvador venido al mundo para redimir al hombre del pecado original, que además, se diferencia del Mesías judío, ya que la muerte del Mesías es accidental, mientras que la muerte del redentor es su meta.
No encontramos, pues, en este documento un listado original de enseñanzas de sabiduría ni una biografía racional, sino una amalgama mal avenida de añadidos de probablemente varios escribas, cada uno de los cuales quiso poner su granito de arena creyendo que así construía una verdadera doctrina digna del Maestro.
Por otro lado, se puede comprobar que el evangelio atribuido a Mateo se escribió más tarde por un error cronológico que aparece en el capítulo 18 (15-17): «Si tu hermano comete pecado, repréndele a solas, si no te hace caso..., díselo a tu iglesia y si tampoco hace caso a la iglesia, trátale como a un publicano». La iglesia es la comunidad de fieles y es evidente que no había comunidades de fieles en la época en la que se supone que Jesús predicó y enseñó.
En cuanto a magia y numerología, el evangelio de Mateo comete un error que podría ser imperdonable al describir la genealogía de Jesús. Se empeña en utilizar el número mágico catorce, porque duplica la potencia del siete, el número de la perfección.
Mateo insiste en describir catorce generaciones y además catorce reyes que reinaron después de David. Pero, para describir las catorce generaciones, no tiene más remedio que incluir a Tamar, a Rut y a Rahab, que aparecen en el Antiguo Testamento como mujeres impuras dignas de rechazo. Rahab, por si fuera poco, era sacerdotisa de una diosa cananea y participaba en aquellos rituales de prostitución sagrada y fertilidad que comentamos anteriormente y a la que tanto reprobaban los judíos. Después de estas tres mujeres execrables, en su empeño por describir catorce reyes que gobernaron después de David, el autor no tiene más remedio que partir de Betsabé, la adúltera amante de David. Y, como le faltan nombres, incluye algunos que no aparecen en el Antiguo Testamento, como Azor o Aquim.
Tres veces incluye Mateo el número catorce en su genealogía de Jesús (1,17), para terminar señalando que se trata de la genealogía de José y que María no concibió de él, sino del Espíritu Santo. Luego, no se trata de la genealogía de Jesús. No es él quien descendió de David, sino José que ni siquiera fue su padre.
Por último, Mateo utiliza también un número que, si no es mágico, sí es bíblico: el cuarenta. Cuarenta días permaneció Jesús ayunando en el desierto. Cuarenta años erró el pueblo de Moisés por el desierto. Cuarenta días ayunaron Moisés y Elías, el uno antes de recibir las tablas de la Ley y el otro antes de ver a Dios cara a cara.