Capítulo VI
Los seguidores de Pablo de Tarso

Treinta y siete años después de que Marco Antonio sufriera la más terrible de las derrotas en Actium, lo que le llevó al suicidio al igual que a su amada Cleopatra, Augusto, ya por entonces único soberano de Roma, envió a Judea al procurador Coponio con poderes absolutos de gobernador, junto con el magistrado Cirinio (o Quirinio que es como parece que se pronunciaba) quien debía administrar justicia y efectuar el censo de las propiedades de los judíos [24] .
Pero los judíos se amotinaron ante esta medida, porque entendieron que el censo los esclavizaría aún más a los romanos.
Téngase en cuenta que los romanos utilizaban el censo para la leva militar o para aplicar impuestos. Gran parte de la causa del motín fue la ideología de un tal Judas de Galilea, un filósofo que preconizaba la libertad por encima de todo y cuyos seguidores se caracterizaron por su total desprecio al sufrimiento que soportaban con total entereza con tal de no ceder en sus metas de libertad.
Estos galileos fueron precursores de los anarquistas, porque sus principios no admitían la autoridad de soberano terrenal alguno y antes se dejaban descuartizar vivos que dar ese título a un ser viviente. El único soberano era Dios y en eso se diferenciaron definitivamente de los anarquistas. En sus Antigüedades judías, Flavio Josefo declara que «fueron aniquilados».
Murió Augusto y le sustituyó su hijastro Tiberio quien, en el año 25, envió a Judea a un nuevo procurador llamado Poncio Pilato. Pilato tuvo la idea de acabar con algunas de las costumbres judías que no eran del gusto de los romanos y lo primero que se le ocurrió fue introducir en Jerusalén las efigies del Emperador que llevaban los estandartes militares. Como ya dijimos en el capítulo II, el segundo mandamiento de la Ley de Dios prohíbe la representación de figuras humanas y esto provocó una nueva revuelta entre los judíos. Los anteriores procuradores, mucho más tolerantes, habían entrado siempre en la ciudad con estandartes sin medallones del César. Pero aquella vez fue una revuelta pacífica, porque los judíos se limitaron a suplicar una y otra vez que se retiraran las efigies hasta que el procurador hizo salir a los soldados para que disolvieran a la muchedumbre. Entonces, los judíos se tumbaron boca abajo en el suelo y se mostraron dispuestos a hacerse matar antes que permitir el desacato de la Ley. Naturalmente, Pilato no tuvo más remedio que retirar las efigies, seguramente asombrado de que un pueblo entero se dejara masacrar por algo tan aparentemente nimio.
A este siguió otro levantamiento, aquella vez a pedradas, cuando Pilato utilizó parte del dinero del Templo para construir un acueducto. Y aquel motín terminó con muertos, heridos y castigos multitudinarios. El siguiente levantamiento fue protagonizado por los samaritanos que, a instancias de un iluminado, acudieron con toda clase de armas al monte Garizín para ver de cerca los tesoros que aparentemente había enterrado allí Moisés. Antes de que la muchedumbre armada llegara a la cima, Pilato ya les había enfrentado a la caballería, lo que dio lugar a nuevas muertes y castigos. Pero aquello le costó al procurador la pérdida de su cargo, porque los senadores de Samaria acudieron a acusarle ante Vitelio y este le envió a Roma y le sustituyó por Marcelo, con el fin de aplacar a los judíos.
El historiador Cornelio Tácito cuenta en el libro segundo de sus Anales la expulsión que sufrieron los judíos de Roma en tiempos de Tiberio y que no solamente fueron expulsados, sino que obligó a cuatro mil de ellos a alistarse en el ejército para enviarlos a Cerdeña, por considerar que esa isla era insalubre.
Murió Tiberio y fue sustituido por Cayo César, a quien todos llamaban Calígula. En su tiempo, hubo una nueva revuelta judía, pero aquella vez en Alejandría, donde un griego llamado Apión acusó a los judíos de no rendir al César la veneración debida como a un ser divino. Esta fue la circunstancia que llevó a Filón de Alejandría a Roma, como narramos en el capítulo III. Naturalmente, los judíos se negaron a venerarle como a un dios y el Emperador, después de ordenar una tremenda matanza, impuso una nueva medida de represión que consistió en erigir una estatua suya en el Templo de Jerusalén, de lo cual encargó a Petronio, gobernador romano de la provincia de Siria, de la que formaba parte Judea.
Como era de esperar, fueron miles los judíos que se presentaron ante el legado para suplicarle que no les obligara a transgredir su ley y este, finalmente, en vista de la oposición inexorable de los judíos, accedió a consultar de nuevo al Emperador, por si pudiera dejar de cumplirse la orden. Quiso la suerte que, por entonces, Calígula hubiese ofrecido al rey judío Agripa concederle cualquier don que le pidiera y este le pidió abandonar el proyecto de la estatua en el Templo.
Murió asesinado Calígula y le sucedió Claudio, quien, animado por su amistad con el rey Agripa, devolvió a los judíos de Alejandría su derecho a preservar su religión y sus tradiciones.
No obstante la buena disposición de Claudio, en su reinado se produjeron numerosos incidentes que costaron la vida a muchos judíos. Uno de ellos tuvo lugar durante la Pascua, cuando un soldado romano tuvo el mal gusto de desnudarse y mostrar sus partes pudendas a manera de burla. Los judíos tomaron ese gesto como una ofensa a Dios incitada por el gobernador Cumano, al que cubrieron de improperios hasta que este envió al ejército contra la multitud, convirtiendo la fiesta religiosa en un acto de llanto y lamentos.
En otra ocasión, un grupo de judíos rebeldes robaron sus pertenencias a un esclavo del César. Cuando Cumano lo supo, envió a sus soldados a tomar represalias y uno de estos, joven e insolente, sacó a la calle un libro de Moisés y lo hizo añicos ante todo el mundo. Los judíos acudieron en masa a Cesárea a ver al gobernador y a pedirle que vengara la ofensa. Este no tuvo más remedio que mandar decapitar al soldado. Otro altercado, aquella vez entre samaritanos y galileos, hizo que el gobernador armara un contingente de soldados contra los judíos, con el resultado de numerosos muertos y prisioneros. Pero cuando Claudio conoció los hechos, tomó represalias contra Cumano y contra los samaritanos, causantes del altercado.
A la muerte de Claudio le sucedió Nerón, al que muchos historiadores, incluyendo a Josefo, han tachado de vampiro sediento de sangre. En su tiempo, los judíos de Cesárea se revolvieron varias veces contra Siria, reclamando igualdad de derechos con los sirios, puesto que Judea formaba parte de la provincia de Siria, pero en todas las revueltas, cuenta Josefo, los judíos llevaron las de perder.
Hacia el año 60 ocurrieron numerosos incidentes que llevaron al procurador romano Porcio Festo a enfrentamientos y castigos.
Fue este procurador quien juzgó a Pablo de Tarso en Cesárea y lo envió a Roma diciéndole mitad paternal y mitad desdeñoso que las muchas letras le habían trastornado, algo similar a lo que, según apunta el comentarista de Antigüedades judías, José Vara, sucedió a nuestro don Quijote de la Mancha.
Durante uno de estos levantamientos, entraron los sicarios en acción, aquel ala extremista de la secta de los zelotes que llevaban como distintivo un cuchillo al que los romanos llamaban sica. Otra de las armas que utilizaban los sicarios era el secuestro de personas que intercambiaban por sus compañeros presos. Naturalmente, les costó caro.
En el año 64, Nerón nombró procurador de Judea a Gesio Floro, un hombre malvado y violento que provocó la mayor de las revueltas, porque no solamente se comportaba como un asesino despiadado, sino que hacía ostentación de su maldad. Fue tal la rapiña y la opresión a que Floro sometió al pueblo judío, que este terminó por rebelarse contra Roma, porque, como dice Josefo, prefirió mil veces morir en un enfrentamiento que morir poco a poco de privaciones, malos tratos e injusticias.
La lucha surgió por diferentes causas, pero todas ellas tuvieron el trasfondo del profundo malestar del pueblo judío ante los desafueros de Gesio Floro. Surgió en Alejandría cuando un griego levantó un taller junto a la sinagoga, impidiendo el acceso a los judíos. Cuando quisieron evitar que lo edificara, el gobernador les pidió dinero para ocuparse del asunto y, cuando lo recibió, se marchó a Samaria y los dejó frustrados, humillados y a punto para la rebelión.
Surgió en Cesárea cuando un rebelde ofendió públicamente a la ley judía, sacrificando dos pájaros dentro de una olla a la entrada de la sinagoga. Es un ritual que establece el Levítico para los leprosos y el rebelde en cuestión lo empleó para burlarse de las cosas que la Biblia considera sagradas. Cuando los judíos enviaron una delegación ante el gobernador para quejarse, este los encarceló.
La guerra surgió también en Jerusalén cuando Floro mandó sacar del templo un dinero que, según él, era necesario para el César. Empezaron con insultos al procurador, pidiendo a gritos al César que le depusiera. Como este les enfrentara a las tropas que venían de Cesárea, los sacerdotes rogaron a la muchedumbre que evitara el choque, pues los soldados solamente necesitaban un pretexto para lanzarse a saquear los objetos y ornamentos sagrados del Templo y de las sinagogas.
Más tranquilos, los judíos acudieron en masa a saludar la entrada de las tropas romanas que venían de Cesárea, pero como estos no respondieron a su saludo, la muchedumbre comenzó a gritar en contra de Floro y parece ser que aquella era precisamente la señal que este había dado a los soldados para iniciar el ataque.
Massada.
Así de escarpados son los riscos que conducen a la ciudad de Massada, donde miles de judíos se fortificaron y perdieron la vida en el año 73. Aún se puede acceder a las ruinas de la sinagoga, trepando por la escalera construida a ese efecto.
Pisoteando a los caídos y golpeando a los que permanecían en pie, los soldados avanzaron hacia el Templo y la Torre Antonia, pero la gente les hizo frente arrojándoles dardos desde los tejados de los edificios, hasta obligarles a retirarse. Finalmente hubo una división interna entre los judíos, pues unos deseaban continuar la rebelión y otros eran partidarios de contemporizar. Los sediciosos, al mando de Eleazar, tomaron una fortaleza llamada Massada, matando a los soldados que la ocupaban y con ello incitaron a los romanos a empuñar las armas en una guerra abierta. Y no solamente a los romanos, sino al mismo rey de los judíos, cuyas tropas trataron inútilmente de reducir a los rebeldes que eran, como dice Josefo, mayores si no en número sí en audacia.
A los sublevados de Massada se sumó Manahem, un hijo de aquel Judas el Galileo que quiso levantar al pueblo contra el censo, con una compañía de rebeldes, según unos y de patriotas según otros. Muchos fueron los que murieron, no solamente judíos, sino también numerosos romanos que perecieron a manos de los revoltosos. Aquel fue el motivo ya insalvable para la guerra de los judíos contra los romanos.
Los resultados fueron tremendos. Empezaron con terribles matanzas de judíos en Cesárea y en Siria; siguieron con enfrentamientos en Alejandría que acabaron con una masacre seguida de saqueo y destrucción de los bienes de los judíos alejandrinos; en Galilea, una legión de dos mil soldados procedentes de Libia, al mando de Cestio Galo, llevaron a cabo una ocupación a sangre y fuego que costó numerosas vidas; pero cuando Cestio Galo se dirigió a tomar Jerusalén, hubo de huir tras una batalla campal en la que perdió a cinco mil trescientos soldados de infantería.
La guerra duró años. Convencido de la ineptitud de los generales romanos, en el año 67, Nerón envió a Vespasiano a Palestina con el objetivo de terminar con el levantamiento. Pero solamente cuando a las tropas de Vespasiano se unieron las de su hijo Tito en Tolemaida, Roma vislumbró la victoria. En 68, Vespasiano tomó Galilea y consiguió, con ayuda de los ejércitos de Trajano que también intervino en esta guerra, sofocar las distintas rebeliones que se fueron produciendo en diferentes lugares.
Cabe preguntarse cómo fue posible que los judíos, siendo tan pocos y contando con tan pocas armas frente a los tremendos ejércitos romanos, consiguieran mantener la lucha durante años, contando incluso con combates navales en el lago de Genesaret.
En el tercer libro de La Guerra de los Judíos, Flavio Josefo explica que les guiaba la audacia, la osadía y la desesperación, mientras que a los romanos y a las tropas judías allegadas a Roma les guiaba la disciplina, el valor y la nobleza.
En 68 murió Nerón. Tras los siete meses del reinado de Galba, los tres de Otón y los once y pico de Vitelio, fue Vespasiano quien ciñó la corona del imperio. Y en el año 70, Tito fue a Judea a rematar la tarea inconclusa de someter al reducto judío que todavía vibraba con ansias de rebelión. En el año 70, Tito llegó a Jerusalén, destruyó las murallas y derruyó el Templo. El antiguo Templo de Salomón había sido derruido y reconstruido y el Templo actual se conocía como Segundo Templo. Tito acabó con él para siempre, porque nunca más se levantó. Hoy no queda de él más que un trozo de pared que se conoce como el Muro de las Lamentaciones.
La que más resistió fue la ciudad de Massada donde los rebeldes resistieron hasta el año 73. Está situada en un risco casi inaccesible sobre la costa occidental del Mar Muerto, cerca, por tanto, del enclave de Qumram. La defendieron a ultranza novecientos sesenta zelotes, entre hombres, mujeres y niños. Tito no pudo darse el gusto de matarlos ni de llevarlos prisioneros a Roma como hubiera sido su deseo, porque todos ellos se dieron muerte antes que caer en las manos de sus mortales enemigos.
En Roma, el Arco de Tito celebra desde entonces aquella victoria que se llevó los numerosos tesoros del Templo, incluyendo la Menorah y la famosa Mesa de Salomón, una mesa de ofrendas que el tiempo convertiría en leyenda.

TIEMPO PARA EL MESÍAS

Este es el panorama en el que se desenvolvió el cristianismo primitivo. Este fue el ambiente que vivieron los discípulos y seguidores de Pablo de Tarso. Un tiempo convulso en extremo y propicio a las persecuciones y a las matanzas. Un tiempo, en definitiva, apocalíptico. Hemos visto cómo se levantaron y cómo fueron abatidos los judíos en varias ocasiones.
Flavio Josefo llamó rebeldes, bandidos e impostores a los cabecillas de los levantamientos, porque él era judío pro-romano.
Pero el pueblo judío que se levanto instigado por ellos no los consideró así, sino mesías. Mesías que no cumplieron el cometido que le está encomendado al Mesías porque todos sucumbieron bajo las armas de Roma.
Fue, por tanto, una época de aparición continua de mesías y salvadores que se pusieron al frente de revueltas populares para librar al pueblo judío del opresor romano. Flavio Josefo dejó dicho en el libro VI de su obra Guerras de los judíos que lo que excitó a los judíos a la sedición fue un oráculo equívoco del Antiguo Testamento que anuncia que un hombre salido del país llegaría entonces a ser el amo del mundo.
Las profecías de Isaías y Daniel, entre otros, se interpretaron de esa forma, porque Isaías (9,6-7) habló de un rey excelente, de un rey fuerte que nunca llegó, pero que se interpretó como rey de un reino ideal, el reino que ya hemos mencionado que debía establecer el Mesías. Un rey ideal que restablecería la paz en Edén, puesto que Isaías profetizó que el lobo cohabitaría con el cordero (11,6), que nadie volvería a alzar la espada (2,4) y que esto sucedería al final del mundo (2,2).
En cuanto a Daniel, fue su profecía de las setenta semanas la que sin duda fechó los acontecimientos. Aparece en el capítulo 9 del Libro de Daniel y parece indicar que, según Jeremías, el reino de Judá se establecerá al cabo de setenta años de la destrucción del Templo. Resultó cierto que el segundo Templo se inauguró a los setenta años de la destrucción del primero, pero ya sabemos que las profecías se escriben cuando han sucedido y se atribuyen a algún personaje importante antiguo, para que parezca que efectivamente ha habido una adivinación. Según Asimov, el libro de Daniel es uno de los más tardíos del canon bíblico y prueba de ello es que cita el nombre de los ángeles, algo que no sucede en los restantes libros del Antiguo Testamento y sí se da en los del Nuevo Testamento.
Pero como el reino ideal de Israel no llegó en la fecha señalada, los intérpretes recurrieron a aplicar esa técnica que ya hemos mencionado y que atribuye valores místicos a los números y valores numéricos a los caracteres hebraicos. La profecía de Jeremías habla de setenta años, pero la de Daniel, la que aparece en el capítulo 9 en boca del arcángel Gabriel, habla de semanas. Setenta semanas. No había que perder de vista el número siete que, además de representar como dijimos los siete planetas visibles de los babilonios, es el día sagrado en el que Yahveh descansó después de crear el mundo, el sabbath. Así leemos en Daniel (9,24): «Setenta semanas están prefijadas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para poner fin a la prevaricación y cancelar el pecado».
Jerusalén, la ciudadela
Las profecías sobre la destrucción de Jerusalén y sobre su reedificación, así como sobre el Mesías que establecería un reino ideal sobre todo el mundo con Jerusalén como capital, dieron pábulo a numerosas sublevaciones por parte de los judíos, al surgir mesías y cabecillas que interpretaron las fechas señaladas en las profecías como fechas próximas.
Asimov señala que setenta semanas de años, es decir, setenta veces siete, son 490 años a partir de la destrucción del primer Templo que tuvo lugar en 586 antes de nuestra Era. Y eso conduce al año 96 antes de nuestra Era. Pero tampoco en esa fecha vino el Mesías a establecer el reino ideal con Jerusalén como capital.
Así pues, seguimos leyendo en los versículos 25 y 26 del capítulo 9 de Daniel: «Desde la salida del oráculo sobre el retorno y reedificación de Jerusalén hasta el príncipe ungido habrá siete semanas y sesenta y dos semanas». Y «después de las sesenta y dos semanas será muerto el ungido».
Según Asimov, lo que habrían de pasar eran siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años hasta que llegara el príncipe ungido que restaurase el Templo y ese príncipe ungido fue Ciro que, en primer lugar, rescató a los judíos del exilio de Babilonia, en segundo lugar, les permitió reconstruir el Templo y, en tercer lugar, esto sucedió en 538 antes de nuestra Era. Y los cuarenta y nueve años después de la destrucción del Templo nos llevan al año 537 antes de nuestra Era, el año anterior a esos hechos.
Después de Ciro, a quien ya dijimos que el Antiguo Testamento llama «el Ungido», habían de pasar sesenta y dos semanas de años, es decir 434 años, al finalizar los cuales, en 104 antes de nuestra Era, moriría el ungido. Naturalmente, no puede tratarse del mismo ungido, sino de otro, si no rey, sí sumo sacerdote. En ese tiempo es cuando parece que se escribió el Libro de Daniel, reinando Onías III que era sumo sacerdote en 198 y al que Antíoco IV hizo ejecutar. Onías III defendió a los judíos frente a los invasores seleúcidas y bien pudo por tanto ser el ungido muerto según la profecía, aunque con sesenta y tantos años de diferencia.
Y debe ser él porque la profecía continúa hablando de desolación, del fin de los sacrificios en el Templo y de destrucción del santuario y de la ciudad, lo que sucedió precisamente bajo el reinado de Antíoco IV en el 168 antes de nuestra Era, es decir, una semana y la mitad de una semana después de la muerte del ungido, datos que forman también parte de la profecía.
Todo esto tiene visos de verosimilitud, porque el capítulo siguiente del Libro de Daniel habla ya con toda claridad del príncipe persa y del príncipe griego, respectivamente, Ciro y Antíoco.
De estas y otras profecías y oráculos se queja Josefo por el equívoco que causó la guerra entre judíos y romanos y que, como hemos visto, terminó en la peor de las catástrofes. Pero muchos entendieron que era el tiempo del Mesías, porque se daban las circunstancias necesarias para ello y porque la interpretación de datos y fechas bien pudo dar lugar a entender que había de llegar entonces, a principios del siglo I de nuestra Era.

EL PRIMER EVANGELIO

«El año 15 del reinado de Tiberio César, en tiempos del gobernador Poncio Pilato, Jesucristo, hijo de Dios, descendió del cielo y apareció en Cafarnaum, ciudad de Galilea. Y enseñó en los días del sabbath y todos quedaron asombrados de su doctrina» [25] .
Así es como parece que empieza el Evangelion, el evangelio que Marción escribió a principios del siglo II y que llevó a Roma junto con las cartas de su maestro, Pablo de Tarso.
Antes que él, ya Filón de Alejandría había escrito un evangelio sobre el Dios Bueno (al que los gnósticos llamaban Chrestos Bueno), Serapis, muerto y resucitado en Egipto. También hemos dicho que los terapeutas tenían sus propios evangelios. Pero ahora estamos hablando de evangelios propiamente cristianos, ya sean aceptados por la Iglesia o rechazados por heréticos.
Hay autores que aseguran que el evangelio de Marción, el Evangelion, fue el primer evangelio cristiano que se escribió y que fue la verdadera fuente de la que partieron los restantes evangelios, tanto los canónicos como los apócrifos. Juan Bergua asegura que la primera mención de Jesús aparece en el Evangelion y que, hasta entonces, las menciones al cristianismo se referían a Cristo, como la carta de Plinio el Joven que citamos en el capítulo IV.
Otros, sin embargo, aseguran que los evangelios canónicos fueron anteriores y que Marción tomó de ellos los datos que le parecieron interesantes para el suyo. No es fácil saber la verdad cuando se trata de documentos tan antiguos, cuyo original jamás se ha encontrado como ya hemos dicho en otras ocasiones.
Además, todo lo que sabemos de Marción y de su obra lo conocemos por referencias de autores que escribieron precisamente para refutar su doctrina.
La doctrina de Marción quedó recogida en su Evangelion y en otra obra llamada Antítesis, en la que oponía el Antiguo Testamento al Nuevo Testamento. Como gnóstico que fue, consideraba dos principios opuestos, el Bueno, representado por Jesucristo y su padre, Chrestos, el dios cristiano, y el Malo, representado por Yahveh el dios judío. Tenemos, pues, la dualidad de Chrestos versus Yahveh.
El Cristo de Marción era similar al de Pablo a quien Marción llamó «el Gran Apóstol»; el Cristo de Marción tenía una apariencia de cuerpo, un fantasma como dice Juan Bergua. El Evangelion contenía una relación de prédicas de un nuevo dios salvador llamado Jesús, que era el Cristo, puro y totalmente divino que bajó del cielo, como hemos visto, directamente a Cafarnaum.
El dios salvador de Marción no pudo encarnarse porque para los gnósticos la carne, la materia, era impura. Por tanto Dios nunca podría tomar contacto con ella y mucho menos revestirse de ella. Marción entendía que para Dios había de resultar vergonzoso el que su hijo naciera de una mujer.
Pero el Cristo de Marción no vino al mundo a redimir a los hombres del pecado original, como el Cristo de Pablo de Tarso y los dioses redentores de la mayoría de las religiones, sino que vino a liberar al hombre de la tiranía de la Ley, de la ley de Moisés, una ley dictada por un demiurgo bárbaro llamado Yahveh, el Dios de Sangre, un demiurgo malvado autor de todo lo malo que hay en el mundo, empezando por la materia. Frente a él aparece el Dios de Amor, el auténtico Dios de la nueva alianza.
Tampoco la redención es la misma que aquella de la que habló Pablo de Tarso, porque recordemos que, en el gnosticismo cristiano, la redención es la obra de la revelación que permitirá a los hombres despojarse de la materia, es decir, de todo lo malo, para así poder ascender a Dios en espíritu puro.
Sin embargo, según los apologistas Clemente de Alejandría, Tertuliano, Isidoro e Hipólito y puede que alguno más, Marción estuvo convencido de que la verdadera doctrina cristiana era la de Pablo de Tarso y, además, de que él era el auténtico discípulo y seguidor de la doctrina paulina.
Para destacar las diferencias entre el judaísmo y el cristianismo y siempre con la finalidad de separar ambas religiones, Marción escribió su Antítesis, en la que enfrentaba al Yahveh judío, asociado a toda una larga lista de maldades y asesinatos, al Dios padre de Jesucristo, que envió a su hijo a salvar al mundo del mal. En la Antítesis, Marción mostraba una a una las incompatibilidades entre ambas doctrinas, entre ambos dioses, a partir de los escritos del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento.
Las diferencias entre el dios judío y el cristiano supusieron la existencia de dos dioses, pero como solo puede haber uno, Marción llegó a la conclusión de que ese uno es el padre de Cristo y, por tanto, desde el pensamiento dual gnóstico, el otro ha de ser el demiurgo creador del mal, un dios cruel, vengativo, envidioso, celoso e incluso ignorante, que no puede controlar lo que él mismo ha creado. Un dios tan contradictorio y humano como los dioses griegos, aquellos de los que dijimos que no era verosímil que el pueblo griego, tan culto y lógico, creyese en ellos. El dios judío se mueve por justicia mientras que el de Marción se mueve por amor y por compasión.
Para los autores que consideran que el Evangelion fue el primer evangelio que se escribió, este documento narró por primera vez las andanzas de Jesús en el mundo, algo que ya vimos que en ningún momento contó Pablo en sus Epístolas.
Pero el Evangelion resultó, como asegura Juan Bergua, funesto no solamente para el Mesías judío, sino para el Cristo cristiano. Ni era el rey ungido que establecería un reino ideal con Jerusalén como capital ni era el hijo de Dios que se encarnó en el vientre de una mujer de carne y hueso y que vivió la vida de los hombres con carne de hombre.
El Evangelion sigue la línea de la doctrina de Pablo, solo que Pablo imaginó, al menos al principio, una religión de salvación esencialmente judía, puesto que su Mesías procedía de las profecías de Isaías y su fin del mundo procedía también de los escritos apocalípticos de Enoc y de Daniel. Y Marción siguió a Pablo porque su Mesías no es el guerrero judío que empuña la espada para defender a su pueblo, sino el Cristo crucificado por la salvación de los hombres y, además, el padre de ese Cristo no es Yahveh, sino un dios de amor. Es lógico que si el Mesías de Marción y de Pablo nada tenía que ver con el Mesías judío, tampoco su padre fuera el mismo.
Parece ser que los escritos de Marción resultaron bastante lógicos y, dentro de lo que cabe, objetivos, porque sus mismos detractores, Tertuliano y Orígenes, comentaron que no utilizaba ni alegorías ni interpretaciones. Para nosotros, eso no concuerda con las ideas de Marción que incluían una cosmogonía con tres cielos, un universo con cinco pisos, los tres cielos, la tierra y el infierno.
Cristo, naturalmente, se asentaba en el cielo superior como Dios de luz, Yahveh se situaba en el segundo cielo y sus ejércitos se encontraban en el tercero, el más bajo.
Habiendo visto Dios lo mal que estaban las cosas en la tierra, en manos de la materia y de los seres malvados, envió a Cristo a liberar a los hombres, pero los malos le tendieron una emboscada y le hicieron morir en la cruz, sin saber que era Dios a quien mataban. Recordemos que algo así le había sucedido anteriormente a Cristna.
El Cristo de Marción resucitó para elevarse al tercer cielo, recibir de su padre el nombre de Jesús, el Dios Salvador, el Eterno de la Victoria, después se apareció a sus discípulos y finalmente a Pablo de Tarso, a quien encargó predicar su doctrina por todo el mundo.
Tampoco se olvidó Marción del mesías que los judíos esperaban y que había de establecer su reino en el mundo. Vendría, sí, pero sería el Anticristo. Eso no se sabía cuando había de suceder, pero lo cierto es que Dios, el bueno, el de luz y amor, vendría a separar a los que habían creído en su redención de los que seguían adorando al demiurgo creador. Estos últimos, junto con su creador y con la materia, serían destruidos, mientras que las almas de los justos encontrarían su premio en el tercer cielo.
Hay que tener en cuenta que, en aquellos tiempos, el pensamiento mágico tenía una gran cabida en el pensamiento humano, algo que duró prácticamente hasta la Ilustración, y que el comentario de los apologistas de que Marción no utilizaba fábulas ni interpretaciones no excluía todo lo anteriormente dicho. El concepto de fábula y de interpretación ha cambiado mucho desde aquellos tiempos.

UNA IGLESIA DISIDENTE

Como ya hemos dicho que no existen testimonios directos, hemos de fiarnos de lo que cuentan sus acusadores. Tertuliano, por ejemplo, dice que Marción era estoico y que habló en sus escritos de haber descubierto a Dios. Eso quiere decir que se convirtió al cristianismo ya adulto.
Marción era gentil, desde luego, naviero rico nacido en Sínope, en el Ponto, una zona de Asia Menor a orillas del Mar Negro, hacia el año 85. Por tanto, no conoció personalmente a Pablo de Tarso. Su padre era el obispo cristiano de Sínope.
Y parece ser que Marción, que primero fue estoico, se convirtió al cristianismo, pero a un cristianismo poco ortodoxo porque su propio padre le excomulgó y le exilió de Ponto, aparentemente al conocer las ideas gnósticas de su hijo o bien al conocer las conclusiones que había este extraído de la lectura de las cartas de Pablo de Tarso. Precisamente las que plasmó en el Evangelion.
Es posible que recibiera influencia de Aquilas, un arquitecto griego natural de Ponto que había traducido el Pentateuco (los cinco primeros libros del Antiguo Testamento) al griego, porque, según cuenta André Wautier, un investigador experto en gnosticismo, las citas bíblicas de Marción se refieren a esa versión.
Según este autor, Marción atribuyó su evangelio a Pablo de Tarso, asegurando que este conocía los hechos de primera mano, por haber sido coetáneo de Cristo.
Y, según este y otros autores, Marción que era armador y capitaneaba con frecuencia algunos de sus barcos, realizó al parecer numerosos viajes en los que bien pudo entrar en contacto con los centros gnósticos cristianos de Asia Menor. Parece ser que en Éfeso conoció a Juan el Teólogo, a quien algunos atribuyen el Evangelio según San Juan y que nada tiene que ver con Juan hijo de Zebedeo. Y hasta dicen que le ayudó a escribir su evangelio pero que no se llegaron a poner de acuerdo, porque sus ideas principales no coincidieron.
En Alejandría, Marción conoció a Basílides, Carpócatres, Valentín y Marco, que era entonces obispo de Alejandría de una secta cristiana. Los otros mencionados eran maestros gnósticos bien conocidos, representantes de la llamada gnosis especulativa (véase capítulo III). Marción debió comenzar a predicar su propia doctrina hacia el año 129, porque dicen sus discípulos que esto fue cien años después de la aparición de Cristo en Cafarnaum.
Recordemos que el Evangelion comienza diciendo que sucedió en el año 15 del reinado de Tiberio, lo que equivale al año 29 de nuestra Era.
En el año 138, el barco de Marción atracó en Roma. Su intención, según parece, fue pedir el amparo del obispo romano (aún no se había creado la figura del papa) y fue en principio admitido en la comunidad cristiana. Allí conoció a Cerdón, que había llegado a Roma en 135.
Marción llegó pues, a Roma, dispuesto a dotar a la Iglesia romana de un Nuevo Testamento opuesto diametralmente al Antiguo Testamento. Empezó por hacer entrega de doscientos mil sextercios y de los textos que llevaba consigo. Según André Wautier, los documentos incluían una biografía de Pablo de Tarso o, al menos, la narración de sus viajes, algo que ya comentamos en su momento que pudo incorporarse posteriormente a los Hechos de los Apóstoles.
La Iglesia de Roma consideró, tras varios años de análisis, que la doctrina de Marción era herética y le obligó a abandonar la comunidad, pero no sin antes, como apunta Juan Bergua, tomar nota de cuanto de útil se encontró en el canon marcionita, es decir, el Apostolicon y el Evangelion, a partir de los cuales se escribirían después los Evangelios. El mismo Tertuliano señala que Marción se quejó en su obra Antítesis de que los partidarios del judaísmo habían retocado su Evangelion para incluir en él «la Ley y los profetas».
Pero Marción decidió no solamente no marcharse de Roma, sino crear allí su propia Iglesia, como hemos dicho. La Iglesia marcionita alcanzó en el siglo III una enorme difusión, pues se propagó desde Galia al Eúfrates, con sus obispos, sus sacerdotes, sus templos, su liturgia y, según asegura Joseph Lortz, sus mártires. El mismo Tertuliano dijo hacia el año 208 que la tradición herética de Marción se extendía por todo el universo.
Parece que Marción murió en Roma hacia 161, porque no consta que se desplazase a otro lugar y no se vuelve a oír hablar de él en tiempo de Marco Aurelio, quien gobernó entre 161 y 180.
Fue tal su éxito y su difusión que constituyó, como señala ese mismo autor, un serio peligro para la Iglesia ortodoxa de Roma.
Un serio peligro, sobre todo si tenemos en cuenta que en los primeros tres siglos de nuestra Era, el cristianismo no fue en absoluto una secta única, sino variada y dividida. Ya desde las prédicas de Pablo de Tarso podemos comprobar que existían al menos tres versiones de Cristo, el de Pablo, el de Apolo y el de Cefas. Podemos leerlo en 1Corintios (1,12), cuando Pablo protesta vivamente preguntando si acaso Cristo está dividido.
En aquellos primeros siglos hubo una gran división entre gnósticos y literalistas y, cuando la gnosis se consideró herética, unos pasaron a engrosar las listas de los herejes y, los otros, las de los apologistas o incluso las de los santos. Así sucedió con los grandes intelectuales griegos que se acercaron al cristianismo gnóstico en los primeros tiempos y que, cuando se suprimió violentamente en los siglos IV y V, fueron todos considerados herejes.
Así sucedió con Marción, solo que Marción no se limitó a adoptar una postura, sino a mantenerla contra viento y marea y a llevar la contraria abiertamente a la Iglesia de Roma que por ello le consideró un grave peligro. Podemos leerlo en los textos de los primeros padres de la Iglesia. Hipólito aseguró que «Marción llevó consigo su herejía a Roma», Tertuliano le acusó de haber cercenado los Evangelios: «¿Con qué derecho viene Marción a recortar nuestras Escrituras?» y Policarpo de Esmirna le increpó con toda su fuerza: «Te reconozco, primogénito de Satanás».
Eusebio de Cesárea recogió en el libro IV de su Historia Eclesiástica estos y otros comentarios.
La Iglesia marcionita, como todas las iglesias disidentes de la católica, sufrió persecución después del siglo IV, cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del imperio romano y hubo una ortodoxia cristiana y poder para perseguir a los herejes, pero, no obstante, se mantuvo en Oriente, especialmente en Arabia, hasta el siglo X.
Las prohibiciones y persecuciones incluyeron, como es lógico, la orden de destruir todos los ejemplares y copias de los documentos heréticos y esa fue la suerte que siguió el libro de Marción. Pero eso sucedió, como dijimos, a partir del siglo IV. En 377 todavía existían los documentos que el discípulo de Pablo llevó a Roma, porque tenemos una cita de Epifanio en su obra Panarion, según la cual, había tenido entre sus manos los libros de Marción llamados Evangelion y Apostolicon.
Según Georges Ory, autor de varios libros sobre gnosticismo y esenismo, el éxito de la Iglesia de Marción se basó en varios aspectos: en primer lugar, su originalidad pues Marción nunca pretendió ser un profeta, sino que basó su doctrina en un nuevo libro, un nuevo testamento que habría de desbancar al antiguo. Por otro lado, se trataba de una organización muy simple que se constituyó en una sola generación, mientras que la Iglesia católica necesitó varios siglos para organizarse, dada su complejidad y sus luchas y disidencias internas. Los marcionitas llevaban una vida ascética, admitían a todo el mundo igual que había hecho Pablo de Tarso, quien opinaba que en Cristo no había hombres ni mujeres, sino fieles tocados por la Gracia. Y parece ser que también aceptaba ritos del culto pagano, como la comunión, algo que la Iglesia ortodoxa todavía estaba lejos de admitir. Se abstenían de carne y de vino, siguiendo las recomendaciones de Pablo en su epístola a los romanos (14,21), y comían pescado, como dice el evangelio de Lucas que comieron Jesús y sus apóstoles. No podían casarse, pues las relaciones sexuales estaban destinadas a la procreación y la procreación era un rito ordenado por el Creador, que, en esta doctrina, era el principio del mal.
Sarcófago gnóstico
La gnosis aportó al arte cristiano primitivo toda la riqueza del helenismo pagano. Igual que en la doctrina, en la escultura aparecen escenas cristianas junto a otras totalmente paganas, como en este sarcófago que representa a Cástor y a Pólux viajando del Hades (el infierno) al Empíreo (el cielo), junto a dos catecúmenos iniciándose en el cristianismo y algunas diaconisas cristianas.

LUCAS, EL GNÓSTICO

Según André Wautier, tras la muerte de Pablo, Lucas, el más importante de sus discípulos, fue a Antioquia de donde era oriundo. Una tradición señala que allí escribió su evangelio, pero eso es algo que no se ha podido comprobar.
Lucas debía escribir un evangelio en el que contara los hechos de Juan el Bautista, el que anunció la llegada de otro más grande que él, el cual, según los judíos, era el mismo Dios y, según Pablo, sería un salvador que ya había venido, que era hijo de Dios y que había bajado del cielo con aspecto humano.
El evangelio que, según Wautier, escribió Lucas, cuenta que, a la muerte de Juan, el dios Bueno hijo de Chrestos descendió del cielo como, según Pablo, había profetizado el Bautista, y apareció en Cafarnaum, en Galilea. Pero, para los gnósticos, Cafarnaum y Galilea no son lugares de la tierra, sino el infierno y el zodíaco, respectivamente. Eso es lo que dijo Heracleon, un discípulo de Valentín (véase capítulo IV). Tras combatir a las fuerzas del mal en el infierno, se encontró con Juan quien le preguntó si era él quien había de venir o si aún había que esperar a otro. Estos datos proceden de un escrito de Cirilo, obispo de Jerusalén en el siglo IV.
El hijo de Chrestos llegó después a Betsaida, donde fue recibido con cierta hostilidad y luego se acercó a un lago para reclutar pescadores. Allí tuvo lugar la pesca milagrosa. Según André Wautier, los peces eran un símbolo esenio utilizado también por los terapeutas y los nazorenos, una secta judeocristiana más conocida por «ebionita» que se distinguió por sus tendencias judaizantes. Tras un tiempo de prédicas, Cristo fue víctima de una conjura y sufrió lo que Pablo llamó el bautismo de la cruz, una cruz cósmica formada por la intersección de la eclíptica y el ecuador celeste. Este hecho se modificó en los evangelios canónicos como la «transfiguración», que es al mismo tiempo crucifixión celestial y ascensión al cielo.
Tras su resurrección, que equivale a su regreso al planeta Tierra, Jesús comunicó a sus discípulos sus enseñanzas secretas [26] .
Este fue, según André Wautier, el evangelio original de Lucas, el principal discípulo de Pablo, que después se modificó para adaptarlo al que hoy podemos leer en el Nuevo Testamento.
Las Epístolas de Pablo de Tarso mencionan tres veces a un tal Lucas, por lo que se supuso que se trataba de un compañero de viajes y se le atribuyeron dos libros del Nuevo Testamento: el Evangelio según San Lucas y los Hechos de los Apóstoles. Sin embargo, la primera cita sobre el evangelio de Lucas de que disponemos es del año 185 y procede de Ireneo, quien acusa a Marción de haber mutilado el evangelio paulino de Lucas. No existe, como es habitual, original alguno.
En Colosenses (4,14), leemos: «Os saluda Lucas, el médico querido». En 2Timoteo (4,11): «Lucas es el único que está conmigo» y en Filemón (24), «Te saludan...Aristarco, Demás y Lucas que son colaboradores míos». Esas son todas las noticias y toda la información que tenemos del pretendido evangelista y santo, al menos en lo que a la fuente de Pablo de Tarso se refiere, si bien es cierto que las epístolas a Timoteo no parecen originales suyas, pues no formaron parte del Apostolicon.
Según Georges Ory, Marción tuvo un discípulo llamado Lucanus, del que Lucas parece ser un diminutivo, que le sucedió a su muerte al frente de la comunidad de Roma. Al igual que su maestro, Lucanus o Lucas rechazó la Ley y los profetas y afirmó que Cristo era un ser celestial. Dice este autor que tales datos aparecen en textos de Tertuliano, Orígenes, Hipólito y Epifanes. Y resalta que este Lucas nada tiene que ver con un tal Leucius que fue autor de varios textos gnósticos, como los llamados Hechos de algunos apóstoles.

LUCAS, EL ORTODOXO

Además de los discípulos gnósticos que siguieron la doctrina de Pablo de Tarso, hubo otros muchos que debieron permanecer fieles a la ortodoxia, porque sus nombres aparecen en los Hechos de los Apóstoles y, además, los menciona Eusebio de Cesárea en su Historia Eclesiástica (libro III).
Parece que los primeros discípulos fueron Timoteo para la comunidad de Éfeso y Tito para la de Creta. Respecto a Lucas, Eusebio da por sentado que escribió Hechos y el Evangelio según San Lucas, lo cual es lógico puesto que Eusebio fue uno de los que participaron en el concilio de Nicea, donde se clasificaron los evangelios canónicos y apócrifos y donde se compuso el canon del Nuevo Testamento.
Parece que el primero en atribuir Hechos y este evangelio a Lucas fue Ireneo, obispo de Lyón, en el año 170 y, además, el primero en citar este texto. Es probable que el autor de Hechos viviera en Antioquia o fuera natural de esa ciudad, por lo bien que la describe. Y también se dice que Lucas era natural de Antioquia.
Eusebio entiende que el evangelio de Lucas era el evangelio de Pablo, puesto que Pablo habla de «su evangelio» en numerosos lugares. Pero si enfrentamos la doctrina del evangelio atribuido a Lucas con la doctrina de las Epístolas, podemos comprobar que nada tienen que ver, aunque sí encontramos algunos puntos comunes.
El evangelio atribuido a Lucas se dirige a los gentiles, trata a los judíos de malvados y suaviza la postura frente a los romanos.
Describe además a Jesús con un gesto favorable hacia los gentiles.
Parece que este evangelio se escribió en un griego mucho mejor que el de los atribuidos a Mateo y a Marcos, lo que indica una educación superior. Los romanos consideraban distinguidos a todos los que hablaban griego correctamente.
Este evangelio se inicia, además, al estilo griego, dirigiéndose a una persona concreta, en este caso, a un tal Teófilo. Luego cuenta, como en la versión gnóstica que citamos anteriormente, la vida de Juan el Bautista, empezando por la anunciación de su nacimiento y utiliza para ello el mito del nacimiento sobrenatural, idéntico al que podemos leer en la historia de Abraham. Un matrimonio bueno a los ojos de Dios que no puede concebir y, por designio divino, cuando ya la esposa ha entrado en el climaterio, queda encinta, porque su destino es dar a luz a un personaje que ha de cumplir una misión mística.
San Lucas
Las epístolas de Pablo de Tarso mencionan tres veces a Lucas, por lo que se ha interpretado que fue uno de sus compañeros de viajes. Y, como tal, se le atribuyeron dos libros del Nuevo Testamento: el Evangelio según San Lucas y Los Hechos de los Apóstoles. Según investigadores del gnosticismo, el evangelio de Lucas fue un texto gnóstico similar al de Marción, que después se modificó para incluirlo entre los sinópticos.
Sigue narrando la anunciación del nacimiento de Jesús, similar a la anunciación del nacimiento de los dioses redentores o encarnaciones divinas que vimos anteriormente y después cuenta la escena en la que María, madre de Jesús, visita a Isabel, madre de Juan y prima suya. Y María recita un himno de alabanza a Dios similar al que recitó Ana cuando iba a dar a luz a Samuel (1Samuel, 2). También Ana fue estéril pero Dios la bendijo y concibió un hijo iniciado. El cántico de María debería haberlo entonado Isabel, que era la que guardaba similitud con Ana.
Según Asimov, en el evangelio atribuido a Lucas se lee «ella dijo», por lo que podría ser Isabel la que entona el himno. Pero en otras versiones se puede leer «dijo entonces María».
Es probable que el evangelio de Lucas abunde en detalles sobre Juan el Bautista como una forma de resaltar el hecho de que el Bautista no fue el Mesías, sino solamente su precursor. Desde luego que a Pablo de Tarso nunca se le hubiera ocurrido mencionar precursor alguno del Mesías místico que él predicó. No olvidemos que Pablo «conoció» a Cristo cuando ya había venido, muerto y resucitado. No había, pues, lugar para precursores ni anuncios.
Después, este evangelio continúa narrando el edicto de empadronamiento de Augusto (Lucas 2,1) «siendo Quirinio gobernador de Siria». Pero ya dijimos anteriormente que el censo que Augusto llevó a cabo en Palestina siendo Quirinio gobernador de Siria tuvo lugar entre los años 6 y 9 de nuestra Era.
No concuerda. Quirinio había sido gobernador anteriormente entre los años 6 y 4 antes de nuestra Era, pero el censo que ordenó Augusto y los desórdenes que se produjeron con tal motivo, que narramos al inicio de este capítulo y que cuenta con todo lujo de detalles Flavio Josefo, tuvo lugar en el segundo mandato, por tanto, entre 6 y 9 de nuestra Era.
¿Por qué se empeñó Lucas o quienquiera que redactara este evangelio en confundir las fechas y hacer coincidir el censo con el nacimiento de Jesús? Por una razón muy simple. El evangelio atribuido a Marcos habla de Jesús el Nazareno, es decir, natural de Nazaret. Pero el atribuido a Mateo, hace a José y a María naturales de Belén y cuenta una extraña historia según la cual los judíos debían empadronarse en su lugar de origen y no en su lugar de residencia que sería lo lógico.
El evangelio de Lucas, por su parte, refunde ambos conceptos y termina de complicar las cosas. Sitúa la anunciación en Nazaret, indica que el censo ha de realizarse en el lugar de origen y dice que José hubo de ir a Belén, no porque fuera oriundo de allí, sino por ser de la casa de David y por ser Belén la ciudad de David. En 1Samuel (17,12) podemos leer que David era hijo de un efrateo de Belén de Judá llamado José (Belén se llamaba Efraté en tiempos de David).
Con esto encontramos el motivo de que la familia de Jesús tuviera imperativamente que ir a Belén y que este naciese allí. En el capítulo 2 del Evangelio según San Mateo podemos leer que cuando Herodes preguntó a los Reyes Magos dónde había de nacer el Cristo, estos respondieron: «En Belén de Judea, pues así está escrito por el profeta». Y acto seguido viene la profecía de Miqueas, un profeta de tiempos de Acab en el siglo VIII antes de nuestra Era, que dijo: «Pero tú Belén, Efraté, pequeña entre los clanes de Judá, de ti me saldrá quien señoreará Israel, cuyos orígenes serán de muy remota antigüedad» (Miqueas 5).
Hasta aquí, el evangelio atribuido a Lucas nada tiene que ver con la doctrina de Pablo de Tarso, pues habla exclusivamente de asuntos tan terrenales como la circuncisión del Bautista y el bautismo de Jesús. Además, el capítulo 3 narra la genealogía de Jesús, cosa que Pablo negó, si es que realmente es suya la Epístola a los hebreos, en cuyo capítulo 7 leemos que Melquisedec no tuvo padre ni madre ni genealogía y añade (7,3): «En esto se parece al hijo de Dios».
Por otra parte, la genealogía del evangelio de Lucas no es la de Jesús, sino la de José, que no era su padre, sino que entonces «se creía» que era su padre. Esta genealogía llega hasta el mismo Dios, mientras que la del evangelio atribuido a Mateo se conforma con llegar a Abraham. Eso es lógico, puesto que el Evangelio según San Mateo fue escrito por un judío y, el Evangelio según San Lucas, por un gentil. Ambas genealogías siguen, además, caminos distintos. La de Lucas asciende hacia David no a través de Salomón, como la de Mateo, sino a través del hijo mayor de David, Natán. Y después de Natán aparecen nombres que no tienen nada que ver con los de Mateo y muchos de los cuales no aparecen en el Antiguo Testamento.
Por último, el padre de José, que según Lucas se llamó Elí, se llamó Jacob según Mateo. Algunos autores señalan que Lucas siguió la ascendencia de María y Mateo la de José. Pero no era María la descendiente de la casa de David, sino José. De lo contrario, el intento de hacer coincidir el nacimiento con el padrón falla por todas partes. Además, el Evangelio según San Lucas dice claramente que Jesús era hijo de José, hijo de Elí (3,23).
Numerosos autores coinciden en que el evangelio de Mateo está escrito para judíos y, el de Lucas, para gentiles. Es un texto, en todo caso, centrado en la vida carnal de Jesús de Nazaret, desde su árbol genealógico hasta su vida en la tierra, la compañía de los apóstoles, las mujeres que le siguieron, como Juana y Susana, que solamente aparecen en este evangelio (8,3). Silencia la hostilidad de Jesús hacia los gentiles, porque no menciona el pasaje de la cananea en el que Jesús llama perros a los gentiles (Mateo 15, 2127 y Marcos 7, 24-29). Este evangelio tiene de Pablo la universalidad de su llamada, la omisión del judaísmo y el mensaje mesiánico de Jesús, menos humano que en los otros evangelios, pues no hay desesperación ni quejas por abandono. Pero sigue habiendo humanidad y vida terrenal en Jesús de Nazaret, algo que nada tiene que ver con el Cristo místico de Pablo de Tarso.

VEINTICUATRO MIL MANUSCRITOS

No existen, como hemos dicho en varias ocasiones, originales de los evangelios apócrifos ni tampoco de los canónicos, los cuatro evangelios que la Iglesia del siglo IV aprobó como parte del canon son los atribuidos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Existen, sin embargo, más de cinco mil trescientos manuscritos griegos antiguos, con textos completos o incompletos, relativos al Nuevo Testamento. De ellos, hay numerosas copias en latín, copto, sirio, armenio, gótico y etíope que forman un total de veinticuatro mil manuscritos antiguos. Edward Gibbon, historiador inglés del siglo XVIII, dejó dicho que la mayor parte de los evangelios se escribieron en el siglo II, florecieron en el siglo III y se suprimieron en el siglo IV, debido a las muchas controversias que encerraban.
Los manuscritos más antiguos del Nuevo Testamento son papiros que los papirólogos han numerado del P1 al P96 y contienen parte de los libros del Nuevo Testamento, con excepción de las dos epístolas a Timoteo. Se han ido encontrando en diferentes momentos, los primeros en 1897, otros hacia 1950.
Los manuscritos P45, P46 y P47 que contienen capítulos de los Evangelios, el Apocalipsis y parte de Hechos, se dataron al principio entre 200 y 250, pero un análisis posterior dató al papiro P45 en el año 150.
Daniel Iglesias Grèzes, autor cristiano, señala que hay escritos datados en el año 60, concretamente, dos fragmentos de un manuscrito original del evangelio atribuido a Mateo. También hay un fragmento en griego procedente de Qumram, numerado como 7Q5, que encaja con el capítulo 6, versículos 52 y 53 del evangelio atribuido a Marcos. Esos versículos dicen respectivamente:
«pues no habían comprendido el milagro de los panes, porque tenían endurecido el corazón» y «terminada la travesía, arribaron a la costa de Genesaret y atracaron». No parece suficiente como para determinar la correspondencia entre el texto de Qumram y el evangelio de Marcos.
No existe fundamento histórico alguno que demuestre la existencia de Mateo ni de Marcos, aparte de los textos religiosos cristianos, ya sean ortodoxos o gnósticos. Ya hemos dicho que la primera figura documentable del cristianismo fue Pablo de Tarso y eso si nos fiamos del testimonio que, según sus mismos detractores, dio Marción de él en el siglo II. De Lucas, ya hemos visto que solamente hay tres menciones en las Epístolas, dos de las cuales son de autoría más que dudosa. Todo lo demás son especulaciones. Las posibles coincidencias de documentos de Qumram con textos cristianos son insuficientes y, por otro lado, lo único que denotan es que alguien escribió las palabras anteriores y que otro alguien las copió. Ya hablamos en el capítulo III de la mención de Papías de Hierópolis acerca del original arameo del texto atribuido a Mateo. Además, es el único en mencionar ese texto arameo; no hay otras menciones más tempranas, pues la de Papías procede del año 130 y no habla de «evangelio» sino de Dichos del Señor en hebreo. Por otra parte, el hecho de que los Evangelios se llamen «según San Mateo» o según otro santo, indican claramente que les han sido atribuidos y no escritos por ellos.
Ya hemos mencionado anteriormente la costumbre antigua de atribuir los escritos a personajes anteriores y de mayor relevancia que el autor, para dar mayor autoridad a los textos y poder imputarles un origen revelado. Esto ha sido habitual hasta que se ha podido arbitrar una técnica que permita desvelar la identidad de los autores. Existe, por ejemplo, un importante documento medieval llamado Decretum Gelasianum que recoge las conclusiones de un concilio convocado por el papa San Dámaso reglamentando algo tan relevante como la materia de fe y describiendo los textos apócrifos o sospechosos. Pues bien, esta obra no pudo ser escrita por San Dámaso porque menciona el concilio de Calcedonia, que tuvo lugar en el siglo V, cuando San Dámaso murió en el año 384.
Parece que la primera mención a los Evangelios como tales, es decir, como narración de la vida de Jesús, procede de la primera apología de Justino, ya en el año 150, pero Justino tampoco dice «evangelios», sino Memorias de los Apóstoles o Recuerdos de los Apóstoles, sin dar nombres de posibles autores. Ni Clemente ni Ignacio ni Policarpo, que son anteriores, hablan de evangelios ni los utilizan como base sólida y escrita de sus enseñanzas. Ni siquiera los cita Bernabé, que vivió entre 90 y 130 y que escribió una Epístola en la que explica que Jesús nació de María, que murió bajo Poncio Pilato, que fue humano y que padeció [27] .
Manuscrito del Mar Muerto
Los Rollos del Mar Muerto contienen prácticamente todos los libros del Antiguo Testamento, así como numerosos documentos con contenidos que muchos estudiosos cristianos han identificado con la doctrina de los Evangelios.
Pero están datados entre los siglos I y II antes de nuestra Era.
El investigador ruso Kryvelev señala que muchas de las enseñanzas y consejos de los Evangelios corresponden a situaciones propias del siglo II en el imperio romano. Hacen referencias a la usura, a operaciones de cambio, a una demanda desmesurada del pago de las deudas, a situaciones de siervos y esclavos al servicio de los ricos, todas ellas aceptadas como algo establecido, como ideas y normas de conducta sociales típicas de la sociedad romana del siglo II.
Sea como sea, lo cierto es que, a partir de los Evangelios, Cristo se convirtió en Jesús y el cristianismo se empezó a diferenciar como una religión basada más en los hechos y sufrimientos de su deidad que en su doctrina. Esto sucedió a partir del siglo IV, cuando la religión cristiana se sometió a un profundo proceso de paganización para adecuarse a las necesidades del imperio romano y poder competir con la religión de Mitra, que era entonces la oficial. Hablaremos de ello más adelante.
Es fácil que cualquier cristiano actual conozca datos de la pasión de Jesús, sepa los nombres de algunos de sus apóstoles y cuente algún milagro. Pero no es fácil que cualquier cristiano conozca a fondo el mensaje doctrinal de Jesús o el verdadero significado del cristianismo, que vaya más allá de amar al prójimo o poner la otra mejilla. Todo se ha quedado en fechas, representaciones artísticas, imágenes, celebraciones y rituales.

EL MISTERIOSO DOCUMENTO Q

Existen numerosas citas, referencias y reflexiones acerca de un documento llamado Q, inicial de Quelle, que significa «fuente» en alemán, y que se supone que fue el original a partir del cual se escribieron dos evangelios, el de Mateo y el de Lucas.
Pero ya dijimos que nadie ha visto el original ni las copias de dicho documento y que ni siquiera existen referencias antiguas que lo nombren. Simplemente se ha extraído a partir de datos comunes de los evangelios atribuidos a Mateo y a Lucas. Es decir, se supone que estos autores tomaron datos de un evangelio anterior a ellos y es al que se llama Q.
También se podría realizar el proceso al revés y entender que Q no es más que el resultado de extraer información de esos evangelios y extraerla, además, en tres etapas que son las etapas que se han atribuido a Q: Q1, dichos de sabiduría; Q2, profecías apocalípticas; Q3, andanzas y milagros de Jesús.
La primera parte de este supuesto documento, Q1, es, según dicen, una colección de dichos y sentencias de un maestro de sabiduría o, cuando menos, de enseñanzas éticas. Parece un conjunto de dichos que se hubieran ido recopilando a lo largo del tiempo y probablemente de más de un maestro. Recordemos los dichos del Visir Sabio y de otros iniciados que se recogieron en el Antiguo Testamento, en libros como Proverbios o Eclesiástico. Un conjunto de sentencias que pudo escribir cualquier escriba, en cualquier época, en cualquier lugar y perteneciente a cualquier religión o filosofía. Ya hemos visto cómo se han repetido las enseñanzas a lo largo de la historia. Estas enseñanzas se encuentran en las Bienaventuranzas del Evangelio según Mateo. La respuesta de volver la otra mejilla al agresor puede proceder de las enseñanzas de los filósofos cínicos, que se divulgaron por todo el imperio romano en boca de predicadores errantes, similares a los clérigos andariegos medievales cristianos. Muchas de las máximas morales de Q1 eran populares entre los judíos o entre los griegos, una especie de refranero compuesto por numerosas moralejas que circulaba por el mundo antiguo y que cada uno atribuía a su deidad o líder espiritual.
La segunda parte del supuesto documento, Q2, contiene aparentemente profecías apocalípticas y menciona al Hijo del Hombre que vendrá a juzgar al mundo al final de los tiempos.
Cita también al Bautista. Es, por tanto, un documento típico judío de la época. La expresión «hijo del hombre» que tanto hemos leído en los Evangelios es un concepto que utilizaron tanto Ezequiel (2,1) como Daniel (8,17 y 7,13) en el Antiguo Testamento. Significa simplemente que se trata de un ser humano.
La tercera parte, Q3, es ya típicamente cristiana, porque habla de Jesús. Al unir las enseñanzas de Q1 con las profecías de Q2 y las andanzas y milagros de Jesús, se obtiene un documento que habla de un maestro místico al que, como a todos los maestros místicos (ojo, no de sabiduría) se le atribuyen milagros y curaciones. Si a la colección de dichos y enseñanzas de Q1 se le inserta de vez en cuando la frase «Jesús dijo», nos encontramos con el Evangelio de Tomás, que mencionamos en el capítulo III y que también dijimos que se conoce como Los dichos secretos de Jesús y es uno de los evangelios apócrifos escritos en el siglo II.
Pero el documento Q, según dice José Antonio Solís, nada tiene que ver con la salvación, sino con enseñanzas, ya que no menciona la crucifixión ni la resurrección. Algo que, como opina este autor, es demasiado importante para silenciarlo. Por tanto, no forma parte de la historia que pudo narrar Q acerca de un maestro que funda una comunidad, enseña, hace milagros y profetiza el fin del mundo próximo.

LA MISIÓN DE MARCOS

Dicen que Mateo y Lucas tomaron datos del misterioso documento Q que, para algunos autores como Juan Bergua, no es más que el Evangelion de Marción. Con ello confeccionaron parte de sus respectivos evangelios, que ya hemos visto anteriormente que no son tan similares. En cuanto al resto, dicen que salió del más antiguo de los evangelios, el atribuido a Marcos que, también según Juan Bergua, sigue los pasos de Marción.
Es probable que el evangelio atribuido a Marcos proceda de los numerosos evangelios gnósticos que se escribieron en el siglo II, porque Marción no fue el único gnóstico que escribió un evangelio, aunque puede que fuera el primero. Aparte de los evangelios no cristianos de Filón y los terapeutas y, probablemente, los esenios, sabemos que también Basílides, contemporáneo de Marción a quien conoció en Roma, escribió su propio evangelio, así como veinticuatro libros de comentarios y otro de enseñanzas hindúes. Los gnósticos fueron los más prolíficos en cuanto a literatura religiosa, dada la amplitud del ámbito que contemplaba su fe y la cantidad de conocimientos secretos y esotéricos que compartían. Y no cabe duda de que también compartieron una gran afición a la literatura. Lo vemos en los evangelios de María Magdalena y la Pistis Sofía. El evangelio de Basílides cuenta que, siendo Jesús la potencia incorpórea del Padre, podía transfigurarse en quien deseaba. Por tanto, antes de que llegaran a crucificarle, se transfiguró en Simón de Kirene, un hombre que le llevó la cruz hasta el Gólgota y a quien confundieron con el reo. El resultado fue que los soldados crucificaron a Simón mientras Jesús, en pie y con el aspecto de Simón, se burlaba tranquilamente de ellos.
San Marcos
El evangelio atribuido a Marcos es probablemente uno de los más antiguos, según algunos autores, una de las tres fuentes y coincide, en parte, con textos de la biblioteca copta de Nag Hammadi.
Pero en lo que la mayoría de los autores coinciden es en que Marcos es anterior a Mateo y a Lucas. Se tuvo que escribir después del año 70, porque menciona la destrucción del Templo como si se tratase de una profecía y ya hemos dicho que las profecías se escribieron después de suceder los hechos profetizados o cuando estaban a punto de acaecer y eran previsibles. Según José Antonio Solís, un judío pudo escribir, hacia el año 72, un texto llamado Pequeño Apocalipsis que después se incorporó al evangelio de Marcos.
Si el evangelio de Marcos es el primero en el tiempo, también es el primero en equivocarse, lo que demuestra que no se trata de un original, cosa que ya sabíamos, sino de una copia en la que el copista se confundió. Si hubiera sido original, habría verificado lo que estaba escribiendo.
Empieza hablando del Bautista, que es quien ha de preparar el camino para el Mesías. Y lo explica con una cita bíblica que atribuye a Isaías. En Marcos (1,2) leemos: «Conforme está escrito en el profeta Isaías: He aquí que yo envío ante ti a mi mensajero, el cual preparará tu camino». Pero esa cita no es de Isaías, sino que podemos leerla literalmente en el capítulo 3 del Libro de Malaquías.
En todo caso, el evangelio atribuido a Marcos tuvo una misión importante. Hasta el momento, el concepto del Mesías había tomado tres aspectos: el mesías judío que vendría a librar al pueblo hebreo del opresor y que fundaría el reino ideal con Jerusalén como capital; el mesías apocalíptico que llegaría con el fin del mundo, entre nubes y ángeles, aniquilando el mal existente en la tierra; y el mesías gnóstico que se identificó con el Cristo creado por Pablo de Tarso, que era hijo de Dios.
Pero el mesías de Pablo, como el de Marción, era incorpóreo, místico y eso era un lastre para la universalidad de la doctrina paulina. Para los judíos, porque esperaban un libertador de carne y hueso y para los gentiles, porque no todos tenían preparación suficiente para entender tales abstracciones. No olvidemos que el cristianismo se acercó a los intelectuales solamente a través de la gnosis, ya en el siglo II, y que los primeros cristianos judíos fueron seguramente esclavos, desheredados y marginales.
Por tanto, era necesario dar forma humana al redentor. Los dioses redentores que hemos leído anteriormente tenían forma de hombre, nacían de madre virgen con una fecha precisa, la del solsticio de invierno, la gente les adoraba, les seguía, ellos tenían discípulos, enseñaban, hacían milagros y luego morían para resucitar y reinar con sus iniciados o seguidores. Aunque solamente los iniciados tuvieran acceso a la salvación mediante el acercamiento a los misterios, ya dijimos que todo el mundo acudía a llorar la muerte del redentor en Pascua, que se representaba con procesiones en las que se llevaba en andas la estatua del dios salvador.
Era impensable, por tanto, que el cristianismo se universalizase sin contar con algo tangible, con una representación física que los fieles pudiesen adorar y a quien pudiesen referirse como a un ser de carne y hueso. No olvidemos que tuvo que competir con las numerosas religiones que admitía el imperio romano y que eran prácticamente todas. La única forma de atraer neófitos y arrancarlos de las filas de Mitra, de Serapis o de Dionisos era empezar por ofrecerles algo similar. Esa fue la misión del Evangelio según San Marcos, dar al Cristo de Pablo de Tarso y de Marción una forma humana y un tiempo real, fundiendo este concepto con el contenido del misterioso documento Q.
Tan real y tan humano resultó que el evangelio de Marcos empieza prácticamente con el bautismo de Jesús por Juan, algo innecesario si el bautismo limpia el alma del pecado original, mancha de la que Jesús y su madre estuvieron exentos. Pero ello da lugar a que aparezca el Espíritu Santo en forma de paloma y proclame que es su hijo muy amado, en quien se complace. Tanto le ama y se complace en él que le envía a la tierra a padecer y a morir de la forma más cruel posible. Esto no está muy lejos del pensamiento judío de la época, siempre dispuesto a aceptar de Yahveh los males más terribles sin rechistar ni quejarse. No hay más que leer a Job o a Abraham.
Real y humano, pero con poderes de taumaturgo. Arroja demonios, cura fiebres, lepra, parálisis, calma tempestades y resucita muertos. Eso es algo que los antiguos esperaban de un iniciado, muy alejado por cierto de lo que en su momento dijimos que era un maestro de sabiduría. La parábola del sembrador y la de la lámpara, que aparecen en Marcos y se repiten en Mateo y en Lucas, son, como ya señalamos, enseñanzas de gran valor que chocan brutalmente con la milagrería y las historias extraídas de las mitologías reinantes, como la estrella, los magos, los avisos de ángeles en sueños o las tentaciones de Satanás. Ya hemos visto que todo esto aparece en casi todas las historias de dioses salvadores o de iniciados de muchas religiones.
Otro de los símbolos que el Evangelio según San Marcos tomó prestado de otros cultos existentes fue el manto púrpura con el que los soldados vistieron a Jesús para burlarse de él. El manto de color púrpura es habitual en la imagen de Dionisos que aparece en jarrones y vasos griegos del siglo VI antes de nuestra Era. Los iniciados en los misterios de Eleusis, dedicados a este dios redentor, se envolvían en una tela de ese color precisamente porque Dionisos llevó la túnica púrpura de la diosa Perséfone, cuando descendió al infierno tras su muerte y donde permaneció hasta su resurrección.
Tres curaciones milagrosas de Jesús
Los evangelios dedican numerosos capítulos a narrar curaciones milagrosas y otros hechos sobrenaturales de Jesús, algo que se atribuía antiguamente a todos los iniciados, profetas y dioses salvadores. No se entendía que un líder religioso no hiciera milagros. Este concepto, tan alejado del concepto de maestro de sabiduría, imperó durante muchos siglos, prácticamente hasta la Ilustración.

EL COMETIDO DEL CUARTO EVANGELIO

Cabe preguntarse por qué la Iglesia del siglo IV admitió el Evangelio según San Juan en el canon del Nuevo Testamento, siendo como es un reflejo de filosofía griega y de ideas gnósticas.
Si no fue el último que se escribió, sí fue el último que se admitió y suscitó no pocas discusiones.
El evangelio de Marcos no deja muy claras las cosas. En primer lugar, dice que Jesús era natural de Nazaret y no de Belén como convenía para que se cumpliera la profecía que mencionamos anteriormente. En segundo lugar, no habla de madre virgen, sino de María y de cuatro hermanos. En tercer lugar, no queda muy claro que el Mesías sepa cuándo ha de volver a juzgar al mundo, pues señala que no lo sabe el Hijo, sino el Padre.
Estas y otras carencias debieron llevar a completar la escena en los evangelios de Mateo y de Lucas, porque ya Mateo describe con todo lujo de detalles la anunciación y la encarnación del hijo de Dios en el seno de María, como dijimos en el capítulo III y el de Lucas se inicia aún más atrás, con la anunciación del precursor.
Tantos fueron los detalles de la vida mundana de Jesús que se incluyeron en estos evangelios, desde su genealogía hasta sus últimas palabras, advertencias y profecías, que se temió que la imagen del salvador hubiera perdido su carácter divino. Fue por tanto necesario considerar la aceptación del evangelio atribuido a Juan, que, aunque muestra claros indicios de filosofías helenistas, rescata la figura del Cristo místico de Pablo y la funde sin vacilaciones con la del Jesús carnal de Mateo y Lucas.
Claro es que también hay autores que afirman que el proceso fue al contrario. Primero se escribió el evangelio de Juan, que tiene mucho que ver, como dijimos, con el de Filón de Alejandría, y después, ante el deterioro de la imagen humana de Jesús, se escribieron los sinópticos [28] que la rescatan para la vida terrenal.
Pero la mayoría coinciden en que el evangelio de Juan es un evangelio metafísico escrito con el fin de salvaguardar la divinidad de Cristo que ya se encontraba muy comprometida tras las descripciones de los tres evangelios sinópticos. De esta manera, como señala Emilio Bossi, tres evangelios se destinan al aspecto humano de Jesús y uno al aspecto divino.
Encontramos en él numerosas referencias que apuntan a un autor gentil y antijudío, pues habla de los judíos como de un colectivo hostil a Jesús: «los judíos murmuraban« o «los judíos trataban de prenderle». Está escrito evidentemente para una comunidad cristiana gentil, con sermones complejos en lugar de parábolas y diálogos similares a los que escribió Platón. Su cometido se aprecia claramente cuando Jesús se declara hijo de Dios y deja de ser el «profeta provinciano» que según Asimov presentan los otros evangelios.
Es el único evangelio que menciona al discípulo amado, pero sin indicar su nombre, y el único que relata la resurrección de Lázaro.
El texto se inicia con un himno al Verbo, al Logos, que está con Dios desde el principio (véase capítulo III), pero que no es el logos misterioso incognoscible de los gnósticos, sino el dios del Antiguo Testamento, el Padre Eterno.

LAS PROFECÍAS EN LOS EVANGELIOS

Todos los evangelios canónicos, sean de quien sean, hacen constantes referencias al Antiguo Testamento, unas veces para aludir a una profecía y otras veces para citar a un profeta o personaje importante que ha señalado el camino a seguir.
Todo esto engarzado, como dice José Antonio Solís, como las cuentas de un collar que dan cabida a máximas de sabiduría colocadas como respuestas a preguntas que alguien plantea oportunamente para dar lugar a cada enseñanza.
Las profecías bíblicas van perfilando la acción, que se ajusta a lo esperado con toda ingenuidad y frescura. Así, puesto que el versículo 5 del capítulo 35 de Isaías dice: «Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, entonces saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará con júbilo», naturalmente, la narración de los hechos de Jesús debía incluir la curación de ciegos, sordos, cojos y mudos.
El evangelio de Juan ofrece un detalle con connotaciones bíblicas (19, 31-26) que no relatan los otros tres evangelios y es la lanzada en el costado. Dado que los crucificados tardaban mucho tiempo en morir, se consideraba una medida de gracia partirles los huesos de las piernas para que, al carecer los pies de apoyo, el cuerpo quedara colgando de los brazos y se produjera la muerte por asfixia.
Cuando los soldados llegaron a quebrar las piernas a los tres crucificados, se encontraron con que Jesús ya estaba muerto y uno de ellos se limitó a hundirle la lanza en el costado para verificarlo.
Pero no le rompieron las piernas. Y eso responde puntualmente al cumplimiento de lo anunciado por las Escrituras: «no le quebrarán hueso alguno».
El Antiguo Testamento hace referencia al cordero pascual, al que Dios mandó sacrificar la víspera de Pascua, como leemos en el capítulo 12 de Éxodo, con cuya sangre debían los hebreos salpicar las puertas de sus viviendas, para que el ángel del Señor los reconociera y salvara a sus primogénitos de la ejecución de niños egipcios que llevó a cabo para ablandar el corazón del faraón, quien se negaba a permitir partir a Moisés y a su pueblo.
Ya dijimos anteriormente que este hecho responde al mito de los sacrificios humanos que se utiliza en varias ocasiones en la Biblia. Pero lo que ahora nos interesa es saber que Dios prohibió quebrantar los huesos del cordero pascual sacrificado, porque no se le puede ofrecer un animal defectuoso. Lo hemos mencionado también (capítulo IV) a propósito del defecto de Pablo de Tarso, su enfermedad, que le impidió seguramente sacrificar en el Templo.
De esta manera, el símil es completo. El Levítico manda no romper los huesos del cordero pascual que se sacrifica. Cristo es el Cordero místico sacrificado en Pascua y no deben quebrársele las piernas.
Otra historia bíblica que irrumpe en el evangelio, esta vez en el atribuido a Mateo, es la del nombre de Emmanuel. El 1 de enero se celebra en España el día santo de ese nombre, Manuel, para celebrar el nombre que se impuso al hijo de Dios. El nombre tiene su historia en el Antiguo Testamento.
Los reinos de Israel y Judá estuvieron enfrentados en numerosas ocasiones a lo largo de la historia. En una de ellas, siendo Acaz rey de Judá, Israel se coaligó con Siria en contra de Judá y Acaz, temiendo un ataque, se avino a aceptar la supremacía del rey asirio sobre su país, para tenerle como aliado y obtener su apoyo.
Pero la política siempre caminó de la mano de la religión en aquellos tiempos lejanos y en otros menos lejanos. Por ello, dado que los asirios adoraban a otros dioses, el profeta Isaías temió que los impusieran al pueblo judío y que este, una vez más, rompiera su alianza con aquel dios celoso que era Yahveh, con las consiguientes represalias.
Para evitar que Acaz se sometiera a los asirios, Isaías le aseguró que Dios le daría una señal de que los enemigos a los que tanto temía iban a perecer antes de atacar Judá. Por tanto, no sería necesario el apoyo asirio.
La señal está descrita en Isaías (7,14 y 7,16): «Mirad, la doncella está encinta y dará a luz un hijo y le pondrá el nombre de Emmanuel» y «Antes de que el niño sepa rechazar lo malo y aceptar lo bueno, será abandonado el país ante cuyos reyes tienes miedo».
Así sucedió. Suponemos que nació el niño, que bien pudo ser el propio hijo de Isaías, como apunta Asimov, y, al poco tiempo, el rey asirio Teglatfalasar III invadió Siria, mató a su rey y asoló el país. Israel, que quedó sin aliado, se sintió débil y retiró sus amenazas a Judá.
Emmanuel significa «Dios está con nosotros» y es cierto que en aquel momento lo estuvo. Pero lo que también apunta Asimov es que el Antiguo Testamento menciona la palabra hebrea almah que significa joven o muchacha; el Evangelio según San Mateo utiliza esta profecía para anunciar el nacimiento de Jesús, pero traduce la palabra «muchacha» por «virgen». En el versículo 23 del capítulo 1, dice: «He aquí que la virgen concebirá en su seno y dará a luz un niño al que pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros».
Asimov señala que si el libro de Isaías hubiera querido decir que era una virgen la que iba a dar a luz, hubiera utilizado la palabra hebrea betulah y no almah. Además, este mismo argumento aparece en boca de Trifón, un judío enemigo del cristianismo que Justino empleó en el siglo II para refutar el judaísmo en su Diálogo contra Trifón. Por tanto, no existe en el Antiguo Testamento profecía alguna de que una virgen tenga un hijo. Pero aquí, Mateo consigue matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, utiliza una profecía bíblica, aunque manipulada, y, por otro lado, cumple con una de las condiciones de los dioses redentores que vimos anteriormente, que es la concepción sobrenatural.
El evangelio de Mateo utiliza con frecuencia retazos de frases proféticas independientes entre sí, uniéndolas a su manera para formar nuevas profecías que originen los actos que ese texto narra. En el caso de Emmanuel, dice que esto pasará para cumplir lo que el Señor dijo por boca del profeta. Pero, para colmo de asombro, en el versículo 25 leemos que cuando nació el niño de María, José le puso el nombre de Jesús y no el de Emmanuel.
Mateo habla también de la estrella que vieron los magos en el firmamento y que les condujo hasta el portal de Belén. Asimov asegura que el cometa Haley se vio en Palestina en tiempos de Herodes, hacia el año 11 antes de nuestra Era y que es posible que el autor de este evangelio conociera ese hecho y lo aprovechara para darle un nuevo matiz mágico.
Sin embargo, el capítulo 9 de Isaías, en el libro dedicado a Emmanuel, habla de una luz que brilló anunciando el reino de paz y el nacimiento del niño que sería príncipe de paz. Una vez más consigue aunar la profecía con la mitología, pues ya vimos también que el nacimiento de más de un dios salvador, por ejemplo, Agni y Mitra, fue anunciado por una estrella que guió a tres magos ante su cuna. Los magos eran figuras muy importantes en Persia y su fiesta era precisamente el solsticio de invierno, que para el cristianismo se celebró el 25 de diciembre a partir del siglo IV. Y esto remite a esa época, si no de todo el evangelio de Mateo, al menos de estos pasajes. Es decir, si no se escribió en el siglo IV, sí se añadieron tales pasajes en esa época.
La huida a Egipto y la matanza de los inocentes es otro de los mitos mediterráneos que ya hemos comentado, que el autor de este evangelio fusiona con otra profecía, esta vez de Jeremías (31,15).
En primer lugar, no hubo matanza. Siendo Herodes como era un rey odiado por el pueblo judío por considerarle una marioneta en manos de Roma, por ser oriundo de Edom y, además, por ocuparse como dijimos de aplastar las rebeliones de los mesías de la época, sería impensable que hubiera cometido semejante atrocidad y que no se reflejara en las crónicas de los historiadores judíos o incluso romanos. Nadie menciona este hecho; por tanto, no sucedió.
Entre las lamentaciones de Jeremías leemos cómo llora Raquel a sus hijos y no existe consuelo para ella. Pero Raquel no lloró a sus hijos más que en metáfora, porque a lo que se refiere Jeremías es al dolor del pueblo de Israel cuando Sargón lo llevó al exilio. Hacía mucho tiempo que Raquel había muerto, pero era antepasada de las tribus de Israel, Efraim y Manasés. Su llanto es, por tanto, una metáfora.
Podemos encontrar aquí, además, un paralelismo entre la historia de Moisés y la de Jesús, coincidiendo ambas con las condiciones que Otto Rank señaló para la creación del mito del héroe y que describimos en el capítulo II. Nace el niño en cuna humilde, hay un malvado poderoso que desea su muerte y ordena una matanza generalizada, pero un ángel advierte a los padres del héroe y este se salva. Lo hemos visto también en la historia de Cristna, de Osiris y de Serapis.
En el caso de Jesús, todo esto sirve, como casi todo el resto de la narración, a los dos mismos propósitos: la condición del dios redentor que se salva milagrosamente de las fuerzas del mal y el cumplimiento de la profecía que leemos en Oseas (11,1): «De Egipto llamé a mi hijo». Egipto conecta, por otra parte, con Moisés, con Osiris y con Serapis.
Para completar la similitud con Moisés, a quien un ángel avisó cuando estaba oculto en Madián tras matar al capataz egipcio, de que ya podía regresar a Egipto porque habían muerto los que le buscaban, el evangelio de Mateo incluye un pasaje en el que un ángel avisa a la sagrada familia de que Herodes ha muerto y pueden regresar. No regresan a Belén, sino que, por miedo al sucesor de Herodes, van a vivir a Nazaret. Pero no es cierto que vayan a Nazaret por miedo a Arquelao, sino para cumplir una profecía según la cual Jesús sería llamado Nazareno.
Aquí encontramos un nuevo error del evangelista. En primer lugar, no hay profecías que hablen de que le llamarían Nazareno.
En todo caso, en Jueces (13,5), podemos leer que Sansón sería «nazireo de Dios», es decir, diferente a los demás seres humanos.
Dice Asimov que también se pudo confundir con la profecía de Zacarías (6,12) que habla de un hombre llamado Germen que edificará el Templo. Germen en hebreo se dice netzer y de ahí pudo salir la confusión con «nazareno».
Sigue una larga serie de fragmentos de profecías o sentencias del Antiguo Testamento que Mateo pone en boca de Jesús.
Veamos algunas para no aburrir al lector:
«No solo de pan vive el hombre» y «No tentarás al Señor tu dios», responde Jesús al demonio tentador; encontramos las frases respectivamente en Deuteronomio (8,3) y (6,16).
Jesús entra en Jerusalén a caballo sobre un asno, en olor de multitudes que le reciben con palmas y vítores. De la misma forma entraron otros salvadores como Dionisos, pero, además del detalle pagano, encontramos la profecía de Zacarías (9,9) «cabalgando en un asno». La cueva de ladrones en la que los cambistas del Templo habían convertido la casa del Padre, aparece en Jeremías (7,11). Las treinta monedas de plata que recibe Judas a cambio de entregar a su maestro aparecen en Zacarías (11,12). La venida del hijo del hombre sobre las nubes está en Daniel (7, 13).
El lavatorio de manos de Pilato es una recomendación del Deuteronomio (21,6-7) para quienes encuentren un asesinado y quieran probar su inocencia. Difícilmente podía Pilato conocer esta sentencia del Antiguo Testamento.
Por último, leemos en la Pasión varias frases y sucesos que se encuentran en el Antiguo Testamento: «¿Por qué me has abandonado?» también aparece en el Salmo número 22, el del justo paciente (2); el reparto de las vestiduras de Jesús, que aparece en el mismo Salmo (19); el taladro de manos y pies está en el mismo Salmo (17), aunque en algunas versiones no dice «taladrado manos y pies» sino «ligados manos y pies» En cuanto a la resurrección al tercer día, aparte de los tres días de Jonás en el vientre de la ballena, ya vimos que aparece en la historia de todos y cada uno de los dioses redentores, incluyendo a la diosa sumeria Innana.
Con esto, el Evangelio según San Mateo cumplía también una misión. Los judíos podrían identificar las profecías del Antiguo Testamento y los gentiles reconocerían las señales de los dioses salvadores tan populares en aquellos tiempos.

LAS CONTRADICCIONES EVANGÉLICAS

Entre los evangelios canónicos y los apócrifos existen, como es lógico, numerosas diferencias y contradicciones. Pero entre los propios canónicos también se dan diversas diferencias y contradicciones que señalan inclusiones o modificaciones realizadas en fechas posteriores, a medida que se modificaron las circunstancias del cristianismo.
El problema de las contradicciones evangélicas no es solo que el creyente no sepa con cuál de las opciones quedarse, sino que también han dado origen a numerosas especulaciones y puntos de vista que no solamente han producido herejías, sino que han dado lugar a que en Oriente y en Occidente haya dos Cristos distintos.
Así, los mismos Evangelios son un compendio de contradicciones que unas veces admiten un hecho y otras lo niegan. «No vayáis a tierra de gentiles» se lee en Mateo (10,5), cuando Jesús envía a sus apóstoles a predicar. Por su parte, el Evangelio según San Marcos (16,15) cuenta que dijo a sus apóstoles: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda la creación». Numerosos pasajes evangélicos muestran a Jesús callando y prohibiendo a sus discípulos decir que él era el Mesías, para terminar declarándolo él mismo ante el Sanedrín (Mateo 26,64). En unas ocasiones, Jesús reniega de su madre y de sus hermanos y, en otras, exhorta a honrar al padre y a la madre.
Las incoherencias respecto a la observación de la ley de Moisés son numerosas y se corresponden con el abandono paulatino del judaísmo. En el Evangelio según San Mateo (5,18), Jesús hace hincapié en el cumplimiento de la Ley «antes pasarán el cielo y la tierra que pase una sola jota o una sola tilde de la ley sin que todo se cumpla». A continuación, el mismo evangelio inicia una serie de modificaciones, puntualizaciones y excepciones. Casi todas empiezan por un «habéis oído que se dijo» y siguen por un «pero yo os digo» Abolir el divorcio, la ley del Talión o aplicar excepciones al sabbath es, sin duda, adecuar la ley judaica a los gentiles, pero sigue siendo una contradicción con el primer pasaje.
Una contradicción, por cierto, similar a las que mencionamos respecto a las Epístolas de Pablo de Tarso, que unas veces declara ser cien por cien judío y otras reniega del judaísmo .
Otras contradicciones importantes que dieron y siguen dando pie a interpretaciones diferentes según de dónde sople el viento son las referentes a la espada. Los Evangelios son capaces de transmitir al mismo tiempo un mensaje de paz, benevolencia, perdón y mansedumbre, y un mensaje de guerra. Cuando los siervos del sumo sacerdote vinieron a prenderle, uno de sus discípulos (Pedro, según Juan 18,10) sacó la espada y cortó la oreja derecha de uno de los captores del Maestro. Según Juan, Jesús le mandó envainarla, advirtiéndole que quien la espada empuña, por la espada muere. Según Mateo, nada opuso al ataque. Así es posible atacar al enemigo o bien aconsejar a los demás poner la otra mejilla, pues basta recordar que Cristo advirtió que quien a hierro mata a hierro muere o bien que consintió que el discípulo sacara la espada e, incluso, que él mismo dijo que no venía en misión de paz: «No creáis que vine a traer paz, sino espada», leemos en Mateo (10,34).
Los tres evangelios sinópticos describen la institución de la eucaristía durante la última cena. Sin embargo, el evangelio de Juan, que detalla prolijamente la última cena, no menciona la institución de la eucaristía. Recordemos que la eucaristía es similar al banquete totémico y que por tanto se trata de un rito pagano.
Y los ritos paganos se incorporaron al cristianismo en el siglo IV.
Tampoco se ponen de acuerdo los evangelistas en cuanto a la hora de la muerte de Jesús, pues, mientras para Mateo, Marcos y Lucas, a la hora sexta la tierra se cubrió de tinieblas que duraron hasta la nona, en que murió, para Juan, a la hora sexta estaba Jesús todavía ante el tribunal.
El tribunal, por cierto, es otro punto discutible. En primer lugar, los evangelistas nos presentan un diálogo entre Jesús y Pilato que nunca hubiera podido tener lugar. ¿Acaso un prefecto romano iba a conversar o siquiera a interrogar a un delincuente? Para eso tenía esbirros y soldados. Además, Pilato vivía en Cesárea y únicamente se desplazaba a Jerusalén para las grandes fiestas; allí no era bienvenido, sino aborrecido por los judíos hasta el punto de que consiguieron que el gobernador de Siria le depusiera y le enviara de nuevo a Roma en el año 37.
Sin embargo, la conversación que según los Evangelios se desarrolla entre acusado y prefecto ofrece una imagen del romano que no se corresponde en absoluto con la imagen de cinismo y brutalidad que presenta el mismo Flavio Josefo, tan amigo de Roma, y que hemos descrito al inicio de este capítulo acerca de las guerras de los judíos contra Roma.
La deferencia con la que, según los Evangelios, Pilato trató a Jesús dio pie a numerosas especulaciones. Una de ellas es la opinión de Tertuliano que, en el siglo II, estaba convencido de que Pilato, en su fuero interno, era cristiano. Se han escrito varias novelas al respecto contando que la mujer de Pilato era cristiana e incluso existe un cruce de cartas, totalmente absurdo y alejado de la realidad, entre Pilato y Tiberio, en las que ambos quedan convencidos de haber hecho morir al hijo de Dios. Curiosamente, las citadas cartas están escritas en griego, un idioma que ni Pilato ni Tiberio probablemente hablarían y que, si lo hablaban, no lo utilizarían precisamente en las comunicaciones oficiales del Imperio.
En una escena previa a la Pasión, vemos a Jesús en casa del Sumo Sacerdote. ¿Para qué? Según los Evangelios, para juzgarle.
Pero el Sumo Sacerdote judío no juzgaba, puesto que el tribunal que tenía competencia para juzgar era el Sanedrín, mejor dicho, el pequeño Sanedrín, ya que el grande se reservaba para la legislación, no para la judicatura. Además, las reuniones del Sanedrín, grande o pequeño, no tenían valor si no se celebraban en el Templo y ahí es donde deberían haber juzgado a Jesús y no en casa de Anás ni de Caifás. Este dato indica que tal pasaje fue añadido por un gentil que desconocía la normativa judaica, no por un judío.
Lo mismo sucede con el pasaje del juicio, que, según los Evangelios, se celebró de noche y en vísperas de Pascua, toda una abominación para un judío. Los juicios debían celebrarse durante el día y, si un proceso se prolongaba y caía el sol, había que posponerlo para el día siguiente. Y, por supuesto, no podía celebrarse proceso alguno en una fiesta tan importante como la víspera de la Pascua judía [29] .
Las parábolas, ambiguas y sujetas a distintas interpretaciones, han servido y sirven para cimentar la actitud que resulte necesario adoptar en un momento dado. Uno de los fundamentos de la Inquisición fue la parábola de la cizaña, según la cual hay que separar la cizaña de la hierba y quemarla.
Las contradicciones evangélicas se reflejan en las contradicciones que pueden leerse en las actas de los numerosos concilios y contraconcilios que han tenido lugar a lo largo de la historia.
Apoyándose en una frase evangélica, un eclesiástico promovía una creencia que no compartían los otros. Se les adherían sendas facciones que iniciaban un proceso de lucha, unas veces epistolar, otras verbal y otras, incluyendo agresiones físicas. Finalmente, el gobernante de turno decidía convocar un concilio en el que refrendar la teoría que se consideraba verdadera y rechazar la contraria, a la que se declaraba herejía. Una vez establecida tal declaración, el promotor de la idea y sus seguidores se convertían en herejes, se les expulsaba del seno de la Iglesia, se confiscaban sus bienes y, en ocasiones, se les obligaba a exiliarse o, a partir del establecimiento de la Inquisición, se les encarcelaba y conminaba a retractarse, bajo amenaza de muerte.
Claro es que también podía suceder que el príncipe de turno, rey o emperador, cambiara de opinión después del concilio y se dejara convencer por los herejes, ante lo cual, se celebraba un contraconcilio para deshacer lo hecho, dar por bueno lo antes rechazado y rechazar lo antes admitido. Todo dependía del pasaje evangélico leído para la ocasión.