Pablo de Tarso es un enigma. Antes de
empezar a investigar sobre su persona, su doctrina y su identidad,
la imagen que de él tenía era la de un cascarrabias misógino,
probablemente impotente debido a profundos conflictos con la figura
de la mujer, y creador de una doctrina totalmente opuesta a la de
los Evangelios.
Pero después de investigar, de buscar
datos dentro y fuera del ámbito cristiano, de consultar autores
cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, religiosos y
ateos, después de contrastar su doctrina con las doctrinas y las
creencias cristianas de cada momento histórico, su imagen ha
cambiado totalmente.
Ya no es el individuo de talla corta,
calvo, malhumorado, autoritario y furibundo, sino que su figura
corretea por una escena de campos mediterráneos, en los que aparece
y desaparece, siempre apresurado, siempre llegando a un punto para
partir hacia el siguiente, alejándose hasta diluirse en el
horizonte.
¿Quién fue Pablo de Tarso? ¡Qué poco
sabemos de él y cuánto creíamos saber! Nos han contado tantas
cosas, con tanto detalle, con tales minucias, que creíamos conocer
su biografía, su personalidad, su aspecto, su pensamiento, su
doctrina. Pero apenas tenemos referencias ciertas pues, tan pronto
sometemos a la razón y al análisis los datos sabidos, lo hasta
ahora conocido se nos escapa y su imagen se desvanece en algún
punto de la historia antigua.
Rescatar su figura de las brumas de
la leyenda, de la novela, del relato y de la ficción ha sido tarea
larga y compleja. Sin embargo, tampoco se puede asegurar que la
información conseguida sea verídica. Después de tanto análisis y
tanta búsqueda, su imagen se sigue esfumando, aunque, al menos,
deja un rastro de lo que pudieron ser su personalidad y su
ideario.