10. El hombre invisible en el gimnasio

Sin notar al hombre invisible, por la calle pasaron Volcanescu, Bibescu, Popescu y Eminescu, directivos de la Societé Ovide Densusianu, seguidos de sus asistentes Matei Sorescu y Mircea Olarescu. Nicolás atravesaba la Place de Trocadéro tratando de saber dónde caían sus pies al andar, mientras ellos debatían en voz alta sobre un problema gramatical de la lengua rumana. Percibido por nadie, Nicolás no temía que los transeúntes oyeran sus pasos, sino ser atropellado por los automovilistas y los motociclistas que se pasaban la luz roja de los semáforos.

“Qué raro que haya personas que se acomodan a los límites de su cuerpo como en una caja de zapatos. Qué raro que haya gente que piense que los lugares de hoy son iguales a los de ayer, que no observen que a esa ventana le falta un vidrio, que ese cine cerró sus puertas y que la papelería que estaba ahí ahora es una boutique de ropa”, reflexionaba Nicolás, cuando chocó con una joven rubia, a la que por el encontronazo desacomodó los senos hechizos.

Excuse-moi —atinó él a decirle, pero ella, sin verlo, siguió caminando, mientras el sol de las once de la mañana atravesaba follajes y llenaba la calle con fulgores anaranjados.

—Madmuasel —el hombre invisible le abrió la puerta del Gymnasium Tattoo.

—Nunca hubiera pensado que el aire hablara.

La desconocida examinó el vacío donde supuestamente se encontraba la voz. En seguida se dirigió a un vestidor. Para luego salir, con los senos enderezados, a entrenarse.

Nicolás siguió hasta el caminador ese cuerpo bronceado, que empezó a moverse tan velozmente que se parecía al de la compañera del Corredor Escarlata.

Entre exhalaciones la amazona llegó a la bicicleta. Y a la máquina hidráulica. Y a las barras, los discos, los remos y al tapete de caucho.

Exhausto con sólo atestiguar su actividad, el hombre invisible salió a la terraza, donde lo distrajeron dos mujeres desnudas, quienes, con peinados de gallo y zapatos de tacón alto, sentadas a una mesa de vidrio tomaban café expreso.

—Es guapo —dijo una, refiriéndose al mesero.

—Es un patán —la otra se quitó las gafas de sol.

Body attack. Body balance, body combat —gritó en la sala de cursos una instructora con cara de medusa gay. Con chaqueta de cuero negro, pelo tieso y ojos descoloridos, azuzaba a tres chicas que hacían ejercicios en la lona de saltos y la colchoneta dura, o se apoyaban sobre las manos para dar volteretas.

Prego, s’accomodi —le dijo a Nicolás una mujer sentada en la taza de baño en la toilette, aunque él creía que no podía ser visto.

Mi scusi.

Non c’é problema.

Grazie.

El hombre invisible se dirigió al sauna. El cuarto era un nalguerío y una pezonera. Tres chicas en cueros, displiscentes, habían arrojado al piso toallas con un logo del Liceo Balzac.

—Hey, tú, ¿qué hora es? —preguntó una de pechos lisos y piernas delgadas, cuya piel parecía untada con aceite fosforescente.

—Las doce —otra, de nalgas rosáceas y tetas enhiestas, sentada en un banco de madera echó un vistazo a los calentadores cerámicos.

—La una —la tercera consultó su swatch. Semejante a la Venus Anadyomene de Ingres, con el brazo sobre el pelo y el cuerpo curvado, parecía que un Eros invisible le agarraba las piernas.

Ahíto de observar axilas, lunares, pelos, culos y coños, y harto de escuchar confidencias sobre aventuras sexuales y cortos circuitos producidos por contactos entre conductores del mismo sexo, el hombre invisible abandonó el cuarto de sauna.

En una pared blanca, leyó un anuncio:

Massage Paris, Massage a domicile.

La qualité du massage reside principalmente dans la qualité du toucher.

Massage non sensuel, ni érotique. Massage en centre uniquement.

Massage remodelage corporel de la silhouette.

Les zones massées sont le dos, les fessiers et les jambes, les pieds, les bras, les mains, les yeux.

Body Tensions Release/ Muscules Stretching, Bodyrub, Détente/ Bien étre.

—Masaje —clamó él con voz quebrada.

—¿Dónde está su cuerpo? —preguntó la masajista en bata azul.

—Aquí está el centro de la tensión —Nicolás le llevó la mano al ombligo.

—Qué cliente raro, pero una buena masajista debe entrarle a todo.

—¿Cuánto tiempo está disponible?

—Masaje sentado, quince minutos; una cara del cuerpo, treinta minutos; dos caras del cuerpo, cuarenta y cinco minutos. Tiempo ideal del masaje, sesenta minutos. Masaje californiano, cien euros.

—¿Dónde me acuesto?

—Sobre la tabla.

—¿Técnica?

—Largos movimientos armoniosos.

—¿Bajo las ropas?

—Desnudo.

—¿Aceite?

—Indiferente.

—¿Esencias activas?

—Todas. No se quede boca arriba, acuéstese de espaldas —ella le levantó la mano del vientre.

El hombre invisible entrecerró los ojos.

Palper, pétrir, presser légérement, supprimer le stress, revigorer la peau —se decía la masajista sin alejarse mucho de las extremidades inferiores del hombre invisible por miedo a perderlas.

—¿Qué? —Nicolás despertó por un golpe en el cuello.

—Terminamos —la masajista retiró la toalla como si desnudara el vacío.

—Gracias —él se levantó de un salto.

—Pague a la salida —ella lo miró dirigirse al mostrador.

Pero la silueta no se detuvo para pagar, siguió andando hasta alcanzar la calle.

Sale, salope, sans-coeur, sans-abri —furiosa, ella le gritó desde la puerta del Gymnasium Tattoo.

El hombre invisible, camuflado con las paredes, se perdió de vista.