12. El cementerio de Passy

Nicole se preparaba para ir a visitar a Nicolás, de quien no había tenido noticias desde el día de su funeral, sabiendo por la señora Antschel que él residía donde siempre, o sea, en el subsuelo de un inmueble construido cerca de la antigua Rue des Carriéres. Pero en ese momento, asomándose por la ventana para ver si el día estaba nublado o soleado, vio a un hombre con gafas de sol haciéndole preguntas al conserje.

—¿Vive aquí Mlle. Moro-Moros-Morocco-Morales-Moron-Morones-Moroney-Moronique-Morusco?

—No sé de quién me habla —la conserje le dio la espalda.

Como el hombre tipo gángster no desapareció, y, sí, en cambio, fue a pararse a la esquina, Nicole, con pantalones de mezclilla leopardo azul eléctrico, talla baja, camiseta entallada al contorno de los pechos, anillos con serpientes negras, y una chaqueta con rayas rojas y negras en los brazos, no se lanzó a la calle. Se puso a espiar al hombre por las persianas. Y, mientras esperaba a que partiera, se entretuvo hojeando un álbum de familia. La primera foto era de su madre Monique Mallard, maestra de nivel elemental de la Alianza Francesa en la ciudad de México. Divorciada de Napoleón Nemier, se había casado por segunda vez con Miguel Morones, un médico pediatra de pelo y bigote canos, delgado, asmático y nervioso, cuya pasión por Marcel Proust lo llevaba a interrumpir los actos de amor para ponerse a disertar sobre À la Recherche du Temps Perdu.

¿Se inspiraba el buen doctor en Le Temps retrouvé cuando te hacía el amor? —le preguntó un día Nicole.

—Más bien interrumpía los actos de amor para ponerse a disertar sobre Coté de Chez Swann —respondió la madre—. La lectura de la obra de Proust parecía en él una enfermedad crónica.

—¿Por eso en mi adolescencia cuando yo le pedía permiso para pasar la noche en casa de una amiga, él, sentándome en la silla del paciente, me examinaba en Proust?

—Antes de darte permiso, exigía: “Cuéntame de la infancia de Marcel en Combray, del amor de Swann y de los affairs clandestinos de M. de Charlus en Sodome et Gomorrhe; si no, olvídate de salir”.

—“Estoy leyendo sobre la apparition des hommes-femmes dans le Bois de Boulogne, descendants de ceux des personages de M. Proust dans Sodome et Gomorrhe”, respondía yo con una revista en la mano.

—“No contestes con artículos, cita la edición de la Bibliothéque de la Pléiade”, replicaba él.

El doctor Morones, vestido como Proust, hablando como Proust, caminando como Proust, sintiéndose Proust, y hasta durmiendo como Proust (tenía sobre la cabecera de su cama la foto de Jean-Emile Blanche de Proust en Auteil con los labios pintados), anunciaba: “No voy a estar contento hasta que no le cambiemos el nombre de Nicole por el de Odette a esta chica”.

—El amor del doctor Morones por Proust era tan conocido por los empleados de la Alianza Francesa que el día de su muerte el guardia vino a decirme: “Madmuasel Monic, al pederasta de su marido Prusto lo atropelló un camión de carga”. “Dirá pediatra, Pedro —lo corregí yo—. Los patrulleros avisaron del evento. Lo identificaron por la credencial de la Sociedad de Amigos de Marcelo Prusto.”

—Se fue el hombre.

Nicole vio desde la ventana que el desconocido había partido, y salió a la calle en busca de Nicolás. Las hojas del otoño se mezclaban con la basura debajo de las ruedas de los coches y la Torre Eiffel parecía un insecto extraterrestre de grandes patas ancladas en la tierra, cuando se percató de que una camioneta negra la seguía. Tres hombres corpulentos con gafas color cucaracha estaban dentro. Ella se pegó a la pared.

Demoiselle Punk, queremos hablar contigo —le dijo el hombre al volante.

Demoiselle Culodedona, párate ahí —otro hombre bajó la ventanilla.

Jodelotodo, no te hagas la sorda —el hombre que había venido a buscarla al edificio descendió del carro.

Nicole cruzó rápidamente Rue de la Pompe. Se fue por Rue de la Tour, dio vuelta en Avenue Paul Doumer, como yendo a los Jardines de Trocadéro o el Pont d’Iena. El auto pisándole los talones.

Salope, ¿te crees la divina garza?

Sale, háblame de tu amigo.

Bellote, detente.

Nicole, en posición de ataque, se preparó para darle una patada en los testículos al primero que se le acercara. Al verla tan aguerrida, Pépin se replegó. Ella aprovechó esos momentos de indecisión para entrar al cementerio de Passy por Rue du Commandant Schloesing.

Dentro de la necrópolis chic de la rive droite, fingiendo interesarse por Monsieur Emile Rothe (no tenía idea de quién era él), se paró delante de su tumba, y pensó en el orgullo que sentiría su padrastro si Marcel Proust hubiese sido enterrado entre las divisiones y las arboledas. Pero como no estaba ahí, pretendió admirar un monumento fúnebre con una escultura sexy de Juana de Arco.

Escuchó carros y motos de policía rumbo a la Torre Eiffel persiguiendo a vendedores ambulantes africanos. Entre las tumbas apareció Pépin. Un grandulón con pistola. Seguido por otros dos grandulones parecidos a él, uno con un cuchillo y otro con una soga. Pero al darse cuenta los rufianes que desde el balcón de un edificio amarillo una vieja los estaba observando, escondieron las armas. Soplaba un viento loco que rugía y se calmaba, rugía y se calmaba, y los zapatos de los hombres sonaban en la tierra mojada como si las suelas llevaran pesas de agua.

Le mouton á cinq pattes —frente al túmulo de le comedien Fernandel, sepultado en 1971, Nicole evocó esa película que había visto hacía varios años en la televisión.

No lejos yacía Marcel Dassault, el magnate constructor de aviones. Pero lo que le llamó más la atención fue una tumba reciente, fuera de lugar en el cementerio, la cripta alegórica de Christian Rozencreutz, el supuesto autor de Bodas Químicas. La lápida, con las iniciales R+C, tenía una cruz dorada con una rosa roja en el centro. 1378-1484 eran las fechas de nacimiento y muerte del sepultado simbólico. Sin que Nicole lo supiera, momentos antes unas personas vestidas con ropas obsoletas habían depositado sobre su lápida una cesta con rosas rojas Gallicas. Un letrero decía:

IL Y A DES ROSES PARTOUT!

Roses, Soleil, Bonheur, Santé pour cette Vie!

Vous souhaitant pour vous et pour les votres

Les Frères R+C.

Concession á perpetuité —leyó Nicole, caminando entre tumbas con perros de piedra echados a los pies de los yacentes.

Bellote, los restos de tu amigo descansan en un basurero —gritó Pépin.

Salope, tu Apollonius de Tyane está vivo —chilló Vincent.

Sale, dale recuerdos de Vivianne, la golfa que se refocilaba con los canes. Depechez vous, madame, avec le message, ou je vous casse le gueule —balbuceó Étienne.

La desesperación se apoderaba de Nicole cuando reparó que las personas que habían depositado las rosas rojas en la tumba alegórica de Christian Rozencreutz estaban apuntando a los Cobra con mosquetes viejos. Una voz antigua, que parecía salir de un pecho cavernoso, profería:

Pauvre ver sur cette terre, que faire?

Disputer avec Dieu? Te précipeter ainsi dans les enfers?

Dieu pénétre ton coeur.

Momento que aprovechó Nicole para salir del cementerio.