21. La ciega del Odeón

Cuando las gafas con rayos infrarrojos de los Cobra detectaron la silueta del hombre invisible, vieron su cuerpo brillar. Incluso el pedazo de hielo derritiéndose en su mano dio la impresión de calor. Y el perro parado al fondo de la calle, por su temperatura, pareció una figura incandescente en el mar negro del pavimento.

La calle estaba desierta. Momentos antes las boutiques habían cerrado sus puertas y la humanidad daba la impresión de haber caído en una bolsa de vacío. Pero mentiría si dijera que el silencio visual de Rue de Tournon era completo; por ella pasó una bandada de pichones. Y tres cojos cuarentones se dirigían a la esquina, no para consumir en el restaurante sino para fatigar al prójimo. Eran mendigos bosnios o kosovares o rumanos. Ante el peatón golpeaban el piso con bastones de metal, o agitaban botes limosneros. El jefe, bigotes espesos, cejas pobladas y cabellera hirsuta, llevaba gafas negras. Los otros, con ojos ávidos, peinaban el horizonte. Al principio, Nicolás creyó que una joven ciega venía con ellos, mas se dio cuenta de que no cuando los cojos se posicionaron en la esquina. En ese instante los Cobra lo arrinconaron.

—Uf —el hombre invisible se camufló con la pared.

—Olvidé mi bastón plegable, señor, ¿me ayuda? —la joven ciega extendió el brazo hacia donde creyó que él se encontraba. Letras doradas en su T-shirt negra decían:

TODA LA NOCHE HAY LUZ

—Sssshhhh —Nicolás le puso un dedo sobre los labios.

—¿Por qué me calla?

—Luego te explico.

Cláxones de automovilistas festejando alguna victoria deportiva pasaron por Boulevard Saint-Germain seguidos por ambulancias y carros de policía.

—¿Estaba en la galería? —preguntó la joven.

—¿Cuál galería? —antes de responder, Nicolás se cercioró de que los Cobra habían partido.

—La del Odeón.

—¿Cómo sabes que ahí hay una galería?

—Cuando mi padre trabajó con Monsieur Genty, secretario del Teatro del Odeón, bajé la escalera que lleva a las canteras. Él me llevó hasta el pozo de agua. ¿Me guía?

—Cógete de mi brazo.

—¿Por qué habla en voz baja?

—Me recupero de una bronquitis.

La ciega se apoyó en su brazo invisible. Nicolás se sintió como el Cedalion pintado por Nicolás Poussin guiando al gigante ciego Orión en su búsqueda del Sol naciente. Pero en vez de ir sobre sus hombros, él la llevó recargada en su brazo por las calles crepusculares del Barrio Latino.

—¿Sabe qué me pasó?

—Cuéntame.

—Sufrí un asalto sexual. Me preparaba para ir a la Association Valentín Haüy Au Service des aveugles et des malvoyants cuando un hombre me atacó.

Los Cobra estaban en una esquina. Nicolás guardó silencio.

—Lléveme a la policía.

—No puedo, debe llevarte otra persona.

—¿Tiene cuentas pendientes con la justicia?

—Conmigo mismo.

—¿Puede llevarme a casa? Vivo en Boulevard Pasteur.

—¿Cómo llegaste a Rue de Tournon?

—Salí sin mi Guía de las calles de París en braille, y estoy perdida.

—¿Cómo te llamas?

—Valerie.

—Yo, Nicolás.

—¿Pasamos por el Grand Hotel des Balcons en Casimir delavigne? Oigo el sonsonete de una gaita en Place del Odeón.

—Yo oigo el pataleo de una pareja bailando.

—Jardín de Luxemburgo. Castaños en flor. Sillas cagadas por pichones. Estanque de la Fuente Medicis. ¿No es así?

Por un par de minutos, Nicolás guardó silencio. Ella dijo:

—Imagino que mucha gente se le queda viendo.

—Creo que nadie me ve.

—Imagino la forma de sus ojos, no su color.

—Antes los tenía claros.

—¿Sufre de alguna enfermedad?

—De insomnio y transparencia.

—Ah.

—Hay muchas librerías en estas calles.

—Mi primer libro fue Madeleine en braille. Pero cuando mi madre me regaló Les Aveugles dans l’Histoire et L’Histoire des Aveugles detesté mi estado.

Je suis désolé.

—Imagino su cara.

—Soy feo, estoy picado de viruela, y como Rimbaud, tengo las manos llenas de sabañones.

—¿Alguien nos sigue? Oigo pasos detrás de nosotros; avanzan cuando avanzamos, se detienen cuando nos detenemos.

—Serán los invisibles.

—¿Se está burlando de mí?

—O el hombre que te atacó.

—No, sus pasos son diferentes.

—¿Puedes distinguir los pasos de la gente?

—Desde niña mis sentidos se aguzaron. Particularmente desde que mi padre murió. La policía dijo que fue suicidio, pero desde el fondo de mi oscuridad sé que lo mataron agentes venidos del Este. ¿Me buscará de nuevo?

—El próximo jueves.

—¿Vendrá a casa? Mi padrastro sale a España de viaje con mi madre. ¿A las cinco? Boulevard Pasteur. ¿Recuerda? —ella tocó con los dedos el cuadrante en relieve de su reloj de cuarzo.

—¿Aquí vives?

—Si la puerta es verde.

—Es de ese color.

—Código B2515.

Nicolás le abrió la puerta. Un hombre aguardaba en el descanso de la escalera.

—Es mi padrastro. Qué suerte tengo; se preocupa por mí después de haberme violado, será por amor —Valerie esbozó una sonrisa mueca.

—Eh, tu madre está muy preocupada. Eh, tu madre lleva horas buscándote. Eh, teníamos miedo de que te hubieras perdido o sufrido un accidente. Eh, olvidaste tu bastón en el cuarto, eh —le dijo él.