23. Pig-all

Martes al anochecer. El hombre invisible se fue en metro a Pig-all, el lugar donde antes se llevaba a cabo el marché aux modéles. Como si llevara la tarde a cuestas, lentamente salió de la estación Blanche. Había envuelto su invisibilidad en un traje amarillo, cubierto su cara con una bufanda como de agripado, y sus ojos ocultos detrás de gafas doradas. Creía que el Boulevard de Clichy, entre Pigalle y Blanche, era un recto de 935 metros de largo, y las puertas de los antros bocas de intestinos gruesos.

En un banco se acostaban dos vagos con pelo hirsuto y expresión enajenada. De la fachada de ano del Theatre del SexO salían luces intermitentes anunciando Live Show, Peep Show, Lap Dance, Table Dance y Salons Privés. Cancerberos de pelo corto vigilaban a las sexoservidoras étnicas. Turistas con caras de pavos perdidos en el gallinero local se arrebañaban delante del Bal du Moulin Rouge y el Théatre de Deux Ánes, ancien cabaret des Truands. Hombres maduros se aventuraban en le Sultana, un club libertin échangiste. Policías, rateros, porteros y administradores de putos y putas iban y venían.

Messieu, Messieu, ¿Girls?, ¿Chicas? —una sexoservidora con cara de acera pisoteada por generaciones de peatones abordó a Nicolás.

—No, gracias.

—¿No Forever, no Scarlett, no Sex Club, no Sexodrome?

No vengo a cazar prostitutas sino a indagar sobre el paradero de Vivianne —se reiteró a sí mismo—. Papá Cobra tiene la mala fama de desfigurar a las mujeres caídas de su gracia y convertirlas en servilletas de todos.

—20 euros, show —la sexoservidora escribió en un papel.

—Merci.

Femme de Senegal —ésta lo cogió del brazo y lo jaló hacia dentro del Theatre del SexO, como si lo introdujera en el último tramo de un tubo digestivo.

La pista de danza, rodeada de cubículos, parecía recibir las luces, los ruidos y los desechos de una promiscua digestión sexual.

Viens —la femme de Senegal lo condujo a un cubículo penumbroso. Lo aventó a un sillón y le pegó el vientre a la cara. Extendió la mano: “Money, money”.

—¿Agua gaseosa? —un hombre con cara de duende malvado puso sobre la mesita una botella destapada. Al fondo de la pista una bailarina giraba alrededor de un tubo como una autómata drogada.

—Me voy —Nicolás hizo el intento de levantarse del sillón.

—Puedes tocarme —la femme de Senegal le estorbó la salida con el cuerpo; en su teta le puso la mano.

—Un trago para la chica —el hombre con cara de duende malvado trajo del bar dos, tres cocteles llenos de un líquido amarillento que parecía orina.

Salon Coquin au sou-sol? Sauna, jacuzzi? Une petite alcove avec un matelas? Un peu de sadomaso? Body-body?

Merci —Nicolás hizo a un lado a la mujer.

—Más tragos para la chica —el hombre regresó con otras dos copas.

—No más —Nicolás se levantó del sillón.

L’adition —el hombre le golpeó el pecho con el puño, sentándolo de nuevo.

—La propina —exigió la femme de Senegal.

—¿Cuánto? —preguntó Nicolás.

L’adition —el hombre aluzó con una lamparita un papel con unos números garabateados—. Paga lo consumido.

—No pedí nada.

—Ordenaste champán —el hombre le mostró una botella con etiqueta de Monoprix—. Vas a pagar.

—¿Veintiséis euros? —Nicolás trató de leer la cuenta.

—Seiscientos veintiséis —gritó el hombre.

—Es un robo.

—Tocaste a la chica y bebiste seis cocteles y una botella de champán.

—No pedí nada.

—No hables cuando hablo o te rompo el hocico —el hombre con cara de teatrero histérico le manoteó el pecho como si quisiera atravesárselo.

—No tengo dinero.

—Si no pagas, no sales vivo.

—Es todo lo que tengo —Nicolás sacó de los bolsillos unos billetes apañuscados.

—Pónlos en la mesa —el hombre alumbró el dinero.

—No tengo más.

—Vete, antes de que te mate —el hombre cogió el dinero.

Nicolás atravesó el antro. Salió a la calle.

—¡Argentino! —le gritó el hombre amenazándolo con las manos.

En Boulevard de Clichy, una sexoservidora otoñal con cara de pichón enfermo vino hacia él.

Viens?

Nicolás, escamado y desconfiado, la ignoró.

—Monsieur, ¿una chica?

A distancia de aliento la mujer parecía una obrera de la prostitución. Como empujada río abajo por una corriente de vulgaridad, su aliño estaba a nivel de banqueta: cara insulsa, piernas flacas, nalgas raquíticas, camisa arremangada, pelo negro enredoso, colilla en mano, pantalones de plástico, tacones gastados y el hábito poco atractivo de bostezar sin taparse la boca. Para mayor repulsión del hombre invisible de repente los faros de un coche iluminaron el paquete carnal de ese conjunto patético.

Do you know Vivianne Tortelier? —Nicolás pretendió ser un turista norteamericano.

—Soy una hostesse, no un centro de accueil —desdeñosa, la sexoservidora quiso demostrar a un hombre con cara de zorro plateado que los estaba observando su desdén por ese cliente estrafalario salido del Theatre del Sexo.

Only a question.

—No doy información gratuita —la sexoservidora agitó unos guantes rojo sangre en signo de despedida.

I’ll pay you well.

Money first.

How much?

Millions.

I don’t want to buy you.

What do you want?

—Information about Vivianne Tortelier.

—No puedo hablar aquí, vámonos para allá —la mujer aparentó dirigirse a la tienda Souvenirs Sexy, pero se fue por Boulevard de Clichy.

To an hotel of five stars?

Chez moi —ella caminó por Rue Haudon hacia Rue des Abesses y Rue de la Vieuville. En una esquina se detuvo, como si fuera a danzar sobre la acera.

Do you live far away? —preguntó él.

—A dos calles.

Lets go.

Cada quien por su lado echaron a andar, hasta llegar a un edificio en cuya puerta los nombres de los inquilinos parecían dientes podridos.

—Es el sexto piso, por la escalera de servicio.

Is it here?

La puerta estrecha y baja estaba llena de dedadas.

—Aquí fornico. Mi studette comprende piéce principal, salle d’eau avec WC, coin cuisine —la sexoservidora lo metió en su pieza—. Te pido un favor, habla normalmente.

—Cuéntame de Vivianne.

—¿Era gorda, flaca, joven, vieja?

—¿Por qué hablas en pasado como si se hubiera muerto?

—Puta desaparecida, puta fallecida.

—¿Cómo podría explicártela? Grandes pechos, caderas anchas…

—Eso no me dice nada. ¿Hacía la calle? ¿Trabajaba en bares o en table dance? ¿Era tu amiga, tu amante, tu hermana?

—Era…

—Espérate, voy a usar el bidet. Puedes ver si quieres.

Nicolás aguardó a que ella se lavara.

—Son cincuenta euros, págame antes —ella se limpió la araña hambrienta, se subió los pantalones apretados.

—¿La conoces o no?

—Te lo diré del otro lado de esa puerta —la mujer señaló una habitación contigua donde un hombre con apariencia asiática estaba tendido sobre un tapete pardo. Tenía una gran cuchillada en la frente.

En ese instante Nicolás notó que un hombre con delantal de cocinero, peluca canosa, cuchillo en mano, venía hacia él. Era Papá Cobra.

—Ahora me acuerdo, es la inquilina más reciente del cementerio de Montmartre, una de las últimas inhumadas…

—La persona que busco no está ahí.

Seguro de que era un ardid para emboscarlo, Nicolás bajó corriendo la escalera.

—Si quieres te llevo; descansa a la sombra de un tilo —le gritó ella.