24. The Winter Queen

Entre parejas jadeantes y coches que ascendían al Sacré-Coeur, Nicolás se cruzó con una pareja de recién casados. Por su indumentaria renacentista parecían ser, ella, la princesa Elizabeth; él, el rey de Bohemia Federico V. Al pasar a su lado, el monarca, como si adivinara su invisibilidad, lo escrutó con ojos melancólicos.

Trash, trash, history is trash —murmuró la futura Winter Queen.

—Más de una vez he soñado que las sombras de esos Rosacruces van viajando en el metro agarradas a tubos por miedo a volverse reflejos en los vidrios. Y también como sombras copulantes desnudas en lechos de colores procreando sombras palpitantes —se dijo el hombre invisible al subir la colina, solamente revelado a los peatones por el leve jadeo—. La historia del mundo a veces sólo tiene un fin personal, que es el de toparse con personajes que consideramos serían nuestros amigos.

—A Vivianne seguro los Cobra la metieron en un acto porno con el nombre de Vivianne la Chate. Me tranquiliza saber que Papá Cobra no esté en condiciones físicas de afrontar la cuesta de Montmartre, aunque su cuerpo sea de montmartrita, como un Superman del crimen. ¡Qué merengue de claras de huevo y azúcar blanca resultó este Sacre-Coeur! —profirió el hombre invisible delante de la basílica.

—Superman en acción —exclamó en la nave principal, a los pies de un Cristo vestido de blanco con los brazos abiertos, como si estuviera a punto de lanzarse en salto mortal sobre los fieles.

—He ahí a esos pillos; que se pudran ahora que andan pateando el perímetro sagrado de nuestro Sagrado Corazón —se dijo al notar la presencia de tres hombres con chaquetas verde olivo tipo militar parados entre las sillas y las cajas de veladoras para la Neuvaine.

Blasfemo ejecutado en 1766 este Chevalier de la Barre —masculló bajo la estatua, cuando salió a tomar aire.

—¿Gozando del panorama, copain? Este burdel sacré se levanta a 417 pies sobre el nivel del mal y a 331 pies sobre el meadero del Sena —de repente un norafricano con el pelo teñido color paja lo cogió del brazo.

—Mmmhhh.

Copain, tú ser el primero y el último en mi lista de cuentas pendientes que debo entregar cette soir.

Nicolás ignoró al impertinente.

—Nihilista mamón, fascista de cartón, una calentada te volverá pichón.

Nicolás creyó que el tipo estaba bromeando, pero en serio la traía contra él.

—La cosa es simple, copain, banda de los Cobra, y final.

Interceptándolo por la izquierda, un sujeto francés, rápido con el encendedor, intentó quemarle la cara.

—¿Quién eres? —Nicolás lo interpeló.

—Moi? Soy un devoto del Sanctuaire de l’Adoration Eucharistique et de la Miséricordie Divine —el segundo sujeto le tendió un volante que decía “Adorer le Seigneur la nuit? Il suffit de téléphoner 01 53 41 89 03”.

Nicolás echó un vistazo a las posibles rutas de escape. Un tercer hombre le pegó en el estómago:

I’am Bully Bull-eye, californiano de nacimiento, mexicano of costumbres. Ocupation? Terrorize population.

—¿Qué te parece la puesta de sol? —el norafricano llevó a jalones a Nicolás hasta la Table d’Orientation del Panorama de Paris. Pocas veces en su vida el hombre invisible había sentido tanto odio a primera vista, excepto el día en que conoció a Pépin.

—¿Has presenciado una ejecución? Verás la tuya —el francés lo arrastró a un carro.

Let me see, copain, si no llevas polvo blanco in the nose de porquería —Bully Bull-eye lo aventó al asiento—. You’re lucky, si no te matamos hoy, we’ll kill you mañana.

—¿Qué secretos escondes? —el norafricano le arrebató la bufanda.

Nicolás quiso zafarse de sus captores y huir hacia el cementerio de Montmartre, “le champ de repos” en que Berlioz deseaba tener domicilio fijo, y desvanecerse como una columna de humo entre las tumbas de Stendhal y Degas, y la momia de Teophile Gautier. Un bulto humano envuelto en un hábito de satén azul con bordados, hilos y cordones de oro evitó su carrera hacia las viejas canteras.

Visage d’ane —el bulto, todo un personaje salido de L’histoire comique de Francion, puso de rodillas al agresor. Y le torció el pescuezo sobre los hombros como a un pollo.

Ira, furor brevis est ( “La ira es una locura breve”) —otro hombre, enmascarado y vestido a la moda del “acuchillado”, le clavó una daga a Bully Bull-eye. Atragantado por el acero, el chicano escupió sangre en Spanglish:

Soy un hombre bajo, tengo dos wives, la police held me veinte días waiting me to die, I don’t want morir in Paris.

De fumo in flamman —un hombre que llevaba casaca negra, camisa con ribetes de encajes y volantes en cuello, peluca empolvada en blanco, calzas de raso rojo, botas altas de becerro, piedras brillantes y anillos herméticos, atravesó al francés con una espada flamígera.

—¿Por qué me ayudan? —preguntó Nicolás.

—Ya lo sabrás —contestó el hombre vestido a la moda del “acuchillado”.

—Me recuerdan a…

—¿… los caballeros de la Piedra de Oro? Ahora te recordamos que te vayas.

Los tres hombres se fueron hacia la Place de Tertre. Pasaron junto a los pintores placeros mascullando badault, crieur de trepassés, meschant, scélérat y quereller.

De regreso a Pig-all, por calles que otrora habían sido pintadas por Utrillo, pasando delante del edificio de la sexoservidora, Nicolás de pronto vio a ésta parada delante de la ventana con las mejillas ardientes y el rostro encendido: Papá Cobra le había prendido fuego a su cabello.

Mientras pasaban los carros de bomberos y policías, de entre la turba de coliflores, lechugas y moluscos humanos que curioseaban, Papá Cobra atravesó tranquilamente la calle disfrazado de mujer cargando bolsas de compras. El hombre invisible lo siguió hasta los andenes del metro, donde abordó el último carro.

Chill, chill —chilló una mujer que entró desnuda al tren cuando la puerta se cerraba.

“Vivianne”, pensó Nicolás, pero al mirarla dos veces se dio cuenta de que no era su ex.

—Se dice Marie-Antoinette y cree que soy Robespierre persiguiéndola para cortale la cabeza —un pasajero desalojó el cuerpo de Nicolás del tubo cercano a ella.

Kiss me, kill me —murmuró la mujer desnuda.

—Sin duda es una extranjera que huye de un acto porno —se decía Nicolás, cuando el autonombrado Robespierre empezó a ensancharse y ensancharse, y, aguzando un codo, se lo clavó en el vientre. Todo con el fin de obligar a Nicolás a dejarlo llegar hasta la mujer desnuda.

Chill, chill —chilló ésta, mientras docenas de pasajeros, entre los cuales iba Papá Cobra, pasaban por el andén para tomar la correspondencia a Gare Saint-Lazare—. Kiss me, kill me.

Tratando de bajarse al último momento y alcanzarlo, pero cerrándose las puertas en sus narices, Nicolás descubrió al fondo del carro a una nueva pasajera. Era la Winter Queen, quien, vestida de negro luctuoso, con velos rojos sobre el rostro ausente y una rosa centifolia en el pecho, estaba mirándolo.

Trash, trash, history is trash —murmuraba ella, como en un sueño.