25. Pont Royal

—No es de día ni de noche, es el presente que cabalga en ondas cortas con un ahogo de pato degollado. Los sonidos que emergen del río llegan sordos, como si los sueños del hombre murieran de asma bajo el agua. —Nicolás observaba el fluir del Sena desde el Pont Royal, cuando se topó con una mujer que le hizo señas para que se le acercara.

—Hey, ¿no te acuerdas de mí? —Ella le preguntó en susurros.

—¿Vivianne?

—La misma.

—¿Perdiste la voz?

—El gusto de vivir.

—¿Dónde estabas?

—Escondida.

—¿Por seguridad?

—Por ellos.

—¿Quieres que te ayude?, vamos a un café y lo hablamos.

—¿Con ése espiando ahí? Sería suicida —la mujer apuntó con el mentón a un hombre dormido en el interior de un coche.

—¿Pépin?

—Al fin te encuentro —ella extendió la mano hacia el lugar donde creía que se hallaba él—. Desde hace rato me puse a seguir unos zapatos por la calle, sin hombre arriba. Cuando los zapatos anduvieron rápido, yo anduve tras ellos. Cuando los zapatos entraron a una boutique, entré yo. Cuando se dirigieron al puente, vine al puente.

—Cuando los zapatos salieron de la boutique, ¿saliste tú?

—No, me quedé viendo el precio de un vestido.

—Te lo regalo.

—Gracias, pero no, llegar con chez Pépin con ropa nueva sería mortal.

—De veras, nada más tengo que meter la mano y lo arranco del maniquí; el vestido saldrá flotando en el aire ante el asombro de las empleadas.

—Cámbiate de zapatos, te descubrí por ellos, mejor anda descalzo.

—Te he buscado por mar y tierra.

—Mentiroso.

—Te ves guapa.

—Vivo aburrida. Desde la Goutte d’Or me ha ido pésimo.

Ella se cubrió la cara con una bufanda roja, no para envolver su invisibilidad, sino para ocultar unos golpes.

—Búscame, no te escondas.

—Ya te dije que no me escondo, que son ellos los que me esconden. Papá Cobra a la cabeza.

—El felino salvaje.

—El hijo de puta.

—Lo podría estrangular con su corbata.

—No usa.

—Entonces con su lengua.

—¿Por qué no me hablaste para decirme que estabas vivo?

Je suis désolé.

—Leí tu esquela.

—La publiqué para confundir.

—¿A los que te mataron?

—A los que creyeron matarme.

—No entiendo mucho, pero estoy metida en un lío.

—Para escapar de ellos me volví invisible.

—No soy muy lista.

—Lo hice por cobardía.

—¿Puedo tocarte? —Vivianne fue derecho a su miembro.

—Estamos llamando la atención —él se dobló de risa.

—Te brillan los ojos con sólo verme, tu apetito es bárbaro.

—Tengo ganas de besarte.

—Mira a tu derecha, Pépin despierta.

—Más venenoso que nunca.

—Me sigue a todas partes para llegar a ti. Ahora mismo debe de estar preguntándose por qué estoy en este puente.

—Si supiera que hablas conmigo.

—Me mataría.

—No te vayas sin decirme dónde puedo encontrarte.

—Aquí trabajo —ella le mostró una caja de cerillos con el nombre de un antro.

—¿Nos vemos aquí mismo?

—Pronto me cambiarán de domicilio laboral.

—¿Esta noche?

—Un día.

—Te seguiré buscando.

—No hagas promesas que no puedes cumplir.

Vivianne se fue por el puente, sin voltear.

El hombre invisible encendió un fósforo en la suela del zapato. Pépin eructó, como indigesto de sí mismo.