La plaza global de Saint-Michel era un hormiguero. Desde la explanada de Notre-Dame el hombre invisible divisó su silueta arriba, parada entre las gárgolas, con el anillo hermético de Margul. Él, el verdadero Nicolás, estaba abajo, delante del Portal del Juicio Final, rodeado de chicas en shorts, jóvenes mochileros, marroquíes ligadores, asiáticos con cámaras y latinoamericanas lamiendo helados Hägen-Dasz, sin dar crédito a su desdoblamiento.
Pélerinage de l’Eau Vive.
Jésus Sauver
Guéris-nous
De l’alcool.
Merci
Al ver la procesión de peregrinos borrachos con estandartes en alto, entre los cuales se encontraba el clochard Charon, entrando por una puerta lateral de la catedral, Nicolás recordó que en 1793 Notre Dame, convertida en Templo de la Razón, siendo el escenario de orgías frecuentes, había tenido que ser cerrada.
Choque de trenes en la India. Cientos de muertos. Incontables heridos. El maquinista era un ex marine muerto en Vietman en su vida pasada. Días antes del accidente le mostró a Bodhicitta, nuestro corresponsal en Nueva Delhi, cómo mantener protección energética mientras conducía trenes destartalados repletos de gente. Compartió con él sus impresiones sobre las dimensiones psíquicas espirituales del PTSD (Post Traumatic Stress Disorder) de los veteranos de guerra. Decía un periódico abandonado en el piso.
Ayer en la mañana se avistó bajo el Pont Neuf a un hombre invisible. La criatura cubría su desnudez con ropa delgada como preparándose para un streaptease entre los árboles podados según l’art du topiaire. Dos niñas que pasaban junto a la Samaritaine creyeron ver que el sujeto llevaba guantes grises, máscara negra y un tablero de ajedrez debajo del brazo. Decía otro periódico.
¿Es un Malakh la criatura invisible que ha sido enviada del mundo superior al mundo de aquí abajo en una misión que no conoce? Se interrogaba en un artículo el autor de la Rose aux Treize Pétales. Según la Cábala, el Malakh pertenece a una dimensión existencial diferente, y no podemos aprehender su forma, ya sea porque su silueta desvanecida y sus rasgos vagos sólo pueden ser vistos por instrumentos especiales que perciben reflejos inmateriales, o porque solamente los santos y los profetas pueden vislumbrarlo, tipo de seres que no somos nosotros.
La Nuit Blanche investit Paris et plusieurs comunes franciliennes le 3 octobre prochain. El Show del Transformismo. Espectáculo de Nicole Nemier. Theatre Bovary. En un kiosko se anunciaban las obras de la noche festiva. La ligne 11 du métro sera ouverte toute la nuit.
“Mi querida amiga Nicole ha llevado hasta las últimas consecuencias el arte de transformarse”, se dijo Nicolás, caminando a lo largo del Quai du Marché Neuf. Los árboles tiraban hojas. Una manta colgaba de las rejas del Hôtel-Dieu: Internes en gréve.
Luego de cruzar el Pont Saint-Michel, él siguió por Quai des Orfèvres. Acarició con la mano el follaje de un tilo. La estatua ecuestre de Henri IV con ojos ciegos galopaba hacia ninguna parte. Al dar vuelta en Place du Pont Neuf surgió la mole vidriada de la Samaritaine. La tarde ponía soles azules en sus ventanas y la tienda vieja, con su fachada Arts-déco dirigida hacia el Sena, parecía desolada. Un letrero advertía: Magasin Fermé Pour Travaux de Sécurité de Longue Durée.
Del Quai de l’Horloge, Nicolás caminó hacia el Pont Neuf. No tenía cita con Nicole, pero esperaba encontrarse con ella. Absurdamente, porque esa mañana no había contestado ni siquiera sus textos en el teléfono móvil. Sin embargo, como sabía que a ella le gustaba pasearse por el puente, se la figuró parada en un balcón de piedra mientras su cara era llevada por la corriente.
Viajero frecuente de la imaginación, para él era natural cruzar en sueños puentes de tiempo y fronteras invisibles. Era sábado en la tarde. Cientos de paseantes recorrían el viejo barrio. A las 6:05 una mujer vestida de negro pasó empujando un carrito con un bebé invisible. Nadie lo advirtió, excepto él. Y, quizás, un hombre con gafas negras que poco antes estaba contemplando el crepúsculo. Papá Cobra.
Barcos de madera con carga de vino, cereales y peces de mar atravesaron el río rumbo a los mercados de Rue Saint-Denis. De la vaga tripulación se oían voces, mientras una tensa neblina envolvía lo mismo al insecto de patas rojas de la Torre Eiffel que a los Bateaux-Mouches que surcaban el Sena en tours por el río Estigia.
Una mujer desnuda tomaba fotos en un extremo del Pont Neuf. Acodada en un trípode, llevaba la cabeza cubierta con un paño negro y calzaba zapatos transparentes de tacón alto.
—Qué extraño —se dijo Nicolás en voz alta—. Los descendientes de los invisibles nos están mirando desde esos balcones.
—¿Quién habla? —preguntó una niña.
—Yo, Malakh, ¿quién eres tú?
—Berthe.
—¿Con quién hablabas? —la madre la cogió del brazo.
—Con Malakh —aseguró la niña.
—No veo a nadie.
—Estás ciega.
—Desde que ves esos programas puercos en la televisión puerca imaginas cosas puercas —la madre se la llevó, mientras la niña buscaba en el vacío al hombre invisible.
—He visto el ectoplasma de la Winter Queen saliendo del lugar donde estaban antes sobre el Sena, debajo del Pont Neuf los viejos baños de la Samaritaine. Eso me asusta —la mujer desnuda aventó la cámara al piso.
“Retratar los espectros que desprende un médium es como retratar criaturas invisibles, no se sabe si la silueta es real o una sustancia, un engaño de la lente o una alucinación del ojo”, pensó Nicolás.
—Te retraté —la fotógrafa, con un viejo medallón circular colgándole de un arillo entre los pechos desnudos, confrontó a la Reina Invernal—. Es mentira, después de todos estos siglos no has muerto.
—Vaya, qué diálogos oye uno en estos días.
Nicolás se fue por Rue Edouard Colonne, dio vuelta en Rue Saint-Germain l’Auxerrois, siguió por Rue des Orfèvres y Bertin Piorée, hasta hallarse delante de una tienda de girasoles. Se dijo: “Si esa fotógrafa sigue frecuentando el Pont Neuf llegará a tomar fotos de los reyes de Bohemia”.
—Quai de la Mégisserie, llamado antiguamente Quai de la Ferraille, porque ahí se vendía hierro viejo, ahora es conocido por sus tiendas de canarios y loros, plantas y animales.
Nicolás entró en una tienda de mascotas y abrió una vitrina para robarse una gatita blanca con rayas grises.
Todos los perros le ladraron.