La boca del metro Kléber pareció exhalar un suspiro, pero no era un suspiro, era el hombre invisible que salía de la estación. Durante semanas había pasado día y noche delante de la fachada del ex Hotel Majestic en Avenue Kléber buscando evidencias de su padre. Sin atreverse a entrar en el edificio, como si las puertas de 19, Avenue Kleber, y 23 Rue La Pérouse todavía le estuvieran vedadas por la Réquisition allemande que lo afectó durante la Ocupación de París. Así que cuando esa mañana los guardias afrofranceses abrieron sus puertas para que los empleados del entonces Centro de Conferencias Internacionales ingresaran, él pasó indetectado por la puerta de metal. Pero como a la pantera de Cat People, que escapa de su jaula de un salto, bruscamente el pasado de Moses Antschel le saltó encima.
Días antes Nicolás había tenido delante de los ojos un grabado del siglo XIX con la Vue de la facade de l’hôtel Basilewski, acheté par la reina d’Espagne, pour lui servir de residencie, y el suntuoso edificio, construido en 1865 por el conde Alexander Basilewski, con sus rejas, estatuas y ventanas encortinadas, rodeado de arboledas, apareció en su mente como un fantasma arquitectónico… con una historia propia. Pues ahí había pasado su exilio parisiense la reina Isabel II, cuando, destronada por la Revolución, La Gloriosa lo adquirió y restauró. A causa de su habitante fue llamado “palais de Castille”. En uno de sus salones ella abdicó del trono de España en favor de su hijo Alfonso XII. Calificada por Benito Pérez Galdós “la de los tristes destinos” y la “perpetua infancia”, al morir ella el edificio se convertiría en el Majestic, uno de los hoteles de la highest class, llegando a tener roof-terrace, 400 cuartos y 200 baños. La noche del 18 de mayo de 1922, Marcel Proust y James Joyce se encontrarían en la recepción ofrecida por los Schiffs para celebrar la producción de Renard, un ballet de Nijinski con música de Stravinsky. Los novelistas se ignorarían mutuamente. Proust concentrado en su copa con dos bolas de helado de vainilla y Joyce en la carta que iba a escribir a Sylvia Beach para decirle que había leído “La recherche des Ombrelles perdues by several Jeunes Filles en Fleurs du coté de chez Swann and Gomorhée et Cie, by Marcelle Proyst and James Joust”. En les années noires de 1940 a 1944, el edificio requisado por los nazis serviría como siége de le haut commandement allemand. En la misma calle, los oficiales de la Gestapo se apoderarían del Hotel Raphael.
Militarbefehlshaber in Frankreich
Eingang
Nicolás pareció leer con los ojos de su padre los letreros en el muro del ex Hotel Majestic, el cual sería por los invasores no sólo renovado, sino adornado con miles de flores frescas tres veces por semana. Moses, recién llegado a París de Bucarest (luego de haber restituido al gobierno rumano el costo de sus estudios superiores) había buscado en la UNESCO un empleo que no tuviera que ver con las labores manuales con el fin de estudiar en sus horas libres en l’Ecole d’Optique Appliquée, luego transformada en el Liceo Fresnel, las nuevas tecnologías de la óptica.
Organisation des Nations Unies pour l’Education, la Science et la Culture
La placa de la UNESCO, establecida en el ex Hotel Majestic en 1946, había sustituido a la del alto mando alemán en su fachada, pues no hacía mucho tiempo que los nuevos inquilinos del Secretariado habían remplazado a los nazis y bajado las banderas con svásticas que ondeaban sobre su techo.
A Moses una Mme. Van de Velde le entregó un formulario, y un mes después el jefe del Bureau de Personal lo contactó para que se presentara en su oficina. Primero se le destinó al servicio telefónico y de telegramas, y posteriormente al Servicio de Prensa, cuarto 3, con M. Paul Bouchon. De ahí pasó al Departamento de Documentos y Archivos, donde dispuso de informes sobre misiones, resoluciones y decisiones tomadas por el Consejo Ejecutivo y por la Conferencia General, los cuales guardó con tanta discreción como guarda una lápida a los muertos, desde los más banales hasta el discurso inaugural de su primer director general, el biólogo Julian Huxley, sobre uno de sus temas favoritos: “la vie sexuelle á haute altitude”.
En los años cincuenta del siglo XX, Moses descubriría que los expedientes sobre el Proyecto Invisibilidad, que estaban en un sótano del ex Hotel Majestic, al ser trasladados en sacos con cruces gamadas a la nueva sede de la organización en Place de Fontenoy, se perdieron. La tarea de encontrarlos recayó en el escritor Georges Duhamel, a quien el poeta Jaime Torres Bodet, segundo director general de la UNESCO, describió así: “Redondo por todas partes, resultaba un sistema de círculos coordinados. Sobre el círculo de su cuerpo se insertaba el círculo de su rostro. Y, en su rostro, el círculo de su boca correspondía con los círculos de los ojos, que parecían adheridos materialmente a los vidrios circulares de sus anteojos de canónigo bien nutrido o de lego con apetito de confesor. Sonrosado y rotundo, parecía siempre a punto de engullir algo: mujer, alimento o paisaje”. Georges Duhamel transfirió la tarea de hallar los expedientes perdidos a Moses Antschel, quien revisó docenas de cartones con papeles marcados con tanta palabra Confidencial que la confidencialidad dejó de tener sentido para él. Por esos años corrió el rumor de que el director general de la organización, el italiano Vittorino Veronese, no sólo había encontrado el dossier del Proyecto Invisibilidad, sino había experimentado en su cuerpo la fórmula para hacerse invisible. Mas obsesionado por sus propios demonios, empezó a figurarse a los burócratas uneskianos como demonios privados de imaginación y aliento vital, y al ver durante una Conferencia General sus manos desaparecer de la mesa, enloquecido, aventando los papeles, se puso a gritar: “Non posso piú, non posso piú”.
Al deambular por las entrañas del ex Hotel Majestic, Nicolás evocó las primeras impresiones de su padre en la UNESCO:
—El cocktail de aromas que conformaban el olor a tabaco, el pescado frito y la orina de gato (cuarenta felinos habitaban los subsuelos alimentándose de ratones y restos de comida, cortesía del bar y tea room y del restaurant de la UNESCO House); el ir y venir de las solícitas empleadas que atendían el kiosko de Messageries, Journaux, Transports et Presse, y los pomposos funcionarios que tenían sus oficinas en las decoradas habitaciones del ex hotel. De los veteranos de guerra que manejaban los ascensores (jaulas quejumbrosas que subían y bajaban por los tétricos pisos), no quedaba huella. En esos cuartos higienizados, ¿cuántos archivos sufrieron censura, destrucción o confiscación de parte de los nazis y cuántos oficiales de la Gestapo firmaron aquí la orden de deportación de millares de judíos franceses y la sentencia de muerte de docenas de resistentes? Nadie quiere sacar a los muertos del clóset, pero aún están ahí —solía afirmar Moses.
Al subir las escaleras Nicolás tuvo la sensación de andar con los pies de Moses hacia el Coke-Bar mirando a las secretarias que atisbaban en las ventanas los Jeeps, los Plymouths, los Daimlers y los Simca estacionados afuera. Pero la ausencia de ruidos de motores y de voces de los representantes de los Estados miembros hablando por teléfono le provocaron una nostalgia tan profunda que sintió que su padre se materializaba en su cuerpo como un lunar en la cara o una vena en la mano. Ese sentimiento detonó en él una refutación anacrónica a Helene Soukoff, colega de su padre, integrada a la Comisión preparatoria de los uneskianos en 1946, cuando afirmó que “Le Secret et le Trés secret ont disparu, notre but s’etale au grand jour et notre fichiers ne renferment aucune menace. L’Allemand et le G.I. son partis, le Majestic appartient aux Nations Unies”.
—Mentira —exclamó Nicolás, como una voz fuera del tiempo que estallaba en el aire—. El pasado no puede borrarse de un plumazo; los fantasmas tampoco. Los expedientes escondidos en el viejo inmueble pueden contener secretos comprometedores para ciertos personajes de la política y de la cultura nacional: las huellas de los colaboracionistas son indelebles.
—Monsieur Ernst Junger —Moses saludó al escritor alemán a las puertas del campo de tránsito de Drancy aquel martes 15 de agosto de 1944, según contaba él mismo. Aunque Nicolás no estaba seguro de si su padre había inventado el episodio para hacerse importante, pues las fechas de 1944, la liberación de Auschwitz por las tropas soviéticas, y el 27 de enero de 1945 no coincidían.
—¿Nos conocemos, Messieu…? —replicó Junger, viajero frecuente entre los hoteles Majestic y Raphael, como adjunto de Hans Speidel, el responsable del Kommandostab.
—Sorin Sorescu.
—Ah.
—¿Vino a presenciar la salida del último convoy con judíos deportados a los campos de exterminio?
—De hecho he presenciado la fuga de las autoridades alemanas de Drancy luego de quemar los documentos del campo.
—¿Investigaciones para un libro?
—Para una entrada en mi diario.
—¿Sobre las deportaciones de niños?
—Supuestamente debía estar en Saint-Dié, en Lorraine, pero he regresado en secreto a París. Nous sommes passés devant de nombreuses voitures qui brúlaient encore. D’autres n’étaient déjá plus que poussiere blanche.
—¿No se quedará a la firma de capitulación de las tropas de ocupación?
—Lo que me preocupa, y no sé por qué se lo cuento a un desconocido, es que Kniébolo ha dado la orden de que el ejército alemán haga saltar los puentes del Sena y deje en su retirada una ciudad en ruinas. Por fortuna el general Dietrich von Choltitz se ha opuesto a cette profanation. Aquí nos despedimos; usted volverá a París, y yo me pasearé en la oscuridad de los jardines prohibidos.