34. Tras la huella histórica
de los Invisibles

Vestido estrafalariamente Nicolás llegó a la Biblioteca Saint-Genévieve. Construida por Labrouste a mediados del siglo XIX en una parte de la antigua abadía Saint-Genévieve, su vestíbulo estaba adornado con bustos de René Descartes, J.-J. Rousseau, Michel Montaigne, Pascal, Molière, Voltaire, Buffon y Laplace. Pero él se dirigió a los ficheros y catálogos, y a la sección de libros raros. El bibliotecario, un hombre en sus treintas con gafas redondas, traje azul y corbata roja, le trajo del fondo reservado un estuche forrado de terciopelo rojo con un libro precioso. Lo depositó sobre una mesa, y salió.

Sentado a la Table Reservée a la Consultation des Documents Anciens ou Precieux, Nicolás se puso a consultar la Instruction a la France sur la Verité de l’Historie des Freres de la Roze-Croix. Par G. Navde’ Parisien. A Paris Chez Francois Ivlliot, au troisiesme pillier de la grand’ Salle du Palais. M.DC.XXIII. Avec Privilege du Roy. Le urgía leer sobre el arribo de los invisibles a París y había localizado en la biblioteca un ejemplar de la obra de Gabriel Naudé, un testigo contemporáneo de la aparición de los Rosacruces. Una primera edición de la escasa y “le plus précieux ouvrage que l’on possede pour les revelations des mystéres philosophiques et hermétiques des Fréres de la Rose-Croix” estaba a la venta en Londres en 10 059 dólares. En su Epístola a Gabriel de Gvenegavlt, el historiador advertía:

Monsievr,

Comme mon dessein n’a iamais esté autre en cette Instruction, que d’oposser aux tenebres palpable du mensonge le soleil de la verité, qui par les rayon es de sa lumière fit recognoistre á la plus noble partie de nostre Hemisphere le perileux labyrinthe dedans le quel elle s’estoit enuelopee durant son abscenceQuelque autres se sont efforcez d’expliquer le mystere caché sous cette Croix de Rozes par d’autres raisons & diuverses conjectures, desquelles, apres cette lumière descouuerte, nous ne deuos faire plus d’estime que de tous les Allemans qui ont donné carrière á leurs imaginations sur ce sujet, & agité le Pour & le Contre de cette Societé, lesquels estans en plus grande nombre que l’on ne pourroit estimer.

En la Table de Chapitres, Naudé argumentaba “Que la nature des Francois est trop prompte á embrasser & suivre toutes sortes d’opinions nouvelles & ridiculles”, apuntando que la historia de los Rosacruces era más absurda que todas las precedentes. De ahí Nicolás siguió leyendo sobre las Effroyables Pactions Faictes entre le diable & les pretendus Invisibles.

Se enteró de que Gabriel Naudé, autor de un proyecto de una biblioteca universal enciclopédica, había sido llamado a Estocolmo para servir en la corte de Kristina como bibliotecario. Pero el hábito de la reina de levantarse a las cinco de la mañana para consagrarse fresca a los estudios de la filosofía moral y de la religión, dañó su salud. De regresó a París, hombre de cabello ralo, barba en punta y bigotes afilados, sucumbió en route a los 53 años. Un contempóraneo suyo, Guy Patir, al enterarse de que se había desvanecido (¿invisibilizado?) en Abbeville, se lamentó: “Oh! La grande perte que j’ai faite en la personne d’un tel ami! Je pense que j’en mourrai, si Dieu ne m’aide”. Identificado con Naudé, y como si la lectura sobre su muerte detonara su asma, Nicolás oyó su respiración sibilar, sintió su tez pálida y el sudor resbalarle por la frente. Se aplicó a sí mismo los primeros auxilios recomendados en estos casos y apoyó los brazos sobre el respaldo de la silla, manteniendo la espalda derecha y los codos separados hasta reponerse. Entonces, continuó su lectura:

L’an 1615, Iean Bringern imprima á Francfort vn livre en Allemand contentant deux opuscules, intitulés Manifeste & confession de foy des Freres de la R.C. lesqueles pour estre les deux premières qui ont annoncé les nouvelles de cette congregation, nous apprennent que le premier fondateur di celle fut un Allemand, lesquel estant né l’an 1378 de parens, sort pauvres et necessiteux, quoy que nobles et de bonne maison.

Lo que decía Naudé de Christian Rosencreutz, el legendario fundador de la Fraternidad y probable autor de las Bodas Químicas, Nicolás lo interiorizó tanto que casi creyó que leía sobre sí mismo: “Enfermo en Damcar, Rozencreutz recibió la visita de unos árabes que lo reconocieron como su hermano en la ciencia, y le revelaron, por inspiración, los misterios de la vida invisible. A los 31 años, de vuelta a Europa, escogió a un grupo selecto de amigos y los inició en la ciencia nueva, obligándolos bajo juramento a guardar el secreto durante cien años. Murió en 1484, a los 106 años de edad. La apertura de su cripta mágica, conteniendo su tumba, precederá al retorno de los Invisibles”.

“Yo, Nicolás Antschel, de treinta y cinco años de edad, ¿soy un descendiente de Christian Rosencreutz y de los invisibles que llegaron a París el 3 de marzo de 1623? ¿O solamente soy una figura soñada por un hombre soñado? ¿El secreto de la invisibilidad, que pasó de generación en generación hasta llegar a mí, se ha realizado en mi cuerpo? ¿Los cambios ocurridos en mi persona afectan al mundo entero o sólo suceden en mi mente? ¿Soy el heredero de los poseedores del secreto de la invisibilidad y de los símbolos de la orden R+C?”, se preguntaba él cuando apareció la encargada de la sección de libros reservados, una mujer de pelo castaño que llevaba una blusa amarillenta color girasol, y recogió el volumen.

Se fue la luz, y cuando regresó en la sala de lectura halló a Nicole vestida como Prosper Mérimée en costume d’inspecteur des monuments historiques del siglo XIX.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—Preparo una representación de una Carmen callejera para mi taller de teatro —respondió ella, malhumorada.

—¿En recuerdo del Liceo Balzac?

—En lugar de torero, la enamora François Villon, ese poeta superviviente de hambrunas, epidemias, fornicaciones, asesinatos, prisiones, torturas y condenas a muerte.

—Tienes imaginación.

—¿Dónde has estado?

—Buscándote.

—Mientes, no ha sonado el teléfono en una semana. ¿Sabes? No quiero ser la mujer de después del trabajo, de después de la película, de después de la cena, de después del coito. Me niego a ser le vehicule d’occasion, el fantasma del después, la resaca del día siguiente.

—Otro día nos vemos para platicar en el Deux Magots.

—¿En el bateaux-mouches de los intelectuales? No, gracias.

—Te debo una explicación.

—Déjame sola, ¿quieres? Debo seguir tomando notas; mañana ensayamos. —Nicole agitó delante de su cara la obra de Carmen con páginas señaladas con marcadores y plumones.

—Ergo, mi cuerpo existe. Ergo, me muero de hambre, adiós —le espetó Nicolás.

—Hey, espérame, no quise ofenderte, termino en una hora y podemos cenar juntos —Nicole tanteó a su alrededor, pero él había partido.

En la plaza del Panteón, Nicolás pasando por un bistrot, reputado por sus viandes braisées, entró a la cocina. Dudando entre le roti du porc parfumé des aromes de thym, l’agneau rosé et le canard á la goutte de sang optó por lo más simple: una pierna de pollo de Bresse, y salió a la calle.