35. A la sombra del Panteón

Quittons la dépression de la grande oasis de Bahariya la noire, passons la montagne de Cristal, pour joindre l’oasis de Farafra. Aprés avoir parcouru une fois encore le désert Blanc, rencontré seus meutes d’animaux fantastiques et ses fantomes, nous nous dirigeons vers l’oasis de “Aín Della. Nous sommes á la recherche d’un village néolithique”.

Habité par l’homme invisible

Sur le flanc d’une falaise á la blancheur étincelante, apparait au loin un point sombre: l’entrée de la grotte d’el-Obeyd.

Éblouis par le soleil, les yeux s’habituent á la pénombre et découvrent les premiers índices d’une présence préhistorique: des mains… Elles ne semblent pas moins exprimer un accueil de bienvenue, le premier salut de lointains ancetres…

La main donne envie de répondre, de approcher sa propre main, de comparer ses dimensions reciproques, de constater leur similutude… Ces mains, de proportions identiques aux notres, fascinent: parmi toutes les representations de l’homme, gravées ou peintes, ells seules sont des témoins indiscutables de la taille de leurs auteurs.

Près de l’entrée de la grotte… Dans la partie intermédiaire de cet abri, une peinture de barque nous surprend.

Le passagere unique, vetu de robes semblables á celles des hommes ailés était surmonté par une téte d’aigle transparent. La chevelure bouclée et épaisse tombai sur les epaules. Des ailes prenaient naissance dans son dos. Sa main droite était levée, et sa main gauche prenait appui sur un arc de lumiére.

Cette tete gigantesque, blanchie par l’age, surgissait des entrailles de la terre.

Era el hombre invisible, que un día apareció y desapareció en el Desierto Blanco.

Las frases y las imágenes de un libro sobre el Egipto del desierto anterior a los faraones y las suyas propias se empalmaban en el sueño de Nicolás mientras trataba de seguir las huellas del hombre invisible por el Desierto Blanco. Temprano en la mañana, cuando había poca gente en la sala de lectura, él había regresado a la Biblioteca Saint-Genévieve. Y, sentado a una mesa, envuelto en ropa cómoda y la cara cubierta con una bufanda, había comenzado a dormitar. Despierto bruscamente, sin saber si se encontraba en el Desierto Blanco o rodeado de estudiantes en ese recinto de arquitectura metálica, ventanas luminosas y lámparas con pantallas verde limón, dejó que transcurriera un buen rato antes de reponerse y echarse encima la tarea de dilucidar más invisibilidades en los textos que tenía delante de los ojos, como si fueran velos que se desvelaran con velocidad sorprendente: la Esfinge invisible, the invisible college, The Invisible Fabric, The Invisible Chess, la biblioteca invisible, el mar invisible, el tren invisible, la mano invisible, el gángster invisible, la Mujer invisible, el faro invisible, el faraón invisible, las pirámides invisibles de Gizeh, el Mesías invisible, el mago invisible, la vida invisible de Elías Ashmole, L’Homme invisible c’est possible, la Venus invisible, el Don Juan invisible, el vampiro invisible, la rosa invisible que Milton acercó a su cara, y todo lo que sonaba, aludía y hablaba del mundo elusivo al ojo humano, hasta llegar a aquellos versos de Baudelaire:

sous la tutelle invisible d’un Ange,

l’Enfant déshérité s’enivre de soleil.

En internet halló luego la semblanza de Le Grand Maître Iohannes. Su verdadero nombre era Denis Martin. Nacido en Caen, Normandía, descendía de Bernard Martin, uno de los organizadores del Second Salon de la Rose+Croix en el Palais du Champ-De-Mars, en 1893. Junto con el Imperator Josep Aimé Péladan o Josephine Péladan (creador de la Ordre Rose-Croix en Toulouse) se había separado en 1891 de l’Ordre kabbalistique de la Rose Croix para fundar la orden de la Rose-Croix catholique du Temple et du Graal dirigida por el Conseil des Douze, conformada por una jerarquía de tres grados: bachelier en kabbale, licencié en kabbale et docteur en kabbale. Niño aún, Denis Martin, influido por el ambiente familiar, se inició en el esoterismo, y cuando ingresó a la Universidad de Rouen se hizo miembro de l’Ancien et Mystique Ordre de la Rose-Croix en el Château d’Omonville á Tremblay. Desde el día que leyó que La roseraie des mages n’a pas réussi á produire des fleurs suffisamment viables no cesó en sus intentos de acercar el mundo invisible de la Rose-Croix al visible. En Omonville, Denis llegó a cultivar una rosa roja “geranium vif” llamada Matthias de la Maison de Meilland. De suerte que los ramos de sus rosas, hasta ocho por tallo, se sucedían en un manto de rojos fulgurantes y follajes vivos.

Al caer la tarde, Nicolás seguía investigando sobre organizaciones rosacruces aparecidas, desaparecidas, existentes o sospechosas de existir: Orden Rosacruz Ecléctica, Order of the Temple of the Rosy Cross, Fraternidad Rosacruz, Lectorium Rosicrucianum, Corona Fellowship of Rosicrucians, Societas Rosicruciana in Anglia, The Hermetic Order of the Golden Dawn, Ordo Templi Orientis, Ordo Aurea et Rosae Crucis y la Alchemical Rose-Croix. Hasta que harto de información cerró los ojos de nuevo. En siesta subacuática soñó que buceaba por la costa antigua del Puerto de Alejandría, y, caminando entre columnas, estatuas de granito gris y obeliscos sumergidos, se topaba con una esfinge de granito rojo. Tratando de delinear su forma con manos del ancestro del Desierto Blanco, se halló con una estatua colosal del dios Atón, cuya cabeza invisible diluida en el agua llevaba encima un disco de oro. Al querer tomar notas en su cuaderno, mientras las letras se le aguaban, una voz le decía: “No se te olvide llevarte el ibis de Akenatón, sumo sacerdote del dios Atón; no se te olvide llevarte el ibis de Akenatón”, refiriéndose a un bajorrelieve del faraón de Egipto con su esposa Nefertiti y sus dos hijas. Una inscripción decía:

Disco viviente toda la tierra está llena de tu belleza

Akenatón señor de las coronas

—Me molesta tu modo de dormir —lo jaloneó Nicole, quien a su lado abría las piernas como en tiempos del Liceo Balzac.

Je suis désolé —dijo él hipócritamente, porque le producía un frisson rétinien y como entonces deseaba arrastrarse por el suelo para observarla a sus anchas.

—Dudo de tu existencia.

—Yo también.

—Existo, luego pienso, deberías decir.

Como respuesta, Nicolás picó en el ordenador un audio sobre invisibilidad:

“What if someone invented an invisible fabric – material that would be camouflaged by projecting an image of whatever scene shifts behind it?”, dijo una voz. “Not longer would be a designer be limited to a body”s measurements for garments proportions. If such ‘invisible panels’ could make a woman appear far slimmer than her real figure, imagine how much they worth to the brand that trademarks the method.

Despectiva, Nicole trató de ignorar el video. Nicolás parodió la voz:

—Soy el profesor Susumi Tachi, de la Universidad de Tokio, el hombre que desveló el camuflaje técnico transparent cloak. ¿Quieres experimentar con él, digo, conmigo, las fibras ópticas electrolumiscentes de la firma italiana Luminex?

—No, gracias.

Excuse-moi, temo sufrir transformaciones repentinas delante de la gente, y de vez en cuando debo pasar al baño para buscar en un espejo indicios de visibilidad: emergencia de pelos, protuberancias, lagañas, manchas en la piel.

—El baño de mujeres está ocupado.

Desde que soy invisible el género de los WC me es indiferente.

—¿Y si entra una estudiante y se sienta en la taza?

—Entonces el espectáculo de verla orinar me subirá los colores a la cara invisible, y tendré que salir de inmediato.

—Eres un descarado; nos vemos —Nicole se marchó, dejándole en un papel la máxima de los alquimistas:

Ora et Labora

Bebe mi orina.

Firma

Uromántica