36. Rosae et Aureae

El silencio del domingo en la tarde, más parecido a un silencio existencial que a un silencio de tiendas cerradas, se había extinguido. Graciette pasaba hacia la calle con Lirio ladrando, con la intención de dejar heces en la banqueta. Nicolás, cansado de viajar por internet a países de turismo sexual adonde nunca viajaría, y de recorrer con la vista fotos de mujeres desnudas a las que nunca conocería, abrió una botella de vino tinto. La víspera la había “rescatado” de una vinatería con la esperanza de que Nicole viniera a acompañarlo, pero como no había venido se aprestaba a beberla solo. Quizás abriendo correo atrasado, revisando cartas de gran interés, mediano interés y sin ningún interés.

De repente en el patio vislumbró la silueta de un hombre. Nicolás corrió a la ventana, pero la silueta desapareció. Sólo para, cuando cerró los ojos, aparecer de nuevo dentro del cuarto, como si se hallara en un acuario o una estatua sumergida en las aguas costeras de Alejandría. La carta de fundación que llevaba en la mano, por efecto del agua verdosa, parecía diluirse.

—Hola, soy el fundador de la Anticus Mysticusque Ordo Rosae Crucis, y voy a contarte lo que me pasó —le dijo el desconocido.

—Soy todo oídos, pero no sé por qué vienes a contarme lo que no me importa —replicó el hombre invisible, apretando los párpados invisibles.

—Yo, Harvey Spenser Lewis, hermano de la Orden, recibí en Toulouse la misión de resucitar la Fraternidad Rosa Cruz.

—¿Y?

—En una pieza cuadrada, con muros repletos con libros antiguos, me encontré a un hombre de cabellera blanca y túnica blanca. El viejo, de nombre desconocido, luego de mostrarme documentos Rosacruces, me dio una carta para entregarla a una anciana de apellido Franck que habitaba un castillo en ruinas, pero cuya biblioteca, parecida a un gran horno de fabricación de vidrios, contenía un libro gigante con páginas hechas de ladrillos vitrificados. La autoría de ese mamometro ilegible se adjudicaba a un Isaque Franco, oriundo de un pueblo español llamado Cadalso de los Vidrios, el cual hasta la fecha nadie había podido volver sus páginas ni leer su contenido.

—Cumpliste la misión, qué pasó luego —preguntó con voz irónica Nicolás.

—Regresé a los Estados Unidos y establecí la primera logia en la 7ª Avenue, Nueva York, con atmósfera de templo Rosacruz y decoración estilo egipcio. Pues, como sabrás, la primera comunidad Rosa-Cruz fue fundada por Thutmosis III y las pirámides fueron “lugares de estudio y de iniciación mística”. En esa logia, el jueves 13 de mayo de 1915, todos los miembros de la Orden recibieron la iniciación en primer grado. La primera en “pasar el umbral” fue Martha Lewis, mi esposa.

El tal Harvey Spenser Lewis, dijo entonces con voz solemne:

In meeting duly Assembled

We, the undersigned Ladies and Gentlemen,

Of New York City, were formally con-

stituted members of the

Supreme American Council

of the

Ancient and Mystical Order of the

Rose Cross

In accordance with the Ancient Rites and Cere-

monies, under the direction and approval of the

Most Worshipful Grand Master General of America

Rosicrucian Order in America

Signed this 1st day of April in the year 1915

H. Spenser Lewis

Grand Master General

Let there be Light.” Fiat Lux

—Gracias por la información, ahora voy a despertar —lo amenazó Nicolás con voz ahogada.

—Un momento, todavía no, no, por favor.

Lewis, quien tenía la camisa enrojecida, no por sangre, sino por efecto de la rosa roja sobre su pecho, continuó:

“Autor de The Symbolic Prophecy of the Great Pyramid, promoví la construcción del Museo Egipcio Rosacruz, e inventé el Luxatone, The Master Color Organ, un aparato que convierte señales de audio en colores. Induje a un grupo de iniciados a crear en la mente la Cathedral of the Soul, llamada después Celestial Sanctum. Visualizada en el Reino Cósmico, los elementos solidificados en el espíritu, y sin la contaminación de materiales ordinarios, la Catedral del Alma se alza por encima de las catedrales terrestres sin tener con ellas contacto en el espacio ni en el tiempo.”

—Te lo advertí, abrí los ojos —Nicolás despertó, pero no vio a Lewis sentado en la cama, sino a Nicole.

Ave frater —profirió ella.

—¿Qué haces aquí?

Rosae et Aureae.

—Nicole, algo extraño me pasa, porque de un tiempo para acá no dejo de pensar en los días contigo en el Liceo Balzac. No sé si sufro una alucinación tridimensional, pero te veo todo el tiempo como en esa época.

—Imagínate lo que quieras.

—¿Te suena? J’avais toujours supconné les érotomanes de ne savoir ce qu’ils disent lorsqu’ils placent les champs de l’amour de Moinda dans le pays des Batons-pénis prés de la profonde Grotta á quelque deux lieues au nord de Tetebella.

—Cómo voy a olvidarme de eso.

—Nicole, ¿qué pasó durante tu viaje a México?

—Oh, es una historia larga de contar.

—¿Te sucedió algo que deba saber?

—Nada de tu interés.

—Ya lo veo.

—A ti, ¿qué te pasó?

—Nada, sufrí un accidente, un cambio de apariencia. Un catorce de julio en el puente Alexandre III una luz extraña irradió mi cuerpo y…

—Tu mente se encargó del resto.

—¿Qué querías? Era un hombre insignificante, con presente mezquino y sin futuro notable; tenía que inventarme, llevarme por la calle ocultando mi vacío bajo un manto de imaginación.

—Qué sinceridad, ¿lo dices para seducirme?

—Por contradictorio que parezca, la invisibilidad es una fuga hacia mí mismo.

—Piensas mucho, existes poco.

—Al contrario, existo, luego pienso.

—¿Disfrutas siendo invisible?

—A veces en la noche me acuesto con la ilusión de que al despertar voy a ser visible de nuevo, que durante el sueño voy a deshacer lo hecho, pero al abrir los ojos no encuentro mi cuerpo.

—Me intriga saber si desde el liceo deseabas tener esos poderes.

—Por ti.

—Confieso que cuando regresé a París y supe que tenías un affaire con la tal Vivianne, empecé a citarme con Daniel Blanchard, el autor de La vie de Frédéric V, le roi d’un hiver, el monarca de Bohemia que fue derrotado en la batalla de la Montaña Blanca.

—Encantado de conocerla, posible Madame Blanchard.

—Hablemos de tener un hijo.

—¿Un hijo?

—Un hijo Rosacruz. Según el Grand Maître Rose-Croix el alma no se encarna hasta el momento en que el niño sale del vientre de su madre e inspira por primera vez, porque en el seno materno la criatura carece de conciencia anímica y no posee autonomía vital… En virtud de ese principio no puede haber nada más noble que un vientre que se convierte en receptáculo y vehículo de un alma... Nicolás, tenemos que hacerlo.

Ella empezó a desnudarse.

—¿Comenzamos a procrearlo?

—El Grand Maître asegura que existen millones de almas que permanecen en el más allá esperando reencarnarse, y yo sería la madre idónea de Christian Rozencreutz.

—¿Será él testigo de nuestra búsqueda del hijo predestinado?

—No te burles.

—En la Fama Fraternitatis se menciona que sobre la puerta de la tumba de Rosencreutz una inscripción dice: “Me abriré en ciento veinte años”. Lo cual significa que el Imperator está a punto de nacer.

—¿Cuándo será el día?

—Las Puertas del Templo Interior ya están abiertas, aunque los no iniciados como tú sólo ven piernas abiertas.