A las siete el hombre invisible emergió del metro hablando consigo mismo. Al apersonarse en el Café des Chiméres los clientes sentados a mesas pequeñas en la terraza no vieron a nadie. El lugar repleto de gente estaba vacío: no estaba Nicole. Aunque no tenía cita con ella, él se sentó a esperarla delante de un café noir. Se tapó la cara invisible con Le pouvoir magique du vinagre, el libro abandonado en una silla.
La mesera salió de la cocina para servir a una turista créme brulée, la especialidad de la casa. En la puerta de la cocina Nicolás se cruzó con el fromager Albert con una bandeja de quesos au lait crue expuestos como joyeles. A hurtadillas, Nicolás sustrajo una Tarte Tatin aux pommes caramelisées, y bebió el café, aceptando como una prueba de su existencia corporal que le quemara los adentros.
—L’addition? —una mano lo cogió del hombro.
—¿De qué se trata? —el hombre invisible se volvió, molesto.
—Señor Antschel, lo buscan por el secuestro de Vivianne Tortelier.
—Ante tal necedad prefiero no responder.
—En un diario mencionan su nombre.
—Mentiras.
—No se preocupe, está con un amigo.
—¿Amigo?
—Si no le importa, nos sentamos en el reservado de la parte de atrás. Hablaremos tranquilamente. Yo ordeno, usted come. Yo pago la cuenta, usted se marcha —el desconocido llevaba un traje nuevo que parecía comprado en una rebaja—. ¿Le gusta el Sancerre? Tengo una botella en mi mesa.
—¿A qué viene todo esto?
—Quiero hablarle de la muerte de su padre en Garden City.
—No quiero ser rudo, pero no me interesa hablar de mi padre con extraños.
—Me enteré de algunas cosas.
—Adiós.
—No se vaya, podría llamar la atención de los demás sobre su persona y no le gustaría. Por ejemplo, esos tres sujetos que están en el comptoir son policías vestidos de civil investigando el caso Tortelier. ¿Qué le parece? ¿Me acepta el Sancerre? —el hombre lo cogió del brazo y lo llevó al interior. En el reservado sirvió dos copas de vino—: Lo que le contaré le va a quitar el sueño: miembros de la Gran Logia de las Américas, con sede en San José, California, piensan que la muerte de su padre no fue accidental, sino un asesinato.
—Eso no es nada nuevo para mí.
—Si analizamos el escenario de su muerte: palmeras solitarias, crepúsculos de ensueño, reuniones gregarias en chino, griego, alemán, francés, español, japonés y hasta en inglés, hallaremos que fue homicidio.
—¿Qué insinúa?
—Según el informe de un participante Rosa-Cruz a la conferencia, después del complicado recorrido que hizo su padre en coche del campus del Adelphi College hacia la playa, se cayó del barco al estar tomando unas clases de Boating. Bullshit. En primer lugar, no creo que el autor de sus días estuviese interesado en ese deporte. En segundo, el conductor del coche, un rumano no identificado pero conocido de su padre, desapareció después de su muerte. Un empleado del Garden City Hotel (extrañamente Moses Antschel no se hospedaba en el dormitorio del College como los otros participantes) creyó que su padre se dirigía a la oficina de correos para poner unas cartas, no para abrazar a la Luna en las aguas de Lake Success, donde su padre se ahogó. Para serle sincero, le diré que como a un buen francés-rumano, el agua no era su fuerte —el hombre bebió su vino. Se sirvió de nuevo—. No está mal el Sancerre.
—Me sorprende oír esos datos sobre la muerte de mi padre, ¿quién es usted?
—Soy el Grand Master Spenser Lee, sobrino nieto del fundador de la Fraternidad y responsable de la Orden de los Honored Guests at the Triangle Lodge Mystical Weekend.
—¿De dónde sale su interés por la muerte de Moses Antschel?
—Mi ancestro, de misión en Francia, recibió en 1909 instrucciones de la Orden Rosa Cruz de iniciarse en Toulouse en sus secretos y de reactivar la fraternidad en América. Regresó a Francia durante los años de la ocupación nazi, pero fue encarcelado por el régimen de Vichy, paranoicos los gendarmes franceses por la reunión de sociedades secretas que acababa de tener lugar en París.
—Volvamos a Moses Antschel.
—Cuando la Logia decidió proteger los documentos de Petre Margul, fui comisionado para evaluar las consecuencias que una invasión de criaturas invisibles podría tener en la humanidad. Imagínese un mundo en que los seres humanos no podrán verse unos a otros. Imagínese el ataque repentino en las grandes capitales del mundo de un enemigo invisible. Aun para las mentes más aguzadas sería inexplicable. Tómese su vino, no lo ha tocado; quiero ver el líquido rojo pasando por su gaznate.
Nicolás no bebió.
—Han existido proyectos para el bien de la humanidad desde que la humanidad existe, que por fortuna nunca se llevaron a cabo, porque si se hubiesen llevado a cabo la humanidad ya no existiría. ¿Comprende el inglés? El Invisibility Project ha acabado por sacrificar a sus promotores, como al científico Petru Margul y al arquitecto Moses Antschel.
—Lo he escuchado bastante; tengo que irme.
—Imagínese un planeta con miles de millones de seres invisibles. Piense en un diario con este encabezado: Plaga de hombres invisibles invade la Tierra. Esto sería la pesadilla demográfica más caótica que una mente delirante puede concebir —Spenser Lee apretó la copa entre los dedos como si quisiera romperla—. No creo que su padre haya soñado con volver invisibles a cientos de millones de individuos mediante una descarga de rayos con metamateriales concentrados.
—No.
—Lo que creo es que aquellos que lo mataron tenían propósitos bélicos, no pacíficos. Moses Antschel llevó a Garden City una maleta con documentos que debía entregar a cierta persona, y cuando la maleta desapareció únicamente le hallaron en el bolsillo el Garden City Campus Map. Eso dijeron los organizadores del seminario.
—¿Quién lo mató?
—Pudo haber sido un agente de la Securitate.
—Necesito detalles precisos.
—Si me promete no vengarse del asesino de su padre, el hombre que lo mató podría ser un conocido suyo. Le digo esto porque tengo el encargo de la Orden de cuidarlo —Spenser Lee pidió la cuenta, pagó y partió.