—Arruinaron mi cazadora de cuero —un hombre gateaba en la banqueta.
—¿Murió Bratu? —preguntó Suzanne.
—Me costó una fortuna —se lamentó por su chaqueta el hombre que había recibido cuatro tiros en la espalda.
—¿Qué andabas haciendo en las chambres de bonne? —le preguntó ella.
—Bratu me dijo que mi amiga de Transilvania me estaba engañando con un estudiante. Y resultó que no era un hombre de los balcones sino de los Balcanes. Bratu me traicionó —el hombre de la cazadora exhaló su último suspiro. Un camillero lo cubrió con una manta.
—¿Cómo se llamaba el muerto? —le preguntó a Suzanne un policía vestido de civil.
—Sergiu Cornea.
—¿Lo conoció?
—Un poco.
—¿Dónde está la señora que la acompañaba en la calle?
—¿Gabriela Damiana? Se fue. Como a buena rumana la policía le da pánico.
—Señora, si no le importa, ¿podría venir conmigo un minuto? —entre condescendiente e irónico el policía llamó a Suzanne.
—Madre, entre menos digas, mejor —de repente el hombre invisible le tapó la boca.
—Señora, tómese su tiempo, no tenemos prisa, conteste a las preguntas con cuidado. Hace un momento la vimos hablando con alguien, ¿con quién hablaba?
—Con mi hijo… que murió hace tiempo —respondió ella a través de los dedos de Nicolás.
—Aaaggghhh.
—¿Cuándo fue la última vez que vio al occiso?
—El jueves.
—¿Podría confirmarnos su nombre?
—Cornea, Sergiu Cornea.
—¿Quién era él?
—Un poeta rumano enamoradizo.
—¿Cómo eran los pistoleros que lo mataron? ¿Fueron los mismos que atacaron su casa?
—No los vi.
—¿Tenía amistad cercana con la víctima?
—Desde que vivía mi marido.
—¿Y la cazadora de cuero?
—Nunca se la quitaba. Tampoco dejaba su pasaporte francés. Creía que en cualquier momento podía necesitarlo. El pasaporte le palpitaba en el bolsillo izquierdo de la cazadora como un corazón oficial.
—¿Cornea sabía algo que podía interesar a los pistoleros?
—No sé.
—Aaaggghhh.
—Veamos, señora, el pasaporte del señor Cornea no está en la cazadora, desapareció.
—La carta, ¿dónde está la carta? —preguntó Suzanne alarmada.
—¿Cuál carta?
—La carta de Neacsu Campulung.
—¿Qué es eso?
—Trata del invento de un científico rumano.
—¿Nombre del científico?
—Petru Margul.
—No es conocido en Francia.
—Madre, hablas demasiado —Nicolás le susurró al oído.
—Pierde cuidado, hijo, me voy a casa —ella echó a andar rumbo a su edificio.
—Un momento, señora, no hemos acabado, espere, tenemos más preguntas que hacerle; cuando entraron los pistoleros a su casa ¿a quién buscaban?, ¿a usted?, ¿a Cornea?, ¿a su hijo?
—¿Alcanzó a ver por dónde huyeron?
—¿Había tenido visitas de ese tipo en su domicilio?
—¿Me voy o me quedo? —preguntó Suzanne a Nicolás.
—Quédate.
—¿Desde cuándo conocía al muerto?
—Era amigo de mi marido.
—¿Lo veía sentimentalmente?
—No.
—¿Cornea estaba relacionado con los pistoleros?
—No sé.
—Aaaggghhh.
—¿Se encuentra bien, señora?
—Más mal que bien.
—¿Cómo y cuándo murió su hijo?
—No recuerdo.
—Puede irse, ya la buscaremos.
Mientras Suzanne entraba al edificio, el policía la miró como a criatura rara.