En eso tocaron a la puerta.
—¿Quién es? —preguntó Nicolás.
—Iulian Brancila, presidente del Instituto Nacional del Ajo de Bucarest, director del Instituto de Gerontología de París y de la Asociación Nacional para la Promoción de las Peras y las Cebollas de la Bourgogne; ábreme.
—¿Qué quieres?
—Disculpa que te despierte tan temprano, pero tuve un sueño terrible y me urgía verte. Soñé que el mundo llegaba a su fin y que tú estabas debajo de todas las escaleras de todos los edificios que se derrumbaban en toda la Tierra. Lo peor de todo es que al cabo de todos los derrumbes, sepultadas todas las sombras, la tuya no estaba en pie.
Nicolás vio con temor la cara de ese rumano inoportuno que le tendía la mano como si le extendiera todas las manos del aire. Los ojillos del sorpresivo visitante no sólo se paseaban por la Mujer Visible, armada en la cama, sino por las fotos en los muros.
—Nicolás, ¿dónde estás? —preguntó Brancila, tratando de saber exactamente en qué parte del cuarto se encontraba.
—Aquí —clamó él con voz cavernosa—. ¿No me has localizado por los estornudos?
—La vejez entra al hombre por los pies. Déjame examinarlos. Los tienes inflamados por tanto andar descalzo por París —Brancila lo sujetó de los tobillos y pasó a examinar las cicatrices y las llagas de sus extremidades inferiores. Luego palpó con dedos hábiles la nariz del hombre invisible como si palpara una zanahoria o revisara una berenjena—. El grado de abandono en que los tienes me da pena. Pon los pies en su lugar. En Boulevard Pasteur, allá donde la línea 9 del metro desciende, el tren de pies sensibles parece querer meterse en el consultorio de podología para hacerse zapatos a la medida.
—Lo reconozco, desde hace tiempo no me corto las uñas de los dedos gordos.
—Tu mejor amigo después de los cuarenta años no es un maestro de baile; es un podólogo. Tienes que hacer una cita con él para que vea tus callos y tus uñeros. En tus paseos lleva contigo un podómetro, del griego pús, pie, y metro, medidor. En la jerga médica, un cuentapasos. Sólo así estarás consciente de la distancia que recorren tus pies de lugar a lugar. Tiene la forma de un reloj de bolsillo, y no pesa más. Si no puedes adquirirlo, visita a un pedicuro; en París hay tantos pedicuros como manicuros. No le busques tres pies al gato; entra al día con el pie derecho, óyeme bien, revisa tu equilibrio y tu estado muscular, haz que un médico especialista examine la rigidez de tu cuerpo, la pérdida de densidad de hueso y la fuga de calcio de tu esqueleto. Realmente me preocupas.
Después de una breve pausa, Iulian Brancila, sin despegar la mirada de sus piernas hasta la punta de los dedos, tragó aire, y continuó:
—Tu madre me dijo que unos hampones desalmados están pisándote los talones y que arriesgas tener una caída y romperte la cadera, pues en caso de emergencia debes correr como gamo y subir escaleras como bombero. Por eso te recomiendo que hagas ejercicios y tengas los pies en forma.
—No sé si enojarme con mi madre o perdonarla por difundir historias que dañan mi reputación. Es inútil hacerle comprender el peligro en que me pone cuando habla demasiado —balbuceó Nicolás.
—La ruina en el hombre aparece en los dientes, en la cara ajada, en la bolsa de los testículos colgando y en los pies. No vayas por el mundo dando pena ajena; ve al podólogo.
—Respecto a los dientes, no necesito recordatorios, mi condición lo revela: tengo las encías inflamadas y encogidas a la vez. Evito comer carnes duras, las fibras se me quedan enroscadas en los dientes y no me gusta llevar en la boca sabor a vaca muerta.
—El esmalte blanco está desapareciendo. En su lugar tendrás capas oscuras, como si llevaras una nicotina perniciosa en los dientes.
—Raro, desde hace tiempo no fumo. Si bien un amigo dentista me tapó caries y extrajo raíces, me hizo puentes y limpiezas a cambio de conversación, esas cepilladas quirúrgicas remediaron males temporales sin evitar el decaimiento que trae consigo la vejez prematura.
—No estás viejo, Nicolás, ¿cuántos años tienes?
—Treinta y cinco.
—Eres un pollo; bebe agua y traga ajo. Tu lengua debe estar seca como la de un Buda.
—Me parece simpática esa comparación.
—¿Cómo va tu vida sexual?
—A estas horas me cuesta trabajo pensar en ella.
—El sexo mueve hasta a los ciegos, no se diga a un hombre invisible. Salvo que en tu estado debes pensar más en el otro mundo, allá el espíritu es unisex. No te hagas bolas, Nicolás, cuida tus pies. El pie es la raíz del cuerpo, y el cuerpo del hombre es como una computadora o una carcacha: un día no prende más. Tus órganos son como una pavesa, después de la combustión se convierten en ceniza. Pavesa viene del latín pulvisia, y ésta de pulvis, polvo. Podríamos decir lo mismo de pubis, vello viril —Iulian Brancila le tendió un periódico que traía un artículo sobre cómo enfrentar los estragos de la vejez.
—No quiero leer ahora.
—Te pareces a tu padre, tendrás sus padecimientos, heredarás sus fobias como heredaste sus chaquetas huérfanas, sus pantalones, sus calcetines, sus chalecos. Te recitaré la lista de males que te afligirán en un futuro próximo. Tú, como él, estás expuesto a sufrir adicciones, artritis, hipertensiones, halitosis crónica, cortedad de aliento, gigantismo, dedo grande, coma diabético, silicosis y tuberculosis, colitis, anorexia, obesidad y colesterol, Parkinson, Alzheimer, sida, encefalitis, meningitis, malaria, infartos, cánceres, hipertrofia prostática, desórdenes de conducta, defectos hereditarios, amputaciones, biopsias y metástasis, quemaduras químicas del esófago, sordera y cataratas, bacterias aeróbicas, bacterias intestinales, mordidas de ratas y de cobras, síndrome de restaurante chino, alucinaciones esquizofrénicas, delirium vs. demencia, alergias y fobias, objetos extraños en el recto, fractura de tobillos y de pómulo, de cadera y mandíbula, de hombro y de vértebras, dolores de espalda, espasmos y pigmentación café de la cara, pérdida de pelo por quimioterapia, cambios en la nariz, afecciones de hígado, corazón, pulmones, ojos, oídos y piel, cánceres en el sistema digestivo y en el sistema reproductivo.
—Deténgase, padezco hipocondría.
—Un amanecer te quedarás tieso en un camastro, sabremos de tu muerte por el botón marchito de tu boca. Te recomiendo comer ajo diariamente (allium sativum), es un antibiótico natural, un detergente del cuerpo humano, mantiene la salud del sistema digestivo y el colon sano, ayuda al páncreas a aumentar el nivel de insulina reduciendo los porcentajes de azúcar en la sangre, elimina bacilos, lombrices y amibas, eleva la serotonina en el cerebro, combate el estrés y el insomnio; sus compuestos tienen propiedades antioxidantes que inhiben el cáncer.
—Pronto iré por la calle como mi padre, con esa manera particular que tenía de caminar echando el cuerpo hacia delante con las manos sobre la cintura… O como definen los chavales al viejo: setenta años y poco pelo, de paso corto y zapatos negros.
—Ofréceme un bocadillo, un trago, no seas tacaño. Adoro los croissants con café créme —Brancila abrió las puertas de su despensa.
—En el tostador hay un croissant que trajo mi madre hace un mes.
—Está tan duro que lo dejaré reposar. Escucha, te haré una cita en el consultorio del doctor Mircea Podolucu, puedes acudir o no. Por los destellos malsanos que proyectas, observo que el hombre invisible está envejeciendo.
Brancila desapareció en la puerta tan súbitamente como había aparecido.