De un día para otro Valerie se aventuró fuera de su barrio. Se le vio ponerse jeans leopardo azul eléctrico y calcetines con calaveras rojas. Adquirió un bolso de mano leopardo verde, botas punk rock negras y se pintó los cabellos de azul. Piercings se hizo en orejas y labios. Como una flaneuse empezó a explorar (con bastón plegable y gafas azulosas) las calles. Una fille des rues, como la ciega Elsa, recorrió París “á pied, en bus, en métro, á quelque heure que ce soit, heureuse, rassurée”. Flaneuse malvoyant, sin límite de fronteras ni de horarios ni de zonas peligrosas, se le encontró lo mismo caminando entre obras en construcción que entre prostitutas de Pigalle, turistas de Chatelet y vendedores de drogas de la Goutte d’Or. Atravesó puentes, se internó en L’ile de la Cité como en un riñón surcado por arterias. Cuando el hombre invisible la vio venir por Place Dauphine creyó que era otra persona. O que la acompañaba un hombre. Pero el hombre se quedó atrás.
—Hola —rió Valerie.
—Hola —replicó el hombre invisible.
—Sentí calor en las mejillas, y me dije: “Es un día claro, voy a visitar la Sainte Chapelle”.
—¿Sola?
—Sola.
—Alors.
—A la toilette —clamó ella.
Nicolás la condujo al baño de mujeres. Él se dirigió al de hombres. Delante de los espejos ninguno se vio a sí mismo. Después se reencontraron a la salida y entraron juntos a la capilla alta.
El lugar era una cámara de ecos. Los visitantes ocupaban masivamente las sillas o formaban pequeñas islas a lo largo y a lo ancho de la nave. Valerie abrió un libro que traía bajo el brazo con planchas táctiles en braille y grandes páginas blancas.
—¿Está el basilisco con cara de mujer arrastrándose a los pies de la Virgen? —preguntó ella.
—Sí está —susurró él.
—Más fuerte, necesito conocer las historias del Génesis y el Apocalipsis —ella tocó con los dedos la superficie blanca de las páginas, los contornos de la capilla camuflados con el fondo blanco. Era como si los colores de los vitrales se hubiesen desvanecido en la blancura ardiente de una ceguera solar, como si el tacto de ella imaginara y pudiese animar la luz de los ventanales.
—La Sainte Chapelle fue construida en el recinto del palacio real a mediados del siglo XIII como un relicario arquitectónico que albergaría las reliquias mayores de la Pasión —el hombre invisible no quería ser oído por los otros, pero quería explicarle a ella lo que sabía de la capilla.
—¿Se ve la resurrección de los muertos? ¿Quién es el hombre coronado cuya efigie recorro con los dedos? ¿Luis IX sostiene la maqueta de la capilla en la mano izquierda? ¿Qué hay en el techo? —sus preguntas se desgranaban una tras otra.
—Una flecha y un ángel —él apenas atinó a responder.
—¿De qué color es el cielo de la capilla baja?
—Azul.
—¿De qué color son las estrellas?
—Negras.
—¿Y el caballo de san Martín?
—Blanco.
—¿La túnica de Sansón?
—Verde.
—El vitral de los jugadores de ajedrez, ¿qué colores tiene? ¿El hombre y la mujer que se están mirando cómo son? Explíqueme los colores de los vitrales de Éxodo y Números… La forma de la Rosa Occidental… ¿Cómo son los animales que suben al arca de Noé… y los ángeles que están leyendo en la capilla? ¿Cómo es la luz de la tarde que pega en las figuras? —los dedos lectores de Valerie ávidamente palpaban las planchas.
—¿Cómo expresar la danza de los rojos y los azules en los vitrales? —nunca se le hubiese ocurrido a Nicolás acompañar a una ciega a la Sainte Chapelle, y mucho menos describírsela—. ¿Cómo explicar una mano alumbrada por los rayos de sol?
—¿Cómo son las manos de las figuras que se acarician en la bendición de Jacobo?
—Están hechas de luz.
—¿Qué es la luz?
—La percibo, no puedo definirla.
—¿Qué hace el hombre con el yelmo dorado?
—Es un caballero vestido de azul y rojo, monta un caballo blanco.
—No puedo soportar estar ciega en la Sainte Chapelle —bruscamente Valerie palpó con la palma de la mano la plancha de la rosa blanca—. ¿Los vitrales se nublaron?
—Si no fuera por miedo a desvariar, diría que la figura del ángel parece un quetzal en agonía.
—Comienza a llover. Vámonos —Valerie rechazó la mano de Nicolás que intentaba cogerla del brazo para ayudarla a salir—. Suélteme, no me ayude, la próxima vez que se atreva a hacerlo le daré un bastonazo.
Todos voltearon, creyendo que Valerie estaba loca y hablaba sola.
—Te acompaño a la salida.
—Allí está el hombre —Valerie señaló a un sujeto sentado bajo la lluvia en un café de Rue Lutece.
—¿Cuál hombre?
—El que me venía siguiendo.
—¿Cómo sabes que te seguía?
—Por sus pasos, por sus silencios.
—¿Puedes distinguir los pasos de los silencios?
—Mi corazón distingue entre un amigo y un enemigo.
—¿Quién puede estar interesado en seguirte?
—Bratu, el hombre que suicidó a mi padre.
—¿Lo conoces?
—Lléveme con él, le voy a dar un bastonazo.
—Mejor volvamos a la capilla —Nicolás impidió que diera un paso más.
—¿Por qué? —Valerie peló los dientes.
—Por ésos —Nicolás señaló con mano indefinible a figuras indefinibles que avanzaban hacia ellos con trajes hechos de metamateriales capaces de curvar radiaciones electromagnéticas alrededor de cuerpos cuyo tamaño y forma era imposible de definir.
—¿Quiénes?
—Los invisibles.
—¿Son invisibles cómo tú? —Valerie lo tuteó.
—Como yo.
—Estás más loco que un ciego en celo.
Al quitarse las gafas, los ojos de Valerie parecieron pozos negros de risa.