54. Iulian Brancila

El ojo invisible como un espejo reflejó a una mujer envuelta en un impermeable negro, cuyos pies descalzos se camuflaban con el suelo. Creyendo que se trataba de una materialización de la Winter Queen, la siguió por las calles grasientas de Rue de la Huchette. Sin embargo, pronto desapareció entre los consumidores de gyros, suvlakis, crepas, Sheek bebabs, falafels y troncos de carne de pollo y de cordero, sin que ninguno de ellos reparara en su presencia. El hombre invisible estaba ahí esperando a Iulian Brancila, quien esa mañana le había hablado por el móvil.

—Nicolás, escucha, soy Iulian Brancila, un soldat du feu. Para tu información en estos días soy Caporal-chef, Sergent-chef du Sapeurs-pompier de Paris. Sé que te ocultas en algún lado, pero necesito que nos veamos con urgencia ya que tengo algo importante que decirte. Se trata de Bratu y tu padre. Búscame a las seis de la tarde en la esquina de Rue de la Huchette y Rue de l’Harpe.

—Ahí estaré.

—Si ves que no llego, síguete a Saint-Séverin.

—¿Por qué?

—Razones de seguridad.

—Cómo te identificaré.

—¿Te acuerdas de Dingo, Goofy y Tribilín? Piensa en ellos.

—¿Qué quieres decir?

—Si como yo te pareces a un perro antropomórfico sólo te salva que hayas tenido un padre como Einstein, Freud o Monet, si no, estás condenado a ser desgraciado de por vida.

—La última vez que te vi no eras tan feo.

—Para simplificar te diré que del Dippy Nest que fui de niño me convertí en un Hippy Nest, y como todo Goofy un día encontré a mi vaca Clarabella, y me convertí en bombero.

—¿Cuándo sucedió eso?

—Recientemente.

Mientras Iulian hablaba, Nicolás lo imaginó comiendo cacahuates al tiempo que hacía pesas y ejercitaba piernas y brazos, pues consciente de que debía mantenerse en el barómetro de condición física del bombero parisiense el rumano últimamente se había convertido en una máquina de ejercicios.

Atardecía, y la calle peatonal olía a grasa de animal muerto. Comensales solitarios o en grupo se sentaban delante de los establecimientos o engullían de pie alimentos económicos. No lejos de Nicolás un hombre de la Europa central resollaba como si él mismo fuera la salchicha en la sartén, los riñones de buey, las ancas de rana o la chuleta de puerco, mientras con ojos ávidos examinaba la comida alumbrada por foquillos desnudos en las vitrinas de la Rue de la Huchette. Ociosamente, Nicolás se fue detrás de él creyendo que sus pasos podían llevarlo a Iulian Brancila, o a la Winter Queen, quien de un tiempo para acá se le había vuelto una obsesión. Hasta que el sujeto se metió en un cine claustrofóbico de la Rue de l’Harpe. Delante de la cajera miope del guichet Nicolás pasó sin pagar.

LA VENUS OUVERTE

El cuerpo femenino en un afiche de la entrada le recordó a Vivianne, desnuda y ensangrentada como una vaca destazada. En la pantalla de la sala vacía pasaba la escena “The Strange Man’ Arrival”: The stranger came early in February, one wintry day, through a biting wind and a driving snow, the last snowfall of the year, over the down walking from Bramblehurst railway station and carrying a little black portmanteau in his thickly gloved hand. Preguntándose Nicolás si su estado invisible se debía a un experimento científico de origen desconocido en el que él era un conejillo de Indias o a un producto de su propia imaginación.

In the beginning was light… Then, after hundreds of thousands of years, the Invisible Man appeared —exclamó Nicolás, y, angustiado por lo que veía, se salió del cine.

En Rue Xavier Privas se cruzó con la figura femenina envuelta en el impermeable negro. Extrañamente su presencia le causó escalofríos, y esperó a que se alejara. Inútilmente, porque se detuvo en Rue de la Harpe y se le quedó mirando como si lo reconociera. Finalmente se dirigió a Saint-Séverin. Entró en la iglesia. Deambuló por el ambulatorio. Se sentó en una silla de una fila vacía. Poco después se fue por Boulevard Saint-Michel y se perdió en la multitud. Decidido a mirar por la ventana de la librería Gibert Jeune Esoterisme a la dependienta sexy en pantalones de mezclilla apretados, su vista lo llevó a Notre-Dame envuelta en la bruma.

Mudo espío, mientras alguien voraz a mí me observa, los versos de un poeta le sonaron exactos cuando descubrió la figura desgarbada de Tiberiu Bratu. Lo escrutaba a unos pasos de distancia con ojos helados. Seguro estaba siguiéndolo desde hacía rato. Falsamente deportivo, se había dejado la camisa desabotonada. Pelos canos le salían del pecho. Su gesto era feroz. Cuando Nicolás le hizo patentes ruidos amenazantes, el doctor Bratu se alejó como un sapo en actividad crepuscular.

De regreso a su cuarto, Nicolás se arrojó a la cama. Era medianoche. Sonó el teléfono. Brancila le había dejado un mensaje:

—Nicolás, urge que te comuniques conmigo, sabrás que poseo una personalidad secreta y mi nombre es Supergoofybrancila.

Al poco rato, llamó de nuevo:

—Nicolás, ¿estás bien?, se trata de la muerte de tu padre, la he investigado, búscame a las 21 horas en el Café des Chiméres.

El hombre invisible comenzó a reírse, más aún porque en el espejo no veía su cara.

—Vaya con Brancila, no había sabido de él en meses y ahora me llama varias veces al día.

Reluctante acudió a la cita. Se sentó a una mesa del Café des Chiméres. Bebió un café expreso ajeno. El corazón le daba vuelcos por el secreto que Brancila podía revelarle. Temeroso de no poder identificarlo, disfrazado de Goofy, examinó el rostro de cada ciudadano que entró y salió. Desafiante, fumó. Dejó el cigarrillo arder entre sus dedos como si él mismo fuera a convertirse en humo. A las diez, se marchó.

—Éste no es un asalto, te pagaré la dejada, pero no voltees hacia atrás porque te mato —el hombre invisible se introdujo en un taxi—. Coge por esa calle. Cuando me baje ni se te ocurra llamar a la policía o pedir auxilio porque parecerás un mutilado de guerra o una cucaracha embarrada en la banqueta. ¿Entendido? No voy a repetirlo.

Así se fue Nicolás hablándole al taxista, hasta que llegó a su calle y se bajó, el auto detenido por una luz roja. El chofer sólo oyó la puerta abrirse y cerrarse. En el asiento estaba el pago. Del pasajero, no había rastro.

El hombre invisible cerró con el pie la puerta de su domicilio. Escuchó nuevos mensajes de Brancila:

—Nicolás, no pude pasar a verte, discúlpame, me quedé dormido en la tarde y desperté a la medianoche. Haremos una nueva cita, pero debo advertirte que las jornadas del bombero son largas y duras, comienzan a las 5:30 y terminan a las 23:00, si es que no hay guardia de 24 horas. De día o de noche, en todo momento, cualquiera sea la actividad programada (deporte, desayuno, ducha) puedo ser llamado para intervenir, y entonces, querido Nicolás, sufrirás el plantón del bombero.

Durante días no tuvo noticias de él. “A lo mejor cambió de idea. A lo mejor no quiere ya revelarme el secreto. O está enfermo. O se fue de viaje” se dijo. Pero de un dia a otro lo bombardeó con propuestas de citas (todas incumplidas).

—Nicolás, no pude llegar a Montmartre. Nos vemos en el cementerio Pére Lachaise.

—Nicolás, búscame en la estación Franklin D. Roosevelt dirección Château de Vincennes.

—Nicolás, Damiana Gabriela me dio a guardar una bolsa para ti. La otra noche se me ocurrió abrirla. Cuál sería mi sorpresa que encontré ópalos. Lo malo es que Tiberiu Bratu me los quiere quitar. Lo bueno es que tengo la misión de dártelos a ti.

—Nicolás estoy listo para lanzarme a las llamas de ese lupanar llamado Bratu. No te preocupes por mí, llevo traje antiinflamable, brazaletes, gafas, guantes, casco y botas de bombero.

—Nicolás, debieras ver el color de mis paredes: Todas negras. De arriba abajo las he llenado con lemas de bombero:

Discrétion – Altruisme – Efficience – Discrétion – Altruisme – Efficience

Discrétion – Altruisme – Efficience – Discrétion – Altruisme – Efficience

Discrétion – Altruisme – Efficience – Discrétion – Altruisme - Efficience

—Nicolás, ¿quieres oír la historia de mi brigada? Le 1er juillet 1810, l’empereur Napoléon 1er est invité á une soirée á l’ambassade d’Autriche par le prince Schwarzenberg, quand éclate un terrible incendie qui cause la mort de 10 personnes. C’est a la suite de ce drama que le décret impérial de 18 septembre 1811 met en place le bataillon de sapeurs-pompiers de Paris afin d’organiser la lutte contre le feu. En 1867 le bataillon devient un regiment… Le 1er mars 1967, le régiment devient la brigada de sapeurs-pompiers de Paris forte de 8 000 hommes et femmes.

—Nicolás, escucha la ética del sapeur-pompier de Paris del Général Casso:

Quand tu m’appelles j’accours,

Mais assure-toi de m’avoir alerté

Par les voies les plus rapides et les plus súres.

Les minutes d’attente t’apparaitront longues,

Trés longues, dans ta détresse

Pardonne mon apparent lenteur.