62. El Palacio de los Invisibles

Toda la mañana había llovido. A intervalos, el sol se asomaba entre nubes sombrías. En la ciudad había huelga de transporte. En las estaciones del metro los usuarios se amontonaban para abordar los trenes. Ajeno a los sucesos de las calles, como en otro planeta, atragantado con cifras y siglas, el director general leía su informe. El lugar: la sala 1 de El Palacio de los Invisibles, como era llamado por la prensa el edificio de Place de Fontenoy.

Detrás del director general los reflectores alumbraban un bosque de banderas. Delante de él, macetones con flores ornaban una larga mesa de caoba. De frente a los delegados de ciento noventa y tres países estaban el presidente del consejo ejecutivo, el director general, el presidente de la conferencia general, el rapporteur y otros funcionarios uneskianos. A la derecha, la princesa Aisha, en traje sastre y con collar de diamantes, esperaba dirigir una alocución a los representantes de los Estados miembros: Alemania, Argentina, Austria, Benin, Brasil, Chile, China, Gabón, Grecia, Dinamarca, Egipto, España, Estados Unidos, Reino Unido, Hungría, India, Italia, Lituania, Japón, Marruecos, México, Nigeria, Noruega, Paquistán, Perú, Polonia, Reino Unido, Rusia, Senegal, Sudáfrica, Togo. De pie, junto a los embajadores, el hombre invisible descubrió a otras criaturas invisibles. Apenas visibles por un destello en la cara, una mancha en la mano, un fulgor en los ojos, y hasta por un diente de oro, los Rosacruces.

La víspera Pierre el Fantasma había contado a Nicolás que agentes de la Direction centrale du reinsegnement intérieur (DCRI) y del Service de protection des hautes personalités (SPHP) tenían información de que miembros de una orden secreta querían volver a la princesa Aisha invisible con el fin de propagar su doctrina en el mundo islámico. Cuando los coros de la orquesta de la UNESCO, colocados al lado izquierdo de la sala, terminaron de cantar el oratorio de La Creación de Joseph Haydn, el director general empezó su discurso en francés y en inglés:

—Monsieur le Président de la Conference génerale,

”Monsieur le Président du Conseil exécutif,

”Excellences,

”Mesdames et Monsieurs,

”The University of Paris greatly appreciates the honour of receiving the Delegates to the First General Conference of the United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization, at the Sorbonne…”

En la bahía de cabinas, los intérpretes traducían velozmente sus palabras a los seis idiomas oficiales: inglés, español, francés, ruso, chino y árabe, hasta que el orador se dio cuenta de que por error de sus asistentes estaba leyendo el discurso del profesor Roussy, rector de la Universidad de París, pronunciado el martes 19 de noviembre de 1946 a las 2.45 p.m. en vez del suyo. En seguida, el presidente de la Conferencia General salió en su ayuda:

—Señor presidente del Consejo Ejecutivo,

”Excelencias,

”Señoras y señores,

”Si bien la UNESCO tiene más de sesenta años de existencia, es lamentable que en el mundo todavía existan cientos de millones de analfabetos incluso en los países alfabetizados. Hablar de educación significa hablar del maestro del docente, porque el maestro del docente debe ser alfabetizado antes de ponerse a alfabetizar. El lazo que une al educador con el educando es de tal manera tangencial y sutil que a menudo no hay diferencia entre uno y otro. Cada vez que un anciano muere en África es como si una biblioteca se incendiase por el conocimiento que se pierde en su cerebro. El trabajo que nosotros los educadores occidentales tenemos que hacer es salvar esas bibliotecas vivas de sus propios incendios.”

Los representantes de veinte países pidieron el piso. El embajador de Tanzania dijo:

I comment about the comments the distinguished ambassador from Lituania commented yesterday about the investor’s comments about the report given by the respectable ambassador from India. This comments were about other comments.

Ese discurso detonó otro discurso otro discurso otro discurso. Y mientras los funcionarios hablaban, las figuras invisibles comenzaron a colocarse delante y detrás de la mesa principal. El presidente de la Conferencia General, con el pecho inflado por su propia retórica, hizo la semblanza de la princesa Aisha. Los delegados, sus escritorios llenos de invitaciones, resoluciones, informes, expedientes, comunicados y memorias de reuniones, se pusieron los audífonos. Los invisibles permanecieron inmóviles.

Concluidos los aplausos de bienvenida, la princesa Aisha se dirigió al podio azul con el logo de la UNESCO para leer su discurso en árabe. La intérprete en la cabina empezó a traducir sus palabras con la ansiedad de alguien que está perdiendo una carrera verbal:

—Delante de las desigualdades y desmoralizaciones que desmotivan nuestro mundo, es importante implementar los indicadores de la indivisibilidad en una corriente intercultural e interreligiosa.

—Acompaño alegremente la austera alocución de Lala Aisha —dijo el presidente de la Conferencia General, aunque el apelativo Lala se aplicaba a las princesas marroquíes y ella era de otro reino.

En ese momento las figuras invisibles se lanzaron sobre la princesa aislándola de los funcionarios de la mesa principal.

—Imperator, Imperator —exclamaron.

Una criatura invisible con casaca negra se apoderó del podio:

Chers amis,

“Parfois, une impression de déjá vu peut nous assaillir á l’ocassion de quelque voyage ou lors d’une situation nouvelle á laquelle nous sommes confrontés… Des réves troublants de contrées éloignés ou d’un passé mysterieux peuvent égalment nous assailir. Quelque grands avatars, comme le Bouddha ou Pythagore, ont parlé de leurs anciennes incarnations en donnant maints details.”

Ante la sorpresa general, la voz arcaica continuó en otro idioma:

—Tal vez ustedes no sepan que hace mucho tiempo el alma de nuestro amado Christian Rosencreutz quiso volver a la tierra, pero al no encontrar un cuerpo de su agrado retornó a su limbo. No será así en esta ocasión: entre las almas que han regresado al mundo con el fin de reencarnarse en un cuerpo está la suya. Nada menos les estoy anunciando el arribo del hombre nuevo.

Oleadas de guardias de seguridad corrieron al estrado. Docenas de hombres armados ocuparon los pasillos. Agentes del SPHP se lanzaron hacia la princesa para servirle con su cuerpo de escudos humanos. En el vestíbulo se oyeron detonaciones. En estampida, los asistentes abandonaron la sala. El hombre invisible se quedó sentado en una fila. Solo. Una mujer vino a sacudir el polvo de las banderas. Miembros de la DCRI revisaron los asientos y los escritorios en busca de bombas y objetos sospechosos.

—¿Qué pasó? —en el vestíbulo, el hombre invisible interpeló a Pierre el Fantasma.

—Nadie sabe cómo entraron. La portación de gafetes en los recintos de la UNESCO es obligatoria, y las revisiones son similares a las de un aeropuerto. Tal vez entraron por el Jardín Japonés saltando la reja de la calle —replicó Pierre el Fantasma—. Cuando los agentes de la DCRI y del SPHP notaron movimientos extraños en los vestíbulos sonaron la alarma y se precipitaron sobre los miembros de la fraternidad, creyendo que se trataba de un intento de secuestro de la princesa Aisha. Algunos escaparon, otros trataron de impedir la captura del jefe de la banda, quien, herido, salió a rastras por Avenue de Suffren. Al verlo, los invisibles que lo aguardaban en coches lo levantaron y se lo llevaron. Del atentado quedó en la banqueta una poca de sangre. De él, ni huella.

—Supongo que el duelo que causará su muerte en sus congéneres será grande, si bien no era el Imperator mismo, era su mensajero —dijo el hombre invisible.

—¿Cómo lo sabes? —Pierre el Fantasma peló los ojos.

—El guardia que le disparó creerá que mató una imagen.

—Ahora los medios van a decir que el agente estaba a sueldo del nuncio apostólico.

—Quizá el hilo de investigación que conduce al Vaticano no es descabellado; durante siglos la Iglesia católica persiguió a la orden, y durante la ocupación alemana el régimen de Vichy decretó la persecución de los francmasones y los rosacruces. “Il faut detruire il complot maconnique”, declaró Philip Pétain, mariscal de Francia, y mandó arrestarlos y deportarlos.

—Los nietos están de regreso —rió enigmáticamente Pierre el Fantasma, rodeado de guardias de seguridad, debajo de un letrero que decía:

L’UNESCO vour remercie de n’avoir pas fumé.